1/02/2016, 23:45
—Seguramente lo mismo que vosotras, chicas —respondió Yota, mientras sujetaba el caramelo en su mano—. Creo que estaremos bastante de acuerdo si decimos que este es un lugar de peregrinaje para cualquier ninja moderno. El lugar donde nuestros líderes y antepasados vencieron a las bestias con colas, los bijuu. Todos hemos oído hablar de ello. Uzumaki Shionaru, Koichi Riona y Sumizu Kota; los héroes de nuestras aldeas.
Ayame asintió de manera efusiva. La legendaria batalla que habían mantenido los primeros Kage de sus respectivas aldeas para salvar al mundo entero a costa de sus propias vidas era un obligatorio llamamiento para cualquiera que se hiciera llamar shinobi. Y aún así, era muy triste pensar que Kusagakure había intentado traicionar el pacto y había acabado siendo borrada del mapa de la noche a la mañana... Bajo las garras de un bijuu, como si de una irónica y cruel broma del destino se tratara.
—Así que quise venir a ver este lugar con mis propios ojos, pero antes de cruzar los arboles os escuché —Yota continuaba hablando, y Ayame se vio obligada a bajar de las nubes para prestarle atención—. Vi a Mitsuki-chan y mientras miraba, desde una de las ramas, resbalé y finalmente pues caí hasta que me visteis en el suelo. —volvió a meterse el caramelo en la boca, y en aquella ocasión le fue más difícil entenderle—: Y poco más, aquí estoy con vosotras.
—Deberías de tener más cuidado —le advirtío Mitsuki con una sonrisa—. Podrías hacerte daño cayendo desde esa altura. Bueno, tema aclarado—zanjó, y se volvió para contemplar el paisaje—. Me encanta este lugar...
Dio un par de pasos hacia el acantilado, y Ayame alzó un brazo en un gesto reflejo.
—¡Cuidado! Podrías caer, y desde esta altura...
Estaba segura de que ni ella misma, con su capacidad para licuar su cuerpo, sería capaz de sobrevivir a una caída de tal calibre.
—¿Cómo creéis que debe verse desde lo alto de aquella estatua? —preguntó Mitsuki, y Ayame siguió la dirección de su dedo, que señalaba directamente a la estatua del anciano Sumizu Kouta.
Y una brillante idea iluminó su mente.
—Sólo hay una manera de saberlo —respondió, con una media sonrisa.
Saltó por el acantilado repentinamente, y la gravedad generó un cosquilletante vacío en la base de su estómago que le puso la piel de gallina. Con presteza, acumuló el chakra en la planta de los pies y enseguida se adhirió a las paredes rocosas del acantilado, aunque tuvo que dar varias zancadas para no dejarse llevar por la inercia y terminar cayendo de verdad. Una vez estabilizada, y aún con aquella sonrisa en los labios, se giró hacia los dos shinobis de Uzushiogakure.
—¡Os echo una carrera hasta allí!
Ayame asintió de manera efusiva. La legendaria batalla que habían mantenido los primeros Kage de sus respectivas aldeas para salvar al mundo entero a costa de sus propias vidas era un obligatorio llamamiento para cualquiera que se hiciera llamar shinobi. Y aún así, era muy triste pensar que Kusagakure había intentado traicionar el pacto y había acabado siendo borrada del mapa de la noche a la mañana... Bajo las garras de un bijuu, como si de una irónica y cruel broma del destino se tratara.
—Así que quise venir a ver este lugar con mis propios ojos, pero antes de cruzar los arboles os escuché —Yota continuaba hablando, y Ayame se vio obligada a bajar de las nubes para prestarle atención—. Vi a Mitsuki-chan y mientras miraba, desde una de las ramas, resbalé y finalmente pues caí hasta que me visteis en el suelo. —volvió a meterse el caramelo en la boca, y en aquella ocasión le fue más difícil entenderle—: Y poco más, aquí estoy con vosotras.
—Deberías de tener más cuidado —le advirtío Mitsuki con una sonrisa—. Podrías hacerte daño cayendo desde esa altura. Bueno, tema aclarado—zanjó, y se volvió para contemplar el paisaje—. Me encanta este lugar...
Dio un par de pasos hacia el acantilado, y Ayame alzó un brazo en un gesto reflejo.
—¡Cuidado! Podrías caer, y desde esta altura...
Estaba segura de que ni ella misma, con su capacidad para licuar su cuerpo, sería capaz de sobrevivir a una caída de tal calibre.
—¿Cómo creéis que debe verse desde lo alto de aquella estatua? —preguntó Mitsuki, y Ayame siguió la dirección de su dedo, que señalaba directamente a la estatua del anciano Sumizu Kouta.
Y una brillante idea iluminó su mente.
—Sólo hay una manera de saberlo —respondió, con una media sonrisa.
Saltó por el acantilado repentinamente, y la gravedad generó un cosquilletante vacío en la base de su estómago que le puso la piel de gallina. Con presteza, acumuló el chakra en la planta de los pies y enseguida se adhirió a las paredes rocosas del acantilado, aunque tuvo que dar varias zancadas para no dejarse llevar por la inercia y terminar cayendo de verdad. Una vez estabilizada, y aún con aquella sonrisa en los labios, se giró hacia los dos shinobis de Uzushiogakure.
—¡Os echo una carrera hasta allí!