4/03/2022, 15:17
Para su sorpresa, Daruu negó con la cabeza.
—No va a ser necesario que hagas eso, Kōri-sensei —respondió, sosteniéndole la mirada durante varios largos segundos. Kōri entrecerró ligeramente los ojos, en un gesto que podría interpretarse como interrogante. Finalmente, Daruu suspiró—. No dije en ese despacho lo que creía que quería y lo que creía que debía decir. Tampoco lo que Shanise quería oír. Dije lo que me salía del corazón. Y lo que me salió del corazón fue decir... que no.
Aquello sí que fue una sorpresa. Kōri le había escuchado en más de una ocasión formular su deseo de terminar llevando aquel sombrero. También le había visto portarlo, aunque temporalmente, cuando Amekoro Yui le encargó la misión de guiar a los Amejines de vuelta a su hogar tras los atentados en el Valle de los Dojos. Pocas personas había conocido que podrían haber estado tan cerca de lograr su objetivo. Y, sin embargo, Daruu había acabado negándose. La cuestión ahora era: ¿Por qué?
Pero Daruu había desviado la mirada, y su gesto ahora era indescifrable.
—Lo sentí cuando te miré después del combate en la Torre. Lo sentí cuando subía por el ascensor y cuando caminaba a la puerta grande del despacho de Shanise. Pero creo que en realidad empecé a sentirlo de niño. Nunca tuve pretensiones con este trabajo, Kōri-sensei, sólo me lo tomaba como una forma de ganarme la vida mientras protegía a los que me importaban.
Eso también lo sabía. Para Daruu, convertirse en shinobi no había sido más pretencioso que haber acabado como pastelero junto a su madre. Para él, siempre había sido un oficio más, sin grandes pretensiones. Seguía siendo sorprendente que alguien así, sin grandes aspiraciones, hubiese escalado tan alto.
—Con el tiempo, aprendí que un par de shinobis pueden cambiar el curso de la historia. Sigo pensando que eso es verdad, pero creo que en algún punto traté de convencerme a mí mismo que para hacer eso necesitaba convertirme en Arashikage. Pero yo no quiero eso. Yo no quiero estar en el despacho, enviando a hombres y mujeres a la guerra. Yo quiero estar junto a mis compañeros, junto a Ayame... Yo quiero estar... contigo.
Kōri dejó escapar el aire por la nariz lentamente, en un largo suspiro.
—Como tu sensei debería regañarte por dejarte llevar por el corazón, y no por la fría lógica —le recriminó, antes de prolongar una pausa en el tiempo. Finalmente, alzó una mano, tendiéndole uno de los bollitos de vainilla. No iba a admitirlo en voz alta, pero sus ojos le delataban: dentro de su gélida inexpresividad, sus iris parecían más azules, menos congelados, más líquidos, más... emocionados—. Le vas a dar un buen disgusto —añadió, señalando a Kiroe con un ligero movimiento de cabeza.
—No va a ser necesario que hagas eso, Kōri-sensei —respondió, sosteniéndole la mirada durante varios largos segundos. Kōri entrecerró ligeramente los ojos, en un gesto que podría interpretarse como interrogante. Finalmente, Daruu suspiró—. No dije en ese despacho lo que creía que quería y lo que creía que debía decir. Tampoco lo que Shanise quería oír. Dije lo que me salía del corazón. Y lo que me salió del corazón fue decir... que no.
Aquello sí que fue una sorpresa. Kōri le había escuchado en más de una ocasión formular su deseo de terminar llevando aquel sombrero. También le había visto portarlo, aunque temporalmente, cuando Amekoro Yui le encargó la misión de guiar a los Amejines de vuelta a su hogar tras los atentados en el Valle de los Dojos. Pocas personas había conocido que podrían haber estado tan cerca de lograr su objetivo. Y, sin embargo, Daruu había acabado negándose. La cuestión ahora era: ¿Por qué?
Pero Daruu había desviado la mirada, y su gesto ahora era indescifrable.
—Lo sentí cuando te miré después del combate en la Torre. Lo sentí cuando subía por el ascensor y cuando caminaba a la puerta grande del despacho de Shanise. Pero creo que en realidad empecé a sentirlo de niño. Nunca tuve pretensiones con este trabajo, Kōri-sensei, sólo me lo tomaba como una forma de ganarme la vida mientras protegía a los que me importaban.
Eso también lo sabía. Para Daruu, convertirse en shinobi no había sido más pretencioso que haber acabado como pastelero junto a su madre. Para él, siempre había sido un oficio más, sin grandes pretensiones. Seguía siendo sorprendente que alguien así, sin grandes aspiraciones, hubiese escalado tan alto.
—Con el tiempo, aprendí que un par de shinobis pueden cambiar el curso de la historia. Sigo pensando que eso es verdad, pero creo que en algún punto traté de convencerme a mí mismo que para hacer eso necesitaba convertirme en Arashikage. Pero yo no quiero eso. Yo no quiero estar en el despacho, enviando a hombres y mujeres a la guerra. Yo quiero estar junto a mis compañeros, junto a Ayame... Yo quiero estar... contigo.
Kōri dejó escapar el aire por la nariz lentamente, en un largo suspiro.
—Como tu sensei debería regañarte por dejarte llevar por el corazón, y no por la fría lógica —le recriminó, antes de prolongar una pausa en el tiempo. Finalmente, alzó una mano, tendiéndole uno de los bollitos de vainilla. No iba a admitirlo en voz alta, pero sus ojos le delataban: dentro de su gélida inexpresividad, sus iris parecían más azules, menos congelados, más líquidos, más... emocionados—. Le vas a dar un buen disgusto —añadió, señalando a Kiroe con un ligero movimiento de cabeza.