27/05/2022, 23:46
Acudir o no a la isla central era una decisión de máxima importancia y urgencia. Ninguno de los dos shinobi sabían con total certeza si podía haber más trampas esperándolos entre las aguas o las rocas o el altar funerario. Y, por esa misma razón, se pusieron manos a la obra. La indecisión se saldó de la forma más aleatoria e incluso infantil posible. Concretamente, con un juego de piedra, papel y tijeras. Sasagani Yota fue el elegido para aventurarse en aquel paraje, pero Uchiha Zaide le siguió de cerca.
Poco a poco, el Kusajin y el exiliado se adentraron en las aguas del lago, utilizando las rocas como camino improvisado. Saltando entre estas, llegaron a la isla central en cuestión de segundos. Para su alivio, nada saltó sobre ellos para devorarlos, ni pareció activarse ninguna trampa. Todo estaba calmo. Tan calmo, que estaba sumido en un silencio sepulcral que ni siquiera las aves se atrevían a romper. Ahora ambos se encontraban a salvo en tierra, y podían acercarse a investigar con mayor detenimiento el altar funerario. A juzgar por la capa de musgo que lo cubría y la roca erosionada, aquel altar debía llevar allí mucho tiempo. Y, al mismo tiempo, podía considerarse que se encontraba en mejores condiciones de las que tendría cualquier otra tumba normal y corriente a la intemperie. Sendas varillas de incienso, que de alguna manera se encontraban encendidas y humeantes, parecían guardar a dos espadas clavadas en cruz sobre la cubierta. Unas katanas igual de antiguas, con la empuñadura de color carmesí y reluciente metal, con un curioso añadido que las diferenciaba de cualquier otra katana que se precie: dos pequeños filos extra, y que surgían de forma perpendicular y en direcciones opuestas, uno hacia la mitad de la hoja principal y el otro casi en su extremo final. Aparte de esto, si cualquiera de los dos shinobi prestaba la suficiente atención, verían unas inscripciones talladas en la misma piedra:
"Aquí descansan los restos mortales del tercer vástago de la Primera Tormenta, quien rechazó convertirse en la nueva Tormenta para ser en su lugar el Guardián de los dos Colmillos, heredados por sus dos allegados y que les llevó a su perdición. Suya es la tarea de protegerlos y guardarlos, hasta la llegada de un nuevo maestro digno.
Sólo aquel que ame a la Tormenta, pero no anhele gobernarla, podrá empuñar los Colmillos."
Poco a poco, el Kusajin y el exiliado se adentraron en las aguas del lago, utilizando las rocas como camino improvisado. Saltando entre estas, llegaron a la isla central en cuestión de segundos. Para su alivio, nada saltó sobre ellos para devorarlos, ni pareció activarse ninguna trampa. Todo estaba calmo. Tan calmo, que estaba sumido en un silencio sepulcral que ni siquiera las aves se atrevían a romper. Ahora ambos se encontraban a salvo en tierra, y podían acercarse a investigar con mayor detenimiento el altar funerario. A juzgar por la capa de musgo que lo cubría y la roca erosionada, aquel altar debía llevar allí mucho tiempo. Y, al mismo tiempo, podía considerarse que se encontraba en mejores condiciones de las que tendría cualquier otra tumba normal y corriente a la intemperie. Sendas varillas de incienso, que de alguna manera se encontraban encendidas y humeantes, parecían guardar a dos espadas clavadas en cruz sobre la cubierta. Unas katanas igual de antiguas, con la empuñadura de color carmesí y reluciente metal, con un curioso añadido que las diferenciaba de cualquier otra katana que se precie: dos pequeños filos extra, y que surgían de forma perpendicular y en direcciones opuestas, uno hacia la mitad de la hoja principal y el otro casi en su extremo final. Aparte de esto, si cualquiera de los dos shinobi prestaba la suficiente atención, verían unas inscripciones talladas en la misma piedra:
"Aquí descansan los restos mortales del tercer vástago de la Primera Tormenta, quien rechazó convertirse en la nueva Tormenta para ser en su lugar el Guardián de los dos Colmillos, heredados por sus dos allegados y que les llevó a su perdición. Suya es la tarea de protegerlos y guardarlos, hasta la llegada de un nuevo maestro digno.
Sólo aquel que ame a la Tormenta, pero no anhele gobernarla, podrá empuñar los Colmillos."
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