3/06/2022, 16:43
No podría evitar asentir con un leve gesto de su cabeza y esbozando una ligera sonrisa ante las palabras de la kunoichi, le gustaba que las cosas saliesen como ella quería. Y aquel momento fue para Moguko una pequeña victoria.
No se demorarían mucho más en llegar hasta el destino que habían barajado, si bien había lluvia, no era nada que dos nativas de Amegakure no pudiesen soportar, incluso llegar a extrañar. Lo que podría llegar a resultar más o menos molesto dependiese la persona, sería el nivel de visibilidad que la presencia de la niebla establecía.
Realmente no había mucho que destacar de aquel lugar, una plaza libre en la urbe, salvo por la construcción deshabitada que realmente les venía de perlas para poder dejar a salvo la comida y algún que otro elemento que no fuesen a ocupar mientras entrenaban.
Moguko se apresuraría hasta esa construcción y buscaría un lugar que pudiese catalogar como seco y pudiese confiarle la tarea de salvaguardar la integridad del postre.
—Bueno.
Exclamaría una vez se hubiese encargado de eso.
—El momento ha llegado, Yuki-san.
Llevaría su mano hasta su cinturón y liberaría de este su espada, con saya y todo por supuesto. Rotaría su muñeca con un poco de gracia y reposaría entonces la funda de la espada en sus dos manos para luego ofrecérsela a su recién conocida.
—Esta es la wakizashi que mis padres me regalaron cuando me volví una kunoichi.
La funda de la espada era de madera laqueada con una terminación en un hermoso blanco que combinada con varias partes del atuendo de la muchacha, de la tsuba realmente no había mucho que destacar, era bastante estándar para lo que se podía llegar a pretender de un arma secundaria, pero la belleza de la espada, o como Moguko lo consideraba al menos era el hilo azul que decoraba la empuñadura que remataba en una pieza metálica que mantenía la integridad de esta, con el kamon de su familia grabado, una abstracción del dibujo de un valle.
—Puedes sostenerla si gustas.
No se demorarían mucho más en llegar hasta el destino que habían barajado, si bien había lluvia, no era nada que dos nativas de Amegakure no pudiesen soportar, incluso llegar a extrañar. Lo que podría llegar a resultar más o menos molesto dependiese la persona, sería el nivel de visibilidad que la presencia de la niebla establecía.
Realmente no había mucho que destacar de aquel lugar, una plaza libre en la urbe, salvo por la construcción deshabitada que realmente les venía de perlas para poder dejar a salvo la comida y algún que otro elemento que no fuesen a ocupar mientras entrenaban.
Moguko se apresuraría hasta esa construcción y buscaría un lugar que pudiese catalogar como seco y pudiese confiarle la tarea de salvaguardar la integridad del postre.
—Bueno.
Exclamaría una vez se hubiese encargado de eso.
—El momento ha llegado, Yuki-san.
Llevaría su mano hasta su cinturón y liberaría de este su espada, con saya y todo por supuesto. Rotaría su muñeca con un poco de gracia y reposaría entonces la funda de la espada en sus dos manos para luego ofrecérsela a su recién conocida.
—Esta es la wakizashi que mis padres me regalaron cuando me volví una kunoichi.
La funda de la espada era de madera laqueada con una terminación en un hermoso blanco que combinada con varias partes del atuendo de la muchacha, de la tsuba realmente no había mucho que destacar, era bastante estándar para lo que se podía llegar a pretender de un arma secundaria, pero la belleza de la espada, o como Moguko lo consideraba al menos era el hilo azul que decoraba la empuñadura que remataba en una pieza metálica que mantenía la integridad de esta, con el kamon de su familia grabado, una abstracción del dibujo de un valle.
—Puedes sostenerla si gustas.