12/11/2022, 03:24
Ninguno de los tres lo vieron, aunque escucharon un sonido agudo a su lado.
—Shh... —Era la Llorona. Acababa de recuperar la conciencia y se le había escapado un gimoteo. Tenía la cara llena de bultos, la nariz rota, el mentón torcido y encharcada en sangre seca—. Lo sé, lo sé. Duele. Sshh. Hemos encontrado la salida. Pronto saldremos de aquí.
—Vamos, hay que darse prisa. Pueden volver en cualquier momento.
—¿Eres capaz de ayudar a la Llorona? No creo que pueda ella sola —pidió, a la Hambrienta. La mujer torció el gesto, visiblemente contrariada—. Voy yo primero con Daigo y os espero abajo. Por si... os caéis
La bajada de ambos fue peliaguda. La Matasanos tuvo que emplear el uso de chakra para sujetarse mejor a la pared, cuyos improvisados agujeros formaban una especie de escalera llena de... bueno, heces.
La bajada de La Hambrienta, en cambio...
… tan mala que la Matasanos tuvo que rescatar a la Llorona cazándola en el vuelo.
—¡Aaggghh! ¡¡Hija de puta!! ¡Dijiste que...! ¡Bah! ¡No sé ni por qué confío en vosotros! —gritó, todavía en el suelo. Se había dado un buen golpetazo en el costado y un brazo.
Pero la Matasanos no se molestó ni en pedir perdón. Tenía cosas más acuciantes de las que preocuparse. Concretamente, un orificio de tres metros de diámetro, lleno de orina y alguna hez, cuyo final no se llegaba ni a intuir. Si les había costado tanto bajar diez metros con un muro que habían preparado durante un mes... ¿cómo iban a hacer con el Ojete de Ōnindo?
—¿Algún plan para no matarse en la bajada?
—Shh... —Era la Llorona. Acababa de recuperar la conciencia y se le había escapado un gimoteo. Tenía la cara llena de bultos, la nariz rota, el mentón torcido y encharcada en sangre seca—. Lo sé, lo sé. Duele. Sshh. Hemos encontrado la salida. Pronto saldremos de aquí.
—Vamos, hay que darse prisa. Pueden volver en cualquier momento.
—¿Eres capaz de ayudar a la Llorona? No creo que pueda ella sola —pidió, a la Hambrienta. La mujer torció el gesto, visiblemente contrariada—. Voy yo primero con Daigo y os espero abajo. Por si... os caéis
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La bajada de ambos fue peliaguda. La Matasanos tuvo que emplear el uso de chakra para sujetarse mejor a la pared, cuyos improvisados agujeros formaban una especie de escalera llena de... bueno, heces.
La bajada de La Hambrienta, en cambio...
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… tan mala que la Matasanos tuvo que rescatar a la Llorona cazándola en el vuelo.
—¡Aaggghh! ¡¡Hija de puta!! ¡Dijiste que...! ¡Bah! ¡No sé ni por qué confío en vosotros! —gritó, todavía en el suelo. Se había dado un buen golpetazo en el costado y un brazo.
Pero la Matasanos no se molestó ni en pedir perdón. Tenía cosas más acuciantes de las que preocuparse. Concretamente, un orificio de tres metros de diámetro, lleno de orina y alguna hez, cuyo final no se llegaba ni a intuir. Si les había costado tanto bajar diez metros con un muro que habían preparado durante un mes... ¿cómo iban a hacer con el Ojete de Ōnindo?
—¿Algún plan para no matarse en la bajada?