26/11/2022, 00:39
Daigo palpó y notó un brazo, flaco y peludo. Tiró de él, arrancándole un quejido de dolor a la persona. De pronto, se convirtió en un peso muerto. ¿Se habría desmayado, o había fallecido?
—¿Q-quién es? —preguntó, con voz temblorosa, la Llorona—. Sigue hablándome, Daigo. Guíame en la oscuridad.
—Será... ¿Será Mordiscos? Eh, Mordiscos, ¿eres tú?
No hubo respuesta.
—Vamos, Hambrienta, ayúdales. Sea quien sea, quizá hayamos obrado el milagro para él. —Esperó a que la Hambrienta les encontrase. Daigo notó la mano de ella en su hombro. Luego, ayudó a aupar a la persona que le había agarrado del pié. Pesaba tan poco que entre ella y la Llorona parecía factible arrastrarle. Al menos, por un tiempo—. Daigo, ven conmigo. Iremos al frente. Tengo una idea para iluminarnos algo el camino, pero no creo que pueda usarlo por más de unos segundos. Tendremos que ir palpando la pared la mayor parte del recorrido.
Fue un camino largo, lleno de tropiezos, de golpes contra el suelo y empujones tontos. El suelo era irregular, y la pared fría y de tierra. En un momento dado, la Matasanos notó que se adentraban en una abertura del túnel. La pared se torcía en un ángulo recto, y por mucho que bracease, no parecía encontrarse con obstáculos cerca al frente.
Dio una palmada, y un chakra color verdoso salió de sus manos en dirección a Daigo. Era reconfortante, como tomarse una taza de chocolate humeante tras cobijarte de una tormenta. El chakra iluminó lo suficiente como para vislumbrar que el túnel se dividía en cuatro. Quizá una de ellas llevase a las Pirámides de Sanbei. Pero, ¿y el resto?
La luz se fue.
—¿Elegimos al azar? —propuso, entre jadeos.
—¿Q-quién es? —preguntó, con voz temblorosa, la Llorona—. Sigue hablándome, Daigo. Guíame en la oscuridad.
—Será... ¿Será Mordiscos? Eh, Mordiscos, ¿eres tú?
No hubo respuesta.
—Vamos, Hambrienta, ayúdales. Sea quien sea, quizá hayamos obrado el milagro para él. —Esperó a que la Hambrienta les encontrase. Daigo notó la mano de ella en su hombro. Luego, ayudó a aupar a la persona que le había agarrado del pié. Pesaba tan poco que entre ella y la Llorona parecía factible arrastrarle. Al menos, por un tiempo—. Daigo, ven conmigo. Iremos al frente. Tengo una idea para iluminarnos algo el camino, pero no creo que pueda usarlo por más de unos segundos. Tendremos que ir palpando la pared la mayor parte del recorrido.
Fue un camino largo, lleno de tropiezos, de golpes contra el suelo y empujones tontos. El suelo era irregular, y la pared fría y de tierra. En un momento dado, la Matasanos notó que se adentraban en una abertura del túnel. La pared se torcía en un ángulo recto, y por mucho que bracease, no parecía encontrarse con obstáculos cerca al frente.
Dio una palmada, y un chakra color verdoso salió de sus manos en dirección a Daigo. Era reconfortante, como tomarse una taza de chocolate humeante tras cobijarte de una tormenta. El chakra iluminó lo suficiente como para vislumbrar que el túnel se dividía en cuatro. Quizá una de ellas llevase a las Pirámides de Sanbei. Pero, ¿y el resto?
La luz se fue.
—¿Elegimos al azar? —propuso, entre jadeos.