28/11/2022, 23:34
Se oyó otro sonoro golpetazo contra el agua cuando Daigo decidió caer como una bomba sobre el pozo.
—¡Somos libres! ¡¡¡SOMOS LIBRES!!! —la Matasanos reía y lloraba a partes iguales, abrazando a Daigo—. ¡SOMOS LIBRES, SIN PIERNAS!
Desde arriba, la risa de ambas mujeres llegó a sus oídos.
—Oye, capullos. Si nos tiramos desde aquí nos vamos a matar, y más con este tío inconsciente. ¡Subid de una vez, coño! —exclamó, aunque por primera vez, en un tono claramente alegre.
El ascenso por el pozo fue más complicado de lo que resultaría a ningún ninja recién salido de la academia. Pero ellos estaban agotados, hambrientos, cojos y algunos de ellos llevaban meses sin usar el chakra. La alegría de la libertad era el único combustible que les quedaba, y con eso bastó para hacer el ascenso. Vaya si bastó.
—Ahhh... Aire puro —dijo, tomando una gran bocanada de aire.
Se encontraban en un parque solitario de Inaka. O más bien plaza, pues el verde brillaba por su ausencia. Un caldero de madera reposaba al lado del pozo, donde seguramente los habitantes fuesen a rellenar sus suministros de agua por la mañana.
—¿Qué coño...? Pero, si es... ¡Pensé que lo habíamos matado! ¡Qué desgraciado!
La persona a la que habían estado llevando todo el camino era...
Bueno, no era un ser humano. Bien podía parecerlo por sus formas. Tenía un cuerpo que se asemejaba, pero tenía demasiado pelo por todas partes. Un tupido vello negro que le cubría el torso, los brazos y las piernas sin enseñar un centímetro de piel. Solo sobre la frente su pelo tenía algo de color: anaranjado. Su cráneo era más alargado de lo normal. No, de lo humano. Y su cara... Tenía la cara de un gorila. De un gorila de verdad.
—A...ua...
Pareció decir algo entre sueños. Desde luego, estaba hecho unos zorros. Tenía como mínimo un brazo y una pierna rota, y se notaba que había perdido toda capa de grasa y músculo, encontrándose en los malditos huesos. Estaba tan débil que le costaba hasta respirar. Daba la impresión de que cada aliento que tomaba podía ser el último.
—¡Somos libres! ¡¡¡SOMOS LIBRES!!! —la Matasanos reía y lloraba a partes iguales, abrazando a Daigo—. ¡SOMOS LIBRES, SIN PIERNAS!
Desde arriba, la risa de ambas mujeres llegó a sus oídos.
—Oye, capullos. Si nos tiramos desde aquí nos vamos a matar, y más con este tío inconsciente. ¡Subid de una vez, coño! —exclamó, aunque por primera vez, en un tono claramente alegre.
El ascenso por el pozo fue más complicado de lo que resultaría a ningún ninja recién salido de la academia. Pero ellos estaban agotados, hambrientos, cojos y algunos de ellos llevaban meses sin usar el chakra. La alegría de la libertad era el único combustible que les quedaba, y con eso bastó para hacer el ascenso. Vaya si bastó.
—Ahhh... Aire puro —dijo, tomando una gran bocanada de aire.
Se encontraban en un parque solitario de Inaka. O más bien plaza, pues el verde brillaba por su ausencia. Un caldero de madera reposaba al lado del pozo, donde seguramente los habitantes fuesen a rellenar sus suministros de agua por la mañana.
—¿Qué coño...? Pero, si es... ¡Pensé que lo habíamos matado! ¡Qué desgraciado!
La persona a la que habían estado llevando todo el camino era...
Bueno, no era un ser humano. Bien podía parecerlo por sus formas. Tenía un cuerpo que se asemejaba, pero tenía demasiado pelo por todas partes. Un tupido vello negro que le cubría el torso, los brazos y las piernas sin enseñar un centímetro de piel. Solo sobre la frente su pelo tenía algo de color: anaranjado. Su cráneo era más alargado de lo normal. No, de lo humano. Y su cara... Tenía la cara de un gorila. De un gorila de verdad.
—A...ua...
Pareció decir algo entre sueños. Desde luego, estaba hecho unos zorros. Tenía como mínimo un brazo y una pierna rota, y se notaba que había perdido toda capa de grasa y músculo, encontrándose en los malditos huesos. Estaba tan débil que le costaba hasta respirar. Daba la impresión de que cada aliento que tomaba podía ser el último.