16/12/2022, 01:19
La Hambrienta torció el gesto, disgustada con la respuesta de Daigo.
—Ah, así que cargamos el muerto a otro muerto. Qué fácil, ¿no?
—No toques los huevos ahora, coño —intervino la Matasanos, señalándola con un dedo—. No hemos llegado hasta aquí para matarnos ahora a acusaciones. Todos sabemos que la Llorona no fue. Sin Piernas ha probado más que cualquiera que no lo hubiese hecho. Y yo… Joder, pensé tantas veces en mataros a ambas como vosotras a mí. Y sí, también la noche anterior. Incluso se lo propuse al Sin Piernas. Pero no lo hice, coño. Así que deja al Ojete de Ōnindo atrás, y a las personas en las que nos convertimos allá adentro bien enterradas.
»Ya no tienes porqué ser la Hambrienta. Ni yo la Matasanos. Sin Piernas. La Llorona. Todos ellos pueden quedar atrás. Quizá ya no podamos volver a ser lo que éramos, pero al menos… Al menos podemos empezar de nuevo.
Las palabras parecieron calar en la Hambrienta. Lo suficiente como para no volver a abrir la boca con una nueva réplica.
—Yo… Mi nombre es Akiko —dijo, y tensó los músculos con torpeza, como si llevase mucho tiempo sin usarlos, hasta formar una sonrisa en su rostro.
La Hambrienta escupió a un lado, y farfulló por lo bajo:
—Mi nombre es Ishi.
—Ah, así que cargamos el muerto a otro muerto. Qué fácil, ¿no?
—No toques los huevos ahora, coño —intervino la Matasanos, señalándola con un dedo—. No hemos llegado hasta aquí para matarnos ahora a acusaciones. Todos sabemos que la Llorona no fue. Sin Piernas ha probado más que cualquiera que no lo hubiese hecho. Y yo… Joder, pensé tantas veces en mataros a ambas como vosotras a mí. Y sí, también la noche anterior. Incluso se lo propuse al Sin Piernas. Pero no lo hice, coño. Así que deja al Ojete de Ōnindo atrás, y a las personas en las que nos convertimos allá adentro bien enterradas.
»Ya no tienes porqué ser la Hambrienta. Ni yo la Matasanos. Sin Piernas. La Llorona. Todos ellos pueden quedar atrás. Quizá ya no podamos volver a ser lo que éramos, pero al menos… Al menos podemos empezar de nuevo.
Las palabras parecieron calar en la Hambrienta. Lo suficiente como para no volver a abrir la boca con una nueva réplica.
—Yo… Mi nombre es Akiko —dijo, y tensó los músculos con torpeza, como si llevase mucho tiempo sin usarlos, hasta formar una sonrisa en su rostro.
La Hambrienta escupió a un lado, y farfulló por lo bajo:
—Mi nombre es Ishi.