2/03/2023, 01:42
Junrei volvió a olfatear en el aire, inclinando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos.
—Creo que sí… ¿¡Eres tú, Hanrei!?
Varias de las ramas de los árboles más cercanos se movieron, como si una corriente de aire les hubiese golpeado. El viento les azotó, levantando una capa de polvo que dificultó la visión de ambos por unos instantes. Y de pronto…
… estaban rodeados.
Cuatro gorilas les rodeaban, para ser precisos. Como Junrei, caminaban a dos patas, y tenían ciertos rasgos humanos. Vestían ropa, y sus rasgos faciales eran más suaves que los gorilas normales. Uno de ellos abrazaba una idaina ono con ambos brazos. Otro, apuntaba a Daigo con una yari. El tercero apuntaba al cuello de Junrei con su moku sasumata. El cuarto cruzó sus musculados brazos sobre el pecho, desarmado.
Fue este último quien habló.
—¿Qué intenciones tienes en nuestras tierras, forastero? ¿Y cómo conoces mi nombre?
—¿Forastero? ¿Esa es la forma de recibir a tu hermano, Hanrei?
Hanrei parpadeó dos veces, sin creerse lo que acababa de escuchar. Al principio, sus ojos no dieron muestra de reconocer a la persona que tenía delante. Habían pasado demasiados años, y su único hermano estaba muerto. Muerto librando una batalla que no era la suya, por una raza que no era la suya. Pero, entonces…
—Junrei… ¿eres tú? —Le tomó el rostro con ambas manos y chocó su frente con la suya—. Hermano… Pensé que estabas muerto. Pero, ¿cómo…? ¿Cuándo…? ¿Y qué hace un humano contigo aquí? Sabes que está…
—Prohibido, lo sé. Responderé a todas vuestras preguntas. Tras un buen manjar, a poder ser. Por el momento, os bastará saber con que este humano me ha salvado. Le debo la vida, hermano.
—Eso tiene valor para mí, pero para él… —bufó—. Las cosas ya no son cómo antes, hermano. Pero ya no vale la pena lamentarse, lo hecho, hecho está. ¡Ahora es tiempo de celebraciones! ¡Ya llegará el momento de aguantar la bronca! ¡Vamos, venid! Dioses, Junrei, estás hecho unos zorros —dijo, al darse cuenta que tenía que ayudarle a ponerse en pie—. ¡Ayudad al salvador de mi hermano! ¡Se viene con nosotros!
Uno de los gorilas le agarró por la espalda, de la ropa, y le aupó como si fuese un saco de patatas.
—¿Cuál es tu nombre, chico? —preguntó el que le había cogido, el gorila que portaba el moku sasumata.
—Creo que sí… ¿¡Eres tú, Hanrei!?
Varias de las ramas de los árboles más cercanos se movieron, como si una corriente de aire les hubiese golpeado. El viento les azotó, levantando una capa de polvo que dificultó la visión de ambos por unos instantes. Y de pronto…
… estaban rodeados.
Cuatro gorilas les rodeaban, para ser precisos. Como Junrei, caminaban a dos patas, y tenían ciertos rasgos humanos. Vestían ropa, y sus rasgos faciales eran más suaves que los gorilas normales. Uno de ellos abrazaba una idaina ono con ambos brazos. Otro, apuntaba a Daigo con una yari. El tercero apuntaba al cuello de Junrei con su moku sasumata. El cuarto cruzó sus musculados brazos sobre el pecho, desarmado.
Fue este último quien habló.
—¿Qué intenciones tienes en nuestras tierras, forastero? ¿Y cómo conoces mi nombre?
—¿Forastero? ¿Esa es la forma de recibir a tu hermano, Hanrei?
Hanrei parpadeó dos veces, sin creerse lo que acababa de escuchar. Al principio, sus ojos no dieron muestra de reconocer a la persona que tenía delante. Habían pasado demasiados años, y su único hermano estaba muerto. Muerto librando una batalla que no era la suya, por una raza que no era la suya. Pero, entonces…
—Junrei… ¿eres tú? —Le tomó el rostro con ambas manos y chocó su frente con la suya—. Hermano… Pensé que estabas muerto. Pero, ¿cómo…? ¿Cuándo…? ¿Y qué hace un humano contigo aquí? Sabes que está…
—Prohibido, lo sé. Responderé a todas vuestras preguntas. Tras un buen manjar, a poder ser. Por el momento, os bastará saber con que este humano me ha salvado. Le debo la vida, hermano.
—Eso tiene valor para mí, pero para él… —bufó—. Las cosas ya no son cómo antes, hermano. Pero ya no vale la pena lamentarse, lo hecho, hecho está. ¡Ahora es tiempo de celebraciones! ¡Ya llegará el momento de aguantar la bronca! ¡Vamos, venid! Dioses, Junrei, estás hecho unos zorros —dijo, al darse cuenta que tenía que ayudarle a ponerse en pie—. ¡Ayudad al salvador de mi hermano! ¡Se viene con nosotros!
Uno de los gorilas le agarró por la espalda, de la ropa, y le aupó como si fuese un saco de patatas.
—¿Cuál es tu nombre, chico? —preguntó el que le había cogido, el gorila que portaba el moku sasumata.