9/03/2023, 22:30
Baruck abrió los ojos.
—La luna… —dijo, encontrándosela por sorpresa en cielo abierto. Llena y resplandeciente—. Está preciosa…
Sus ojos negros se tornaron rojos. No como un Sharingan, donde la pupila permanecía negra y la esclerótica blanca. Todo su ojo se volvió rojo. Su pecho empezó a palpitar, de forma tan exagerada que parecía que su corazón fuese a salírsele del pecho. Sus músculos se hipertrofiaron de manera dantesca. Su rostro se volvió más fiero, menos humano, más bestia.
El agua del lago empezó a desbordarse. Baruck crecía. Crecía y crecía hasta convertirse en un gorila gigantesco. Debía medir al menos veinte metros. Señaló a Daigo con un dedo.
—¿¡Estás insinuando que no soy poderoso!? —le escupió, con voz gutural—. ¡Voy a aplastarte como a un insecto por tal osadía!
Cerró los dedos en un puño, tan pesado y poderoso como el de una piedra lanzada por una catapulta de guerra. Lo dejó caer sobre Daigo y…
… lo detuvo en el último momento.
—¡JAJAJA! ¡Es broma, pequeñín! —Baruck rio, formó un sello de mano, y poco a poco volvió a su estado pequeño—. Todavía no somos amigos. Pero quizá podamos ser aliados. Odio la guerra, kusajin. Mata a los mejores y emponzoña el alma de los que sobreviven. He perdido a mis mejores amigos en nuestra lucha contra los leopardos. ¿Y todo para qué?
Su cuerpo terminó por volver a la normalidad. El agua bajó de nivel.
—Pero, ¿cómo vas a luchar por la paz de todos cuando perteneces a un bando tan marcado, Daigo? ¿Cómo vas a luchar por los intereses de todos cuando primero has de anteponer los de Kusagakure? ¿Cómo vas a frenar una batalla cuando tu Kage te envía a luchar en ella? ¿Es acaso compatible tu objetivo con la placa que portas? Kenzou también quería la paz para sí, pero a costa de hundirnos al resto en un pozo de mierda y sangre.
—La luna… —dijo, encontrándosela por sorpresa en cielo abierto. Llena y resplandeciente—. Está preciosa…
Sus ojos negros se tornaron rojos. No como un Sharingan, donde la pupila permanecía negra y la esclerótica blanca. Todo su ojo se volvió rojo. Su pecho empezó a palpitar, de forma tan exagerada que parecía que su corazón fuese a salírsele del pecho. Sus músculos se hipertrofiaron de manera dantesca. Su rostro se volvió más fiero, menos humano, más bestia.
El agua del lago empezó a desbordarse. Baruck crecía. Crecía y crecía hasta convertirse en un gorila gigantesco. Debía medir al menos veinte metros. Señaló a Daigo con un dedo.
—¿¡Estás insinuando que no soy poderoso!? —le escupió, con voz gutural—. ¡Voy a aplastarte como a un insecto por tal osadía!
Cerró los dedos en un puño, tan pesado y poderoso como el de una piedra lanzada por una catapulta de guerra. Lo dejó caer sobre Daigo y…
… lo detuvo en el último momento.
—¡JAJAJA! ¡Es broma, pequeñín! —Baruck rio, formó un sello de mano, y poco a poco volvió a su estado pequeño—. Todavía no somos amigos. Pero quizá podamos ser aliados. Odio la guerra, kusajin. Mata a los mejores y emponzoña el alma de los que sobreviven. He perdido a mis mejores amigos en nuestra lucha contra los leopardos. ¿Y todo para qué?
Su cuerpo terminó por volver a la normalidad. El agua bajó de nivel.
—Pero, ¿cómo vas a luchar por la paz de todos cuando perteneces a un bando tan marcado, Daigo? ¿Cómo vas a luchar por los intereses de todos cuando primero has de anteponer los de Kusagakure? ¿Cómo vas a frenar una batalla cuando tu Kage te envía a luchar en ella? ¿Es acaso compatible tu objetivo con la placa que portas? Kenzou también quería la paz para sí, pero a costa de hundirnos al resto en un pozo de mierda y sangre.