6/03/2016, 23:17
Toc toc toc...
Kaido tocó a la puerta una vez más.
Si antes de su llegada había podido escuchar los lejanos murmullos de lo que parecía ser una caldeada conversación, ahora que hubo delatado su presencia; recibió nada más y nada menos que el más sepulcral de los silencios. Resultó evidente que lo que fuera que se estuviera debatiendo allí adentro debía esperar, ante la evidente interrupción de oídos ajenos a la conversación.
Pero al gyojin le molestaba en lo absoluto si su presencia les impedía continuar con la disputa. Su estadía tenía su razón de ser y no se iría hasta que le recibieran. Porque sus amigos ya habían recibido sus invitaciones al supuesto Torneo de los Dojos y él no sabía una puta mierda todavía, y lo que le molestaba más aún; es que tuvo que enterarse de boca de su archi-rival número 1...
El cabrón de Hanaiko Daruu.
—¡Abre o te reviento, Yarou-dono! —exclamó, tocando la puerta nuevamente.
—Pasa.
Kaido se estampó contra la puerta y la abrió en súbito. Entró a la habitación como alma que lleva al diablo y mostró sin pensarlo dos veces su evidente cabreo ante el desconocimiento de lo que podría ser una gran oportunidad para divertirse y demostrar, además, su superioridad con respecto al resto de los compañeros que sirven como genin en su aldea. Pero ante tanta hostilidad, su mentor no pudo hacer más que recibirle con rostro infranqueable, gesto que tenía su efecto en Kaido cada vez que lo recibía.
Bien había hecho Yarou en ganarse el respeto de Kaido, o de lo contrario; el Consejo habría perdido el control de la Bestia hace mucho tiempo. Y esa era precisamente la ventaja que tenía el viejo sobre quienes controlaban al gyojin desde pequeño, que sin él probablemente sus planes se irían definitivamente a la mierda.
Y sólo allí, con su sobrino al lado de su desconocido padre; fue que Yarou pudo entenderlo.
Él tenía mayor poder de lo que los Hozuki hubieran querido otorgarle.
—¡¿Por qué Yui-sama no me ha invitado al puto torneo, eh?!
Tenryo volteó a ver a Kaido y le arrojó la misma mirada que una vez le regaló durante su nacimiento. Repleta de rechazo y disconformidad ante lo visto. Eso no había cambiado en catorce años.
—Ella te ha invitado al igual que al resto de tus compañeros. No obstante, este tipo de asuntos son tratados directamente con el Consejo; no conmigo. El emisario Tenryo está aquí precisamente para darnos respuesta a la invitación, aunque por lo dicho antes de que llegaras me temo que hay muchos intereses en juego como para dejar que participes en un evento como ese.
Observó a su pupilo durante un par de segundos, quien apretaba sus filosos dientes a tal punto de poder hacer daño a sus propios labios. Luego cambió su postura y dio un rápido vistazo a Tenryo, quien parecía complacido y satisfecho con la comunicación de la decisión del Consejo. Su trabajo allí había terminado, por lo que decidió levantarse de la silla sin mediar palabra y caminar pausadamente hacia la salida.
El hombre pasó al lado de Kaido, y ambos; por no decir sólo el menor de los dos, sintieron una familiaridad desconocida que resultaba bastante curiosa. El tiburón supo que nunca le había visto en su vida, al igual que a la mayoría de los miembros del Consejo, por lo que dejó a un lado la dubitativa para enfocarse en el verdadero problema del asunto. Tenryo, por su lado, sí que sintió una pizca de nostalgia, más por el inminente recuerdo de la muerte de su esposa que por que Kaido fuera su hijo.
Pero lo cierto es que el secreto aún estaba a salvo y no tendría que responder ante nadie mientras éste se mantuviera así, enterrado en los rincones más profundos del oscuro pasado de los tres.
Kaido, por su parte, tuvo que tragarse un sin fin de palabras ante la evidencia. La decisión estaba tomada, o así parecía, y no es que pudiera hacer demasiado por cambiarla. No sin ir en contra de los suyos, lo cual estaba estrictamente prohibido en su psique.
—¿Intereses de qué? —preguntó—. no me digáis que os preocupa que los extranjeros vean a un chico azulado de catorce años con dientes de cierra, agallas y un par de cojones del tamaño de Hi no Kuni.
—Nada nos preocupa menos que tu inusual apariencia, muchacho. No obstante, el anciano cree que es muy pronto para probar tu valía. Necesitas más experiencia, y desde luego; entenderás que para un jugador no es apropiado sacar el as antes de tiempo. —respondió Tenryo. Y sin esperar respuesta, dejó la habitación para atender asuntos más importantes.
Kaido quedó descolocado. Se sentó a regañadientes en el sofá aledaño al mesón del despacho y suspiró fuerte un par de veces, como un toro enfurecido al ver que no temen a su cornamenta.
—Lo siento. Si fuese por mí, podrías participar sin problema. Pero ellos lo controlan todo, así ha sido siempre. De todas formas, creo que te interesará más la encomienda que te tengo: igual irás al torneo pero a recabar información de todos los participantes con ojo crítico desde las gradas. Y deberás traer esa información de forma segura hasta aquí, ¿vale?
—Si no hay de otra...
Entonces imaginó a sus compañeros combatiendo entre sí. Y enfrentando habilidades desconocidas de los extranjeros de otras aldeas. Quizás, sólo quizás; era una posición más privilegiada la de observar todo desde fuera sin tener que arriesgar el pellejo, aunque desde luego era menos divertido que el estar en la arena.
¿Cómo será ser un hombre libre? —era la primera vez que se hacía tal pregunta. Era la primera vez que cuestionaba su lugar en el mundo.
Kaido tocó a la puerta una vez más.
Si antes de su llegada había podido escuchar los lejanos murmullos de lo que parecía ser una caldeada conversación, ahora que hubo delatado su presencia; recibió nada más y nada menos que el más sepulcral de los silencios. Resultó evidente que lo que fuera que se estuviera debatiendo allí adentro debía esperar, ante la evidente interrupción de oídos ajenos a la conversación.
Pero al gyojin le molestaba en lo absoluto si su presencia les impedía continuar con la disputa. Su estadía tenía su razón de ser y no se iría hasta que le recibieran. Porque sus amigos ya habían recibido sus invitaciones al supuesto Torneo de los Dojos y él no sabía una puta mierda todavía, y lo que le molestaba más aún; es que tuvo que enterarse de boca de su archi-rival número 1...
El cabrón de Hanaiko Daruu.
—¡Abre o te reviento, Yarou-dono! —exclamó, tocando la puerta nuevamente.
—Pasa.
Kaido se estampó contra la puerta y la abrió en súbito. Entró a la habitación como alma que lleva al diablo y mostró sin pensarlo dos veces su evidente cabreo ante el desconocimiento de lo que podría ser una gran oportunidad para divertirse y demostrar, además, su superioridad con respecto al resto de los compañeros que sirven como genin en su aldea. Pero ante tanta hostilidad, su mentor no pudo hacer más que recibirle con rostro infranqueable, gesto que tenía su efecto en Kaido cada vez que lo recibía.
Bien había hecho Yarou en ganarse el respeto de Kaido, o de lo contrario; el Consejo habría perdido el control de la Bestia hace mucho tiempo. Y esa era precisamente la ventaja que tenía el viejo sobre quienes controlaban al gyojin desde pequeño, que sin él probablemente sus planes se irían definitivamente a la mierda.
Y sólo allí, con su sobrino al lado de su desconocido padre; fue que Yarou pudo entenderlo.
Él tenía mayor poder de lo que los Hozuki hubieran querido otorgarle.
—¡¿Por qué Yui-sama no me ha invitado al puto torneo, eh?!
Tenryo volteó a ver a Kaido y le arrojó la misma mirada que una vez le regaló durante su nacimiento. Repleta de rechazo y disconformidad ante lo visto. Eso no había cambiado en catorce años.
—Ella te ha invitado al igual que al resto de tus compañeros. No obstante, este tipo de asuntos son tratados directamente con el Consejo; no conmigo. El emisario Tenryo está aquí precisamente para darnos respuesta a la invitación, aunque por lo dicho antes de que llegaras me temo que hay muchos intereses en juego como para dejar que participes en un evento como ese.
Observó a su pupilo durante un par de segundos, quien apretaba sus filosos dientes a tal punto de poder hacer daño a sus propios labios. Luego cambió su postura y dio un rápido vistazo a Tenryo, quien parecía complacido y satisfecho con la comunicación de la decisión del Consejo. Su trabajo allí había terminado, por lo que decidió levantarse de la silla sin mediar palabra y caminar pausadamente hacia la salida.
El hombre pasó al lado de Kaido, y ambos; por no decir sólo el menor de los dos, sintieron una familiaridad desconocida que resultaba bastante curiosa. El tiburón supo que nunca le había visto en su vida, al igual que a la mayoría de los miembros del Consejo, por lo que dejó a un lado la dubitativa para enfocarse en el verdadero problema del asunto. Tenryo, por su lado, sí que sintió una pizca de nostalgia, más por el inminente recuerdo de la muerte de su esposa que por que Kaido fuera su hijo.
Pero lo cierto es que el secreto aún estaba a salvo y no tendría que responder ante nadie mientras éste se mantuviera así, enterrado en los rincones más profundos del oscuro pasado de los tres.
Kaido, por su parte, tuvo que tragarse un sin fin de palabras ante la evidencia. La decisión estaba tomada, o así parecía, y no es que pudiera hacer demasiado por cambiarla. No sin ir en contra de los suyos, lo cual estaba estrictamente prohibido en su psique.
—¿Intereses de qué? —preguntó—. no me digáis que os preocupa que los extranjeros vean a un chico azulado de catorce años con dientes de cierra, agallas y un par de cojones del tamaño de Hi no Kuni.
—Nada nos preocupa menos que tu inusual apariencia, muchacho. No obstante, el anciano cree que es muy pronto para probar tu valía. Necesitas más experiencia, y desde luego; entenderás que para un jugador no es apropiado sacar el as antes de tiempo. —respondió Tenryo. Y sin esperar respuesta, dejó la habitación para atender asuntos más importantes.
Kaido quedó descolocado. Se sentó a regañadientes en el sofá aledaño al mesón del despacho y suspiró fuerte un par de veces, como un toro enfurecido al ver que no temen a su cornamenta.
—Lo siento. Si fuese por mí, podrías participar sin problema. Pero ellos lo controlan todo, así ha sido siempre. De todas formas, creo que te interesará más la encomienda que te tengo: igual irás al torneo pero a recabar información de todos los participantes con ojo crítico desde las gradas. Y deberás traer esa información de forma segura hasta aquí, ¿vale?
—Si no hay de otra...
Entonces imaginó a sus compañeros combatiendo entre sí. Y enfrentando habilidades desconocidas de los extranjeros de otras aldeas. Quizás, sólo quizás; era una posición más privilegiada la de observar todo desde fuera sin tener que arriesgar el pellejo, aunque desde luego era menos divertido que el estar en la arena.
¿Cómo será ser un hombre libre? —era la primera vez que se hacía tal pregunta. Era la primera vez que cuestionaba su lugar en el mundo.