21/02/2016, 21:29
(Última modificación: 21/02/2016, 21:32 por Aotsuki Ayame.)
-¡Vamos, Mitsuki, no te quedes atrás!
Pudo escuchar la voz de Yota a sus espaldas, y Ayame aceleró el paso hasta alcanzar su máxima velocidad al dar por sentado que ambos habían aceptado su reto. Sin embargo, algo pasó a toda velocidad junto a ella, sobresaltándola. Era Yota, que se había arrojado al vacío sin más protección que su propio cuerpo.
—¡¿Pero qué haces?! —exclamó, alarmada.
Sin embargo, Yota no pecaba precisamente de inconsciente. En algún momento de la caída señaló con sus dedos índices a la pared de roca, de los que brotaron lo que parecían ser un par de filamentos que se anclaron al desfiladero y le devolvieron a tierra firme en cuestión de centésimas de segundo.
«¡Por eso se llama a sí mismo "el ninja-araña"!» Comprendió.
-¡Tendrás que esforzarte más para ganarme, Ayame-san!
La muchacha entrecerró ligeramente los ojos. Pero entonces recordó algo y miró momentáneamente hacia atrás.
—¡Creo que te has dejado a tu compañera en la cima, "chico-araña"! —le gritó, pero no redujo la velocidad.
De hecho, cuando volvió a mirar a Yota se dio cuenta de que el chico era notablemente más lento que ella. Manteniendo aquella velocidad, podría adelantarle sin problemas en cuestión de segundos. Sin embargo, como un guepardo, Ayame estaba comenzando a cansarse. Y entonces supo que no sería capaz de seguir corriendo a aquella velocidad durante mucho más tiempo.
Cortó la corriente de chakra de sus pies, y su cuerpo se separó instantáneamente de la pared de roca.
La gravedad la atrapó entre sus garras y la arrastró violentamente hacia el fondo de su garganta.
El viento sacudió sus cabellos con furia, taponando sus oídos e impidiéndole escuchar nada; pero Ayame sonrió al sentir aquel excitante cosquilleo en la base del pecho.
Era como si volara.
En un abrir y cerrar de ojos había adelantado la posición de Yota; pero, al contrario que el shinobi de Uzushiogakure, no hizo nada por detener su caída. Más bien al contrario, estiró al máximo su cuerpo, junto las piernas y estiró los brazos por encima de su cabeza para ser lo más aerodinámica posible. Y en el momento del impacto, una explosión de agua levantó en el aire pequeñas gotitas que no tardaron en caer de nuevo como una fina lluvia.
Las aguas del lago volverían a la calma en cuestión de segundos, pero no había rastro de Ayame ni en su superficie ni en las profundidades. Era como si hubiera desaparecido repentinamente. Como si se hubiese volatilizado.