3/03/2016, 15:38
Pero Yota no le respondió. Quizás no la había escuchado, quizás estaba demasiado concentrado en subir el acantilado y comprobar que su compañera de aldea estaba sana y salva. No podía culparle, ella misma estaba profundamente preocupada por Mitsuki pese a que sólo la conocía de apenas unos minutos. Por eso, siguió la estela del shinobi de Uzushiogakure, tratando de recortar la distancia que les separaban. Sin embargo, las cuestas siempre cuestan, y más cuando se trataba de una pared completamente vertical de varios centenares de metros de alto. Entre desesperados jadeos y resuellos, Ayame se vio obligada a disminuir la marcha cuando los músculos de sus piernas se tensaron como las fibras del arco de un violín. Cada vez le costaba más avanzar, las punzadas a la altura del costado eran cada vez más frecuentes... Estaba al borde del extenuamiento, y por eso no consiguió llegar a la altura de Yota antes de que este llegara a su destino.
«Espera... ¿Qué es ese sonido?» Había escuchado en lo alto del escarpado uno... no, dos potentes chasquidos que no lograba reconocer.
—¿Yota-san...? ¿Mitsuki-san...? —trató de alzar la voz, de llamar a los dos ninjas de Uzushiogakure para que la informaran de lo que estaba pasando. Pero su aún le faltaba unos pocos metros para llegar a su meta, y su voz apenas sonó como una ahogada pregunta.
—¡No subas, Ayame! —la voz de Yota la sobresaltó, e inmediatamente Ayame paró en seco.
Aquella dolorosa tirantez le subió por las piernas, y Ayame ahogó un gemido de dolor. Aún tuvo que respirar hondo varias veces para recuperar el aliento y poder hacerse oír:
—¡¿Qué ocurre allá arriba?! —exclamó, aunque prácticamente después fue consciente de que aquello no había sido lo más inteligente que había hecho en su vida.
Al gritar de aquella manera delataba su posición a posibles enemigos, aunque Yota ya había descubierto con sus palabras que había alguien subiendo por la pared de roca.
«Espera... ¿Qué es ese sonido?» Había escuchado en lo alto del escarpado uno... no, dos potentes chasquidos que no lograba reconocer.
—¿Yota-san...? ¿Mitsuki-san...? —trató de alzar la voz, de llamar a los dos ninjas de Uzushiogakure para que la informaran de lo que estaba pasando. Pero su aún le faltaba unos pocos metros para llegar a su meta, y su voz apenas sonó como una ahogada pregunta.
—¡No subas, Ayame! —la voz de Yota la sobresaltó, e inmediatamente Ayame paró en seco.
Aquella dolorosa tirantez le subió por las piernas, y Ayame ahogó un gemido de dolor. Aún tuvo que respirar hondo varias veces para recuperar el aliento y poder hacerse oír:
—¡¿Qué ocurre allá arriba?! —exclamó, aunque prácticamente después fue consciente de que aquello no había sido lo más inteligente que había hecho en su vida.
Al gritar de aquella manera delataba su posición a posibles enemigos, aunque Yota ya había descubierto con sus palabras que había alguien subiendo por la pared de roca.