11/03/2016, 00:08
Tras alcanzar la cima del acantilado, el clon se abalanzó sin ningún tipo de premeditación contra la amenaza a la que se estaban enfrentando Yota y Mitsuki. Corrió directa hacia sus fauces, y entonces un extraño silbido metálico hendió el aire.
—¡No! —oyó decir a Yota, con cierto deje aterrorizado. En aquel instante, a Ayame ni siquiera se le ocurrió pensar que había confundido al clon con su ella misma—. ¡Apártate de ahí!
—¿Qué ocurre por ahí arriba, Yota-san? —alzó la voz, pero en aquella ocasión fue incapaz de contenerse por más tiempo. Trepó con cautela los últimos metros que la separaban de los otros dos shinobis y se atrevió a asomar la cabeza por encima de la línea que marcaba el acantilado.
A pocos metros de su posición, un enorme tigre yacía en el suelo con las fauces abiertas en un estertor de muerte y un fuuma shuriken clavado en su garganta.
—No... —susurró.
Con un salto, Ayame se plantó de nuevo en tierra e ignorando a los shinobi de Uzushiogakure se acercó al enorme felino. Apoyó pesarosa la mano sobre su pelaje y una solitaria lágrima correteó por su mejilla.
—¿De verdad había necesidad de matarlo? —murmuró, pero casi era una pregunta dirigida al aire. Su mano descendió con lentitud hasta acariciar uno de los cuatro filos que habían acabado con la vida del precioso animal—. ¿Quién ha sido?
—¡No! —oyó decir a Yota, con cierto deje aterrorizado. En aquel instante, a Ayame ni siquiera se le ocurrió pensar que había confundido al clon con su ella misma—. ¡Apártate de ahí!
—¿Qué ocurre por ahí arriba, Yota-san? —alzó la voz, pero en aquella ocasión fue incapaz de contenerse por más tiempo. Trepó con cautela los últimos metros que la separaban de los otros dos shinobis y se atrevió a asomar la cabeza por encima de la línea que marcaba el acantilado.
A pocos metros de su posición, un enorme tigre yacía en el suelo con las fauces abiertas en un estertor de muerte y un fuuma shuriken clavado en su garganta.
—No... —susurró.
Con un salto, Ayame se plantó de nuevo en tierra e ignorando a los shinobi de Uzushiogakure se acercó al enorme felino. Apoyó pesarosa la mano sobre su pelaje y una solitaria lágrima correteó por su mejilla.
—¿De verdad había necesidad de matarlo? —murmuró, pero casi era una pregunta dirigida al aire. Su mano descendió con lentitud hasta acariciar uno de los cuatro filos que habían acabado con la vida del precioso animal—. ¿Quién ha sido?