11/03/2016, 22:06
(Última modificación: 11/03/2016, 22:07 por Aotsuki Ayame.)
—A mi no me mires —respondió Yota, y cuando Ayame le miró se fijó por primera vez en la mirada ausente y al mismo tiempo horrorizada de Mitsuki. Parecía en shock.
—¿Qu...?
Una figura apareció súbitamente junto a ella, y Ayame se quedó momentáneamente paralizada por la sorpresa. Era una mujer, pero no alcanzaba a distinguir sus rasgos. Quizás, ya los había olvidado.
—Por supuesto que era necesario —su voz era dulce como la miel, pero Ayame seguía manteniendo una postura tensa, desconfiada—. ¿O acaso querías ser su cena? Apuesto a que no. Y ahora largaos de aquí. Esos tipos iban en busca de los ojos de vuestra amiga. Son los famosos cazadores de dojutsus, temidos en todo el valle. Regresad a vuestro hogar, corred y no miréis atrás
—¿Cazadores de dōjutsu? ¿Qué t...? —repitió, confundida. Había olvidado momentáneamente todo el asunto del tigre. A juzgar por las palabras de la recién llegada, tenía algo que ver con los ojos de Mitsuki y unos hombres que no había alcanzado. Unos hombres... ¿que iban tras sus ojos? ¿Pero por qué?
Pero antes de que pudiera preguntar al respecto, le apartó la mano del shuriken. Ayame se reincorporó rápidamente.
—Yo iré tras ellos, ¡No perdáis el tiempo! Este lugar no es seguro, niños.
Ayame se estremeció, aterrorizada, y en ese preciso momento la temperatura del ambiente pareció enfriarse ligeramente. ¿Qué iba a hacer? Si lo que aquella mujer decía era verdad, debía alejarse del lugar cuanto antes, pero...
-¿Qué vas a hacer, Ayame-san?
¿Qué iba a hacer?
La sensación de frío se incrementó repentinamente.
—Yo...
Y una mano inusualmente gélida se apoyó en su hombro en ese momento.
—Ayame se irá a casa ahora mismo —sonó una voz masculina y átona, antinaturalmente inexpresiva, justo a su espalda. La frase que había pronunciado no sonó como una amenaza, ni siquiera como una reprimenda encubierta. Era, simplemente, una información constatada. Pero Ayame le conocía lo suficientemente bien para saber que bajo aquella máscara se ocultaba el enfado...
—Kōri...
La empujó ligeramente, y Ayame echó a andar bajo su directriz. Al pasar junto a Yota y Mitsuki les dirigió una breve mirada de disculpa. Ni siquiera llegaría a saber si la de ojos perlados se encontraba mejor...
—Lo siento... —le dijo a Kōri, una vez se hubieron adentrado de nuevo en el bosque.
—Vas a tener que explicarme algunas cosas. Sobre todo con esa manía tuya de meterte en líos.
Ayame agachó la cabeza, acongojada. Se había acabado la aventura para ella.
Lo que nunca sabría era que, precisamente, Kōri había oído hablar de esos ladrones de dōjutsu en el último pueblo en el que habían pasado la noche. Quizás no había sido la mejor idea dejarla sola en aquel lugar, pero precisamente había estado comprobando que aquellos delincuentes no se encontraran cerca del lugar mientras estaban allí. Su enfado iba más dirigido hacia sí mismo que hacia su hermana pequeña. Pero la rabia que sentía se debía al hecho que no supiera acatar una instrucción y esperar en el sitio como le había indicado.
—¿Qu...?
Una figura apareció súbitamente junto a ella, y Ayame se quedó momentáneamente paralizada por la sorpresa. Era una mujer, pero no alcanzaba a distinguir sus rasgos. Quizás, ya los había olvidado.
—Por supuesto que era necesario —su voz era dulce como la miel, pero Ayame seguía manteniendo una postura tensa, desconfiada—. ¿O acaso querías ser su cena? Apuesto a que no. Y ahora largaos de aquí. Esos tipos iban en busca de los ojos de vuestra amiga. Son los famosos cazadores de dojutsus, temidos en todo el valle. Regresad a vuestro hogar, corred y no miréis atrás
—¿Cazadores de dōjutsu? ¿Qué t...? —repitió, confundida. Había olvidado momentáneamente todo el asunto del tigre. A juzgar por las palabras de la recién llegada, tenía algo que ver con los ojos de Mitsuki y unos hombres que no había alcanzado. Unos hombres... ¿que iban tras sus ojos? ¿Pero por qué?
Pero antes de que pudiera preguntar al respecto, le apartó la mano del shuriken. Ayame se reincorporó rápidamente.
—Yo iré tras ellos, ¡No perdáis el tiempo! Este lugar no es seguro, niños.
Ayame se estremeció, aterrorizada, y en ese preciso momento la temperatura del ambiente pareció enfriarse ligeramente. ¿Qué iba a hacer? Si lo que aquella mujer decía era verdad, debía alejarse del lugar cuanto antes, pero...
-¿Qué vas a hacer, Ayame-san?
¿Qué iba a hacer?
La sensación de frío se incrementó repentinamente.
—Yo...
Y una mano inusualmente gélida se apoyó en su hombro en ese momento.
—Ayame se irá a casa ahora mismo —sonó una voz masculina y átona, antinaturalmente inexpresiva, justo a su espalda. La frase que había pronunciado no sonó como una amenaza, ni siquiera como una reprimenda encubierta. Era, simplemente, una información constatada. Pero Ayame le conocía lo suficientemente bien para saber que bajo aquella máscara se ocultaba el enfado...
—Kōri...
La empujó ligeramente, y Ayame echó a andar bajo su directriz. Al pasar junto a Yota y Mitsuki les dirigió una breve mirada de disculpa. Ni siquiera llegaría a saber si la de ojos perlados se encontraba mejor...
—Lo siento... —le dijo a Kōri, una vez se hubieron adentrado de nuevo en el bosque.
—Vas a tener que explicarme algunas cosas. Sobre todo con esa manía tuya de meterte en líos.
Ayame agachó la cabeza, acongojada. Se había acabado la aventura para ella.
Lo que nunca sabría era que, precisamente, Kōri había oído hablar de esos ladrones de dōjutsu en el último pueblo en el que habían pasado la noche. Quizás no había sido la mejor idea dejarla sola en aquel lugar, pero precisamente había estado comprobando que aquellos delincuentes no se encontraran cerca del lugar mientras estaban allí. Su enfado iba más dirigido hacia sí mismo que hacia su hermana pequeña. Pero la rabia que sentía se debía al hecho que no supiera acatar una instrucción y esperar en el sitio como le había indicado.