16/03/2016, 16:14
(Última modificación: 16/03/2016, 16:15 por Aotsuki Ayame.)
Juro se detuvo junto a ella tan bruscamente que poco les faltó para volver a catar el suelo.
—Pobrecita, debe de haberse perdido... —murmuró compasivo, y Ayame asintió con conformidad—. Deberíamos ayudarla, antes de que la masa de gente la aplaste.
—Sí, tienes razón.
Los dos muchachos se abrieron paso entre la multitud hasta llegar a la niña, una infante que no debía tener más de seis años de edad y que tenía el cabello rubio peinado en dos coletas altas que caían sobre sus hombros con delicadeza. Vestía un sencillo pero coqueto vestido rosa que se estaba ensuciando de polvo al haberse tirado al suelo de aquella manera.
—Hola... —Juro se había arrodillado junto a la pequeña, y aquella dio un pequeño brinquito con un hipido.
Ayame apoyó las manos sobre sus rodillas, para inclinarse con suavidad.
—Hey, hola —le sonrió, en un intento de tranquilizarla, pero aquella no hacía más que pronunciar aún más sus pucheros—. ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?
La niña sorbió por la nariz, y entonces abrió desmesuradamente los ojos.
—¡Tú eres el niño que no ha luchado! —chilló de repente. Señalaba a Juro con su pequeña manita, antes de volverse de nuevo hacia Ayame—. ¡Y tú eres la niña abusona que mató al ninja de Takigakure en dos minutos!
«¿Niña abusona...? Aquello había sido como un jarro de agua fría. Ayame hundió los hombros, pesarosa, y dirigió una mirada de soslayo a su compañero.
Repentinamente se le habían quitado las ganas de ayudar a la niña.
—Pobrecita, debe de haberse perdido... —murmuró compasivo, y Ayame asintió con conformidad—. Deberíamos ayudarla, antes de que la masa de gente la aplaste.
—Sí, tienes razón.
Los dos muchachos se abrieron paso entre la multitud hasta llegar a la niña, una infante que no debía tener más de seis años de edad y que tenía el cabello rubio peinado en dos coletas altas que caían sobre sus hombros con delicadeza. Vestía un sencillo pero coqueto vestido rosa que se estaba ensuciando de polvo al haberse tirado al suelo de aquella manera.
—Hola... —Juro se había arrodillado junto a la pequeña, y aquella dio un pequeño brinquito con un hipido.
Ayame apoyó las manos sobre sus rodillas, para inclinarse con suavidad.
—Hey, hola —le sonrió, en un intento de tranquilizarla, pero aquella no hacía más que pronunciar aún más sus pucheros—. ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?
La niña sorbió por la nariz, y entonces abrió desmesuradamente los ojos.
—¡Tú eres el niño que no ha luchado! —chilló de repente. Señalaba a Juro con su pequeña manita, antes de volverse de nuevo hacia Ayame—. ¡Y tú eres la niña abusona que mató al ninja de Takigakure en dos minutos!
«¿Niña abusona...? Aquello había sido como un jarro de agua fría. Ayame hundió los hombros, pesarosa, y dirigió una mirada de soslayo a su compañero.
Repentinamente se le habían quitado las ganas de ayudar a la niña.