17/03/2016, 21:30
La noche había llegado a los Dojos del Combatiente, una noche clara, si mirabas al cielo podías ver todas las estrellas que quisieras claramente, al igual que la luna, una luna inusualmente grande y prácticamente redonda al completo. Pero la noche no era algo que pareciera impedimento para que la gente estuviera en la calle, disfrutando de la buena temperatura que acompañaba.
Y allí, como uno más, se encontraba Riko, paseando con sus padres por las calles de la ciudad, suficientemente iluminadas por los típicos farolillos de papel y por las luces de los locales que estaban abiertos, que al parecer estaban haciendo el agosto con aquel torneo.
— Papá, ¿os importa si me voy a dar una vuelta por ahí un rato? — Preguntó el muchacho, cansado de estar entre tanta gente.
Sus padres se miraron y el rastas pudo ver como su madre asentía con la cabeza mientras esbozaba una ligera sonrisa.
— Claro hijo, pero no llegues muy tarde al hotel o duermes en el pasillo. — A pesar del tono bromista de su padre, Riko pudo notar que aquellas palabras estaban cargadas de la más pura verdad.
— ¡Claro! — Respondió rápidamente el chico, con una enorme sonrisa mientras de un salto se subía la techo de una de las casas que delimitaba la calle. —¡No os preocupéis, no llegaré tarde! — Gritó para hacerse escuchar entre el bullicio.
Y el muchacho continúo avanzando por los tejados, intentando alejarse un poco de la zona más concurrida de la localidad, pues tanta gente junta le ponía algo nervioso y necesitaba respirar. No mucho más tarde, llegó a una pequeña placita, donde también había gente, pero en mucha menos cantidad, y la gran mayoría de las personas estaban agolpadas en torno a algo que el muchacho no podía ver bien desde donde se encontraba.
Bajó al suelo y se acercó, al parecer no se trataba de más que de un puesto de comida ambulante, pero, ahora que lo pensaba, aún no había cenado nada y las tripas comenzaron a rugirle, por lo que, sin demora alguna, se hizo un hueco entre el corro de personas, tratando de avanzar lo máximo posible.
Y allí, como uno más, se encontraba Riko, paseando con sus padres por las calles de la ciudad, suficientemente iluminadas por los típicos farolillos de papel y por las luces de los locales que estaban abiertos, que al parecer estaban haciendo el agosto con aquel torneo.
— Papá, ¿os importa si me voy a dar una vuelta por ahí un rato? — Preguntó el muchacho, cansado de estar entre tanta gente.
Sus padres se miraron y el rastas pudo ver como su madre asentía con la cabeza mientras esbozaba una ligera sonrisa.
— Claro hijo, pero no llegues muy tarde al hotel o duermes en el pasillo. — A pesar del tono bromista de su padre, Riko pudo notar que aquellas palabras estaban cargadas de la más pura verdad.
— ¡Claro! — Respondió rápidamente el chico, con una enorme sonrisa mientras de un salto se subía la techo de una de las casas que delimitaba la calle. —¡No os preocupéis, no llegaré tarde! — Gritó para hacerse escuchar entre el bullicio.
Y el muchacho continúo avanzando por los tejados, intentando alejarse un poco de la zona más concurrida de la localidad, pues tanta gente junta le ponía algo nervioso y necesitaba respirar. No mucho más tarde, llegó a una pequeña placita, donde también había gente, pero en mucha menos cantidad, y la gran mayoría de las personas estaban agolpadas en torno a algo que el muchacho no podía ver bien desde donde se encontraba.
Bajó al suelo y se acercó, al parecer no se trataba de más que de un puesto de comida ambulante, pero, ahora que lo pensaba, aún no había cenado nada y las tripas comenzaron a rugirle, por lo que, sin demora alguna, se hizo un hueco entre el corro de personas, tratando de avanzar lo máximo posible.
~ Narro ~ Hablo ~ «Pienso»