21/03/2016, 22:24
—Tranquila, Tranquila... — intervino Juro, con tono conciliador—. ¿Donde lo perdiste? Si nos lo dices, podríamos hacer algo al respecto...
La cara de Hikari se iluminó de esperanza al escuchar al shinobi de Uzushiogakure. Con ojos brillantes por las lágrimas y la emoción, dio un par de saltitos en el sitio.
—¡En mi sillita! Os vi pelear con mamá y papá, ¿lo habéis olvidado? Tedi tiene que estar en mi sillita —repetía, una y otra vez, entre exagerados aspavientos de manos y piernas.
Ayame le devolvió la mirada a Juro. Por mucho que temiera una posible regañina de su padre o su hermano, no tenía un corazón tan duro como para dejar desamparada a la niña.
—Debe estar en las gradas. Tendremos que buscar allí —le dijo, y ante su débil intento de interpretar las confusas instrucciones, la pequeña asintió enérgicamente. Ayame se volvió una última vez hacia Hikari—. Pero es peligroso que estés aquí en medio, con tanta gente. Espéranos junto a tus padres en la salida del estadio, ¿de acuerdo?
Hikari pareció dudar durante unos breves instantes, pero entonces volvió a asentir y salió corriendo con toda la velocidad que le permitían sus cortas piernecitas.
—¡Vamos, antes de que se nos haga tarde! —le dijo a Juro, y ella misma echó a correr.
Ahora les tocaba deshacer el camino recorrido para volver a la arena de combate. Y, para hacerlo más difícil aún, en contra de la marea de gente que no parecía terminar de dispersarse.
¿De verdad había cabido tanta gente en el estadio? ¿Tantas personas les habían visto combatir?
La cara de Hikari se iluminó de esperanza al escuchar al shinobi de Uzushiogakure. Con ojos brillantes por las lágrimas y la emoción, dio un par de saltitos en el sitio.
—¡En mi sillita! Os vi pelear con mamá y papá, ¿lo habéis olvidado? Tedi tiene que estar en mi sillita —repetía, una y otra vez, entre exagerados aspavientos de manos y piernas.
Ayame le devolvió la mirada a Juro. Por mucho que temiera una posible regañina de su padre o su hermano, no tenía un corazón tan duro como para dejar desamparada a la niña.
—Debe estar en las gradas. Tendremos que buscar allí —le dijo, y ante su débil intento de interpretar las confusas instrucciones, la pequeña asintió enérgicamente. Ayame se volvió una última vez hacia Hikari—. Pero es peligroso que estés aquí en medio, con tanta gente. Espéranos junto a tus padres en la salida del estadio, ¿de acuerdo?
Hikari pareció dudar durante unos breves instantes, pero entonces volvió a asentir y salió corriendo con toda la velocidad que le permitían sus cortas piernecitas.
—¡Vamos, antes de que se nos haga tarde! —le dijo a Juro, y ella misma echó a correr.
Ahora les tocaba deshacer el camino recorrido para volver a la arena de combate. Y, para hacerlo más difícil aún, en contra de la marea de gente que no parecía terminar de dispersarse.
¿De verdad había cabido tanta gente en el estadio? ¿Tantas personas les habían visto combatir?