13/05/2017, 12:20
(Última modificación: 13/05/2017, 12:21 por Uchiha Akame.)
La caja registradora parecía bastante moderna —al menos en comparación con el resto del local, que encajaba perfectamente en la estética tradicional de Yamiria—, y el compartimento del dinero en efectivo estaba cerrado con llave. A no ser que Datsue quisiera forzar la cerradura, o directamente romperla, no podría comprobar si había metálico o no.
Luego se acercó a la pequeña ventanita para deshechos y la examinó más de cerca. Tenía unas dimensiones realmente escuetas, pero lo suficientemente grandes como para tirar una bolsa de basura. Eso significaba que un niño muy pequeño podría haber sido capaz de pasar por el hueco. Además, el Uchiha encontró algunas cerdas de pelo alrededor de la ventanita. Eran hebras duras y cortas, de color negro.
Akame, por su parte, seguía reflexionando sobre lo ocurrido. El joven gennin pasó la mano por la puerta corredera que daba acceso al local; «no parece que haya sido forzada». Salió de la tienda, examinando el suelo y la pared alrededor de la puerta, y luego sus ojos se detuvieron en la persiana metálica que servía para cerrar el local. La agarró con una mano y trató de bajarla ligeramente, hasta que la cerradura estuvo a la altura de sus ojos.
«Tampoco parece que este candado haya sido manipulado. ¿Estamos ante el mejor ladrón de Yamiria? No lo creo. ¿Alguien con tanta habilidad para abrir cerraduras sin dejar rastro luego va y destroza la tienda?».
Noemi entró en la tienda de ropa sin dudarlo dos veces. Era un local pequeño y repleto de maniquíes sobre los que se exhibían varios kimonos aparentemente de muy buena calidad, confeccionados a partir de sedas y otras telas caras. En mitad de los muñecos de madera había espacio para formar una cola de apenas 4 personas, y al final estaba el mostrador de madera. Al otro lado, un anciano de corta estatura, de espalda encorvada —lo que le hacía parecer más bajo todavía—, cabeza rala y gafas de montura dorada la observaba con atención.
—Buenos días, señorita —contestó el hombre.
La kunoichi le expresó su deseo, y el hombrecillo asintió, dándose un golpecito en la sien con el lápiz que sostenía en su mano derecha.
—Ah, sí, el señor Tofu.
El anciano volvió a mirar de arriba a abajo a Noemi. Abrió la boca para decir algo, pero entonces reparó en la bandana del Remolino que la chica llevaba.
—¿Usted es una kunoichi, verdad? De Uzushio. ¿Es por ese asunto de los robos?
Luego se acercó a la pequeña ventanita para deshechos y la examinó más de cerca. Tenía unas dimensiones realmente escuetas, pero lo suficientemente grandes como para tirar una bolsa de basura. Eso significaba que un niño muy pequeño podría haber sido capaz de pasar por el hueco. Además, el Uchiha encontró algunas cerdas de pelo alrededor de la ventanita. Eran hebras duras y cortas, de color negro.
Akame, por su parte, seguía reflexionando sobre lo ocurrido. El joven gennin pasó la mano por la puerta corredera que daba acceso al local; «no parece que haya sido forzada». Salió de la tienda, examinando el suelo y la pared alrededor de la puerta, y luego sus ojos se detuvieron en la persiana metálica que servía para cerrar el local. La agarró con una mano y trató de bajarla ligeramente, hasta que la cerradura estuvo a la altura de sus ojos.
«Tampoco parece que este candado haya sido manipulado. ¿Estamos ante el mejor ladrón de Yamiria? No lo creo. ¿Alguien con tanta habilidad para abrir cerraduras sin dejar rastro luego va y destroza la tienda?».
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Noemi entró en la tienda de ropa sin dudarlo dos veces. Era un local pequeño y repleto de maniquíes sobre los que se exhibían varios kimonos aparentemente de muy buena calidad, confeccionados a partir de sedas y otras telas caras. En mitad de los muñecos de madera había espacio para formar una cola de apenas 4 personas, y al final estaba el mostrador de madera. Al otro lado, un anciano de corta estatura, de espalda encorvada —lo que le hacía parecer más bajo todavía—, cabeza rala y gafas de montura dorada la observaba con atención.
—Buenos días, señorita —contestó el hombre.
La kunoichi le expresó su deseo, y el hombrecillo asintió, dándose un golpecito en la sien con el lápiz que sostenía en su mano derecha.
—Ah, sí, el señor Tofu.
El anciano volvió a mirar de arriba a abajo a Noemi. Abrió la boca para decir algo, pero entonces reparó en la bandana del Remolino que la chica llevaba.
—¿Usted es una kunoichi, verdad? De Uzushio. ¿Es por ese asunto de los robos?