11/06/2017, 21:42
(Última modificación: 11/06/2017, 21:56 por Inuzuka Nabi.)
La vida en los Dojos era tranquila, casi demasiado. En el edificio donde estabamos acumulados todos los de Uzushiogakure había más habitaciones vacías que ocupadas, estaba claro que lo de seleccionar se les había ido de las manos. El ala femenina era más un ala fantasma porque solo había una kunoichi más aparte de Eri-hime. Encima mi maldita habitación estaba la primera, sí, la primera de todas, lo cual se traduce directamente en que siempre que entra alguien, yo me entero.
Por si todos estos hechos en conjunto no fueran suficientemente deprimentes, en el piso donde estaba alojado yo estaban Riko y un chico que no conozco de nada y que da mucho mal rollo. Aún hacía poco que habíamos llegado, así que no había tenido ni buscado la oportunidad de entablar un primer contacto verbal con ninguno de los desconocidos ni con los conocidos que se alojaban allí.
Pero había una explicación muy lógica para eso, estaba en tensión. No lejos de nosotros se alojaban los amenios y los kuseños, y seguramente estaban maquinando algo. Además, las palabras de Eri resonaban en mi cabeza, no exactamente sus palabras exactas, pero la idea en sí. Que no estabamos preparados, en especial yo, esto lo añado yo, ella no lo dijo. Ni siquiera había tenido un combate desde la academia.
Ahuyenté a dos cocodrilos con mis manos desnudas y le robé un bastón a un viejo maleducado, pero nada de combates shinobi uno contra uno que era lo que me iba a comer doblado en el torneo.
Por eso estaba aquí, en una plataforma de combate que parecía sacada de un manga sobre alienigenas rubios que luchan contra un bicho devora androides. Subí las escaleras con las manos en los bolsillos mirando los alrededores a ver si venía alguien a quien pudiera pegar sin sentirme culpable despues, es decir, cualquier amenio o kuseño. Tenía claro que si en el sorteo para el torneo me tocaba alguien de Uzushiogakure me iba a rendir ipsofacto o en caso de que fuera alguien a quien le tuviera ganas, no iba a usar ningún arma.
Vamos, solo me faltaba acabar matando a un compañero sin querer en un torneo internacional donde podría matar extranjeros queriendo.
Por si todos estos hechos en conjunto no fueran suficientemente deprimentes, en el piso donde estaba alojado yo estaban Riko y un chico que no conozco de nada y que da mucho mal rollo. Aún hacía poco que habíamos llegado, así que no había tenido ni buscado la oportunidad de entablar un primer contacto verbal con ninguno de los desconocidos ni con los conocidos que se alojaban allí.
Pero había una explicación muy lógica para eso, estaba en tensión. No lejos de nosotros se alojaban los amenios y los kuseños, y seguramente estaban maquinando algo. Además, las palabras de Eri resonaban en mi cabeza, no exactamente sus palabras exactas, pero la idea en sí. Que no estabamos preparados, en especial yo, esto lo añado yo, ella no lo dijo. Ni siquiera había tenido un combate desde la academia.
Ahuyenté a dos cocodrilos con mis manos desnudas y le robé un bastón a un viejo maleducado, pero nada de combates shinobi uno contra uno que era lo que me iba a comer doblado en el torneo.
Por eso estaba aquí, en una plataforma de combate que parecía sacada de un manga sobre alienigenas rubios que luchan contra un bicho devora androides. Subí las escaleras con las manos en los bolsillos mirando los alrededores a ver si venía alguien a quien pudiera pegar sin sentirme culpable despues, es decir, cualquier amenio o kuseño. Tenía claro que si en el sorteo para el torneo me tocaba alguien de Uzushiogakure me iba a rendir ipsofacto o en caso de que fuera alguien a quien le tuviera ganas, no iba a usar ningún arma.
Vamos, solo me faltaba acabar matando a un compañero sin querer en un torneo internacional donde podría matar extranjeros queriendo.
—Nabi—