20/04/2019, 11:17
Dicen que el acero mas fuerte se forja en las llamas del infierno. Pues que me cayera un rayo si el infierno no era la forja de mi padre, quizás ese era su secreto, por allí hacia un calor tan horrible, que sentia que la tinta del tatuaje iba a evaporarse y a dejarme la piel como nueva.
Mi padre no tenia problemas, claro, el había pasado la mayor parte de su vida encerrado entre esas paredes haciendo armas de gran calidad, y claro, también se dice que la práctica hace al maestro, y por eso mi padre debía ser inmune a ese calor horrible.
—¡Otra vez!
Su voz me sacó de mis pensamientos. Mi padre solo quería la perfección en las armas que salían de su forja, tenia una fama que mantener, y si yo tenia que trabajar allí, me iba a exigir esa perfección. Esa era la tercera vez que hacía la hoja de la espada. Cada vez que me salia mal, me obligaba a fundir el acero y empezar de nuevo el proceso. Era un padre duro y un jefe estricto, pero tenia motivos que mi pequeño cerebro podían entender.
—Necesito salir fuera un momento, este calor esta derritiendo las pocas neuronas que tengo
—No me importa que salgas a descansar de vez en cuando, pero recuerda que esa hoja tiene que estar lista y perfecta para el final de esta semana. ¿Entendido?
—Entendido
Yo no estaba todavía habituado al calor de la forja. Es cierto que cuando era shinobi, ayudaba a mi padre de vez en cuando, pero la mayor parte del tiempo se trataba de llevar pedidos de un lado para otro.
Salí a la calle por la parte trasera de la forja, que estaba justo pegada a uno de los lados de la casa familiar, un edificio bastante grande y lujoso que mis padres habían conseguido con el sudor de sus frentes. Y en ese momento estaba entiendo un poco a que se refería esa frase.
Me pasé un brazo por la frente para apartar el sudor un poco, aunque servía de nada, por que también tenia los brazos sudados. Me hubiera gustado darme un baño, pero sentía que serviría de poco si tenia que volver a meterme de nuevo en el infierno.
Me apoyè contra el frío muro de piedra que, seguramente, no estaba tan frío, pero para mi era un alivio. Llevaba el torso desnudo, por que, si no querías morir allí dentro, no podías llevar toda la ropa puesta, por lo que siempre me ataba el uwagi a la cintura. Algunas personas se me quedaban mirando cuando pasaban por la calle, sobretodo el intrincado tatuaje de mi brazo derecho. Yo, en cambio...
Yo miraba al cielo deseando que cayera un enorme chaparrón de agua fría.
Mi padre no tenia problemas, claro, el había pasado la mayor parte de su vida encerrado entre esas paredes haciendo armas de gran calidad, y claro, también se dice que la práctica hace al maestro, y por eso mi padre debía ser inmune a ese calor horrible.
—¡Otra vez!
Su voz me sacó de mis pensamientos. Mi padre solo quería la perfección en las armas que salían de su forja, tenia una fama que mantener, y si yo tenia que trabajar allí, me iba a exigir esa perfección. Esa era la tercera vez que hacía la hoja de la espada. Cada vez que me salia mal, me obligaba a fundir el acero y empezar de nuevo el proceso. Era un padre duro y un jefe estricto, pero tenia motivos que mi pequeño cerebro podían entender.
—Necesito salir fuera un momento, este calor esta derritiendo las pocas neuronas que tengo
—No me importa que salgas a descansar de vez en cuando, pero recuerda que esa hoja tiene que estar lista y perfecta para el final de esta semana. ¿Entendido?
—Entendido
Yo no estaba todavía habituado al calor de la forja. Es cierto que cuando era shinobi, ayudaba a mi padre de vez en cuando, pero la mayor parte del tiempo se trataba de llevar pedidos de un lado para otro.
Salí a la calle por la parte trasera de la forja, que estaba justo pegada a uno de los lados de la casa familiar, un edificio bastante grande y lujoso que mis padres habían conseguido con el sudor de sus frentes. Y en ese momento estaba entiendo un poco a que se refería esa frase.
Me pasé un brazo por la frente para apartar el sudor un poco, aunque servía de nada, por que también tenia los brazos sudados. Me hubiera gustado darme un baño, pero sentía que serviría de poco si tenia que volver a meterme de nuevo en el infierno.
Me apoyè contra el frío muro de piedra que, seguramente, no estaba tan frío, pero para mi era un alivio. Llevaba el torso desnudo, por que, si no querías morir allí dentro, no podías llevar toda la ropa puesta, por lo que siempre me ataba el uwagi a la cintura. Algunas personas se me quedaban mirando cuando pasaban por la calle, sobretodo el intrincado tatuaje de mi brazo derecho. Yo, en cambio...
Yo miraba al cielo deseando que cayera un enorme chaparrón de agua fría.