18/05/2019, 16:20
Caída del Pétalo, Primavera del 219
— Uno, dos, tres...
La lluvia golpea el suelo con intensidad y una intensa niebla ocupa las calles desde la primera luz del alba. Tres hombres armados corren a través de una calle transversal del distrito y detrás de ellos la regente de una joyería grita desesperada.
— ¡Que alguien los detenga!
Los encapuchados cargan pesados sacos en los que evidentemente se encuentra el botín. La gente que hay en la calle parece no querer involucrarse en el robo, aunque sobre los asaltadores, una silueta los sigue sorteando los tejados.
Uno de los ladrones salta hacia un canal cercano y después de ejecutar un par de sellos, desaparece en el agua con su parte.
— Mierda.
Los dos fugitivos restantes se hacen señas con las manos y toman direcciones opuestas.
Un sonido tronador precede a la caída desde los tejados de la silueta hacia la espalda del encapuchado más cercano. Cae con la pierna derecha flexionada sobre sus hombros y lo empuja contra el suelo . La potencia de su golpe aumentada por la caída es suficiente para incapacitarlo. El encapuchado anula el impacto contra el suelo con la pierna derecha, con fluidez, y se reincorpora gracilmente de la caída; caen al suelo el saco y un pequeño puñal que el asaltante empuñaba. El tipo queda inmediatamente inconsciente. La sangre que brota de la frente del ladrón se funde con la lluvia y antes de que pueda filtrarse hacia las alcantarillas, una fina aguja sale disparada de la mano del que lo ha capturado.
La aguja se clava en la rodilla del ladrón restante, por detrás. Cae al suelo y no tiene más remedio que tomarse unos segundos para retirar la aguja si quiere seguir corriendo.
La silueta se revela, pero una capucha azul noche todavía oculta su identidad a los viandantes. Con calma, recoge la bolsa del suelo y camina hacia su siguiente objetivo, que ha podido sacarse la aguja de la rodilla y cojea apoyado en las paredes de hormigón que dan a la rambla del distrito comercial. Todavía carga la bolsa como si su vida dependiera de ello.
La tormenta ha ahuyentado a la mayoría de los compradores y el rastro de sangre del ladrón lo delata. Ha entrado en un conocido salón de apuestas. Los letreros del establecimiento son cegadores e intermitentes, consiguen capturar por un momento toda la atención de sus ojos, que brillan con intensidad bajo la capucha. En la puerta hay dos matones que controlan el acceso al local. Están fumando.
El encapuchado se dispone a entrar al salón de apuestas cuando uno de los matones le cierra el paso.
— ¡Nada de menores, largo de aquí!