12/01/2018, 04:50
Como única respuesta, Datsue pegó un patadón en la pared en lugar de dos.
Tres días con sus tres noches pasaron, pese a que Koko, desprovista de cualquier pista ambiental, había perdido la noción del tiempo.
Su estancia allí había sido de lo más aburrida, aunque mucho más cómoda que los días anteriores. Podía caminar por la celda, incluso ejercitar los músculos y estirar las piernas. También tumbarse y dormir en el duro suelo, que ya era mejor que hacerlo medio sentada con las manos colgando de las esposas.
Yume la había cuidado todo aquel tiempo, llevándole de comer —pescado en su mayoría—, y también un balde para que hiciese sus necesidades. Además, tras la primera noche contó con una manta gorda y abrigada para envolverse en ella, pues la kunoichi había acabado por resfriarse, con todo lo que ello conllevaba: moquera, tos, fiebre ligera…
A veces, Yume se quedaba charlando a grandes ratos con ella, sentada al otro lado de los barrotes. Se le notaba sola, desesperada por tener a alguien con quien hablar. Le preguntaba sobre Uzu, nada importante o delicado que Koko no pudiese responder, sino más bien cosas mundanas. Triviales. Le preguntaba si el viejo puesto de dangos en frente del Jardín de los Cerezos seguía abierto —era el mismo al que Haskoz y Noemi habían acudido una vez, ahora convertido en un puesto de granizados por culpa de la nieta de la dueña—. Le preguntaba si al fin habían reparado el tablón de madera del puente que conducía al Edificio Uzukage, suelto, y que tantos tropiezos había causado. Le preguntaba por las aficiones y divertimentos que las niñas de su tiempo tenían ahora, y por los pubs que se llevaban.
En definitiva, se le notaba que echaba de menos sus tierras. Que tenía morriña por Uzu.
Pero, al tercer día, llegó con otra noticia:
—Me voy —se presentó aquella mañana, tras los barrotes. Por el tono de su voz, Koko pudo intuir que no se iba para volver.
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Tres días con sus tres noches pasaron, pese a que Koko, desprovista de cualquier pista ambiental, había perdido la noción del tiempo.
Su estancia allí había sido de lo más aburrida, aunque mucho más cómoda que los días anteriores. Podía caminar por la celda, incluso ejercitar los músculos y estirar las piernas. También tumbarse y dormir en el duro suelo, que ya era mejor que hacerlo medio sentada con las manos colgando de las esposas.
Yume la había cuidado todo aquel tiempo, llevándole de comer —pescado en su mayoría—, y también un balde para que hiciese sus necesidades. Además, tras la primera noche contó con una manta gorda y abrigada para envolverse en ella, pues la kunoichi había acabado por resfriarse, con todo lo que ello conllevaba: moquera, tos, fiebre ligera…
A veces, Yume se quedaba charlando a grandes ratos con ella, sentada al otro lado de los barrotes. Se le notaba sola, desesperada por tener a alguien con quien hablar. Le preguntaba sobre Uzu, nada importante o delicado que Koko no pudiese responder, sino más bien cosas mundanas. Triviales. Le preguntaba si el viejo puesto de dangos en frente del Jardín de los Cerezos seguía abierto —era el mismo al que Haskoz y Noemi habían acudido una vez, ahora convertido en un puesto de granizados por culpa de la nieta de la dueña—. Le preguntaba si al fin habían reparado el tablón de madera del puente que conducía al Edificio Uzukage, suelto, y que tantos tropiezos había causado. Le preguntaba por las aficiones y divertimentos que las niñas de su tiempo tenían ahora, y por los pubs que se llevaban.
En definitiva, se le notaba que echaba de menos sus tierras. Que tenía morriña por Uzu.
Pero, al tercer día, llegó con otra noticia:
—Me voy —se presentó aquella mañana, tras los barrotes. Por el tono de su voz, Koko pudo intuir que no se iba para volver.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado