9/04/2019, 03:08
En el camino había escuchado a un niño decir que el puente Tenchi estaba recuperándose. En su momento se le antojo como una metáfora incompresible, pero fue cuando tuvo la enorme estructura frente a sus ojos que entendió el inocente comentario.
—Ya veo… es como si hubiese sido herido y lo estuviesen curando —admitió, al ver el gran agujero en el cuerpo de madera.
Era un contratiempo el visitar un sitio turistico y el sitio en si estuviese en plena reconstrucción, pero sentía que podría resultar interesante el ver cómo era la medicina orientada a estructuras. Se mantuvo caminando de un lado al otro del puente, pero sin atreverse a cruzar del todo; pues su objetivo no era ir al País de la Tierra, solo era visitar aquello que le unía con el País del Bosque.
Las personas transitaban de forma presurosa y constante, y por eso le llamo la atención un pequeño grupo de aldeanas que, reunidas en círculo y susurrando, se mantenían sin atreverse a cruzar del todo. Kazuma se acercó, curioso, y para cuando una de las mujeres se giró hacia él lo comprendió todo, pese a que ya era demasiado tarde: habían visto su bandana y la proximidad le impedía pasar de largo o devolverse.
—¡Oh, gracias a los dioses del bosque que está usted aquí, señor ninja de la hierba!
—Un clásico —se dijo a sí mismo, recriminándose por caer en la trampa del grupo susurrando preocupadamente y el incauto que se acerca para verse obligado a prestar ayuda.
»No hay problema, estamos para colaborar —mintió, sintiendo la necesidad de alejarse; pero impedido por la más anciana de las mujeres, que se le aferraba al brazo como una cría de pereza a su madre—. Les noto inquietas, ¿qué sucede?
Aquel grupo de mujeres llevaban un montón de cajas y sacos, por lo que supuso que quizás tendrían miedo de cruzar con aquel peso a través de la pasarela temporal y quizás necesitasen ayuda. Se lamentó anticipadamente, pues era terrible cargando peso, o haciendo cualquier otra demostración de fuerza.
—Vera, señor ninja, vamos a un pueblo del otro lado a comerciar algunas telas y tejidos —aseguro, enseñándole un bonito tejido artesanal—. Se supone que en esta época y a estas horas el camino es bastante seguro, pero… ¡Allí! —señalo a un árbol cercano al camino—. ¡Allí hay un maleante que de seguro está esperando a que crucemos para caer sobre nosotras y tomarnos por asalto!
—Quizás es alguien que solo está descansando —aseguro, forzando la vista para poder verle bien—. Además, llevan muchas cosas, dudo que alguien pudiera o intentase llevarse todo.
—¿Qué? Va negar nuestras sospechas; tan solo mírelo, tiene el aire clásico y sospechoso de un pandillero… Además, ¿qué acaso los ninjas no hacen un juramento de defender y proteger al país y sus habitantes.
El no recordaba haber realizado tal juramento, aunque discutir la diferencia de un ninja con un soldado y su mayor cercanía a ser un mercenario fijo, no iban a deshacer ambos reproches: aquella doña era una buena esgrimista verbal.
—Vale, veré que puedo hacer —dijo resignado.
Con suma serenidad y firmeza se acercó al árbol, asegurándose de que le vieran, deseando que aquello no terminase matándole y pensando que Juro estaría orgulloso por su diligencia.
—Buenas —llamo—. Disculpe, ¿está despierto?
—Ya veo… es como si hubiese sido herido y lo estuviesen curando —admitió, al ver el gran agujero en el cuerpo de madera.
Era un contratiempo el visitar un sitio turistico y el sitio en si estuviese en plena reconstrucción, pero sentía que podría resultar interesante el ver cómo era la medicina orientada a estructuras. Se mantuvo caminando de un lado al otro del puente, pero sin atreverse a cruzar del todo; pues su objetivo no era ir al País de la Tierra, solo era visitar aquello que le unía con el País del Bosque.
Las personas transitaban de forma presurosa y constante, y por eso le llamo la atención un pequeño grupo de aldeanas que, reunidas en círculo y susurrando, se mantenían sin atreverse a cruzar del todo. Kazuma se acercó, curioso, y para cuando una de las mujeres se giró hacia él lo comprendió todo, pese a que ya era demasiado tarde: habían visto su bandana y la proximidad le impedía pasar de largo o devolverse.
—¡Oh, gracias a los dioses del bosque que está usted aquí, señor ninja de la hierba!
—Un clásico —se dijo a sí mismo, recriminándose por caer en la trampa del grupo susurrando preocupadamente y el incauto que se acerca para verse obligado a prestar ayuda.
»No hay problema, estamos para colaborar —mintió, sintiendo la necesidad de alejarse; pero impedido por la más anciana de las mujeres, que se le aferraba al brazo como una cría de pereza a su madre—. Les noto inquietas, ¿qué sucede?
Aquel grupo de mujeres llevaban un montón de cajas y sacos, por lo que supuso que quizás tendrían miedo de cruzar con aquel peso a través de la pasarela temporal y quizás necesitasen ayuda. Se lamentó anticipadamente, pues era terrible cargando peso, o haciendo cualquier otra demostración de fuerza.
—Vera, señor ninja, vamos a un pueblo del otro lado a comerciar algunas telas y tejidos —aseguro, enseñándole un bonito tejido artesanal—. Se supone que en esta época y a estas horas el camino es bastante seguro, pero… ¡Allí! —señalo a un árbol cercano al camino—. ¡Allí hay un maleante que de seguro está esperando a que crucemos para caer sobre nosotras y tomarnos por asalto!
—Quizás es alguien que solo está descansando —aseguro, forzando la vista para poder verle bien—. Además, llevan muchas cosas, dudo que alguien pudiera o intentase llevarse todo.
—¿Qué? Va negar nuestras sospechas; tan solo mírelo, tiene el aire clásico y sospechoso de un pandillero… Además, ¿qué acaso los ninjas no hacen un juramento de defender y proteger al país y sus habitantes.
El no recordaba haber realizado tal juramento, aunque discutir la diferencia de un ninja con un soldado y su mayor cercanía a ser un mercenario fijo, no iban a deshacer ambos reproches: aquella doña era una buena esgrimista verbal.
—Vale, veré que puedo hacer —dijo resignado.
Con suma serenidad y firmeza se acercó al árbol, asegurándose de que le vieran, deseando que aquello no terminase matándole y pensando que Juro estaría orgulloso por su diligencia.
—Buenas —llamo—. Disculpe, ¿está despierto?