22/05/2019, 12:28
Akame no dijo nada cuando los ojos aterrorizados de Shikari le saludaron. Era normal. En su situación, él también estaría cagado de miedo; una simple civil, sin poder alguno para obrar en contra de los designios de un ninja como él. Era casi injusto. Y sin embargo, aquella desigualdad tendría que valer por el momento, siendo lo único que había garantizado que Akame pasaba de aquella mañana; todavía no las tenía todas consigo. De hecho, lo que allí iba a hacer, y por lo que había llamado a Kushoro, era atar parte de los cabos sueltos que podían dar al traste con su viaje a Hibakari. Así que tomó una toalla del baño y empezó a limpiar la sangre del Hōzuki del filo de su espada. Cuando estuvo aceptablemente pulcra, Akame se sentó sobre la cama, frente a la puta, sin dejar de observarla con su Sharingan todavía en la mirada. Y esperó.
Cuando después de un rato entró Kushoro, Akame se puso en pie, saludándole con una ligera inclinación de cabeza, una vieja manía que parecía querer persistir. «Coño, viejo, ahora eres el jefe. No tienes que ser tan cortés con tus putos subalternos... ¿No?»
—Buen trabajo con ese fuego, Kushoro —dijo el Uchiha, tan tranquilo que parecía que no tuviera todavía la mano zurda manchada de la sangre de Shaneji—. Ahora voy a necesitar tu ayuda, y la de tus muchachos, para otra cosa.
El Uchiha señaló a Shikari, que yacía atada de pies y manos, y amordazada, sobre el suelo.
—Pasa y resulta que esta noble señorita es en realidad una espía, ahí donde la ves. Un mero peón, movido por manos más poderosas en la sombra, que buscan hacerse con lo que es nuestro —explicó—. Fue ella quien robó el barril y las botellas de la bodega, para arrojarlas al mar durante la noche y así marcar nuestro rumbo para otros... ¿Me sigues?
Akame calló durante unos instantes para que Kushoro procesase la información. No le había contado todo lo que pensaba, claro, porque todavía no estaba seguro de hasta qué punto podía fiarse de aquel tipo. Y si algo tenía claro el joven renegado, es que a él no le iban a pillar como a un puto novato. Como él había pillado a Shaneji. Así que le dio unos instantes de silencio, y luego habló. Lo hizo de forma pausada pero clara, como si estuviera explicándole el manual de instrucciones de un kunai a un niño de cuatro años.
—Esta noche, dos de tus hombres van a coger otras tantas botellas vacías y uno de los botes, y van a navegar hacia el Sur para dejar un rastro que lleve a nuestros perseguidores hacia las costas del País de la Espiral, al Norte de Yamiria —explicó—. Nosotros seguiremos nuestro rumbo. Ah, y una cosa más... Si alguien le toca un pelo a esta mujer, si alguien entra en este camarote y se atreve a mirarla siquiera... Se las verá conmigo. ¿Me he explicado con suficiente claridad?
Cuando después de un rato entró Kushoro, Akame se puso en pie, saludándole con una ligera inclinación de cabeza, una vieja manía que parecía querer persistir. «Coño, viejo, ahora eres el jefe. No tienes que ser tan cortés con tus putos subalternos... ¿No?»
—Buen trabajo con ese fuego, Kushoro —dijo el Uchiha, tan tranquilo que parecía que no tuviera todavía la mano zurda manchada de la sangre de Shaneji—. Ahora voy a necesitar tu ayuda, y la de tus muchachos, para otra cosa.
El Uchiha señaló a Shikari, que yacía atada de pies y manos, y amordazada, sobre el suelo.
—Pasa y resulta que esta noble señorita es en realidad una espía, ahí donde la ves. Un mero peón, movido por manos más poderosas en la sombra, que buscan hacerse con lo que es nuestro —explicó—. Fue ella quien robó el barril y las botellas de la bodega, para arrojarlas al mar durante la noche y así marcar nuestro rumbo para otros... ¿Me sigues?
Akame calló durante unos instantes para que Kushoro procesase la información. No le había contado todo lo que pensaba, claro, porque todavía no estaba seguro de hasta qué punto podía fiarse de aquel tipo. Y si algo tenía claro el joven renegado, es que a él no le iban a pillar como a un puto novato. Como él había pillado a Shaneji. Así que le dio unos instantes de silencio, y luego habló. Lo hizo de forma pausada pero clara, como si estuviera explicándole el manual de instrucciones de un kunai a un niño de cuatro años.
—Esta noche, dos de tus hombres van a coger otras tantas botellas vacías y uno de los botes, y van a navegar hacia el Sur para dejar un rastro que lleve a nuestros perseguidores hacia las costas del País de la Espiral, al Norte de Yamiria —explicó—. Nosotros seguiremos nuestro rumbo. Ah, y una cosa más... Si alguien le toca un pelo a esta mujer, si alguien entra en este camarote y se atreve a mirarla siquiera... Se las verá conmigo. ¿Me he explicado con suficiente claridad?