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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#31
Eri no encontró nada relevante en el vagón. Todo estaba como debería estar, o al menos como ellos consideraban que debía estar. Desde luego, nada le llamó la atención.

¿Creéis que habrá algo fuera del vagón? Es decir, arriba, abajo, pegado... —preguntó, rascándose la barbilla.

No lo creo —Ayame negó con la cabeza—. Seguramente, lo primero que habrán hecho antes de partir sea revisar precisamente eso. Sería una auténtica irresponsabilidad no comprobar que pudiera haber algo peligroso...

»¿Y bien? ¿Qué queréis hacer?
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#32
No lo creo —Ayame negó con la cabeza—. Seguramente, lo primero que habrán hecho antes de partir sea revisar precisamente eso. Sería una auténtica irresponsabilidad no comprobar que pudiera haber algo peligroso...

Eri se llevó la mano al mentón, pensativa. Quizá le estaban dando demasiadas vueltas a algo que simplemente tenía que llegar a su destino sin ningún percance.

¿Y bien? ¿Qué queréis hacer?

¿Quizá deberíamos revisar el último vagón? —propuso la Uzumaki, tras quitarse la mano del mentón y dar una vuelta por el lugar —aunque a veces trastabillando por el movimiento—, tampoco es que pudiese hacer falta, pero prefería prevenir antes que curar.
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#33

Después de bastante más de 72 horas, procedo a saltar a Mogura. Desde ahora voy a ser bastante estricta con esto, y no descarto posibles consecuencias para los personajes ausentes, porque si no no vamos a terminar nunca.

Mogura no respondió, se había quedado ensimismado mirando las vistas por la ventana como un pasajero más, y no parecía que sus voluntad fuera a cambiar pronto. Cuales fueran sus intenciones antes, parecían haber quedado en el olvido.

¿Quizá deberíamos revisar el último vagón? —sugirió Eri.

Pero Ayame hundió los hombros con un suspiro.

Este es el último vagón. Habíamos entrado por el del centro así que como mucho quedaría el primero. Pero dudo que nos vayamos a encontrar nada raro: e, conductor ha tenido que atravesarlo para llegar a la sala de mandos, y si estos dos vagones ya estaban norm...

Una violenta sacudida cortó las palabras de Ayame, que se vio obligada a sujetarse a los asientos para no caer; Eri también consiguió mantenerse estable, pero no corrió tanta suerte el chuunin de Amegakure, que cayó al suelo con un buen culazo. Aquel día iba a salir con una bonita moradura en la parte baja de la espalda.

Q... ¿Qué ocurre...? —farfulló Ayame, agarrándose con mayor fuerza a los asientos para resistir el constante traqueteo del vehículo.

Y es que el ferrocarril había comenzado a acelerar, el paisaje pasaba cada vez a mayor velocidad por las ventanas. Y no parecía que fuera a detenerse pronto, más bien al contrario. Cada vez iba más... y más rápido.
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#34
Mogura pareció ido mirando por la ventana mientras que Ayame fue la que contestó a su propuesta. Sin embargo, antes de terminar de hablar, un temblor se adueñó del tren y con suerte tanto la amejin como la uzujin consiguieron mantener los pies en el suelo, mientras que el único chico del grupo cayó, dándose en el trasero.

Q... ¿Qué ocurre...?

N-no lo sé —intentó decir la otra chica, agarrándose fuertemente—. Deberíamos ir a donde se encuentra el conductor, q-quizá... ¡han robado el tren! —exclamó como si en su cabeza cobrase sentido.

No había nada raro en los tres vagones, pero no habían revisado la cabina donde ahora debería estar el conductor encargándose del trayecto, pero, ¿y si le había ocurrido algo?

¡Vamos! —alentó la chica, intentando andar de nuevo hacia la salida del vagón—. Quizá llegamos antes si vamos por arriba, pero habrá que tener cuidado... —expuso, señalando hacia el techo del vagón intermedio.
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#35
N-no lo sé —balbuceó Eri, que se agarraba con la misma fuerza para no caer también al suelo—. Deberíamos ir a donde se encuentra el conductor, q-quizá... ¡han robado el tren!

¡Pero si no parecía haber nadie a bordo! —objetó Ayame.

¡Vamos! —alentó la de Uzushiogakure, echando a andar entre trompicones hacia la entrada del vagón que habían atravesado poco antes—. Quizá llegamos antes si vamos por arriba, pero habrá que tener cuidado...

¡Espera! —exclamó Ayame, agarrándola por el brazo—. ¡A esta velocidad, cualquier mínimo bache nos hará volar por los aires si vamos por el tejado! No. Mejor vayamos hacia la sala de máquinas. Tenemos que ver qué ha pasado.

Ayame se adelantó, y tras abrir la puerta del vagón, cruzó al otro lado con algunas dificultades. Abrió la puerta del contiguo, pero antes de pasar se dio la vuelta para tenderle una mano a Eri para ayudarla a cruzar. Y justo en el momento en el que la de Uzushiogakure había puesto los pies en el vagón central, el ferrocarril dio una violenta sacudida que las mandó a las dos al interior del vehículo de culo. Un violento chasquido hendió sus oídos y entonces vieron como el vagón en el que habían estado segundos atrás se descolgaba violentamente. Libre de su conexión con el resto del vehículo, el vagón se bamboleó peligrosamente intentando frenar, antes de caer de costado y dar una vuelta de campana sobre sí mismo. Los ventanales estallaron en incontables cristalitos, y las astillas, el metal y todo tipo de fragmentos de su estructura salieron disparados a su alrededor, junto a muchos de los asientos. Sólo rebotó una vez contra el suelo antes de quedar completamente inmóvil, con las astillas de la madera

¡MOGURA! —gritó Ayame, alzando la mano en un gesto inútil hacia su compañero desaparecido entre los escombros. La muchacha respiró agitadamente mientras el vagón se iba haciendo más pequeño en la distancia, a medida que se alejaban de él.

Pero aún tenían otras cosas por las que preocuparse...




Avisé...

Mogura abandona la trama, y estará gravemente herido para tres meses. Los hierros, las maderas y todo el armatoste del vagón se ha resquebrajado con él dentro, y el impacto le ocasiona severas fracturas por todo el cuerpo.
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#36
¡Espera!llamó Ayame, sujetándola firmemente del brazo para que la escuchase—. ¡A esta velocidad, cualquier mínimo bache nos hará volar por los aires si vamos por el tejado! No. Mejor vayamos hacia la sala de máquinas. Tenemos que ver qué ha pasado.

Eri asintió, siguiendo a la morena que había tomado la delantera. Con la velocidad que había tomado el tren la primera chica tuvo dificultades para poder cruzar al anterior vagón, y con su ayuda la pelirroja logró pasar tomándola de la mano para evitar contratiempos. Sin embargo, un escalofrío recorrió a Eri tras escuchar como el vagón en el que habían sentido como todo ocurría se descolgaba de los otros dos.

En el poco tiempo en el que se desestabilizó, no tardó en caer y rodar sobre sí mismo, destrozando la mayoría de lo que había sido un espléndido vagón: cristales, madera, metal; todo pareció volar por los golpes hasta que, por fin, se quedó inmóvil.

¡MANASE-SAN! —chilló Eri al percatarse que Mogura no había podido salir del vagón a tiempo. Eri sujetó a Ayame quien había alzado una mano, sin embargo, antes de poder volver atrás para comprobar si su compañero estaba bien, necesitaban parar aquel tren.

Agitó a Ayame para llamar su atención y se internó en el vagón.

¡No hay tiempo que perder, vamos a ver qué ocurre! —alentó la kunoichi del remolino, volviendo a andar con dificultad hacia el último vagón antes de dar con la sala de máquinas.
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#37
Ayame seguía con la mirada perdida en el fondo del vagón, incapaz de creer lo que acababa de ver. El vagón desencajándose violentamente, el estruendo del metal y la madera desgajándose y astillándose con cada vuelta de campana... Mogura... Mogura seguía allí dentro.

Eri la agitó de repente, devolviéndola a la realidad.

¡No hay tiempo que perder, vamos a ver qué ocurre! —exclamó, y Ayame se sintió abofeteada.

El ferrocarril. El ferrocarril seguía acelerando.

S... sí... —balbuceó, sacudiendo la cabeza y reincorporándose con debilidad.

«Por favor, que esté bien... que esté bien...» Rogaba para sus adentros. Poco más podía hacer.

Eri y Ayame atravesaron el vagón central y saltaron al primero tal y como habían hecho minutos atrás. En aquella ocasión, por suerte, el coche no se desprendió como había ocurrido con el último, y no sufrieron más sobresaltos que algún que otro bache que les hizo perder el equilibrio momentáneamente. Para cuando iban por la mitad del vagón; sin embargo, la puerta que tenían en frente se abrió súbitamente y el conductor se abalanzó sobre ellas entre trompicones.

¡POR FAVOR, AYUDA! —bramaba, con lágrimas de desesperación en los ojos, agarrándose a las ropas de Eri.

¿Qué narices está pasando? —preguntó Ayame.

N... ¡No lo sé! ¡El ferrocarril ha perdido el control! ¡No deja de acelerar y los frenos no funcionan! ¡Si seguimos así...! ¡Si seguimos así...!

«Moriremos estampados.»

¡NOS ESTRELLAREMOS CONTRA USHI!

A Ayame se le congeló la sangre en las venas al escucharlo. Rápidamente se abalanzó sobre la ventana que tenía más cerca. El ferrocarril estaba atravesando el Bosque de la Hoja en aquellos instantes, y los árboles pasaban a toda velocidad frente a sus ojos. No podía ver nada.

¿Cuánto tiempo tenemos?

C... C... Cinco minutos... a lo sumo... —balbuceó el conductor, con un hilo de voz.

¡NO!




5 turnos antes de que el ferrocarril se estrelle contra el pueblo de Ushi.
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#38
Ambas lograron atravesar el vagón donde comenzó la misión y llegaron al primer vagón sin ningún contratiempo más allá que el poco equilibrio que podían tener debido a la velocidad con la que se movía el tren.

«Un poco más...»

Sin embargo, aferrada a uno de los asientos le sorprendió el conductor abriendo de pronto la puerta. Su cara, surcada de lágrimas, lo acompañó hasta que logró acercarse a ellas.

¡POR FAVOR, AYUDA! gritó aferrándose a sus ropas, y ella le puso ambas manos en los hombros.

¿Qué pasa? —preguntó a la par que Ayame cuestionaba lo mismo.

N... ¡No lo sé! ¡El ferrocarril ha perdido el control! ¡No deja de acelerar y los frenos no funcionan! ¡Si seguimos así...! ¡Si seguimos así...!paró, y a Eri volvió a recorrerle un escalofrío infernal. Si seguían así... Conseguirían acabar con sus vidas sin lograr detener el tren.

»¡NOS ESTRELLAREMOS CONTRA USHI!

«No...» Ya no solo eran las tres vidas que llevaba el tren, sino toda una población. A Eri se le encogió el corazón a la par que sentía como sus piernas daban un temblor sin su consentimiento: ya no era su vida la que estaba en juego, eran las de toda esa gente que estaban haciendo sus tareas tranquilamente sin saber qué les venía encima.

Retiró al conductor e imitó a Ayame para mirar por la ventana, iban a demasiada velocidad, si seguían así...

¿Cuánto tiempo tenemos? preguntó Ayame, y ella se giró para ver al conductor.

C... C... Cinco minutos... a lo sumo...

«No... No... Piensa, Eri, piensa... ¿Qué podemos hacer?» La chica comenzaba a desesperarse, no sabía qué hacer mientras intentaba en vano mirar por la ventana, solo recibiendo su reflejo y un sinfín de árboles pasar a toda velocidad delante de sus ojos.

«Puede que...»

Tengo una técnica —dijo, levantando la voz—. Puede que destroce las vías del tren, pero haría quizá descarrilar el tren y no llegaría a Ushi, pero tendríamos que ser rápidos —explicó rápidamente—. La técnica es Doton: Retsudo Tenshō, haría que la tierra delante del ferrocarril se destrozase, quizá con un sunshin me aleje lo suficientemente rápido para resquebrajar las vías lejos... —comentó, no muy segura.
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#39
Tengo una técnica —Eri levantó la voz, y el maquinista se volvió hacia ella con el brillo de la esperanza en sus ojillos húmedos—. Puede que destroce las vías del tren, pero haría quizá descarrilar el tren y no llegaría a Ushi, pero tendríamos que ser rápidos. La técnica es Doton: Retsudo Tenshō, haría que la tierra delante del ferrocarril se destrozase, quizá con un sunshin me aleje lo suficientemente rápido para resquebrajar las vías lejos...

Espera, Eri, espera... —la interrumpió Ayame, alzando ambas manos—. No conozco esa técnica, pero piensa bien lo que dices: a la velocidad que vamos, hacer un Sunshin sólo te crearía más inercia. Lo mejor que te podría pasar es que te dieras de bruces contra el suelo al frenar, ¡lo peor es que no te alejaras lo suficiente y el ferrocarril te arrollara antes de poder realizar tu técnica! Señor —añadió, volviéndose hacia el maquinista—. ¿A qué velocidad estamos yendo?

E... el velocímetro no llega a dar esta velocidad... Pero debemos de estar yendo como mínimo al doble de la potencia máxima del ferrocarril.

Y eso eran sesenta kilómetros por hora. Ciento veinte si hacían los cálculos. Treinta y tres metros por segundo.

¡Por favor, ayudadme!

Ayame se masajeó la cabeza, desesperada y agobiada. Su mente trabajaba a toda velocidad, repasando una y otra vez su repertorio de técnicas y sus habilidades como kunoichi, pero no conseguía dar con la clave que le permitiera detener aquella bestia artificial o, como había sugerido su compañera, destrozar las vías para hacerlo descarrilar de manera segura para ellos.

Quizás... quizás sólo les quedaba salvar sus vidas... ¿Pero qué había de la gente de Ushi? ¿Cómo iba a vivir con la culpa de no haber evitado una masacre así?




4 turnos
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#40
Espera, Eri, espera...interrumpió Ayame, y ella la miró directamente—. No conozco esa técnica, pero piensa bien lo que dices: a la velocidad que vamos, hacer un Sunshin sólo te crearía más inercia. Lo mejor que te podría pasar es que te dieras de bruces contra el suelo al frenar, ¡lo peor es que no te alejaras lo suficiente y el ferrocarril te arrollara antes de poder realizar tu técnica! Señor —se giró al maquinista—. ¿A qué velocidad estamos yendo?

Eri tragó saliva al escuchar que iban, como mínimo, al doble de lo que podía ir ese armatoste.

¡Por favor, ayudadme!

Eri cerró las manos en dos puños y se mordió el labio inferior, maldiciendo todo lo que sabía. Su cabeza trabajaba a toda velocidad pero no era capaz de llegar a ningún plan en concreto que saliera bien, ¡y encima con todas esas vidas en juego!

¿Y... Y si le pegase una descarga al tren? —comentó, casi al borde de los nervios—. Puede que alterase algo o fastidiase el motor... Cualquier cosa... —alegó, volviendo a mirar la ventana mientras sus esperanzas se iban por segundos.
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#41
¿Y... Y si le pegase una descarga al tren? —sugirió Eri, ya a la desesperada—. Puede que alterase algo o fastidiase el motor... Cualquier cosa...

Ayame dejó escapar el aire por la nariz mientras se frotaba la coronilla, en pleno ataque de nervios. ¡Se les acababa el tiempo y no se les ocurría ninguna idea!

Es demasiado grande... Si fuera más pequ... ¡Señor! —exclamó de repente, y el conducto pegó un bote con un agudo chillido, como si de un ratón se tratara—. ¿Cómo dijo que funcionaba este armatoste?

¡No es ningún armatoste! ¡Cuenta con la máx...!

¡Como sea! ¿Cómo demonios funciona? ¡No tenemos tiempo!

¡Como iba diciendo, El Imparable cuenta con la máxima tecnología de Amegakure! Su corazón son las baterías hidroeléctricas, que alimentan to...

¡¿Dónde están esas baterías?!

Aquella pregunta pareció confundir al conductor, que parpadeó varias veces.

Eh... Ah... Por aquí. Están por aquí. ¡Acompañadme!

El conductor echó a correr y atravesó el vagón como una bala, en dirección a la parte anterior del ferrocarril. La sala de mandos estaba unida al primer vagón, por lo que no tuvieron ningún problema para cruzar la división entre ambos. Era un lugar más bien angosto, sin nada más interesante que dos asientos situados frente a un enorme panel de mandos lleno de botones y palancas que ninguna de las dos kunoichi comprendía. A través del ventanal del morro, todos los allí presentes pudieron ver cómo el bosque se abría paso a toda velocidad a ambos lados del vehículo según avanzaban las vías que conducían su trayecto. Y al fondo, una silueta comenzaba a dibujarse en el horizonte.

«Nos estamos acercando a Ushi...» Ayame tragó saliva. «El Imparable... ¡Menuda ironía!»

El conductor se agachó como pudo entre los asientos y abrió el cajón que se encontraba debajo del panel de mandos, dejando a la vista las entrañas de aquel armatoste. Cableados, motores y, por supuesto, las baterías hidroeléctricas que Ayame conocía tan bien. Pero estaba claro que algo no andaba bien, y a Ayame se le pusieron los pelos de punta cuando escuchó y vio los constantes chisporroteos de electricidad que descargaba. De vez en cuando, una chispa más fuerte que el resto chasqueaba en sus oídos, iluminando sus rasgos de electrizante luz.

A... aquí están... —tartamudeó el conductor, apartándose apresuradamente del sobrecargado motor—. ¿Qué van a hacer?

Pero Ayame no respondió con palabras. Su brazo derecho comenzó a inflarse súbitamente cuando el agua inundó sus músculos y su piel, convirtiéndolo en un enorme martillo de carne casi grotesca.

Destruyámoslas —sentenció, mirando con gesto sumamente serio a Eri.




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#42
Ambas kunoichi estaban al borde de la desesperación sin una idea en la mente, hasta que un rayo de esperanza cruzó la mente de Ayame, quien, rápidamente, se giró al conductor.

¡Señor! —exclamó de repente—. ¿Cómo dijo que funcionaba este armatoste?

El conductor iba a replicar ante la forma de llamar al armatoste de Ayame, pero lo calló enseguida, urgiéndole que contestase a su pregunta.

¡Como iba diciendo, El Imparable cuenta con la máxima tecnología de Amegakure! Su corazón son las baterías hidroeléctricas, que alimentan to...

«¿Baterías?» Eri no replicó en ningún momento en cuanto echaron prácticamente a correr en dirección a las baterías del tren. Con suerte para ellos no hubo mayores dificultades al llegar a un lugar estrecho, con un panel lleno de botones y cosas que Eri no alcanzó a entender para qué servían.

Volvió a sentir un escalofrío al ver como Ushi se comenzaba a ver a lo lejos.

Bajó la mirada para ver como el señor abría un cajón y enseñaba lo que parecía ser lo hacía funcionar el tren. No entendía nada al verlo, pero si era importante...

A... aquí están... —tartamudeó el conductor, apartándose—. ¿Qué van a hacer?

Ayame no respondió al conductor, sin embargo, decidió inflar su brazo derecho.

Destruyámoslasdijo mirando seriamente a Eri. La Uzumaki asintió sin mediar palabra, y sin perder más tiempo, creó una bola de chakra que rotaba sin cesar que poco a poco fue haciéndose más grande de lo normal en su mano.

Sin esperar, hundió esa bola de chakra en lo que habían llamado las baterías.
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#43
Ante las palabras de Ayame, Eri alzó una mano e hizo aparecer sobre su palma una reluciente esfera de chakra que giraba a toda velocidad. De haber sido otra la situación, Ayame se habría detenido para admirarla, pero ninguna de las dos tenía ese valioso tiempo, que no dejaba de escurrirse como la fina arena en un reloj de arena dado la vuelta.

¡¡¡AAAAAAAAAAAAAHHHHHHHH!!!

Ayame lanzó su puño colosal contra las baterías, al mismo tiempo que Eri hundía aquella pequeña esfera de chakra. El martillo sacudió las baterías con tal fuerza que hizo temblar todo el tren y la rotación de la esfera perforó los múltiples mecanismos, seccionando cables y todo lo que encontraba a su paso. Un súbito chispazo iluminó los rostros de las kunoichi y la electricidad recorrió sus cuerpos cuando, como si tratara de defenderse de aquella agresión, la electricidad las alcanzó. Ayame gritó, profundamente dolorida, y se vio obligada a apartar la mano con un profundo hormigueo recorriendo su cuerpo de arriba a abajo. Se cayó al suelo de culo, temblando como un flan, y entonces el ferrocarril dio una última sacudida, las luces papadearon y...

Todo se apagó.

Los motores, las luces, los botones. Todo.

Pero eso no hizo que el tren se detuviera. Seguía avanzando a través del bosque. Y Ushi cada estaba más cerca.

¿Qué está pasando? ¡Creía que si destruíamos los motores pararíamos este cacharro!

¡Los motores ya no alimentan la maquinaria, señorita, pero El Imparable no se va a parar en seco así como así! ¡Es la inercia del movimiento la que nos está conduciendo ahora!

Es decir, que terminaría frenando tarde o temprano. Cuando la rozadura contra el suelo y contra el viento hicieran efecto... La cuestión era, ¿eso sería antes o después de arrollar Ushi?

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#44
Ambas lanzaron su ataque combinado a las baterías, haciendo que todo el ferrocarril temblase ante la súbita descarga de chakra que recibía. Un chispazo hizo que sus rostros se iluminasen y la electricidad que descargó el gran golpe que la batería había recibido recorrió sus cuerpos. Eri gritó al mismo tiempo que Ayame, sintiendo un gran dolor recorriéndole todo su cuerpo por culpa de la descarga que acaba de sentir, haciendo que se alejase como si de un actoreflejo se tratara, cayendo junto a la kunoichi de la lluvia por lo que acababa de recibir, jadeante mientras observaba como todo a su alrededor se apagaba.

Pero la velocidad no parecía aminorar ni un ápice.

¿Qué está pasando? ¡Creía que si destruíamos los motores pararíamos este cacharro!

Eri se mordió el labio inferior mientras intentaba incorporarse de nuevo.

¡Los motores ya no alimentan la maquinaria, señorita, pero El Imparable no se va a parar en seco así como así! ¡Es la inercia del movimiento la que nos está conduciendo ahora!

«Por inercia...»

¡No puede ser! —se quejó la pelirroja—. A este ritmo, Ushi... —volvió a mirar a Ayame—. No podría desviar el trayecto del tren con mis cadenas, seguramente me arrancarían el brazo... No puedo darle una descarga porque... ¡porque ya hemos destrozado las baterías! —exclamaba la chica tirándose de los pelos —. Y no podría sellar el tren, necesitaría mucho tiempo y no tenemos tiempo...

Se le agotaban todas las ideas y ahora solo pensaba en que ojalá al menos parase antes de llegar al pueblo, pero por la velocidad a la que iban era realmente improbable.

Y tampoco podría desviar las vías... —maldijo—. No sé qué hacer.... —confesó, horriblemente disgustada—. No sé qué hacer...
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#45
¡No puede ser! —exclamó Eri, desesperada. Y no era para menos—. A este ritmo, Ushi... —Se volvió hacia Ayame, que le devolvió una mirada igual de alarmada—. No podría desviar el trayecto del tren con mis cadenas, seguramente me arrancarían el brazo... No puedo darle una descarga porque... ¡porque ya hemos destrozado las baterías! Y no podría sellar el tren, necesitaría mucho tiempo y no tenemos tiempo... Y tampoco podría desviar las vías... No sé qué hacer.... No sé qué hacer...

Ayame cerró los ojos, con los hombros hundidos. Ella no estaba en una posición mucho mejor. Desde dentro del tren no podían hacer más de lo que habían hecho ya. Y si salían al exterior perderían demasiado tiempo entre que recuperaban la inercia habitual de su propio cuerpo e intentaban hacer algo. Para cuando lo consiguieran, el tren ya habría salido de su alcance.

El ferrocarril no dejaba de temblar, como si fuera consciente del destino que le aguardaba, y el sonido de los metales y la madera entrechocando llenaba sus oídos de una sinfonía de destrucción y muerte. Bien era cierto que había comenzado a frenar, pero Ushi cada vez estaba más cerca...

Ayame suspiró y salió de la cabina del conductor. Atravesó a toda velocidad el primer vagón y abrió la puerta que lo conectaba con el segundo de golpe.

Se... ¿Señorita, qué está...?

Pero Ayame no respondió de inmediato. Había vuelto a inflar el brazo con aquella técnica suya y, de un sólo machetazo lo descargó contra las juntas de unión entre los dos vagones, que se rompieron en mil pedazos con un potente estruendo. El primer y el segundo vagón se desprendieron el uno del otro y comenzaron a separarse. Sin perder un solo instante, Ayame realizó un único sello y expelió desde sus labios una bala de agua que impactó de lleno en el segundo vagón, estremeciéndolo de arriba a abajo y frenándolo considerablemente. Si sus cálculos eran correctos, no debería llevarle tanto tiempo el detenerse del todo. El imponente El Imparable había quedado reducido a un solo vagón y a la cabina de mandos.

Si no podía detener todo el tren, al menos aligeraría la carga para que el impacto no fuera tan grande.

Preparaos para saltar —les advirtió Ayame, sombría y con lágrimas en los ojos.

¿Qué... Qué está... diciendo...?

Ayame se volvió hacia el maquinista, con una mano extendida.

¡Hemos hecho lo que hemos podido y no nos queda tiempo! ¡Lo único que podemos hacer es salvarle a usted y rezar... ¡Vamos, coja mi mano! Eri, ¿podrás salir por tus propios medios?




1 turno
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