10/06/2020, 14:54
—Lo tendremos en cuenta ¿Tiene alguna idea de que tan profunda es la mina o cuantos caminos hay dentro? ¿Qué tanto tiempo le tomo entrar y salir?
El hombre retrocedió levemente, contrario a hablar con ellos, sin embargo, tras una mirada y un asentimiento de su jefe, empezó a hablar.
— Solo estuve merodeando la zona de la entrada, hay demasiados caminos ahí dentro para poder orientarse con tanta niebla. Sobre la profundidad, es una mina, baja metros y metros, no sé hasta donde llegará porque nadie en su sano juicio se adentraría demasiado. Si pierdes de vista la entrada, es improbable que la vuelvas a encontrar. He estado poco menos de un par de horas, entrar asomarme a un par de caminos para ver si había alguna pista, pero nada.
—Di-disculpe… ¿ha-hay algo que d-debamos saber sobre los respiradores?
De nuevo, el hombre miró a Yōgi, pero esta vez porque no tenía ni idea de qué contestarle a la kunoichi. El mercader supuso que estaba dudando de la calidad del objeto ya que es ciertamente exclusivo de Amegakure.
— No te preocupes, funcionan, no son exactamente iguales a los de Amegakure, porque para conseguir uno de esos tendría que haber gastado más de lo que hay en la cueva. ¡Pero! Estos funcionan para el veneno única y exclusivamente, no para las locuras como respirar bajo el agua o el humo de una chimenea. Se venden en Inaka para las visitas y solo se les ha muerto un turista, porque le cayó un desprendimiento. Así que yo me fio, y mirad a Uragiri, como un roble ha salido.
Señaló al hombre que acababa de salir de las minas, ciertamente ni tosía ni parecía tener mal color.
— En fin, aquí teneis. Si necesitais suministros, os podemos dar un par de días de raciones pero ni un arma, no soy mercader de esos y el gremio de mercaderes de armas no se toma bien la competencia desleal.
Yōgi les ofreció ambos respiradores. Dejandoles con la duda de dónde había sacado el otro, tal vez el kimono tenía bolsillos interiores. El mercader sonreía y hablaba como si no tuviese un problema y gordo entre manos. Era difícil saber si confiaba ciegamente en la capacidad de los ninjas para recuperar su dinero o sencillamente toda la vida era como un gran entretenimiento para él.
El hombre retrocedió levemente, contrario a hablar con ellos, sin embargo, tras una mirada y un asentimiento de su jefe, empezó a hablar.
— Solo estuve merodeando la zona de la entrada, hay demasiados caminos ahí dentro para poder orientarse con tanta niebla. Sobre la profundidad, es una mina, baja metros y metros, no sé hasta donde llegará porque nadie en su sano juicio se adentraría demasiado. Si pierdes de vista la entrada, es improbable que la vuelvas a encontrar. He estado poco menos de un par de horas, entrar asomarme a un par de caminos para ver si había alguna pista, pero nada.
—Di-disculpe… ¿ha-hay algo que d-debamos saber sobre los respiradores?
De nuevo, el hombre miró a Yōgi, pero esta vez porque no tenía ni idea de qué contestarle a la kunoichi. El mercader supuso que estaba dudando de la calidad del objeto ya que es ciertamente exclusivo de Amegakure.
— No te preocupes, funcionan, no son exactamente iguales a los de Amegakure, porque para conseguir uno de esos tendría que haber gastado más de lo que hay en la cueva. ¡Pero! Estos funcionan para el veneno única y exclusivamente, no para las locuras como respirar bajo el agua o el humo de una chimenea. Se venden en Inaka para las visitas y solo se les ha muerto un turista, porque le cayó un desprendimiento. Así que yo me fio, y mirad a Uragiri, como un roble ha salido.
Señaló al hombre que acababa de salir de las minas, ciertamente ni tosía ni parecía tener mal color.
— En fin, aquí teneis. Si necesitais suministros, os podemos dar un par de días de raciones pero ni un arma, no soy mercader de esos y el gremio de mercaderes de armas no se toma bien la competencia desleal.
Yōgi les ofreció ambos respiradores. Dejandoles con la duda de dónde había sacado el otro, tal vez el kimono tenía bolsillos interiores. El mercader sonreía y hablaba como si no tuviese un problema y gordo entre manos. Era difícil saber si confiaba ciegamente en la capacidad de los ninjas para recuperar su dinero o sencillamente toda la vida era como un gran entretenimiento para él.