Daigo rio, sabiendo que el desierto no era para nada fresquito.

—Pues sí. Estaba allí de misión —confirmó—. No puedo dar muchos detalles, pero te juro que el desierto la hizo más difícil de lo que debería.

Y tan difícil. Cuando no lo intentaba matar el el propio desierto eran los animales, y cuando no eran los animales era el sol, y cuando no era el sol...

Tuvo un escalofrío cuando recordó su pelea contra la Kaguya.

—¡Tío, que al segundo día ya me tuve que pelear con un cocodrilo!

Daigo rio, sabiendo que el desierto no era para nada fresquito.

—Pues sí. Estaba allí de misión —confirmó—. No puedo dar muchos detalles, pero te juro que el desierto la hizo más difícil de lo que debería.

—Ya me imagino. Tranquilo, no preguntaré. —Entre shinobi de diferentes aldeas, incluso en la coyuntura actual, con una Alianza de por medio, eran comunes estas conversaciones a medias. Además, él no había entrado a hablar sobre su labor contra las Náyades.

—¡Tío, que al segundo día ya me tuve que pelear con un cocodrilo! —añadió Daigo inmediatamente, sin embargo.

El Hyūga giró el rostro hacia Tsukiyama, parpadeando lentamente.

—¿Cómo que un cocodrilo? —rio—. Joder, pues no sé que es peor, tío, un jabalí o un puto cocodrilo.

¡Pues eso, un cocodrilo! —exclamó entre risas—. A ver, no era fuerte, pero... quiero decir, seguía siendo un cocodrilo, pero que vamos, no lo era tanto como un criminal del Libro Bingo.

Eso sí, el muy cabrón era enorme y rápido. Daigo esperaba que el animal hubiera sobrevivido a su encuentro.

—Bueno, yo también me he enfrentado a cosas peores que un jabalí —dijo Daruu, encogiéndose de hombros—, pero te aseguro que ese cabrón era fuerte. Y me imagino que tu cocodrilo también. No te quites mérito.

Los shinobi siguieron charlando para saber cómo les había ido en este tiempo en el que apenas habían hablado, evitando cualquier tema de conversación que les llevase a revelar información reservada de sus aldeas. Pronto tuvieron que descabalgar de sus falsos caballos y se internaron en el Valle de los Dojos a través del estrecho entre las montañas. Como siempre, el Valle estaba hermoso. El País del Fuego era un territorio con el clima templado y solía gozar de hierbas y árboles verdes, pero aquél micropaís era también un microclima. El cielo plagado de pequeñas nubes blancas era una maravilla, sobretodo para alguien que venía de la Tormenta. Daruu se detuvo un momento para respirar profundamente con los ojos cerrados. Extendió los brazos y dejó que el viento acariciara sus cabellos. Su coleta y sus trenzas ondearon, alegres, y el muchacho exhibió una sonrisa. Lo mejor de todo era el silencio.

—Hace muchísimo tiempo que no vengo aquí —confesó a Daigo—. Puede que desde el Torneo. Resulta reconfortante. Eh, ¿recuerdas ese sitio? —Señaló el campo de troncos cortados que a lo lejos albergaba a dos samurái practicando con sendos bokken—. Ahí es donde nos pegó una paliza aquella chica que no podía participar en los combates. Me pregunto qué tal le irá.

»¿Buscamos un dojo libre? —dijo, y comenzó a caminar por la inmensidad del Valle.

Los chicos continuaron charlando con calma, poniéndose al día de cómo les habían ido las cosas hasta el momento.

Luego, ambos shinobi llegaron finalmente al Valle de los Dojos. Daruu no parecía haber venido en mucho tiempo, pues incluso se tomó unos segundos para simplemente disfrutar del ambiente. Daigo, por el contrario, ya se había pasado por allí más de una vez.

El peliverde rio, recordando la paliza que ambos habían recibido años atrás.

—Pues espero que bien. Tiene que ser difícil vivir allá en el País del Hierro... —Daigo se lo imaginaba como un desierto. Como un desierto helado—. ¡Claro! Tendremos que buscar un dojo, que no podemos pegarnos aquí en medio de la calle.

Entonces comenzaron a caminar, buscando un lugar adecuado.

Para agilizar las cosas, Daruu utilizó su dōjutsu y así comprobó que el dijo al que fueran a entrar no estuviera ocupado. Lo hizo de forma inconsciente sin preocuparse de si Daigo conocía aquella particular habilidad del Byakugan o no. Le llamó la atención uno de ellos en particular, que tenía un patio exterior en el centro con un tatami de diez por diez, iluminado así por luz natural. En los cuatro pilares de las esquinas había enredaderas que se enroscaban hasta llegar al techado abierto.

—¿Te parece bien en este? —preguntó el muchacho, abriendo la puerta y corriendo a uno de los extremos del tatami. Dio un par de brincos y giró las muñecas. Estiró las piernas y los brazos.

El ninjutsu era algo increíble, ¿verdad? Permitía que los ninjas corrieran más rápido y saltaran más lejos que cualquier otra persona. A Daruu le permitía ver más allá que cualquier otra persona.

El amejin lo hizo por reflejo, sin pensarlo. Pero no pasó desapercibido a Daigo, quien aunque estaba maravillado, decidió no preguntar al respecto.

En cuanto llegaron al dojo, Daruu corrió a una punta del tatami. Daigo corrió hacia el otro.

—¡Es perfecto!

El boxeador a moverse y golpear al aire, practicando algo de boxeo de sombra para calentar.

Daruu tomó aire y lo dejó escapar lentamente con los ojos cerrados. Hacía mucho que no tenía un combate de entrenamiento contra otro shinobi competente, y se sentía oxidado. Su estancia en los Dojos iba a ser productiva. La piel de alrededor de sus ojos comenzó a abultarse, mostrando las venas que la subyacían. Abrió sus Byakugan y movió los brazos y las piernas, adoptando la pose característica de combate.

—Comencemos, entonces. ¡Dalo todo, Daigo! —desafió.

Ambos peleadores ya estaban preparados. Daruu, de un lado del tatami, se preparó activando su Byakugan y adoptando su pose de combate.

Daigo sonrió ante el desafío de Daruu.

«No sé hacer otra cosa».

Chocó sus puños con fuerza, haciendo aparecer en ellos sus característicos guantes de chakra.

—¡VAMOS!

Decidiendo ser quien hiciera el primer movimiento, el boxeador inició su carrera hacia el amejin, y lanzó un puñetazo recto con su diestra hacia su estómago.

Daigo chocó los puños con fuerza. Alrededor de ellos surgió una masa de chakra que tomó la forma de unos gruesos guantes de boxeo traslúcidos de color verde. Alrededor de la técnica creció una especie de vendaje que ató los guantes y selló por completo las manos de Daigo.

«¡Interesante!», pensó Daruu preparándose para el ataque del muchacho, quien había salido a su encuentro corriendo con todas sus energías. Daigo trató de lanzar un puñetazo con el puño derecho hacia su estómago. Daruu usó la pierna izquierda como pivote para girar el torso y mover la otra pierna hacia atrás, esquivándolo. Con los dedos índice y corazón de su mano derecha golpeó la muñeca de Daigo e introdujo una aguja de chakra cerrando el tenketsu del que emanaba el guante. Las vendas giraron como un torbellino y el jutsu desapareció en ese puño. Aprovechando el desconcierto, el Hyūga volvió a girar el cuerpo, esta vez anteponiendo la pierna derecha a las espinillas del kusajin y agarrando firmemente su muñeca con la mano que había desactivado el guante. Pretendía hacerle una llave para lanzarlo al suelo.

Para la sorpresa del kusajin, solo hizo falta un pequeño toque por parte de Daruu para que su guante desapareciera en apenas un instante.

«¿¡Cómo!?»

Sin desaprovechar un segundo, el amejin tomó el brazo de Daigo y ejecutó una llave en él, lanzándolo al suelo.

No pudo girar, ni zafarse, ni aprovechar el impulso, ni nada. Simplemente cayó de cara contra el suelo mientras cancelaba su técnica en la otra mano.

Una vez en el suelo, Daigo apoyó la zurda en el suelo y tiró con fuerza de su diestra para zafarse, y entonces giró.

Impulsando el giro con sus manos, el peliverde lanzó su talón en un movimiento de barrido contra los tobillos de su adversario.

Daigo se vio arrastrado por la llave del Hyūga y se precipitó al suelo de cara. Dio un tirón con la mano agarrada y consiguió zafarse, al tiempo que daba una vuelta sobre sí mismo y golpeaba las piernas de Daruu, haciéndole caer al suelo.

—¡Au! —Había visto movimientos similares, pero era la primera vez que alguien los ejecutaba de aquella manera. Quizás era una especie de Kumite que enseñaban en Kusagakure, aunque había que admitir que el estilo de pelea de Daigo siempre había sido algo peculiar.

En el suelo de lado, de cara a Daigo, el amejin extendió la mano izquierda.

»¡Hakke: Kushō! —De la palma de la mano del Hyūga salió una onda de energía casi invisible que golpeó al kusareño como si de verdad le hubieran dado un puñetazo, y que lo alejó unos metros. Daruu se levantó, sacudiéndose la ropa y volviéndose a poner en guardia. Respiró hondo.

«¡Sí!»

Se permitió festejar mentalmente cuando consiguió llevar a Daruu al suelo, pero su alegría duró apenas hasta que el Hyūga estiró su palma hacia él.

—¡Agh! —De pronto, el joven salió disparado varios metros hacia atrás, como si le hubieran golpeado con un potente puñetazo. Cayó y rodó por el suelo, hasta que finalmente pudo volver a ponerse de pie.

«¿Qué fue eso?» el Taijutsu de Daruu no dejaba de sorprenderlo.

Se levantó y se tomó un segundo para respirar. Ya le había mostrado un poco del Tekken a Daruu, así que ya no tenía por qué ocultarlo. Sin miedo, el chico volvió a correr hacia su rival.

La pierna del kusajin se levantó levemente, pero no fue él, sino su sombra quien acabó por intentar patear la cabeza del amejin en una típica patada circular. El verdadero Daigo, sin embargo, ni siquiera esperó a que la imagen residual acabara el movimiento para lanzar un rígido puñetazo recto con la zurda hacia la boca del estómago de Daruu, seguido inmediatamente de un gancho horizontal hacia su mentón con el otro puño.

Siendo Daruu un Jōnin que lo superaba por mucho. El boxeador hacía todo lo posible por confundirlo con cambios de estilo.

Daigo se tomó un momento para volver a atacar. El kusajin volvió a intentarlo: salió corriendo hacia él para atacarle y realizó una astuta treta enviando una imagen falsa para fintar y engañarle. Pero uno no puede engañar a los ojos de un Hyūga: Daruu vio a través de la interesante técnica de Daigo y desvió con facilidad el primer directo a la boca del estómago moviéndose un paso a la izquierda y anteponiendo el antebrazo. Luego volteó el cuerpo noventa grados en la dirección de las agujas del reloj esquivando el gancho y quedando al costado de Daigo. Daruu estiró ambas manos para golpear sendos tenketsu en el hombro y en el costado del muchacho con las yemas de los dedos.

Daruu no se dejó engañar por la finta de Daigo. En su lugar simplemente esperó al verdadero ataque para desviarlo y esquivarlo con maestría antes de ejecutar su contraataque.

Fueron apenas dos toques en su hombro y en su costado los que hicieron falta para que algo sucediera dentro del peliverde. No entendía cómo, pero casi pudo sentir su energía escapando de su cuerpo.

Daigo giró hacia su derecha para volver a encarar a Daruu y lanzó un nuevo gancho horizontal. Esta vez con su izquierda y poniendo todo el peso de su cuerpo en él.

Aprovechando el impulso, el chico siguió girando hacia su derecha, dando un corto paso con su pie izquierdo y pivotando sobre él para dar un pequeño salto y acabar lanzando una patada circular con el mismo pie.