¡Tac! El Jūken de Daruu dio en los objetivos. El Hyūga sabía que a partir de ahora Daigo lo tendría más crudo cada vez que utilizase una de sus peculiares técnicas de Taijutsu. No obstante como estaba a punto de demostrar, el peliverde se bastaba con su habilidad en el cuerpo a cuerpo para ser competente, si bien por diferencia de experiencia se encontraba lejos aún de él. El muchacho giró y trató de golpear con un gancho de siniestra. Daruu lo vio venir sin mirar el puño y se agachó. El ataque pasó por encima de su cabeza, no obstante Daigo continuó con una patada giratoria en salto que no tuvo más remedio que encajar con el centro del pecho cuando la estaba intentando bloquear.

El amejin retrocedió acariciándose el pecho con una sonrisa y se adelantó tratando de golpear a Daigo también en el pecho con una palmada de su Jūken.

Daigo se sorprendió consigo mismo al acertar aquella patada, pues sabía que unos meses atrás habría sido imposible que la lanzara con tanta soltura. Ya ni hablar de acertar.

Daruu retrocedió un poco, antes de volver a la carga con una palmada al pecho del peliverde, quien intentó desviarla sin mucho éxito.

El golpe se sintió como si hubiera impactado directamente en sus pulmones, arrebatándolo de todo el aire que tenía.

Retrocedió y sintió vergüenza de sí mismo, pues un practicante del Tekken nunca retrocedía. Tomó una bocanada de aire y volvió avanzar, lanzando su pie derecho hacia el gemelo izquierdo del amejin.

El pie avanzó sin ningún peso detrás suyo, y brilló justo antes de alcanzar su objetivo, quedándose fijado a él en caso de acertar.

Luego, tiró del pie para desequilibrar a Daruu mientras saltaba, lanzando su diestra directa a la mejilla del jounin.

El golpe dio en el pecho de Daigo con contundencia cuando el muchacho trató de desviarlo sin éxito. Retrocedió, extenuado, y tras una bocanada de aire volvió a avanzar hacia Daruu atacando con una patada hacia su gemelo. Pero Daruu dio un pequeño salto hacia atrás, esquivando la patada y adoptando una curiosa posición de batalla, con el cuerpo inclinado, los brazos extendidos, una rodilla flexionada y la otra estirada al máximo. Entonces se proyectó hacia adelante y golpeó con los dedos índice y corazón a toda velocidad a Daigo en el codo y en el hombro, casi al unísono.

—¡Hakke: Yon Shō! —Luego, golpeó con otros cuatro golpes rápidos el pecho, el costado, la garganta y el otro brazo del muchacho—. ¡Hachi Shō! —Siguió golpeando en el torso, esta vez más rápido. Fueron ocho golpes más—. ¡Jūroku Shō —Y la siguiente ráfaga fue la más rápida de todas. Con extrema concentración, el muchacho atacó los tenketsu de su oponente a toda velocidad, moviendo sus ojos de uno a otro—. ¡¡Sanjūni Shō!!

El último golpe lo dio con fuerza, tratando de empujar al chico, y dio un par de saltos hacia atrás para quedarse a seis metros de él. Suspiró, y se limpió una gota de sudor de la frente: todavía no lograba perfeccionar el jutsu más mortífero de su clan. Aquél era su límite.

Con un ágil salto hacia atrás, Daruu evitó el ataque de Daigo y adoptó una extraña pose de combate, preparándose para el ataque.

«¡Aquí viene, tienes que resistir!»

La piel del brazo derecho del kusajin adoptó una tonalidad verdosa, y se endureció como una roca mientras se interponía entre él y el amejin.

Dos toques fueron los que hicieron falta para que su técnica se desactivara y el brazo del boxeador cayera inutilizado. ¿Se imaginan lo que pasó luego de treinta más?

Tirado en el suelo a varios metros de Daruu, el peliverde se esforzaba en levantarse e incluso en respirar con normalidad.

Con los músculos ardiéndole como nunca antes, el joven apenas tenía la fuerza para ponerse y levantar su puño izquierdo a la altura del mentón.

Aún sabiendo que no tenía fuerzas ni para dar un solo paso hacia delante, el chico sonrió desafiante.

Daruu relajó la postura y se quedó mirando a Daigo con la cara torcida y una ceja levantada. El kusajin había recibido su ataque de lleno, y ahora, en el suelo, se resistía a darse por vencido mostrándole la mejor de sus sonrisas.

Sin embargo, Daruu se sentó en el suelo del tatami, con las piernas cruzadas.

—No —dijo—. Se acabó. El combate ha terminado.

La sonrisa de Daigo desapareció. Estaba algo decepcionado, pero todavía que continuar con el duelo sería peligroso.

Extenuado, se dejó caer sentado y se tomó unos segundos para recuperar el aliento.

—¡Buen combate! —le dijo entonces, esta vez sonriendo con alegría—. Tu Taijutsu... es muy distinto al resto.

Daruu hizo una inclinación con la cabeza, sonriente. Afortunadamente, el muchacho había comprendido su posición. Si hubieran seguido combatiendo, tal vez hubiese podido lastimarse.

—Muchas gracias, Daigo-san —dijo—. Aunque llevo el apellido de mi madre, Amedama, ella lo heredó de su padre, Amedama Dango. Pero mi abuela era una Hyūga de pura cepa, Hyūga Miroe. Suyos son estos ojos. —Se señaló aquellos ojos rodeados de venas hinchadas, que se difuminaron en unos segundos. La ligera sombra de pupila que había aparecido en el Byakugan de Daruu volvieron a ser totalmente blancas, como el resto del iris—. Y suyas son las técnicas que he utilizado contra ti.

Daigo escuchó con asombro la explicación de Daruu. Él peliverde también practicaba un estilo familiar, aunque no viniera de su propia familia, pero aún así le sorprendía haber conocido un estilo tan particular como el Juuken, que se pasaba de generación en generación.

—Ooooh, ¿y cómo se llama el estilo? —preguntó, emocionado—. Lo que has visto hoy es el Tekken, muchos lo practicamos en Kusagakure, aunque yo lo he combinado con mi boxeo.

Daigo, como buen entusiasta del Taijutsu —osea, como buen kusareño— se emocionó al oír hablar a Daruu sobre el estilo de combate de su clan. Preguntó cómo se llamaba el estilo, y desveló que los extraños movimientos que el propio Daigo había desatado sobre él se llamaban Tekken, un estilo de lucha propio de Kusagakure que él había combinado con el suyo propio.

—¡Qué interesante! Al final va a ser cierto eso de que a los kusajin os gusta el combate cuerpo a cuerpo —dijo. También se decía que eran unos violentos y unos buscabullas, pero eso no lo iba a decir en voz alta, además, era un colega—. El mío se llama Jūken, el Puño Suave.

—¡Lo dicen porque es verdad! —dijo, tan animado como siempre—. Quiero decir, casi todo el mundo que conozco se especializa en el Taijutsu, o en el Kenjutsu, o como poco son buenos en ello.

Claro, todos menos Juro, pero él era un kusajin raro.

—Y no sé qué tiene de suave, la verdad —dijo, frotándose el pecho, todavía adolorido—. ¡Casi preferiría que me pegaran una patada en la cara!

Daigo confirmó los rumores y le dijo a Daruu que los especialistas en Taijutsu abundaban en la Aldea de la Hierba, junto a los especialistas en Kenjutsu. Luego, dudó sobre la suavidad de los golpes del Jūken, lanzándole al Hyūga una broma.

—¡Es peor que una patada, sí! —rio Daruu—. Te explicaría cómo funciona, pero eso iría en contra de los preceptos de los shinobi, ¿eh? —Daruu le guiñó un ojo a Daigo—. Te permitiré que lo adivines: dime, Daigo, ¿te duele de verdad el pecho? ¿Qué es lo que te duele de verdad? ¿Te han dejado alguna marca mis golpes?

En principio, Daigo negó con la cabeza.

—Tranquilo, no te pediré que me lo expliques.

Pero entonces, Daruu le lanzó una pregunta al peliverde, que fue suficiente para que el chico entendiera un poco lo que había sucedido.

—No... era como si me hubieras golpeado directamente en los pulmones... —una lucecita se encendió en su cabeza—. Espera, ¿cómo? No. No me lo expliques, que he tenido una idea.

Aunque Daigo habría estado perfectamente a gusto con no saber más datos del Jūken, el juego de adivinación de Daruu le hizo pensar. Al cabo de unos segundos, el muchacho pareció dar con una respuesta. El Hyūga pensó que había estado bastante acertada, aunque en batallas de entrenamiento evitaba atacar a órganos tan vitales como los pulmones. Seguramente la sensación habría venido por un golpe en un área cercana, a menos profundidad.

Sólo que Daigo no le contó dicha respuesta a Daruu.

—¿Y bien? —sonrió Daruu.

—Oh, ¡si no tengo ni idea de cómo lo hiciste! —sonrió, sincero—, pero creo que sé cómo hacer algo parecido.

Entonces se dio cuenta de lo que había dicho y se puso algo nervioso, negando varias veces con ambas manos.

—¡No quiero hacer lo que tú haces. Eso sería imposible! Quiero decir... —pensó un segundo cómo explicarse. No le quería hacer pensar que estaba robando sus técnicas—, imagínate que hago vibrar mi chakra y... paso esa vibración a otra persona. También haría daño interno, ¿no?

Ahora que lo pensaba, aquello sonaba algo violento, pero el chico siempre apuntaba cada idea que tenía.

Daigo no había averiguado qué podía hacer Daruu, sino que había tenido una idea para una de sus propias técnicas. El muchacho se la contó al Hyūga, quien alzó una ceja y torció la cabeza, confundido pero interesado.

—¿Hacer vibrar tu chakra? —preguntó—. Eso es complicado. Aunque... si transformas su naturaleza en Raiton, podrías hacerlo perfectamente. Eso sí —rio—. Creo que estaríamos hablando entonces de meterle un calambrazo a alguien, no de "pasarle la vibración" a otra persona. —Daruu apoyó las manos en los muslos y se reincorporó. Hizo un sello con una mano y una especie de empuñadura vacía de espada salió disparada de su muñeca derecha. La agarró al vuelo y el filo de la katana se extendió desde el mango mecánicamente, un segmento dentro del otro. Alrededor del mango salió una empuñadura dorada—. Déjame enseñarte algo parecido.

Daruu hizo un ademán con el brazo y el filo de la espada se cubrió con una capa de rayos que chispeó amenazante.

»Es el Raiton: Chakura no Nagare. Transformando el chakra en electricidad, haces que vibre, y con él también aplicas una pequeña vibración al filo. Eso hace que corte mucho más.