15/01/2019, 05:33
(Última modificación: 15/01/2019, 05:44 por Uchiha Datsue. Editado 5 veces en total.)
Era un día gris, aquella tarde. De nubarrones oscuros que se negaban a llover. De calles vacías, sin niños inundándolas con sus chillidos y carcajadas. De cerezos cuyas flores se negaban a abrirse, sin una sola brizna de viento haciendo sonar sus ramas. Ni trayendo consigo el característico aroma salado del mar. Un día sin sol. Un día oscuro. Un día triste.
El Jardín de los Cerezos estaba plagado de siluetas vestidas de negro. Empezaba a ser tónica general, allí. Hacía algo más de un año, la tragedia había sacudido la Villa con la matanza hecha por Zoku. El Consejo de Sabios. Senju Nabi. Furukawa Eri. Otros tantos habían muerto.
Ahora, como si estuviesen maldecidos tras la muerte de Shiona, la historia se repetía. Uzumaki Goro. Varios Chunins. Y otros tantos. Entre ellos, un joven de facciones escuálidas, nariz torcida y con una cicatriz en los labios. Entre ellos, un chico que iba a cumplir los dieciséis en una semana. Entre ellos, alguien que de no haber sido por sus logros, y por sus acciones, no hubiese llamado la atención de nadie. Entre ellos, el mejor amigo que Datsue había tenido en su vida.
Entre ellos, su Hermano.
Datsue creía haber tocado fondo con la pérdida de Aiko, pero se equivocaba. Con Aiko, sentía que alguien le clavaba un puñal en el pecho y se lo retorcía cada vez que pensaba en ella. Con Akame, era un dolor distinto. Un dolor hueco. Sentía, que le habían cortado un trozo de su propio ser. Que le habían arrancado algo de su misma esencia. Que algo en él había cambiado para siempre. No a nivel emocional, no en cuanto a tristeza o rabia, sino de manera mucho más profunda. Como si ya nunca más pudiese volver a ser el mismo. A estar completo.
¡Tan…! ¡Tan…! ¡Tan…! Resonaban las campanadas por toda la Villa.
El sacerdote hablaba. De uno. De otros. A Datsue le costó escucharle cuando llegó el turno de Akame. Aquel hombre no le había conocido como él lo había hecho. No sabía de lo que hablaba. Se había quedado en la superficie de su grandeza, sin comprender verdaderamente su esencia. Y lo que le había hecho grande no era un mero título. No era haber sido campeón del mayor torneo de las últimas décadas. Ni ser Jinchūriki. Ni haber acabado con Zoku. Ni haber sacado a un Jinchūriki descontrolado del estadio.
No, lo que le había hecho grande, eran los pequeños detalles. Esos que el mundo no recordaría, salvo Datsue. Lo que le había hecho grande era que, tras perder a Haskoz, y a todos y cada uno de sus compañeros de promoción, se hubiese levantado. Hubiese seguido haciendo amigos, creando lazos. Lo que le había hecho grande era que, tras la muerte de Koko, siguiese dándole una oportunidad al amor. Volviendo a ilusionarse. Volviendo a dejar entrar la felicidad en su corazón. Lo que le había hecho grande, era haber protegido siempre a sus compañeros y amigos. Como mejor sabía. Por mucho que estos no siempre se lo pusiesen fácil. Por mucho que su imagen se viese deteriorada a veces.
El sacerdote terminó de cantar su Sutra. Una a una, las personas fueron acercándose a dejar sus rosas blancas. Una muchacha de cabellos blancos se fue visiblemente emocionada tras dejar la suya. Era a la que, un día, Akame había comprado flores junto a Akimichi Akane. Uzu jamás vería florecer aquel romance. Datsue tampoco.
Datsue se acercó el último, a pasos lentos, buscando con la mirada cierta foto.
Cuando la encontró, le lanzó su rosa, que desentonó ligeramente con las demás. La suya no era blanca. La suya era color caqui. Activó el sello de la Hermandad Intrépida que le unía con su Hermano.
—¿Sabes? Ahora comprendo lo que me dijiste aquella vez. —Datsue hablaba de su reencuentro tras el torneo. ¿A qué se refería? Eso… Eso era algo que solo les pertenecía a ellos dos—. Yo… nunca supe lo que era ser ninja hasta que te conocí. Todavía me cuesta —tuvo que reconocerle, sabiendo que él era al único al que jamás había podido engañar—. Yo… D-diooss —se le escapó el aire por la boca mientras hacía una mueca parecida a una sonrisa de impotencia. Le costaba. Le estaba costando mucho—. No tengo palabras para describir lo que me duele perderte, Hermano —con la última palabra, su voz amagó con quebrársele con el llanto. Lo contuvo. Le picaban los ojos y sentía las pestañas húmedas al parpadear—. Teníamos tantas cosas por hacer. —Tantas cosas de las que hablar. Tantos sueños por cumplir—. ¡Se suponía que íbamos a comernos el mundo! ¿Por qué tuviste que abandonarme, hmm? ¡Te odio! —cerró los ojos con fuerza para contener las lágrimas. Le odiaba, le odiaba, ¡le odiaba! Aunque, en realidad…—. Odio tener que perderte.
Se le cortó la voz en el último momento, y tuvo que llevarse una mano al rostro. Su cuerpo se convulsionó, por así decirlo, en un llanto mudo. Estaba rodeado por su gente, pero, en aquel momento, se sintió más solo que nunca.
—Lo siento, compadre —dijo, forzando una sonrisa que le salió triste, mientras se restregaba las lágrimas y se obligaba a serenarse—. Sé que un ninja nunca debe mostrar sus emociones. Lo sé.
»Solo quiero que sepas una cosa antes de irte, compadre. Yo… Yo sé que ninguno de los dos éramos muy buenos demostrando nuestros sentimientos. Pero tú… me demostraste con hechos que yo te importaba, más de lo que le importaba a nadie. Incluso si esas acciones me hacían ponerme en tu contra. Y yo en cambio… —Apretó los dientes mientras negaba con la cabeza, aspirando con fuerza para sorberse los mocos. Apretó los ojos con todas sus fuerzas. Pero no podía, no podía, no podía... No podía evitar que las lágrimas le cayesen por las mejillas—. Yo en cambio no te supe v-valorar. Siempre te estaba echando cosas en cara últimamente. Pero tienes que saberlo, Hermano. —lloraba a lágrima viva y la voz había terminado por rompérsele por completo.
»Tienes que saber que yo siempre te he querido —¡Más que a nada ni nadie en este jodido mundo!
Hundido, tuvo que dar media vuelta. Por mucho que se había prometido ser fuerte, el llanto se había apoderado de él. Y llorar en público no era propio de un Jounin, menos de un verdadero profesional. Salió corriendo, llorando como un niño pequeño, y de sus labios tan solo asomó un último...
—Adiós, Hermano.
El Jardín de los Cerezos estaba plagado de siluetas vestidas de negro. Empezaba a ser tónica general, allí. Hacía algo más de un año, la tragedia había sacudido la Villa con la matanza hecha por Zoku. El Consejo de Sabios. Senju Nabi. Furukawa Eri. Otros tantos habían muerto.
Ahora, como si estuviesen maldecidos tras la muerte de Shiona, la historia se repetía. Uzumaki Goro. Varios Chunins. Y otros tantos. Entre ellos, un joven de facciones escuálidas, nariz torcida y con una cicatriz en los labios. Entre ellos, un chico que iba a cumplir los dieciséis en una semana. Entre ellos, alguien que de no haber sido por sus logros, y por sus acciones, no hubiese llamado la atención de nadie. Entre ellos, el mejor amigo que Datsue había tenido en su vida.
Entre ellos, su Hermano.
Datsue creía haber tocado fondo con la pérdida de Aiko, pero se equivocaba. Con Aiko, sentía que alguien le clavaba un puñal en el pecho y se lo retorcía cada vez que pensaba en ella. Con Akame, era un dolor distinto. Un dolor hueco. Sentía, que le habían cortado un trozo de su propio ser. Que le habían arrancado algo de su misma esencia. Que algo en él había cambiado para siempre. No a nivel emocional, no en cuanto a tristeza o rabia, sino de manera mucho más profunda. Como si ya nunca más pudiese volver a ser el mismo. A estar completo.
¡Tan…! ¡Tan…! ¡Tan…! Resonaban las campanadas por toda la Villa.
El sacerdote hablaba. De uno. De otros. A Datsue le costó escucharle cuando llegó el turno de Akame. Aquel hombre no le había conocido como él lo había hecho. No sabía de lo que hablaba. Se había quedado en la superficie de su grandeza, sin comprender verdaderamente su esencia. Y lo que le había hecho grande no era un mero título. No era haber sido campeón del mayor torneo de las últimas décadas. Ni ser Jinchūriki. Ni haber acabado con Zoku. Ni haber sacado a un Jinchūriki descontrolado del estadio.
No, lo que le había hecho grande, eran los pequeños detalles. Esos que el mundo no recordaría, salvo Datsue. Lo que le había hecho grande era que, tras perder a Haskoz, y a todos y cada uno de sus compañeros de promoción, se hubiese levantado. Hubiese seguido haciendo amigos, creando lazos. Lo que le había hecho grande era que, tras la muerte de Koko, siguiese dándole una oportunidad al amor. Volviendo a ilusionarse. Volviendo a dejar entrar la felicidad en su corazón. Lo que le había hecho grande, era haber protegido siempre a sus compañeros y amigos. Como mejor sabía. Por mucho que estos no siempre se lo pusiesen fácil. Por mucho que su imagen se viese deteriorada a veces.
El sacerdote terminó de cantar su Sutra. Una a una, las personas fueron acercándose a dejar sus rosas blancas. Una muchacha de cabellos blancos se fue visiblemente emocionada tras dejar la suya. Era a la que, un día, Akame había comprado flores junto a Akimichi Akane. Uzu jamás vería florecer aquel romance. Datsue tampoco.
Datsue se acercó el último, a pasos lentos, buscando con la mirada cierta foto.
Cuando la encontró, le lanzó su rosa, que desentonó ligeramente con las demás. La suya no era blanca. La suya era color caqui. Activó el sello de la Hermandad Intrépida que le unía con su Hermano.
—¿Sabes? Ahora comprendo lo que me dijiste aquella vez. —Datsue hablaba de su reencuentro tras el torneo. ¿A qué se refería? Eso… Eso era algo que solo les pertenecía a ellos dos—. Yo… nunca supe lo que era ser ninja hasta que te conocí. Todavía me cuesta —tuvo que reconocerle, sabiendo que él era al único al que jamás había podido engañar—. Yo… D-diooss —se le escapó el aire por la boca mientras hacía una mueca parecida a una sonrisa de impotencia. Le costaba. Le estaba costando mucho—. No tengo palabras para describir lo que me duele perderte, Hermano —con la última palabra, su voz amagó con quebrársele con el llanto. Lo contuvo. Le picaban los ojos y sentía las pestañas húmedas al parpadear—. Teníamos tantas cosas por hacer. —Tantas cosas de las que hablar. Tantos sueños por cumplir—. ¡Se suponía que íbamos a comernos el mundo! ¿Por qué tuviste que abandonarme, hmm? ¡Te odio! —cerró los ojos con fuerza para contener las lágrimas. Le odiaba, le odiaba, ¡le odiaba! Aunque, en realidad…—. Odio tener que perderte.
Se le cortó la voz en el último momento, y tuvo que llevarse una mano al rostro. Su cuerpo se convulsionó, por así decirlo, en un llanto mudo. Estaba rodeado por su gente, pero, en aquel momento, se sintió más solo que nunca.
—Lo siento, compadre —dijo, forzando una sonrisa que le salió triste, mientras se restregaba las lágrimas y se obligaba a serenarse—. Sé que un ninja nunca debe mostrar sus emociones. Lo sé.
»Solo quiero que sepas una cosa antes de irte, compadre. Yo… Yo sé que ninguno de los dos éramos muy buenos demostrando nuestros sentimientos. Pero tú… me demostraste con hechos que yo te importaba, más de lo que le importaba a nadie. Incluso si esas acciones me hacían ponerme en tu contra. Y yo en cambio… —Apretó los dientes mientras negaba con la cabeza, aspirando con fuerza para sorberse los mocos. Apretó los ojos con todas sus fuerzas. Pero no podía, no podía, no podía... No podía evitar que las lágrimas le cayesen por las mejillas—. Yo en cambio no te supe v-valorar. Siempre te estaba echando cosas en cara últimamente. Pero tienes que saberlo, Hermano. —lloraba a lágrima viva y la voz había terminado por rompérsele por completo.
»Tienes que saber que yo siempre te he querido —¡Más que a nada ni nadie en este jodido mundo!
Hundido, tuvo que dar media vuelta. Por mucho que se había prometido ser fuerte, el llanto se había apoderado de él. Y llorar en público no era propio de un Jounin, menos de un verdadero profesional. Salió corriendo, llorando como un niño pequeño, y de sus labios tan solo asomó un último...
—Adiós, Hermano.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado