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Llevaba media hora parado frente al gran rascacielo donde vivía Ayame y su familia. Debatiéndose internamente si adentrarse de una vez por todas y hacer de aquella visita un encuentro casual o circunstancial y no así premeditado; o de ir con cara a la verdad y agobiar a la pobre Ayame con aquello que le agobiaba a él también. Eso en particular aún no lo había decidido del todo —pues, aunque él se viera visto envuelto en un drama ajeno al suyo, no pensaba lograr el mismo efecto cuando decidiera él encargarse de su propio reducto— aunque sí pensaba sacar de aquel encuentro la valentía para dar el paso definitivo, antes de que una tragedia pusiera en jaque el renombre de un clan del que nunca se había sentido parte, pero al que sin razón que lo justificase, quería salvar a toda costa. Quizás por alguna urgente necesidad de tener ese sentido de pertenencia que tanto le hacía en falta, o sólo porque quería ser un shinobi responsable.
Suspiró profundamente y, finalmente, se adentró en el rascacielo. Ascendió hasta el décimo piso y tocó la puerta del departamento donde hacían vida los Aotsuki, esperando que le atendiera su prima y no así el gélido de su hermano o el cabrón de su padre. Aunque si le recibía éste último quizás le cobraría ese favor que le debía después de que el escualo le hubiera salvado el culo allá en las costas de Amenokami, de las fauces del cocodrilo traidor.
De nuevo vistió su rostro de aquella sonrisa que protagonizaba tantas pesadillas y esperó pacientemente.
Ya no había vuelta atrás.
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7/05/2018, 12:11
(Última modificación: 7/05/2018, 12:14 por Aotsuki Ayame.)
Un par de toques resonaron en la puerta de la vivienda de los Aotsuki y la familia, sentada alrededor de la mesa a la hora del desayuno, se volvió hacia ella con gesto extrañado.
—¿Esperáis a alguien? —preguntó Zetsuo y Kōri, junto a él, negó con la cabeza en silencio.
—La verdad es que no... —respondió Ayame.
—No habrás vuelto a hacer de las tuyas, ¿no, niña? —le cuestionó Zetsuo, alzando una ceja y con los ojos ligeramente entrecerrados.
—¡Claro que no! —exclamó con las mejillas encendidas, ofendida por la desconfianza de su padre. Aunque ni siquiera podía culparle, la última vez que habían tenido una visita sorpresa como aquella, Ayame había pasado tres días con sus tres noches en el calabozo de la Torre de la Arashikage por haberse colado a horas intempestivas en la Academia de Amegakure—. Voy a ver quien es —rezongó, sacudiendo la cabeza, antes de levantarse de su asiento.
Casi arrastrando los pies, y preguntándose inevitablemente qué habría hecho aquella vez, Ayame salió del comedor y enfiló el pasillo de camino a la puerta de entrada.
«Maldita sea, no te preocupes tanto. Esta vez no has hecho nada. Seguro que es Daruu-kun.» Meditó, y aún así tardó un par de segundos más en abrir.
Pero no era Daruu quien la esperaba al otro lado. Ni siquiera otro Jōnin que quisiera arrastrarla de nuevo ante la presencia de la Arashikage. Y al reconocer aquel inconfundible rostro azulado surcado por aquella sonrisa armada de dientes afilados como una sierra, la sorpresa en su rostro dio paso a la extrañeza y después pasó por una extraña mezcla que mediaba entre el recelo y cierto reproche.
—¡Kaido-san! ¿Qué haces aquí?
Y es que aquella era la primera vez que El Tiburón de Amegakure se presentaba en su casa. De hecho, desde lo que había ocurrido en la guarida de los Hōzuki, no había vuelto a entrar en contacto con él. Y ahora el sentimiento de inmenso agradecimiento por haberle salvado la vida se había visto contaminado por una oscura mancha difícil de borrar.
Y, sin embargo...
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Entonces, al otro de la puerta apareció, por suerte, Ayame. Con la inocencia como careta y evidentemente sorprendida por la presencia del escualo. Kaido continuó sonriendo y atendió a la pregunta de la guardiana como quien se siente ligeramente ofendido y también, poco bienvenido. Aunque si a él se le apareciese una gamba parlante a la sorpresa en la puerta de su casa, probablemente tendría la misma reacción.
Nada que objetar.
—¡Kaido-san! ¿Qué haces aquí?
—Pues he venido a visitarte, Ayame. ¿y qué otra cosa sino? —dijo, como si fuese algo evidente. Después de todo, estaba frente a su puerta y no la de nadie más—. es que no te veía desde ... ya tu sabes, y bueno, me preguntaba qué tal estabas. Y como iba de paso por el barrio...
Alzó los pies de puntilla y echó el ojo por encima de Ayame, a ver si alguien más asomaba el pescuezo.
—¿Te pillo en mal momento?
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—Pues he venido a visitarte, Ayame. ¿y qué otra cosa sino? —respondió él, como si fuera algo tan evidente que era impensable que hubiera escapado a sus ojos. Y aún así, Ayame no pudo evitar mostrarse sorprendida—. Es que no te veía desde... ya tu sabes, y bueno, me preguntaba qué tal estabas. Y como iba de paso por el barrio...
—Ah... ya... Desde entonces... —murmuró ella, de forma torpe.
Por el rabillo del ojo vio que el Hōzuki se ponía de puntillas y miraba por detrás de ella sin ningún tipo de disimulo. Extrañada, Ayame se volvió, siguiendo la dirección de sus ojos...
Y un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando se encontró con la anodina silueta de Aotsuki Zetsuo al final del pasillo, apoyado contra la pared y con los brazos cruzados, y vigilándoles con sus ojos afilados.
—¿Te pillo en mal momento? —preguntó Kaido, y Ayame se volvió hacia él con un brinco.
—¡Oh, no, no! ¡Estaba terminando de desayunar! —exclamó ella, agitando las manos en el aire—. Pero me alegra verte por aquí... Hay algo importante que quería hablar contigo. ¿Me dejas un minuto?
Se retiró un momento de la puerta y atravesó de vuelta el pasillo entre largas zancadas antes de meterse por la segunda puerta que quedaba a la izquierda. Desde el fondo del pasillo, Aotsuki Zetsuo, vestido con ropajes casuales, se acercó a Kaido con pasos lentos y premeditados.
—Umikiba, qué sorpresa verte por aquí —le dijo, con gesto inescrutable. Clavó la mirada de sus ojos aguamarina en los suyos durante unos instantes y poco después añadió—: No he olvidado tu inestimable ayuda en la guarida de los Kajitsu. Tan sólo espero que sigas... igual de fiel.
—¡Ya estoy lista! —exclamó Ayame, perfectamente vestida y con todos sus utensilios encima, corriendo hacia la puerta. Se detuvo a pocos pasos, y miró alternativamente a Kaido y a su padre, genuinamente confundida.
Pero Zetsuo se retiró y le dejó vía libre. Aunque, justo antes de que la kunoichi terminara de atravesar el umbral de la salida, le dedicó una última advertencia.
—Intenta no meterte en más líos, niña. Ya nos conocemos.
—¡Jo, que no lo haré! —protestó Ayame, con un pequeño mohín—. Luego vuelvo. ¡Vámonos, Kaido-san!
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Atrás de todo, un águila rapaz le vigilaba. A él y a su cría. Aotsuki Zetsuo vislumbraba a través del pasillo y agobiaba a Kaido con su presencia, que transmitía plena disposición en cortar su cabeza de un tajo si es que venía a secuestrar a su hija. Kaido le sonrió desde atrás, nervioso, y luego atendió a la elocuente respuesta de Ayame con un nervioso asentir.
—¡Oh, no, no! ¡Estaba terminando de desayunar! —el gyojin gesticulaba con el rostro a medida que ella hablaba, con lo músculos tensados—. Pero me alegra verte por aquí... Hay algo importante que quería hablar contigo. ¿Me dejas un minuto?
—Claro, cómo no. Te espero —dijo. Luego tragó saliva, y le dio mil vueltas a eso de que Ayame quería hablar de algo importante con él. ¿Qué cosa sería? ¿sabría ella algo de? ... no, no había forma. Sacudió la cabeza, mientras el jounin acortaba distancia, aprovechando la ausencia de su promigénita. Kaido le vio desde lo bajo y le plantó cara como solía hacer siempre, aunque sus huevos iban haciéndose cada vez más pequeños, como cuando una fría ventisca se entromete sin haber sido invitada entre sus calzoncillos.
—Umikiba, qué sorpresa verte por aquí. No he olvidado tu inestimable ayuda en la guarida de los Kajitsu. Tan sólo espero que sigas... igual de fiel.
—Zetsuo-san, no lo ponga en duda —respondió, en alegato a su fidelidad—. no encontrarás un Hōzuki más fiel que yo. Bueno, aunque no es que queden muchos, ¿verdad? —bromeó. Y vaya mala broma, porque aunque se hubieran cargado a un buen puñado de ellos, aún existían miembros que con sus subterfugios, podían hacer mucho daño al clan. Y al otro lado de la balanza, estaba Yui, evidentemente. Nada más y nada menos que la mismísima Arashikage—. y que su hija, claro.
Y hablando del rey de Yamiria ...
—¡Ya estoy lista!
—Intenta no meterte en más líos, niña. Ya nos conocemos.
—¡Jo, que no lo haré! —protestó Ayame, con un pequeño mohín—. Luego vuelvo. ¡Vámonos, Kaido-san!
—Patrón, ha sido un gustazo verle. Salúdeme a Kori-kun, ¿ok? —hizo el ademán de seguir a Ayame— ¡Adiós!
Así pues, y una vez que ambos se encontrasen a salvo de la inescrutable presencia de Zetsuo, Kaido apostaría por iniciar una conversación casual.
—Bueno, ¿y cómo estás tú, mujer? —preguntó—. lo último que supe de ti fue por boca del bueno de Daruu. Me dijo que no parabas de entrenar con tu papá, y tal; y que le era difícil pillarte libre. ¿Te has hecho más fuerte, entonces?
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(Última modificación: 10/05/2018, 23:02 por Aotsuki Ayame.)
—Patrón, ha sido un gustazo verle. Salúdeme a Kori-kun, ¿ok? ¡Adiós! —se despidió Kaido, y Zetsuo entrecerró peligrosamente los ojos al percibir la descuidada forma con la que se había referido a él y al Jōnin.
Ayame, que se había quedado paralizada de terror junto a él al percibir el peligro, no tardó en agarrar del brazo a El Tiburón y lo arrastró entre largas zancadas hacia el ascensor.
—N... ¡Nos vamos! ¡Hasta luego, papá! —exclamó, forzando a sus labios a formar una sonrisa que se vio tan tensa como la cuerda de un arco.
Minutos después, los dos Hōzuki caminaban bajo la lluvia de forma despreocupada por las calles de Amegakure. No parecían tener un rumbo fijo, aunque Ayame se empeñaba en caminar por los callejones más solitarios. En aquel momento estaban pasando por una avenida que discurría de forma paralela a uno de los canales que surcaban la aldea. En más de una ocasión se encontraron con un puente de asfalto que les permitiría cruzar al otro lado, pero nunca llegaron a hacerlo.
—Por Amenokami, ¿cómo se te ha ocurrido llamar "patrón" a mi padre y "Kōri-kun" a mi hermano? —suspiró Ayame apartándose varios mechones de cabello empapados que se le habían pegado al rostro—. Si hubiéramos tardado unos segundos más en salir de ahí, te habría hecho trizas por tu insolencia.
—Bueno, ¿y cómo estás tú, mujer? —preguntó Kaido en algún momento de la conversación—. Lo último que supe de ti fue por boca del bueno de Daruu. Me dijo que no parabas de entrenar con tu papá, y tal; y que le era difícil pillarte libre. ¿Te has hecho más fuerte, entonces?
Ella sonrió con cierta timidez.
—Bueno, estoy entrenando, eso es cierto. Pero no con mi padre —le corrigió, sacudiendo la cabeza—, aunque sí es cierto que le he pedido ayuda alguna vez. Pero tengo que hacerme mucho más fuerte para que no vuelva a pasar algo como con los Kajitsu y para cumplir mi objetivo, así que hasta el momento he estado entrenando por mi cuenta, con mi hermano y con Daruu-kun. Aunque seguro que tú tampoco te habrás quedado de brazos cruzados, imagino. No pareces de ese tipo de personas —añadió, mirándole directamente con una ligera sonrisa.
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Qué se le iba a hacer. Así era Kaido, un insolente de nacimiento. Ya maldecía en el vientre y sacaba el dedo medio durante los últimos tres meses de gestación. Que llamase a Zetsuo patrón, o tuteara al Hielo de Kori era un juego de niños. Por ello sonrió, a sabiendas de que nuevamente, se salía con la suya.
Continuó caminando, y así también la casual y a su vez no tan casual conversación.
—Bueno, estoy entrenando, eso es cierto. Pero no con mi padre, aunque sí es cierto que le he pedido ayuda alguna vez. Pero tengo que hacerme mucho más fuerte para que no vuelva a pasar algo como con los Kajitsu y para cumplir mi objetivo, así que hasta el momento he estado entrenando por mi cuenta, con mi hermano y con Daruu-kun. Aunque seguro que tú tampoco te habrás quedado de brazos cruzados, imagino. No pareces de ese tipo de personas —añadió, mirándole directamente con una ligera sonrisa.
—¿Yo? pues algo he entrenado, sí. No puedo decir que tanto como hubiera querido, pero al menos no me dejé engordar en el sofá —sonrió, elocuente—. también aproveché para hacer un par de misiones y poco más. Del resto, hacer el tonto con Nokomizuchi mientras le pongo algo de empeño al tema del Kenjutsu, que después de aquello, y ver como alguno de esos cabrones usaban las espadas, le fui pillando el gusto. ¿Ves? incluso ese tipo de experiencias siempre te deja algo bueno.
En una de esas, se detuvo y apoyó en alguno de los barandales cercanos.
—Y ésto no sé si es bueno o no —indagó de pronto, reflexivo, con la mirada perdida en la lluvia—. pero después de todo ese jaleo tan turbio en el que nos sumimos para rescatarte, comencé a ver con más claridad algunas cosas. Como por ejemplo, que hoy por hoy me siento más Hōzuki de lo que me sentía antes de cortar a uno de los nuestros en dos con su propia espada. Es bastante irónico eso, ¿no crees? ¿pero quién está de lado correcto, entonces? ¿seré yo?
Soltó una risilla nerviosa, burlándose de su propia y enigmática tribulación. No esperaba que Ayame comprendiera nada, pues ella realmente no debía sentirse una Hōzuki. Ella era una Aotsuki, después de todo.
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11/05/2018, 23:03
(Última modificación: 11/05/2018, 23:03 por Aotsuki Ayame.)
—¿Yo? pues algo he entrenado, sí. No puedo decir que tanto como hubiera querido, pero al menos no me dejé engordar en el sofá —sonrió El Tiburón, elocuente—. también aproveché para hacer un par de misiones y poco más. Del resto, hacer el tonto con Nokomizuchi mientras le pongo algo de empeño al tema del Kenjutsu, que después de aquello, y ver como alguno de esos cabrones usaban las espadas, le fui pillando el gusto. ¿Ves? incluso ese tipo de experiencias siempre te deja algo bueno.
«¿Nokomizuchi?» Repitió Ayame para sus adentros, ladeando la cabeza ligeramente, pero no tuvo ocasión de ver satisfecha su curiosidad, por Kaido siguió hablando con la mirada perdida en la lluvia:
—Y ésto no sé si es bueno o no, pero después de todo ese jaleo tan turbio en el que nos sumimos para rescatarte, comencé a ver con más claridad algunas cosas. Como por ejemplo, que hoy por hoy me siento más Hōzuki de lo que me sentía antes de cortar a uno de los nuestros en dos con su propia espada. Es bastante irónico eso, ¿no crees? ¿pero quién está de lado correcto, entonces? ¿seré yo?
Ayame no pudo evitar estremecerse ante la falta de tacto a la hora de relatar aquel suceso. Se mantuvo pensativa durante unos instantes, pero al final terminó por encogerse de hombros.
—No sé qué decirte, la verdad... —confesó, rascándose la nuca—. Hasta el momento, las personas que he conocido que se sentían tan... "patrióticos" con su clan han resultado estar todos idos de la olla —añadió, moviendo el dedo índice de forma circular junto a su sien—. Yo sé que soy una Hōzuki por parte de mi madre, soy El Agua, pero ante todo me debo a mi familia, a Daruu-kun y a mis amigos —añadió, mirándole por el rabillo del ojo.
Nuevamente, los sentimientos enfrentados se enredaban como dos serpientes luchando furiosamente en su pecho. Ayame abrió la boca. Volvió a cerrarla. Y después volvió a abrirla.
—Kaido-san —le llamó al fin, después de varios segundos de incertidumbre. Su rostro, serio y grave, sólo era un ligero reflejo de la encrucijada que llevaba por dentro—. ¿Cónoces a un shinobi de Uzushiogakure llamado Uchiha Datsue?
Nivel: 28
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—No sé qué decirte, la verdad...—respondió Ayame, incómoda—. Hasta el momento, las personas que he conocido que se sentían tan... "patrióticos" con su clan han resultado estar todos idos de la olla. Yo sé que soy una Hōzuki por parte de mi madre, soy El Agua, pero ante todo me debo a mi familia, a Daruu-kun y a mis amigos.
Que bueno que ella lo tenía bien en claro. Eso de a quienes se debía, muy a pesar de los lazos que le unían a un clan desprestigiado con el infalible paso del tiempo. Uno que, por alguna razón, y muy a pesar de las vicisitudes que aún desconocía acerca de su propio pasado, quería poder salvar. Tal y como lo había hecho con Ayame. Y tal como pensaba hacerlo consigo mismo, si conseguía tomar la decisión de tomar las riendas de su propia existencia.
Sonrió, ensombrecido, y le agobió un silencio rotundo en cuanto Ayame terminó de hablar.
Lo curioso fue que ésta no aguardó su respuesta, sino que tal y como hacía el mar en cuanto un temporal aparecía súbitamente, la corriente de aquella conversación terminó recalando en nombre ajeno a Amegakure aunque no así a ellos dos.
—Kaido-san ¿Cónoces a un shinobi de Uzushiogakure llamado Uchiha Datsue?
El gyojin alzó la mirada con una ceja hincada y miró a Ayame con gesto confuso.
—Sí, le conozco. ¿A qué viene esa pregunta? —arrojó cual daga filosa y certera.
Nivel: 32
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Kaido alzó una ceja, extrañado ante la súbita pregunta de Ayame.
—Sí, le conozco. ¿A qué viene esa pregunta?
«Le conoce. ¡Bueno, pues claro que le conoce, estúpida! ¡Sería mucha casualidad que Datsue soltara un nombre al azar y casualmente acertara con él!» Se recriminó Ayame, sacudiendo ligeramente la cabeza. «Aún así no puedo soltárselo tal cual. Sería demasiado brusco... Y se sentiría atacado, o buscaría mentirme de ser verdad. Poco a poco, Ayame, poco a poco.»
Se encogió de hombros ligeramente.
—Me... me encontré con él en Tanzaku Gai, y me preguntaba si le conocías. Es un buen sitio, agradable y con sol, aunque con mucha gente... ¿Lo conoces? ¿Has estado allí recientemente?
Aún así levantó la cabeza y clavó sus ojos castaños en los cristalinos de Kaido. En aquel momento no se dejó amilanar y mantuvo el contacto visual, porque estaba buscando en su rostro cualquier tipo de reacción que delatara la respuesta que estaba buscando.
Nivel: 28
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12/05/2018, 20:25
(Última modificación: 12/05/2018, 20:26 por Umikiba Kaido.)
Pero aquella daga iba a ser repelida por Ayame, quien replicó a la sospecha de Kaido con un severo contacto visual del cual ninguno quiso romper. El gyojin no supo si aquella suspicacia se debía a algo en particular, o sólo era parte de la nueva Ayame, que no parecía amedrantarse tan fácil como antes.
De cualquier forma, sí que había estado alguna vez en Tanzaku Gai, aunque no recientemente.
—Estuve una vez, pero hace un par de años. Habrá sido en el 215, no recuerdo con exactitud —respondió con aparente sinceridad. Nada en su gesticulación podía sugerir lo contrario—. bonita tierra, sí, aunque jodidamente sobrepoblada.
Se dio vuelta por sobre la baranda, y ahora apoyó la espalda. A pesar de lo extraño de aquel giro argumental el escualo no parecía sospechar nada. Buenas noticias para Ayame.
—Entonces, conociste a Uchiha Datsue, el Intrépido. Así le gusta llamarse, el muy bastardo. Y dime, sigue igual de creído o ya dejo atrás sus delirios de grandeza? la última vez que le vi fue en La Capital, allá en los mares de Mizu no Kuni. Ya luego en el torneo no acabé cruzándomelo, aunque dicen que su pelea con Daruu fue bastante vistosa.
«Uhm. Me pregunto si habrá vuelto a los Herreros para saldar saldar su Marca del Hierro»
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—Estuve una vez, pero hace un par de años. Habrá sido en el 215, no recuerdo con exactitud —respondió—. Bonita tierra, sí, aunque jodidamente sobrepoblada.
Ayame, hundió ligeramente los hombros. Había estado estudiando con detenimiento el rostro de Kaido y sus facciones a la hora de responder a su pregunta, pero no vio en él ningún atisbo de duda, ningún atisbo de alarma, ni ningún atisbo de mentira que pudiera levantar sus sospechas.
«Entonces, si es cierto lo que dice... No estuvo allí el día del concurso de música.» Meditó, frunciendo el ceño mientras repasaba en su cabeza las palabras de Uchiha Datsue.
El Tiburón se apoyó contra la barandilla, aparentemente relajado.
—Entonces, conociste a Uchiha Datsue, el Intrépido.
Ayame asintió. Quedaba claro que ambos se conocían.
—Así le gusta llamarse, el muy bastardo. Y dime, ¿sigue igual de creído o ya dejo atrás sus delirios de grandeza? La última vez que le vi fue en La Capital, allá en los mares de Mizu no Kuni. Ya luego en el torneo no acabé cruzándomelo, aunque dicen que su pelea con Daruu fue bastante vistosa.
—Sí, ambos quedaron empatados. Y teniendo en cuenta lo fuerte que es Daruu-kun, debe ser un oponente formidable. Y con ese Sharingan, además... —siseó entre dientes, claramente irritada.
Recordaba a la perfección su humillante derrota a manos de Uchiha Akame, pero ahora se le había sumado además la sucia astucia de Uchiha Datsue y todas las jugarretas que le había hecho. A cada cual, más peligrosa que la anterior. Miró de reojo a Kaido, a sabiendas de que en aquellos momentos estaba desfilando sobre una cuerda floja. Él y Datsue se conocían. Y, por las palabras de Kaido, no parecía que le cayera precisamente mal. Y lo que ella estaba a punto de revelar era algo bastante fuerte. Su compañero no parecía ser un tipo demasiado sensible para que le afectaran habladurías sin sentido, pero esas habladurías estaban atentando contra su honor directamente...
Tenía que andarse con tacto. ¿Pero qué tipo de tacto podía tener con un tema así?
Al final, terminó por suspirar.
—Te voy a ser sincera, Kaido-san. Necesitaba hablar esto contigo porque cuando me encontré con él, él me habló de ti. Y no fue algo precisamente... agradable —confesó, mirándole por debajo de las pestañas, terriblemente seria.
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... Y con ese Sharingan, además.
El Sharingan, claro.
Él también padeció esos ojos, y hubo estado en ambos lados de la balanza. Desde gozar de los beneficios que aquel dōjutsu otorgaba a sus usuarios durante aquel misterioso viaje que les llevó hasta la lejana Isla Monotonía hasta enfrentar la estrepitosa ventaja estratégica que aquel poder les confería, mientras luchaba contra Akame en el torneo de los Dojos, quien además, también le había vencido sin inmutarse siquiera un poco. Aquello le dolía, era una espina que tenía clavada en el cuerpo, aunque no por ello sentía rencor.
Después de todo, ambos eran buenos chavales. O... eso creía.
—Te voy a ser sincera, Kaido-san. Necesitaba hablar esto contigo porque cuando me encontré con él, él me habló de ti. Y no fue algo precisamente... agradable.
De más está decir que quien conociera a Uchiha Datsue, podría discernir fácilmente un par de cosas, que sine qua non, formaban parte de su naturaleza y conducta. Una de ellas era que, lo que bien tenía de intrépido el muy capullo también lo tenía de hablador y charlatán, y quizás el músculo que usaba con mayor destreza era el de su lengua. Una que apenas comenzaba a parlotear y se encasquetaba en una historia, no se detendría hasta obtener el resultado deseado a los oídos necios que habían caído en la trampa mortal de escucharle.
—Mira, si algo tiene Datsue, es que le encanta hablar. Adora pregonarse y así también calentarte el oído con absurdos en el proceso. Es normal que a veces se le vaya la olla —comentó, sincero. No enervado, aún, aunque visiblemente curioso por lo que le había contado el Uchiha a Ayame sobre él. La miró fijamente y enarcó una ceja—. pero bueno, ¿qué ha sido eso tan poco agradable que te ha contado el hijoputa?
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—Mira, si algo tiene Datsue, es que le encanta hablar. Adora pregonarse y así también calentarte el oído con absurdos en el proceso. Es normal que a veces se le vaya la olla —comentó Kaido, pero Ayame arrugó aún más el entrecejo.
«Lo que no es normal es inventar unos rumores así sobre otra persona... Sobre todo si esa persona es precisamente un amigo tuyo.» Completó en su fuero interno, esforzándose por mantener la respiración controlada. Sin demasiados resultados. Se estaba enervando, y eso que la cosa no iba con ella.
O, al menos, no directamente.
—Pero bueno, ¿qué ha sido eso tan poco agradable que te ha contado el hijoputa? —preguntó Kaido, curioso e inocente en su ignorancia.
Y Ayame volvió a mirarle de soslayo, y antes de continuar hablando echó una ojeada a su alrededor, asegurándose de que no hubiera ningún oído indiscreto en las cercanías.
—Me dijo que estaba de misión con una compañera suya en Tane-Shigai. No me dijo ningún nombre, así que no sé quién podría ser —completó, encogiéndose de hombros. E hizo una breve pausa. Porque esa era la parte más fácil del relato. Ahora venía lo verdaderamente difícil. ¿Cómo contar aquello sin que se sintiera atacado? Era imposible... Por eso tendría que mirar al Tiburón de frente y enfrentarle cara a cara—. Esa compañera suya se fue a los baños termales de la ciudad y... entonces... alguien... le robó la ropa interior...
Volvió a interrumpirse momentáneamente, estudiando de nuevo la reacción en el rostro de Kaido. Ayame volvió a respirar hondo, cuadrando los hombros y reuniendo el escaso valor que sentía al tener que enfrentar aquello de aquella forma.
—Me contó que rastrearon el olor de su propia ropa, y que el rastro les llevó a un pequeño motel pegado a la muralla de la ciudad. Y en una de las habitaciones de ese motel... Te vieron a ti. Con la ropa interior de esa chica.
Lo soltó de golpe, casi atropelladamente, y para cuando terminó tenía el rostro rojo como un tomate.
¿Pero cuál sería la reacción de su compañero? ¿Era posible que no la creyera? ¿Quizás sería violenta y lo pagaría con ella? ¿O a lo mejor buscaba su propia venganza?
Por si acaso, la muchacha le observó con cuidado.
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Dinero: 1150 ryō
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—Me dijo que estaba de misión con una compañera suya en Tane-Shigai. No me dijo ningún nombre, así que no sé quién podría ser —hasta ahí, todo bien. Datsue, acompañado de una dama en Tane-Shigai, metiéndose en algún problema, probablemente. Nada demasiado alejado de la realidad—. Esa compañera suya se fue a los baños termales de la ciudad y... entonces... alguien... le robó la ropa interior...
la ropa interior...
interior...
Ayame pudo vislumbrar de primera mano el cómo el rostro del tiburón se inundaba de desasosiego. Algo había hecho mella en su cabeza y, tras aquella información, el gyojin ató por sí sólo los puntos. Aquella pausa de la guardiana, esa dificultad de pregonar sobre ese alguien que había robado la supuesta ropa interior.
Entonces, sus temores se confirmaron. Ayame soltó el desenlace de la historia con poco tacto. Técnicamente se la encascó con dureza y sin vaselina. Kaido abrió los ojos como platos y apretó los dientes, dejando relucir aquel manojo en extremo filoso de navajas que tenía por dentadura.
—Me contó que rastrearon el olor de su propia ropa, y que el rastro les llevó a un pequeño motel pegado a la muralla de la ciudad. Y en una de las habitaciones de ese motel... Te vieron a ti. Con la ropa interior de esa chica.
Kaido el tipo de hombre que sucumbía a la ansiedad. Pero en esa ocasión, empezó a hiperventilar, y a respirar muy pero muy rápido. Jadeo tras jadeo, su ceño se fruncía cada vez más, y sus labios parecían arremolinarse en un intento fallido de conjeturar alguna palabra, algún improperio. Pero estaba tan enojado que le era físicamente imposible confeccionar una respuesta coherente.
—Pero, pe...ro. ¡¿Pero qué cojones, Ayame?! —gritó—. ¡¿Cómo mierda se le ocurre decir semejante porquería de mí, eh?! ¡es que lo voy.. lo voy...
¡le voy a arrancar la carótida a mordiscos la próxima vez que lo vea! —rugió más como un león que como un tiburón, con la cara tan roja como la de Ayame. Apretó los puños, comenzó a dar vuelta sobre su propio eje y empezó a murmurar frases ininteligibles que la kunoichi no entendía, aunque le podía parecer que el escualo estaba confeccionando las mil y un maneras en las que iba a hacer sufrir a Datsue para hacerle pagar por semejante ofensa.
Pero de pronto, en súbito, volteó a verla. Como si ella de pronto se hubiera convertido en la presa.
—D-ime, dime... que no le creíste. Por Ame no Kami, ¡dime que lo acusaste de mentiroso y le hiciste pagar en nombre de tu primo, Umikiba Kaido, del clan Hōzuki!
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