—¿Pues te imaginas que nos envíen a Ayame y a mí? Que la nueva Morikage nos tiene vetado el acceso a su país, tía. No es poco el odio que nos tiene.

Dudaba que les ocurriera algo aún estando la Morikage allí presente. Entendía que tuviera un odio algo injustificado —para ella— hacia los jinchuuriki después de que fuera el propio Juro, jinchuuriki de Kusagakure, o, mejor dicho; ex-jinchuuriki, el que matase a Kenzou, pero Ayame y Datsue no habían hecho nada malo.

—Si os enviasen imagino que es porque han tomado medidas suficientes para que no os ocurra nada. Y, pensándolo bien, tanto Ayame como tú sois, seguramente, agentes importantes de la villa. No por nada tú tienes casi medio sombrero en la cabeza —recordó Eri—. Además, si vuestra vida estuviera en peligro, yo misma me dispondría a ayudaros en todo, porque ambos sois mis amigos y nunca querría que os ocurriera nada malo.

Culminó, con una sonrisa en el rostro.

—Pero... —añadió—. ¿Tú querrías ir? —preguntó, curiosa por lo que opinara Datsue.

Datsue tuvo que meditar la respuesta por unos instantes.

—Por una parte, no —se sinceró—. No tengo ganas de mostrar al mundo mis armas como ninja. Menos ahora, cuando Kurama podría tener ojos en el ring. Sé que no tengo por qué mostrarlas todas, ni las mejores. Pero alguna tienes que mostrar o quedas en ridículo. —Suspiró—. Por otra parte, sí que tendría ganas para tratar de dejar a Uzu en lo más alto. Y, no te mentiré, también para enfrentarme a unos cuantos kusareños y devolvérsela a Kintsugi.

Oh, sí. Si iba, ojalá le tocasen kusajines como rivales. Con ellos pensaba emplearse al máximo. Sin contenerse.

—¿Sabes? Hanabi me dejó caer un día, muy sutilmente, que también te había considerado a ti como futura Uzukage. Y creo que hubiese acertado de lleno.

Al igual que ella había pensado sobre el torneo, Datsue no quería revelar, ni por asomo, la mayoría de armas que había estado preparando y entrenando durante ese tiempo. Pero también tenía razón en algo, y es que como shinobi de Uzushiogakure, es a veces necesario enseñar de qué pasta están hechos los que componen tu villa.

—Y, no te mentiré, también para enfrentarme a unos cuantos kusareños y devolvérsela a Kintsugi.

Datsue seguramente tenía algo de resentimiento con la Morikage, y ella lo comprendía. ¿Por qué cargar contra todos los jinchuuriki y bijuus? Sabía que Kurama estaba poniendo patas arriba Oonindo, pero Shukaku y Kokuo no habían hecho nada más que estar dentro de Datsue y Ayame. O al menos, desde el examen de Chuunin.

—Yo intentaré demostrarles que valgo de algo, pero tampoco quiero exponerme demasiado, la verdad —confesó—. Igualmente, ni si quiera sé con quienes vamos a medirnos...

El tema volvió a desviarse, de nuevo, hacia el nuevo Uzukage. Y...

—¿Sabes? Hanabi me dejó caer un día, muy sutilmente, que también te había considerado a ti como futura Uzukage. Y creo que hubiese acertado de lleno.

Sí, ella había hablado con Hanabi de aquello. El mismo día que había visto el Rasengan por primera vez. Se lo había dejado caer, pero... Pero nunca se vería capaz de llevar ese peso sobre sus hombros. No estaba hecha para eso.

—Nah —movió la mano para restarle importancia—. Solo lograría llevar a Uzushiogakure a la ruina, créeme, lo mejor es quedarme tal y como estoy, ¡que ya es bastante! —exclamó—. Bueno, ahora que estamos por fin juntos, ¿qué tal te fue el viaje? ¿Cuándo volviste? —preguntó, desviando completamente el tema y sacando de dentro aquellas preguntas que quería hacerle de verdad.

Datsue negó con la cabeza, esbozando una media sonrisa. Ni de coña opinaba igual. Eri estaba más que preparada y capacitada para asumir el cargo. En su opinión, más que él mismo. Ser Uzukage no solo consistía en derrochar fuerza bruta. Se trataba de siempre elegir la mejor opción. Se trataba de estar por y para la villa. Se trataba de ver luz donde otros solo veían oscuridad.

Siempre lo dijo. Cuando Datsue miraba a Eri, veía en ella el legado de Shiona. Por eso, si algún día obtenía el sombrero, tenía pensado pedirle…

— Bueno, ahora que estamos por fin juntos, ¿qué tal te fue el viaje? ¿Cuándo volviste?

Tuvo que hacer memoria para responder a aquella pregunta.

—Pues volví a finales de Ceniza. Fui a verte, pero ya te habías ido en tu misión —respondió—. Pues la verdad que muy bien. Yo… Yo…

»Quité las cadenas que retenían a Shukaku —dijo, sin paños calientes—. Si ahora mismo quisiese, podría poseer mi cuerpo y arrasar con todo. —Sin paños calientes ni medias tintas.

—Pues volví a finales de Ceniza. Fui a verte, pero ya te habías ido en tu misión —respondió—. Pues la verdad que muy bien. Yo… Yo quité las cadenas que retenían a Shukaku —dijo, sin paños calientes—. Si ahora mismo quisiese, podría poseer mi cuerpo y arrasar con todo.

Eri enmudeció, mirándole directamente. ¿Era cierto? ¿Shukaku... podía salir? ¿Y por qué no lo hacía? ¿Por qué Datsue seguía en control con su cuerpo? ¿Habían llegado a un acuerdo?

—¿C-cómo? —preguntó, tras el aluvión de preguntas que tenía en su cabeza—. ¿M-me escucha ahora mismo? —Y a Eri no se le ocurrió una mejor pregunta para hacerle al jinchuuriki del Shukaku.

Datsue asintió.

—Siempre escuchó —le informó—. La diferencia ahora es que, si quisiese, podría responderte.

Cosa que no siempre pasaba. Shukaku prefería intervenir cuando había algo importante que comentar, o, mejor todavía, cuando fuese para liarle algo y gastar una broma pesada a su interlocutor.

Su respuesta y curiosidad fueron respondidos por Datsue, quien afirmó que el Shukaku escuchaba siempre y respondía cuando quería. Por lo que notaba en el Uchiha era que parecían haber llegado a un acuerdo entre ambos, por lo que, con aquello, Eri se quedaba satisfecha.

—¿Y cómo es? —preguntó, volviendo a la carga—. ¿Cómo convivís juntos? ¿Él quiere salir? Perdón, es que es nuevo para mí y me resulta curioso —confesó, mirándole la tripa.

Pero no era como si Datsue estuviera embarazado.

Eri no tardó en bombardearle a preguntas. Unas más fáciles de responder que otras.

—Shukaku es… Bueno, imagínatelo como el Padre del Desierto, Dios del Fūinjutsu y el más grande de los bijūs. Obviamente no le gusta estar dentro de un cuerpo humano, pero… pero para salir tendría que matarme, así que así estamos. Nos lo pasamos bien. Obviamente tenemos que hacer concesiones. Hay veces como en misiones de asesinato que toma el control en el momento de… la ejecución —Sacudió la cabeza, intentando apartar las imágenes que todavía tenía grabadas en la retina—. Y en muchas otras le gusta ponerme en aprietos. Pero también trabajamos juntos. Tenemos entre ceja y ceja aplastar a Kurama, y… Bueno, no es tarea fácil. Ni tarea de un día.

Por lo que estaba escuchando, Datsue y el Shukaku habían fijado una pequeña tregua. Una tregua que duraría hasta el día en el que ambos acabaran con Kurama. ¿Seguiría Shukaku, tras ello, con él? ¿Poseería el cuerpo de Datsue una vez lo hicieran? ¿Mataría a Datsue para ser libre?

Por lo que él le había contado, aquel ser era un sádico, así que... No podía evitar temer por la vida de su mejor amigo. Solo esperaba estar equivocada con respecto al bijuu.

—No será fácil —coincidió ella con el discurso del Uchiha—. Pero sabes que si necesitas algo, que si necesitáis algo —rectificó, refiriéndose tanto a él como al Shukaku—. Contad conmigo. Sabes lo bien que se me ha dado siempre el Fuuinjutsu.

Levantó su pulgar, para darle más ánimos. Pero poco más podía hacer.

Datsue asintió.

—Lo sé —Como toda Uzumaki, Eri era un genio del fūinjutsu—. Ahora mismo estamos desarrollando una técnica de lo más peculiar. Sabes que Kurama quería invertir los sellados de jinchūriki, ¿no? Lo que hizo con Ayame, por ejemplo. Pues nosotros estamos buscando hacer algo de ese rollo… pero a nuestro estilo. Algo que en vez de invertir el sellado, nos permita estar mucho más en sintonía. Hacernos uno. En cuerpo y alma.

Se rascó la nuca.

—Pero por el momento no damos con la tecla. —Suspiró—. También querría desarrollar algún tipo de fūinjutsu que impida usar un dōjutsu. O teletransportarse. Si alguna vez nos encontramos con Akame… ¿de qué sirve derrotarle, si en un parpadeo se fuga a la otra punta de Ōnindo? Si no conseguimos desarrollar algo que lo impida, jamás le daremos caza.

«¿Estamos...?» La sensación que le daba a Eri era que, al fin y al cabo, el roce sí hacía el cariño, y Uchiha Datsue se había hecho amigo del Shukaku, por muy extraño que le pareciera a la Uzumaki, que asentía mientras él le explicaba la idea sobre una técnica para prácticamente fusionarse con el bijuu.

¿Ayame tenía algo similar?

—También querría desarrollar algún tipo de fūinjutsu que impida usar un dōjutsu. O teletransportarse. Si alguna vez nos encontramos con Akame…

En su cabeza algo volvió a accionarse. Sí, ella también pensó en aquello. Necesitaban algo, lo que fuera, para poder evitar que Akame pudiera usar sus ojos y que se teletransportase a otro sitio para evitar su captura. Había consultado un sinfín de libros, pero todavía era incapaz de dar con la idea.

—No sé si podré serviros para ese fuuinjutsu tan inusual, pero... —paró, buscando las palabras apropiadas—. Le he dado vueltas a como poder capturar a Akame, y la verdad es que lo único que se me ocurriría es un sello supresor o quizá unas esposas —«Irónico...»—. O te juro que le meto los dos dedos antes de que se teletransporte.

Crujió sus nudillos.

Datsue esbozó una sonrisa que quiso vestirse de alegría pero se quedó en tristeza.

—Para eso no necesitas dos dedos, Eri. Solo uno. —Y, con el dedo índice, se señaló el ojo izquierdo. El izquierdo, y solo el izquierdo—. Sí, el sello supresor es una buena medida. Lo que pasa es que en el pasado yo ya se lo coloqué en un duelo que tuvimos, y no funcionó. Su chakra era demasiado poderoso. Supongo que lo sigue siendo.

Suspiró. Cazar a Akame no era empresa fácil. ¿Derrotar a Kurama? Tampoco. Pero no creía que una u otra estuviesen demasiado alejadas. Ambas eran igual de jodidas. Uno por escurridizo, el otro por poderoso. No quería ni pensar en la posibilidad de que esos dos se aliasen.

—Al final llegué a la conclusión de que lo mejor será noquearle o matarle antes de que tenga tiempo a desaparecer. En parte es por eso que retomé el Raiton estos últimos meses. Es un elemento rápido y ágil, sin necesidad de sellos. Lástima que se me resista tanto. Apenas conseguí hacer el Chidori el otro día. Pero necesito realizar los jodidos sellos —se lamentó, negando para sí con la cabeza.

Datsue le reveló que era el ojo izquierdo el encargado de teletransportarle. «Mejor, a cuanta más información...», pensó ella, sopesando todas sus posibilidades, aunque el sello supresor fue tachado de la lista cuando Datsue ya intentó en su momento hacerlo y no dio resultado.«Maldito Akame, siempre por encima de la media...»

Se cruzó de brazos cuando Datsue suspiró, seguro que todo lo que ella había pensado hacer a él ya se le había ocurrido y/o puesto en marcha en alguno de sus enfrentamientos. La verdad era que el tema de Akame le quedaba todavía grande, pero no estaba por la labor de darse por vencida.

Todavía no.

—En parte es por eso que retomé el Raiton estos últimos meses. Es un elemento rápido y ágil, sin necesidad de sellos. Lástima que se me resista tanto. Apenas conseguí hacer el Chidori el otro día. Pero necesito realizar los jodidos sellos.

Esa parte del discurso del Uchiha la hizo recordar a sus momentos de entrenamiento entre él y la Uzumaki allí presente, pero hacía demasiado de eso. «Debe de tener un gran nivel con el Raiton si ha conseguido hacer un Chidori...»

Recordó su primer Chidori, y el árbol que destrozó con él. Seguro que a Datsue se le dio mucho mejor que a ella.

—Podemos seguir entrenándolo juntos, quizá te pueda ayudar con las técnicas —sugirió—. Y entre idea e idea, ¿quién sabe? A lo mejor podemos dar con la solución para apresar a Akame, ya sea vivo o... muerto.

No le gustaba la idea de matar a Akame, pero... Pero si era necesario, no podría evitarlo.

—¡Eso estaría genial! —exclamó, a la propuesta de Eri de ayudarle con el Raiton. Ya lo había hecho en el pasado, pero Datsue estaba tan acostumbrado a hacer las cosas deprisa y corriendo que no había encajado muy bien la lentitud con la que avanzaba en el elemento del rayo.

Ahora había aprendido a tener paciencia, y a tomarse las cosas con más calma.

—Oye, y hablando de fūinjutsus. Vi uno de Shiona. Cuando fui a batirme en duelo con Hanabi, ¿sabes? Que nos vino un General. Pues dormimos en una habitación del antiguo Equipo de Shiona, escondida en una cueva. Y allí había un fuego en la chimenea, tía… Un fuego que no terminaba de arder. Lleva años así, por lo que sé. ¿Cómo coño habrá conseguido semejante cosa?

No era un fūinjutsu que fuese a derrotar a ningún poderoso enemigo. Ni que fuese de tremenda utilidad. Pero sí poseía cierta belleza, y una dificultad extrema. Todos los fūinjutsus que conocía Datsue terminaban por agotarse tarde o temprano. A perder fuerza.

No aquel.

Su sonrisa de ensanchó al escuchar como Datsue tomaba su propuesta con alegría. ¡Seguiría ayudando a Datsue con el Raiton! A ver si, con suerte, lograba que él le enseñase algo también... Porque de Fuuinjutsu estaba servida, pero su mente privilegiada de Uchiha guardaba cosas que quería descubrir.

Y, hablando de Fuuinjutsu.

—Y allí había un fuego en la chimenea, tía… Un fuego que no terminaba de arder. Lleva años así, por lo que sé. ¿Cómo coño habrá conseguido semejante cosa?

Eri abrió la boca y formó una pequeña o, impresionada por lo que su compañero le decía. ¿Una llama inextinguible? ¿Acaso eso era posible? ¿Qué clase de Fuuinjutsu haría algo así? Sin duda, todavía le quedaba mucho camino por recorrer.

—¿Sellos eternos? —se atrevió a decir—. Es imposible, todo sellado tiene su contrasellado, y toda técnica... —cayó, pensativa—. Ojalá pudiera verlo, así seguro que sacaba algo en claro, ¡jo, Datsue! —se quej´, hinchando ambos mofletes—. Siempre vives aventuras, ¡maldito!