Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—Yo... Esto, pues... La verdad, no sabría decirte —respondió Daruu, titubeante.
—Te pegan loz cuerdvoz. Pelo neggo, midada integigente —intervino Kuro.
—¡No! Cuervos no —replicó, con tanta convicción que Ayame se sobresaltó en su lugar.
—¿Pod qué?
—Cuervos no.
Ayame estuvo tentada de preguntarle a qué se debía tanta aversión a los cuervos, pero el cuerpo de Kuro se dobló de repente para sortear un obstáculo en el camino y se vio obligada a sujetarse con más fuerza a Daruu.
Y así continuaron el turbulento viaje, entre brincos y bamboleos que les revolvían continuamente las entrañas dentro de sus cuerpos. Para Ayame, que lo que más ansiaba en ese momento era algo de calma, el viaje se hizo eterno. Y cuando el bosque comenzó a despejarse y en el horizonte comenzaron a dibujarse las aguas del enorme lago y los rascacielos comenzaban a perforar los cielos encapotados de Amegakure, el alivio invadió su pecho...
Para ser inmediatamente eclipsado por el terror.
Llegaron a las puertas de la aldea en apenas un parpadeo, y aunque se vieron frenados por las pertinentes explicaciones a los chūnin encargados de la vigilancia de las entradas y salidas (y que se habían visto genuinamente sorprendidos al no haber recibido informe alguno de la salida del grupo al no haber usado los medios convencionales, a excepción de Ayame), en cuestión de unos pocos minutos más llegaron a las puertas de la torre de la Arashikage.
Zetsuo fue el primero en bajarse del can de un salto.
—Kiroe, Ayame y yo debemos informar a Yui-sama sobre lo sucedido.
«Lo sabía...» Pensó Ayame, con el corazón en un puño. Con el corazón en un puño y cabizbaja, bajó del lomo de Kuro y, tras darle las gracias por haberlos traído hasta allí, se volvió hacia su padre.
—Vosotros, muchachos, deberíais ir al Hospital de Amegakure a que revisaran vuestro estado —añadió, señalando al trío formado por Daruu, Mogura y Kaido. Se interrumpió durante unos segundos, pero tenía los labios fruncidos, con el deseo de querer decir algo más, y al final terminó por inclinar la cabeza. Un gesto que parecía
pesarle una tonelada en sus hombros rígidos como la roca—. Y... gracias.
Volvió a reincorporarse de inmediato. Y, con el sentimiento de un reo condenado a la horca, Ayame apenas tuvo tiempo de dirigir a sus compañeros una última mirada cargada de angustia antes de que Zetsuo la tomara del hombro y la condujera al interior de la torre.
Kōri y Karoi se habían quedado con las ganas de acompañar a los dos adultos, pero se habían visto relegados a un segundo plano. El Hielo se mantenía con los brazos cruzados, con sus ojos de escarcha clavados en la entrada de la torre como si anhelara el poder de la mirada de Daruu para poder otear el interior, pero Karoi se volvió hacia los tres jóvenes.
Finalmente, los altos rascacielos tan característico de su Aldea se asomaron en el horizonte, y tras unos pocos minutos, la comitiva del exitoso rescate se encontró en la entrada de aquella aldea. El primero en dejar el lomo de su transporte fue Zetsuo, y el resto le acompañó en un leve salto hasta tocar, finalmente, tierra firme. El escualo aprovechó el momento para estirar su cuerpo y quejarse un tanto de dolor, pues aunque le costase aceptarlo, el desgaste había sido importante, aún y cuando no hubo recibido un daño que podría haber sido mortífero, como así lo fue con el resto de sus compañeros.
Incluso, Zetsuo les instó a que se dirigieran al Hospital de Amegakure, mientras él y su hija se ocupaban de informar a nada más y nada menos que Yui-sama. Y al ver la discordia que invadió al Jounin, como el absoluto terror que investía el rostro de la Guardiana, Kaido comprendió que se trataría, desde luego, del informe más difícil de reportar. Con tanto que explicar.
Y hablando de explicar, el gyojin se vio inmerso de pronto en sus propios problemas. Más aún, cuando Karoi se volteó hacia él y le inquirió acerca de qué iban ellos a hacer ahora.
Kaido, desde luego, lo tenía muy claro.
—Yo... —se le vio dubitativo durante apenas un segundo, pero luego se armó de valor—. yo debo enfrentar a mis propios demonios.
El paisaje de Amegakure comenzó a dibujarse en el horizonte y eso sería prueba suficiente para todos de que finalmente estaban regresando a su hogar. El viaje en can por fin llegaría a su fin y su cuerpo lo celebraría al bajarse, haciendo unos movimientos para estirar los brazos y las piernas.
—Kiroe, Ayame y yo debemos informar a Yui-sama sobre lo sucedido.
Dijo el Director después de bajarse del lomo de la criatura que lo había llevado hasta ahí. Mogura no pudo evitar ver a la joven kunoichi entonces, visiblemente nerviosa por tener que ir a encontrarse con la líder de la aldea.
«No creo que este muy emocionada de ir a ver a Arashikage-sama.»
Pensó al verla en el estado en que se encontraba. La jinchuuriki había tomado una serie de decisiones a lo largo de los últimos días, y tenía que hacerse cargo de las consecuencias de sus acciones, de modo que le gustase o no, tendría que ir a conversar con Amekoro Yui.
—Vosotros, muchachos, deberíais ir al Hospital de Amegakure a que revisaran vuestro estado
Lo consideró, desde luego, pero en ningún momento las palabras de Aotsuki Zetsuo se convirtieron en una orden, por lo que rápidamente procedió a descartar la idea de atenderse en el Hospital de Amegakure. Sin embargo, continuó prestandole atención al hombre, pues parecía que tenía algo más que decirles, aunque le costaba un poco.
Y... gracias.
El chuunin se limitó a realizar una reverencia en respuesta a aquellas palabras.
—Aotsuki-san. No te dejes intimidar tanto por Arashikage-sama.
Le aconsejó a la joven renegada antes de que tuviese que marcharse.
«No le va a gustar.»
La palabra la pasaría a tomar Karoi, preguntandoles sobre lo que harían a continuación los jóvenes shinobi.
—Y bien, pequeñajos, ¿qué vais a hacer ahora?
Mogura dejó escapar un ligero suspiro, recordando que al día siguiente tenía que realizar algunas tareas. Se llevó una mano a la cabeza y arregló su peinado, quizás si sería necesario en ese momento.
—Si Aotsuki-san lo autoriza, me retiraré a mi hogar. Mi día libre está por terminar y mañana tengo asuntos que atender.
Y antes de poder si quiera dormir tenía que atender las heridas en su cuerpo, producto del combate contra Marun.
A Daruu se le estaban entrecerrando los párpados de puro cansancio cuando, aliviado, distinguió las inconfundibles siluestas de las torres y los rascacielos de Amegakure. Sonrió inconscientemente, y el buen y súbito ánimo que le había venido le bastó para mantenerse despierto hasta que llegaron al borde del lago.
Cruzaron el puente. Se vieron obligados a describir con cierto detalle lo que habían estado haciendo. Al fin y al cabo, habían abandonado la aldea sin avisar. Bueno, habían avisado a la Arashikage, pero no a los guardias de la entrada.
Galoparon con los perros de Kiroe unos minutos más, cruzando las calles de la aldea como un torbellino. La gente se quedaba mirándoles con curiosidad cuando pasaban a toda velocidad a su lado. Pese a todo lo que ocurría diariamente en una villa de ninjas, nunca se estaba demasiado acostumbrado a ver pasar a una manada entera de perros gigantes con jinetes incluídos y todo. Daruu no les pudo culpar.
Finalmente, frenaron derrapando justo a la entrada de la Torre de la Arashikage. Descabalgaron de los animales. Daruu acarició el lomo de Kuro-chan unos segundos antes de que Kiroe les felicitase por el trabajo bien hecho y deshiciera el contrato de invocación.
—Kiroe, Ayame y yo debemos informar a Yui-sama sobre lo sucedido.
«¿Qué? ¡No! Yo también quiero ir...»
Daruu se adelantó un paso, pero se encontró con el hombro izquierdo y la pierna de Kōri, que sin decir ni una palabra le invitaba a pensar que quizás no era el mejor momento para volver a ponerse rebelde. Daruu chasqueó la lengua por lo bajo y dio un paso atrás. Se cruzó de brazos.
Zetsuo insistió en que debían de ir al hospital, y justo cuando pronunció esa palabra mágica, Daruu recibió un pinchazo en el hombro. Se sujetó la herida, no curada completamente, y masculló una maldición entre dientes.
Luego sucedió. Zetsuo les agradeció, inclinándose. Un gesto que, Daruu estaba seguro, tardaría en volver a ver en muchos, muchos años.
Los ojos de Daruu se cruzaron con los de Ayame, y se quedaron allí hasta que ella tuvo que cortar el vínculo visual. Le hubiese gustado poder decirle que todo iba a salir bien, que no creía que Zetsuo ni Kiroe incluyesen detalles relacionados con su supuesta traición temporal, que dirían que había estado manipulada —cosa que, por otro lado, era totalmente cierta—. Pero no pudo. Quizás por la presencia de todos los demás. Pero también quizás porque las palabras, simplemente, no salieron de su boca.
—Y bien, pequeñajos, ¿qué vais a hacer ahora?
La voz de Karoi le sobresaltó.
—¿Ir... al hospital? —mintió Daruu, y comenzó a caminar en dirección contraria a la torre—. Sí. Será mejor que me traten la herida. Ya va doliendo...
—Yo... —Kaido fue el primero en responder, algo dubitativo—. yo debo enfrentar a mis propios demonios.
—Si Aotsuki-san lo autoriza, me retiraré a mi hogar —intervino Mogura, con un cansado suspiro, mientras repeinaba sus cabellos—. Mi día libre está por terminar y mañana tengo asuntos que atender.
Karoi dejó escapar el aire por la nariz y apoyó sus musculados brazos en las caderas. No parecía que los chicos estuvieran dispuestos a acatar el consejo de su cuñado. Sin embargo, una leve sonrisa aleteó en sus labios.
—Muy bien, marchad entonces —cedió, inclinando la cabeza ligeramente—. Pero aseguraos de descansar bien y os quiero ver en el hospital si tenéis cualquier complicación, ¿sí?
—¿Ir... al hospital? —musitó Daruu, y entonces giró sobre sus talones y echó a caminar—. Sí. Será mejor que me traten la herida. Ya va doliendo...
Karoi enarcó una ceja, y antes de que el Hyūga terminara de alejarse demasiado...
—Pero, pequeñajo —le interpeló, alzando la voz. Con un gesto lento, alzó el brazo y señaló con el
pulgar hacia sus propias espaldas, en dirección contraria a la que había tomado el genin—. El hospital está
por allí.
—Yo le acompañaré —intervino Kōri, que había estado observando la escena en un meditativo silencio.
Él no tenía el Byakugan, pero su alumno sí. Él sería sus ojos hacia el interior de la torre.
. . .
No sabía cuánto tiempo había pasado desde que había entrado en el despacho de la Arashikage, pero desde luego se le hizo eterno.
Con el corazón en un puño y una terrible ansiedad en su pecho que la hacía temblar como una hoja en otoño, Ayame aguantaría con lágrimas en los ojos todo el chaparrón que estaba a punto de caerle encima.
"Cálmate", le había dicho su padre. Pero era muy difícil calmarse cuando te encontrabas cara a cara con el líder de tu aldea, apenas horas después de afirmar con rotundidad que te convertirías en un traidor a ella. Uno de los momentos más asfixiantes fue, sin duda, el interminable ascenso en el ascensor hasta el último piso, un trayecto que dibujó en su fantasiosa imaginación todas y cada una de las posibilidades que podrían ocurrir nada más pusiera un pie frente a Yui. Sin duda, lo mejor que podría pasarle sería que le gritara o la enviara de nuevo al tercer piso a limpiar baños.
Sin embargo, no todo fue tan malo como lo había imaginado.
"Déjame hablar a mí". Fue Zetsuo el que dio el reporte de lo ocurrido durante la misión de rescate, con alguna intervención puntual de Kiroe. Le contó a Yui con todo lujo de detalles todo lo que había ocurrido desde que habían llegado a la Playa de Amenokami hasta que habían salido de la guarida de los Kajitsu Hōzuki. Y, sin embargo, ocultó cierta información. Ayame, atónita, asistió a la escena de su padre desviando y modificando la verdad con tal naturalidad que ni ella misma, de no haber estado atenta a la conversación y aún habiendo conocido de primera mano todo lo que ocurrió allí, se habría dado cuenta de lo que estaba haciendo. Jamás mintió, pero jamás mencionó que Ayame hubiera llegado a desear traicionar a la aldea ni que llegó incluso a rasgar su bandana. Zetsuo se había quedado en la superficie, que utilizaron la técnica de la arena manipuladora de memorias ocultas para modificar sus recuerdos para evitar que se revolviera contra sus captores y poder extraerle posteriormente el bijū. Sus palabras fluyeron con convencimiento y entereza, sin temblar en ningún momento y sin ningún atisbo de huecos que pudiera dar a pensar que había algo más allá de sus palabras. Y Yui aceptó su testimonio sin reproche alguno, si en algún momento llegó a atisbar un punto flaco en el muro que formaban las palabras del médico, desde luego no lo expresó en voz alta.
Y así, Ayame salió del despacho sin ningún tipo de consecuencia. O, más bien, casi ninguna consecuencia.
Yui le había arrebatado el derecho que había ganado después de completar con éxito aquella importante misión junto a Mogura y Shanise para presentarse al examen de chūnin. Por lo que debería ganarse de nuevo la confianza de la Arashikage cumpliendo, como el resto de genin, con todos los requisitos para ello.
Ayame acató su castigo hundiendo los hombros e inclinando el cuerpo en una profunda reverencia, ni un mínimo signo de protesta o rebelión. Realmente, y después de todo lo que había pasado aquel día, aquello era lo mejor que podía pasarle. Y tampoco es que le importara demasiado. Ni siquiera le había mencionado a nadie aquel derecho que se había ganado. No se sentía preparada, y el contarlo sólo habría supuesto que la presionaran para que se presentara más pronto que tarde. Lo que de verdad le dolía era la sensación de haber decepcionado la confianza de todos los que la rodeaban...
Sumida en un taciturno silencio, abandonó el edificio junto a su padre y a la madre de Daruu. Ninguno dijo ni una sola palabra en el camino de regreso. Había sido un día muy largo, y los tres estaban terriblemente cansados.
Tan solo querían llegar a su hogar.
Fin de la trama. Podéis realizar un último post si queréis, si no repartiré experiencia.
Muchas gracias chicos Espero que os haya gustado y haber sabido cumplir las expectativas como master. Para mí ha sido un verdadero placer.