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17/10/2017, 11:12
(Última modificación: 17/10/2017, 11:25 por Amedama Daruu.)
Los adultos siguieron hablando con tranquilidad, quizás únicamente para dejar pasar el tiempo, que goteaba como los granos de un reloj de arena, lento, parsimonioso. Finalmente, Zetsuo llamó la atención de Kiroe, quien se levantó como un resorte, se sacudió para quitarse la arena y sonrió abiertamente, pese a que no había motivo alguno para estar alegre. El sólo saber que podrían continuar con la tarea de búsqueda era un alivio.
Allá, en el cielo, Kōri se acercaba. Pero había algo más... ¿dós pájaros de caramelo?
—Vaya —dijo Kiroe, genuinamente sorprendida—. Yo no le he enseñado a utilizar mi técnica de los pájaros de caramelo. Podría haberla aprendido observándola, no es tan difícil, pero... no recuerdo haberla utilizado en su presencia.
»Puto Byakugan —rio.
Daruu, arriba en los cielos, notó cómo descendían. Hacía un rato que había intentado poner la mente en blanco y tranquilizarse, y sin querer se había sumergido de lleno en sus pensamientos. Sacudió la cabeza y se asomó a un lado de Kōri. Allí estaba la playa, y allá que descendían ellos. Las figuras de Zetsuo y de su madre se hacían más grandes a medida que bajaban a las arenas.
Las aves de colores tomaron tierra primero, y en cuanto lo hicieron y estabilizaron el paso, se derritieron poco a poco, convirtiéndose en poco más que caramelo líquido, casi como agua. Si los compañeros de Daruu no se daban prisa al bajar, acabarían empapados, como si se hubieran orinado encima. Pero confiaba que en cuanto llegasen a tierra deseasen poner los pies sobre la arena.
Kōri y Daruu bajaron después. El búho arrastró las patas unos segundos y agachó el cuerpo, dejándoles bajar. Daruu dio un pequeño brinco y aterrizó en la playa. Se vio obligado a toser cuando Yukyō estalló en una nube de humo. Luego, avanzó hacia los adultos.
Zetsuo inquirió una explicación, como de costumbre con el ceño fruncido y dedicándoles unas largas y tensas miradas. Mirada que, por supuesto, Daruu evitó hábilmente. Ya se había acostumbrado a hacerlo durante sus entrenamientos: si podía hacerlo, evitaba que el jōnin leyera a través de él. Kōri le dedicó las explicaciones pertinentes, aunque omitió una presentación para él. Obvio.
Ignorando a todos y haciendo caso omiso de la conversación, Daruu se adelantó y pasó al lado de su maestro en el Genjutsu y de su madre. Kiroe lo miró y se apartó para dejarlo pasar.
—Daruu, ¿qué...?
Pero cuando Zetsuo señaló al mar, sin cuestionar ni lo más mínimo la idea de que los Hōzuki pudieran habérsela llevado océano adentro, intentando poner en práctica lo que Kōri hacía las veinticuatro horas del día, puso la mente en blanco y se concentró en un objetivo.
«Encontrar a Ayame».
Daruu activó su Byakugan y penetró con la visión a través de las aguas y del oleaje, y más allá, todo lo lejos que pudo, toda la distancia que podía cubrir con su actual experiencia.
Si los Dioses le habían dado esos ojos para algo, debía de ser para esto, se dijo.
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El grupo comenzó el descenso en cuanto la playa fue visible, allí abajo dos figuras comenzarían a verse cada vez con mayor claridad. Los jōnin que habría mencionado Aotsuki Kōri antes de partir.
En cuanto el pájaro rojo tocó tierra, el joven médico se apresuró a bajar de la montura. Su primer acción sería acomodarse el peinado llevándose una mano a la cabeza y luego un poco las prendas de vestir, su sobretodo más que nada.
Hemos llegado...
Entonces lo vio ya más de cerca. Aotsuki Zetsuo, el Director, les observaba con el ceño fruncido. Él lo miró tambien, y a Umikiba Kaido, finalmente a Amedama Daruu. No podía leer exactamente felicidad en su mirada.
«Supongo que no se puede esperar más sabiendo que su hija está desaparecida.»
—¿Qué significa esto Kōri?
Dejó escapar de sus labios sin mayor demora. El más joven de los jōnin se puso al frente de los subordinados y tomó la palabra, después de realizar un respetuoso gesto con su cabeza.
—Arashikage-sama ordenó su presencia como refuerzo, padre
Y sin más preambulo, el joven médico de cabello azabache fue señalado.
Él es Manase Mogura, shinobi médico recientemente ascendido a chunin y con el que Ayame estuvo de misión recientemente por aquello de la Ciudad Fantasma
Cuando el shinobi de hielo terminó de pronunciar aquellas palabras, Mogura realizaría una formal reverencia. No era exactamente el lugar ni la forma en la que esperaba conocer a aquel hombre, pero aún así debía rendirle el respeto que correspondía.
Él es Umikiba Kaido, un miembro del clan Hōzuki.
No había que estar demasiado atento, aunque Mogura si estaba, para notar que el rostro de Zetsuo se tensó durante un instante.
«Vaya...»
El Director respiraría hondo, probablemente intentando ingresar en su cuerpo un poco de paciencia con aquella bocanada de oxigeno.
El jōnin a cargo del grupo consultaría por algo de información, a lo cual el padre de la joven desaparecida se acercaría para mostrarle una bandana. Una bandana de Amegakure, con sangre. A la entrega del protector metálico le siguió una breve explicación, en la cual fue planteada también una teoría.
«¿El mar...?»
Siguió con la mirada la dirección en la que Zetsuo señalaría. Antes de que pudiese pensar en alguna posible teoría propia, Daruu se habría colocado de frente al agua, sus ojos se encontraban en aquel estado particular que solo aquellos que pertenecian al clan Hyuuga podían acceder.
¿Qué ven tus ojos blancos, Daruu-san?
Se aproximó hasta el muchacho para luego realizar la pregunta. Aunque el joven médico hubiese querido intentarlo, sus ojos solo verían agua y más agua, pero a lo mejor el chico podía encontrar algo más. Una parte de él quería que fuese así.
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Las aves que les llevaban a cuestas, de un momento a otro, comenzaron a labrar su descenso hasta los linderos de la playa, muy cerca de la orilla y de las dos únicas personas que aguardaban por ellos. Debía tratarse del tal Zetsuo, y de la tal Kiroe, pero para el escualo no hubo forma de comprobarlo. Nunca antes les había visto, pero resultaba un poco evidente que tenían que ser ellos. Así que lo dio por hecho, una vez que su ave aterrizó, finalmente.
El caramelo alado aleteó con él aún encima, urgiéndole a bajar. Y así lo hizo, por detrás de Mogura, y ligeramente más adelantado de un Kori que se tomó su tiempo de despedirse de su invocación, agradeciéndole por el enorme esfuerzo que había tenido que hacer para llevarle a ambos hasta la playa. Luego, un puff; y la tensión se ciño encima de todos los presentes, y particularmente en el gyojin.
—¿Qué significa esto Kōri? —inquirió el indignado padre de Ayame, cuya mirada se paseó invasiva y filosa por sobre Mogura, el primero en ser presentado. El energúmeno de la formalidad encorvó su espalda en una de sus ya conocidas reverencias formales, secundando a su presentación. Luego, Kaido fue finalmente señalado por la gélida mano de Kōri.
—Él es Umikiba Kaido, un miembro del clan Hōzuki.
Kaido, a diferencia de su compañero, no torció su espalda ni mucho menos. Tan solo asintió con la cabeza en forma de saludo, tratando de mantener su boca cerrada pues se sabía plenamente capaz de embarrarla con una de sus típicas intervenciones de mierda. Bajo otras circunstancias, seguro que habría dicho: "qué hay de nuevo, suegro" pero eso sólo le habría conseguido una muerte prematura, y no mucho más.
—¿Habéis encontrado algo, padre? —entonces, Zetsuo dio dos pasos. Y a Kōri le acercó una bandana, teñida con sangre; la cuál dejó reposar sobre sus manos—. ¿Es... de Ayame?
—Creemos que sí. Kowashi la encontró al inicio de la pista, desde ahí surgen varias pisadas que terminan convirtiéndose en las de una sola persona. Debieron de llevársela inconsciente a cuestas.
—¿Hacia dónde?
«Somos el agua, después de todo... » —meditó, con los ojos siguiendo el compás de las olas que rompían frente a ellos, susurrándoles el camino que los Kajitsu, y Ayame habían tomado, probablemente.
Pero Daruu no había perdido el tiempo para desconectarse de todo aquello que le hiciera perder la concentración, encontrando la compostura necesaria como para ponerse manos a la obra. O ojos a la obra, en todo caso, porque se remitió a su extraordinario dōjutsu y a la capacidad de éste de poder ver a través de las cosas. Miró, perplejo y expectante hacia el horizonte más azul, esperando encontrar algo.
Pero un proceso de caza tiene dos etapas: y si Daruu lograba zanjar la primera, seguro que Kaido podría encargarse de la segunda. Porque el enemigo no iba a esperar por ellos, no iban a dejar de moverse. Y si había una forma de mantener el margen, era a través de...
Kaido se acercó hasta los linderos de Zetsuo, y su hijo mayor. Les vio a los dos en silencio, luego miró a la bandana, y finalmente a ellos otra vez. Lucía serio, y bastante decidido respecto a su expresa petición.
—¿Puedo?
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20/10/2017, 09:41
(Última modificación: 20/10/2017, 09:45 por Aotsuki Ayame.)
El Tiburón se acercó a los adultos en silencio. Sus ojos recayeron sobre la bandana sangrante que sostenía ahora El Hielo, y después la volvió hacia los jonin, solicitante. Zetsuo le dirigió una larga mirada con sus iris aguamarina, pero el Hōzuki parecía completamente determinado. Y aquella seriedad en su rostro le convenció para terminar asintiendo. Kōri le tendió la prenda, y en cuanto Kaido la tomó entre sus azuladas manos, el olor de la sangre y el hierro impregnó sus fosas nasales...
Desgraciadamente, la lluvia se había llevado gran parte del rastro. Pero aún quedaba una ligera esencia en el aire, muy sutil, aunque, si Kaido prestaba la suficiente atención, se daría cuenta de que provenía del noroeste, siguiendo la dirección de las huellas antes de adentrarse en las olas y terminar por desaparecer. No había descubierto mucho, pero al menos sí había confirmado sus sospechas.
Daruu, por su parte, se había adelantado al resto mientras Kōri hacía las presentaciones. Y sus ojos perlados penetraron en el oleaje y se sumergieron allá donde ninguno de los presentes podía llegar sólo con su mirada.
Las aguas estaban turbias. Tan turbias que la luz quedaba rápidamente asfixiada a apenas unos metros de profundidad. Las corrientes de agua y el oleaje, ambos alimentados por la tormenta que rugía en el cielo, levantaban sin dificultad alguna la arena del fondo marino y la revolvía en nubes de polvo informes que se movían de aquí para allá. Incluso para unos ojos tan sensibles como era el Byakugan, era difícil ver en aquellas condiciones. Realmente difícil. Sin embargo, si se concentraba lo suficiente y prestaba atención podría darse cuenta de muchas cosas.
En primer lugar, no apreció ningún brillo de chakra en las cercanías, por lo que las aguas estaban limpias de cualquier presencia no deseada. Ni siquiera los peces parecían haberse atrevido a salir de sus dormideros bajo aquella tempestad.
Y en segundo lugar, si rastreaba la zona de sur a norte en un rango de ciento ochenta grados y se adentraba en profundidad, se daría cuenta de que la oscuridad se condensaba. Por las partículas en suspensión, sí. Pero poco antes del límite al que llegaban sus ojos la oscuridad se concentraba en un único punto de apenas un metro de diámetro. Parecía una cueva excavada en las rocas de un acantilado que se encontraba al norte y se metía de lleno en el océano. Sus ojos no podían llegar mucho más lejos, pero aún pudo darse cuenta de que la gruta aún se hundía más antes de comenzar a emerger.
Mogura se había colocado junto al Hyūga, preguntándole qué era lo que estaba viendo. Y no era el único, aunque no lo expresaron en voz alta. Ya conscientes de lo que era capaz de hacer el Byakugan, Zetsuo y Kōri se habían vuelto hacia él, el primero con el ceño fruncido y el segundo manteniendo su gélida calma.
—¿Traéis respiradores, chicos? —ladró Zetsuo, sacando el suyo del portaobjetos.
Kōri hizo lo mismo.
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Daruu fijó su mirada en el agua, y más allá del agua, hacia el lecho marino. Todavía podía ver el leve rastro de pisadas en la orilla, que rápidamente desaparecían, junto a la luz, que se tragaba el mar como si fuese un agujero negro. La arena estaba removida y casi no podía ver, pero entrecerró los ojos y se forzó todo lo que no se había forzado nunca para encontrar algún rastro de Ayame o de sus perseguidores.
—El agua está muy turbia —anunció—. Pero creo que veo lo suficiente para seguir rastreando. Esperad.
Su corazón bombeaba muy rápido y sentía los latidos reflejados en los pulsos de su visión. Respiró hondo varias veces y trató de tranquilizarse. Encontrar a Ayame dependía ahora de algo que sólo podía hacer él, y era como había dicho Kōri: dejar que sus sentimientos entorpecieran sólo haría que fuese más difícil de encontrarla. Ya la habían raptado. Ya no había marcha atrás. Ahora, si querían volverla a ver sólo tenían que encontrarla.
Estaban con Kōri, con Kiroe, con Zetsuo. Estaban con Mogura, que había ascendido a chūnin. Y estaban con Kaido, alguien en el que Daruu, si lo pensaba fríamente, podía confiar. Ambos habían salido con vida del rapto por parte de un abominable hombre de las nieves.
Ellos eran shinobi de Amegakure. Ellos tenían el poder para rescatarla.
Respiró hondo, de nuevo, y se concentró en la búsqueda.
Más allá, la oscuridad se hacía más acusada, pero Daruu entrecerró un poco más los ojos y trató de ver, de descubrir, de discernir. Ningún chakra brillaba en los alrededores: ya hacía tiempo que nadie estaba allí. Eso lo tranquilizó un poco más, en parte, porque podían acercarse un poco sin temor a que les atacasen. Y por otra parte le inquietaba: Ayame estaba más lejos aún.
—Ni rastro de ningún chakra, amigo o enemigo —continuó.
Se detuvo mientras rastreaba el fondo de sur a norte. Allí había un bulto, algo más oscuro de lo normal. Una silueta que destacaba y tenía una tonalidad más negra. Parecía una puerta, irregular. ¿Una...?
—¡Veo una cueva! —exclamó—. En esa dirección —dijo, señalando hacia el lugar donde la veía—. Está más o menos a doscientos metros, excavada en la pared de aquél acantilado. Es lo máximo que puedo alcanzar con el Byakugan ahora mismo. —Desde ese día, se decidió a entrenar para poder rastrear distancias más grandes—. La cueva se adentra hacia abajo y luego sube. ¿Una guarida secreta...?
Daruu se tambaleó, desactivó su Byakugan y cayó de culo al suelo. Kiroe se adelantó para sujetarle, pero no llegó a tiempo.
—¿Traéis respiradores, chicos?
—Cuestan un huevo —dijo Daruu, respondiendo totalmente natural—. Lo siento.
El muchacho estaba tumbado en el suelo, tapándose los ojos. No quería abrirlos. Porque los había abierto una vez y...
—¡N... no veo nada! ¡No veo nada!
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21/10/2017, 20:07
(Última modificación: 21/10/2017, 20:12 por Umikiba Kaido.)
Finalmente, las manos del gyojin cogieron la prenda empapada y se la acercaron hasta los linderos de su azulada nariz. Ahí, le bastó una profunda y certera calada olfativa a través de la cual logró percibir aquello que con tantas ansias necesitaban: una confirmación. Una confirmación de que aquel trozo de tela, aparentemente teñida con la sangre de Ayame, no era un artilugio de distracción, plantado para confundir y distraer a la conformada retaliación de Yui-sama. No, sino que era una prueba irrefutable acerca del camino que ellos habrían tomado una vez Ayame fuera capturada.
El rastro dejado por la sangre iniciaba su ciclo allá en la lejanía, muy al noroeste. Continuaba su paso a través de toda la playa y concluía, finalmente, muy cerca de donde yacía Daruu plantado como roca, inspeccionando el lecho marino con sus ojos que todo lo ven.
—Pues, no cabe duda —dijo él, mientras se rascaba la nariz—. el rastro dejado por la sangre de Ayame termina aquí, y se pierde en lo profundo del océano. Es probable que el oleaje le haya limpiado la herida y cortase la conexión con el aroma, lo que técnicamente me jode el proceso de caza. Lo siento.
Resignado, aunque con la seguridad de que no había más camino que ese; dispuso de toda su atención en el Hyūga. Y así como lo hizo él, los otros también.
—El agua está muy turbia —dijo el pelopincho, sumergido en su tarea—. Pero creo que veo lo suficiente para seguir rastreando. Esperad.
Y Kaido esperó, tal y como se lo había pedido.
—¡Veo una cueva! En esa dirección —advirtió Daruu, señalando hacia un lugar que sólo él y nadie más que él podía ver con seguridad. Los demás, incluyendo al escualo, tan sólo veían el mar, y sus olas rompientes—. Está más o menos a doscientos metros, excavada en la pared de aquél acantilado. Es lo máximo que puedo alcanzar con el Byakugan ahora mismo. La cueva se adentra hacia abajo y luego sube. ¿Una guarida secreta...?
—Y... ¿qué mejor guarida para un Hōzuki que el mismísimo océano? —acotó, plenamente consciente de lo que el agua representaba para ellos.
—¿Traéis respiradores, chicos?
—Cuestan un huevo, lo siento.
—No lo necesito.
Daruu se había desplomado, y Mogura seguía allí, tan recto como siempre. Pero lo que habría podido ser un silencio de lo más incómodo, fue repentinamente roto por el Hyūga, quien alegaba no poder ver nada, aún y después de haberlo podido ver todo. Curioso, cuanto menos.
«Todos tenemos nuestro límite, supongo»
Nivel: 15
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—El rastro dejado por la sangre de Ayame termina aquí, y se pierde en lo profundo del océano. Es probable que el oleaje le haya limpiado la herida y cortase la conexión con el aroma, lo que técnicamente me jode el proceso de caza. Lo siento.
Como fácil vino, fácil se fue. La actitud de Kaido era la correcta, ofreció sus habilidades al grupo e intentó ayudar como pudo, pero lamentablemente el clima atentaría contra su capacidad de rastreo. Con eso, el equipo tendría que poner sus fichas de Amedama Daruu.
—El agua está muy turbia
No estaba diciendo nada que los demás no pudiesen decir hasta ese punto.
Pero creo que veo lo suficiente para seguir rastreando. Esperad.
Mogura miró un par de segundos al muchacho y luego miró en la dirección que observaba. No iba a poder ver nada relevante, pero fue una acción involuntaria en aquel momento.
—¡Veo una cueva! En esa dirección. Está más o menos a doscientos metros, excavada en la pared de aquél acantilado. Es lo máximo que puedo alcanzar con el Byakugan ahora mismo. La cueva se adentra hacia abajo y luego sube. ¿Una guarida secreta...?
—Y... ¿qué mejor guarida para un Hōzuki que el mismísimo océano?
En aquel momento no pudo evitar sentir eso que muchos compositores sienten al escuchar un hit en la radio.
«¿Cómo no se me ocurrió antes?»
Aunque claro que la idea de que un grupo de renegados se escondiesen bajo agua como peces sonaba un poco exagerado, pero pensándolo con detenimiento, considerando que esos renegados eran Kajitsu Hozuki justamente la idea no parecía ser tan descabellada.
—¿Traéis respiradores, chicos?
—Cuestan un huevo, lo siento.
—No lo necesito.
Me temo que aún no he conseguido uno.
Al volver su mirada al joven Amedama, lo vería en el suelo cubriéndose los ojos. Clamaría a su vez no poder ver, nada de nada.
«No creo que se haya quedado ciego solo por esforzar tanto la vista...»
Si eso fuese posible, el Byakugan resultaría un poco ineficiente en su tarea, al menos de esa manera lo consideraba el joven médico de Amegakure.
Esto seguro que ha ahorrado mucho tiempo de búsqueda. Bien hecho, Daruu-san.
Mogura flexionaría las piernas bajando un poco para acercarse al genin y luego pronunciaría aquellas palabras. Más allá de ser una mera felicitación, el joven médico le daría un pantallazo de lo que el Hyuuga acababa de hacer. Descubrir aquella cueva sin duda alguna sería muy útil para el grupo de búsqueda.
Nivel: 32
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—Pues, no cabe duda —concluyó Kaido, rascándose la nariz después de haber aspirado el aroma de la sangre bajo la estupefacta mirada de los adultos—. El rastro dejado por la sangre de Ayame termina aquí, y se pierde en lo profundo del océano. Es probable que el oleaje le haya limpiado la herida y cortase la conexión con el aroma, lo que técnicamente me jode el proceso de caza. Lo siento.
«No sólo parece un tiburón, parece que tiene el olfato de uno... Interesante.» Meditó Zetsuo, sin duda impresionado por las capacidades del Hōzuki. Sin duda, el poder rastrear a alguien por el olor de la sangre era una capacidad de lo más excepcional y útil.
Sobre todo en misiones como aquella.
—No tienes que disculparte, Kaido. Bien hecho —le concedió el médico, con un pequeño asentimiento. Al menos tenían la confirmación de que se habían llevado a Ayame mar adentro si la sangre resultaba ser de ella de verdad. Pero, dadas las circunstancias, las posibilidades de haber errado eran mínimas. Y tampoco tenían otra pista que seguir.
—El agua está muy turbia —intervino Daruu de repente, captando la atención del resto. El chico seguía con sus ojos fijos en el oleaje, pero a aquellas alturas todos ya sabían que estaba viendo más allá de lo que ellos podían llegar—. Pero creo que veo lo suficiente para seguir rastreando. Esperad. —Hizo una pequeña pausa, y entonces señaló hacia un punto en el mar justo debajo de las aguas que rompían contra las rocas del acantilado que se alzaba al norte—. ¡Veo una cueva! En esa dirección. Está más o menos a doscientos metros, excavada en la pared de aquél acantilado. Es lo máximo que puedo alcanzar con el Byakugan ahora mismo. La cueva se adentra hacia abajo y luego sube. ¿Una guarida secreta...?
Zetsuo y Kōri entrecerraron ligeramente los ojos.
—Y... ¿qué mejor guarida para un Hōzuki que el mismísimo océano?
—Mierda... —masculló Zetsuo entre dientes. Ya lo sabían, pero no le hacía ninguna gracia tener que adentrarse directamente en el terreno del enemigo. Aquello sería como meterse en las fauces de un tiburón.
Y cuando preguntó si llevaban respiradores, se dieron con un nuevo obstáculo: dos de ellos no lo tenían. Kaido afirmaba no necesitarlo, Kiroe, Kōri y él mismo sí lo llevaban consigo; pero Daruu y Mogura no habían podido permitírselo de momento.
—Mierda... —repitió, con sus ojos clavados en el agua. Dudaba que la cueva estuviera precisamente en la superficie. Y, aunque así fuera, tampoco sabían cuánto tiempo iban a tener que estar bajo el agua o si en algún momento el pasaje subía siquiera a la superficie. Arriesgarse a sumergirse a pulmón no era una opción.
—¡N... no veo nada! ¡No veo nada! —aulló Daruu de repente, disparando las alarmas de todos.
El chico se había desplomado sobre la arena, tapándose los ojos. Sin embargo, ninguno de sus dos compañeros le socorrió. Fue Zetsuo el que se adelantó con una nueva maldición entre dientes después de intercambiar una mirada interrogante con Kiroe. Se agachó junto al genin, le agarró por la parte posterior del cuello de su camiseta y le obligó a sentarse.
—Daruu, mantén la calma. Escúchame —le llamó, tratando de evitar que no se sumergiera de lleno en un torbellino de desesperación. Le tomó de las muñecas, y le forzó a apartar las manos de su rostro. Pero no había rastro alguno de ninguna herida visible en el exterior de sus párpados—. Abre los ojos, Daruu.
¡Abre los ojos, chico!
Kōri observaba la escena de cerca, pero manteniendo cierta distancia. Ninguno de los dos conocía los entresijos del Byakugan, pero si necesitaba asistencia médica, Zetsuo era el mejor para proporcionársela.
Lo último que les faltaba era perder a un miembro del equipo antes de empezar siquiera el rescate...
Nivel: 34
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Algo tiró de él. Escuchó la voz preocupada de su madre, que le llamaba, asustada, pero al lado había otra. No podría haber dicho que era una voz cálida. De Zetsuo se podía decir muchas cosas, pero que tenía una voz cálida y agradable no. Pero al menos era calmada. Y calma era lo que intentaba transmitirle, sin éxito. No fue hasta que abrió los ojos y empezó a detectar un poco de luz cuando empezó a calmarse. La vista se le nublaba de cuando en cuando, pero unos segundos después al menos ya alcanzaba a distinguir las facciones borrosas de Kiroe y Zetsuo.
—¡Daruu, Daruu! ¿Estás bien?
—Vale... Creo... creo que he forzado un poco la vista. Otra cosa... Otra cosa nueva que aprendo de mi Dōjutsu —rio como un idiota. Daruu no tenía una familia propiamente dicha que pudiera enseñarle los entresijos de sus habilidades, de modo que tenía que aprender casi todo por su cuenta. Tenía unos pergaminos de su abuela que eran casi mágicos, pero eso no era suficiente para aprender toda la información.
—Zetsuo-sensei. Suéltame, por favor. Ya me apa... ya me apaño.
Se apoyó en la arena con dificultad, y una vez levantado, resolló un par de veces. Se frotó los ojos y trató de no forzar a ver mejor. Seguramente la imagen se aclararía en unos pocos minutos.
Kiroe se acercó a Mogura y le tendió su propio respirador.
—Bien. Kaido asegura que no necesita el respirador. Zetsuo, Kōri y Mogura vestirán el respirador, y yo mantendré dos burbujas de agua para mi y para Daruu. Con eso será suficiente.
La madre de Daruu cogió la muñeca de su hijo y lo hizo caminar hacia la superficie del mar. Realizó unos sellos e hizo crecer dos prisiones de agua que les envolvieron y se fueron sumergiendo hacia adentro.
—Esto no te lo esperabas, ¿verdad, Daruu? —rio su madre.
—Lo de quedarme ciego no —se burló—. Lo de la burbuja también estoy intentando copiarlo, pero es bastante complica...
—¡Niño insolente!
»¡Vamos, todos! ¡En marcha!
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El escualo se mantuvo ajeno a la escena, sin mucho ánimo ni voluntad de inmiscuirse en el meollo. Porque estaba claro que él, de entre todos los presentes, era el menos indicado para intentar ayudar a Daruu a recuperar su visión, teniendo en cuenta que para Kaido la definición de remedio no era sino darle un severo manotazo en la cara para que espabilara de una puta vez, y se dejara de lloriqueos. Por suerte, Zetsuo tomó la iniciativa; aunque éste no le ayudó como lo habría hecho un médico convencional sino que sencillamente le tomó por la camisa, le batuqueó como si estuviese batiendo un par de huevos y le pidió, con voz fuerte y resolutiva, que abriera los ojos. Una solución rápida y efectiva, vamos.
La intervención del viejo Zetsuo pareció funcionar. Daruu los abrió, y su temple cambió para bien, luciendo mucho más aliviado que antes. A tal punto de que incluso se permitió bromear acerca de los entresijos que iba descubriendo a cuentagotas respecto al dōjutsu y a las limitaciones que éste tenía, según cómo y cuánto lo usase.
A Kaido también le habían pasado un par de deslices de ese tipo. Una vez usó tanto el Suika no jutsu que quedó hecho charquito durante dos días, sin poder reconstruirse.
—Bien. Kaido asegura que no necesita el respirador. Zetsuo, Kōri y Mogura vestirán el respirador, y yo mantendré dos burbujas de agua para mi y para Daruu. Con eso será suficiente.
Visto que todos estaban preparándose, Kaido decidió tomar la delantera y fue el primero en dejar que el oleaje bañara sus pies. Se adelantó a Kiroe y a su prójimo, mientras éstos elevaban sendas esferas de agua; y comenzó a andar a paso firme hasta que el agua le cubrió hasta el cuello. Ahí volteó sonriente y exclamó:
—Nos vemos abajo —sentenció, antes de que un severo glup le cubriese junto con el agua. El mar le envolvió en un abrazo fraternal, ansioso por el retorno de su hijo pródigo y le llevó rápidamente hasta las profundidades de aquel inmenso océano, donde sus agallas tomaron vida y palpitaron ansiosas mientras el agua pasaba a través de ellas. Su cuerpo, dinámico y confeccionado para nadar, se amoldeó a las corrientes y avanzó con grácil ligereza, encontrándose en su hábitat natural.
El gyojin dio su primer respingo ahí abajo, dejó salir un manojo de burbujas y entonces procuró dar un buen vistazo a su alrededor.
«Joder, nada como estar en casa»
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Más allá de su comentario, el joven médico de Amegakure se mantuvo al margen de lo que estaba sucediendo con Daruu. Pero los adultos si que parecían más alterados, esa reacción y algunas palabras de ambas partes terminó por darle a entender a Mogura que aquel grupo era más unido de lo que parecía.
«Parece que hay varios lazos entre estas dos familias.»
Momentos más tarde, luego de que Zetsuo asistiese a Daruu para que este se volviese a poner sobre sus pies y pudiese volver a ver el mundo a través de sus ojos y de la misma manera que el resto, Amedama Kiroe se aproximaría a Mogura para extenderle su propio respirador.
El muchacho de cabello azabache lo tomaría y, tras una reverencia, se lo colocaría de la manera correcta. Los respiradores de Amegakure eran sin duda alguna muy novedosos, abrían un montón de puertas siempre y cuando tuvieses el dinero suficiente para costear uno.
—Bien. Kaido asegura que no necesita el respirador. Zetsuo, Kōri y Mogura vestirán el respirador, y yo mantendré dos burbujas de agua para mi y para Daruu. Con eso será suficiente.
Umikiba Kaido se adelantaría al resto, pasando por Daruu y su madre, quienes se abrían metido dentro de un par de burbujas gigantes. Casi cuando el agua estuviese a punto de cubrirle la mayor parte del cuerpo se dignaría a hablar.
—Nos vemos abajo
Mogura por su parte prestó un poco de atención a como se desempeñaban en ese momento los otros dos miembros del equipo que contaban con el respirador, si ellos se insertaban en el agua él los seguiría.
«Allá vamos.»
No pudo evitar reparar por un momento en lo que estaban por hacer, entrar en la posible guarida de un grupo de renegados. Una misión un tanto imprudente, pero la vida de la joven jinchuuriki de Amegakure estaba en juego. No había otro camino que seguir.
Nivel: 32
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—¡Daruu, Daruu! ¿Estás bien? —exclamaba una alarmada Kiroe, junto a su hijo.
Afortunadamente, Daruu empezó a reaccionar. Parpadeó tímidamente al principio, pero pronto sus ojos perlados comenzaron a enfocarse en su entorno. Primero en el rostro de Zetsuo, después en el de su madre.
—Vale... Creo... creo que he forzado un poco la vista. Otra cosa... Otra cosa nueva que aprendo de mi Dōjutsu —se rio—. —Zetsuo-sensei. Suéltame, por favor. Ya me apa... ya me apaño.
Zetsuo soltó un resoplido antes de levantarse y encararse hacia el mar, con cierta ansiedad. Estaban perdiendo demasiado tiempo, y cada segundo era crucial.
Mientras tanto, Daruu se levantó con cierta dificultad y Kiroe se acercó a Mogura para tenderle su propio respirador.
—Bien. Kaido asegura que no necesita el respirador. Zetsuo, Kōri y Mogura vestirán el respirador, y yo mantendré dos burbujas de agua para mi y para Daruu. Con eso será suficiente.
Zetsuo ladeó ligeramente la cabeza cuando la mujer pasó junto a él, agarrando a Daruu por la muñeca, y se adentró en el oleaje. Con una serie de sellos que él conocía bien, Kiroe creó dos burbujas de agua que envolvieron a los Amedama y comenzaron a sumergirse en el mar.
«Interesante uso del Suirō no Jutsu.» Meditó el médico, antes de volverse hacia Kōri. Con un mero asentimiento, ambos se colocaron los respiradores sobre sus rostros.
La primera sensación que tendría el grupo al meterse en el mar, sería el frío. Las aguas bañadas por el frío invernal les acogieron en su seno nada más sumergirse y, a excepción de Kōri (que era prácticamente incapaz de sentirlo), Kiroe y Daruu (que estaban protegidos por las paredes de sus burbujas); todos sufrieron la sensación de miles de cuchillos clavándose en sus cuerpos. Zetsuo entrecerró los ojos, visiblemente dolorido, pero se esforzó en seguir braceando y pataleando. Mantenerse inmóvil en aquellas aguas sería un suicidio.
Tal y como les había advertido Daruu, las aguas estaban terriblemente turbias y la arena levantada apenas les dejaban ver a unos pocos metros de distancia. Eso, en conjunto con el hecho de que la ya escasa luz del cielo encapotado parecía asfixiarse a unos pocos metros de profundidad, hacía terrible el simple hecho de avanzar en la dirección correcta. Kaido se movía como pez en el agua, y sin duda podría haberlos dejado atrás a todos ellos si de verdad quisiera hacerlo, aunque quizás lo más sensato sería mantenerse lo más juntos que pudieran sin llegar a resultar un estorbo a la hora de nadar para no perderse de vista los unos a los otros.
Y, entonces, ocurrió.
Una sombra se materializó justo frente a Mogura. Un rostro adulto de cabellos grisáceos, ojos oscuros y una sonrisa armada de dientes afilados como navajas. Antes de que nadie pudiera hacer nada para evitarlo, alargó una mano y le arrancó el respirador del rostro.
El inevitable chapoteo que se produciría alertaría al resto del grupo, pero ni Zetsuo ni Kōri contaban con técnicas que pudieran usar a distancia bajo el agua...
Nivel: 28
Exp: 127 puntos
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«Joder, nada como estar en casa»
...
«¡Pero en la casa de Amegakure, claro, con la chimenea quemando madera a millón! ¡¿y este maldito frío qué, ah!?» —pensó, mientras su cuerpo se entumecía más que un gélido carámbano de caverna. Y esa vez no tenía a un Hibagon que le sirviese como manta, como aquella vez en los altos páramos de los Dojos.
Pero además del irreverente frío invernal que se calaba hasta sus huesos, el grupo contaba con adversidades como la poca iluminación y con corrientes muy turbias que obligaban al grupo a tener que mantenerse lo más juntos posible a fin de no perderse todos de vista. Además, ralentizaba el paso de nado y obligaba al escualo a tener que contenerse, pues si decidía aletear de más, probablemente iba a dejarlos atrás, muy atrás.
Pero el perderse de vista los unos a los otros iba a ser el menor de sus problemas, teniendo en cuenta que la inacción de los Kajitsu no iba a durar para siempre. No, ahora que el grupo de retaliación se encontraba en el patio de casa ajena, sería incluso hasta insultante no pensar en que ellos intentarían detener el avance de tan numeroso equipo de rescate, y más aún estando tan cerca de su refugio. Pero a fin de cuentas actuaron, sí, y de la manera más adecuada posible:
Camuflándose con el agua y apareciendo ahí, frente al que ellos consideraban al eslabón más débil.
Una sonrisa, un manojo filoso de dientes. Un simple movimiento de mano, y.... Mogura de pronto se encontró sin respirador, y por tanto, sin oxígeno.
«¡Mierda, no!»
Estaban jodidos, realmente jodidos. ¿Cómo iban a salvar a Mogura ahora? si aunque recuperasen el respirador, ponérselo de vuelta no era una opción, no al menos mientras siguiesen sumergidos.
La única respuesta que tuvo el gyojin en ese momento fue la de patalear. Patalear tan duro como se lo permitieron sus piernas, rompiendo el agua delante suyo y avanzando como un torpedo hasta los linderos del enemigo a una velocidad envidiable. Con su brazo por delante, ahora sosteniendo un kunai; asemejando aquel apéndice al pico larguirucho y letal de un pez espada.
Nivel: 15
Exp: 2 puntos
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Su cuerpo se retorció prácticamente al instante en que entró en contacto con el agua, estaba fría, helada. Pero era sensato esperar que fuese así, después de todo era Viento Gris.
Si había un momento en el que no debían perder tiempo, era aquel. Entrar en la cueva y poder calentarse era menester, la hipotermia que sufrirían podría llegar a ser letal. No había que parar de mover en ningún momento.
«No se casi nada...»
Las enturbiadas aguas, la arena y la peligrosamente baja temperatura hacía que el trayecto fuese más complicado, a penas y se podía llegar a ver algo más allá de la nariz de uno mismo y quizás si paraba de nadar la corriente se lo terminaría llevando a saber donde.
El grupo se estaba metiendo en la boca del lobo, o mejor dicho, del tiburón. Y alguien tendría que pagar el precio de improvisar, en ese puntualmente momento, el joven médico de Amegakure tendría que hacerlo.
Un Hōzuki de cabello gris se manifestaría frente suyo, delatándose más que nada por la afilada dentadura que algunos de los miembros del clan sabían tener. Haciendo gala de su habilidad estando en su territorio más favorable, y con un simple movimiento de su brazo, despojaría a Mogura de su tan necesario respirador.
«¡Maldición!»
El rostro del shinobi se arrugaría al notar que su respiración se había visto comprometida. Por un instante chapotearía hasta poder llevar una de sus manos hasta su rostro y con la otra intentar recuperar su aparato, aunque posiblemente no tendría mucho éxito.
Nivel: 34
Exp: 152 puntos
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Daruu cerró los ojos, a pesar de que gracias a la pompa de agua que le envolvía era totalmente innecesario. Pronto les envolvió la negrura, y el chico aprovechó que el liderazgo y el control de su movimiento estaban en manos de otro para cerrar los ojos y relajarse con el sonido amortiguado de las corrientes chocando contra la prisión de agua. El sonido del viento se iba perdiendo en la lejanía, enmudeciéndose.
Un chapoteo ensordecido llamó su atención. Se dio la vuelta, y trató de ver. Había alguien más. Alguien que no pertenecía al grupo. Fue a poner un pie más allá, a avanzar hacia Mogura para socorrerlo, pero...
Se dio cuenta de que si cruzaba el umbral de la prisión, podría hacer mucho menos aún que si permanecía dentro de ella.
Chasqueó los dientes y pensó en algo. Kaido se movía hacia Mogura. ¡Maldición! Podría haber lanzado una técnica, pero si lo hacía ahora sólo provocaría que les diese a ellos. Justo lo contrario de lo que pretendía.
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