Kaido no era un Tiburón, sino una piraña. Un mosquito marino. Picaba, y se iba. Picaba, y se iba otra vez. Dejando que su presa se desangrase. Dejando que se debilitase poco a poco.

Katame había vivido situaciones similares, pero, al contrario de lo que dice la gente, eso no te hace más fuerte. Uno sigue estando igual de cagado y con el mismo miedo a morir que la primera vez.

Se quedaba sin aire. Le ardían los pulmones y necesitaba salir cuanto antes. Desesperado, formó el sello de clonación y creó cuatro Kage Bunshins a su alrededor. Uno mirando a su izquierda; otro a su derecha; otro en dirección opuesta; otro al frente. Los cuatro rodeándole, cubriendo cada flanco. Dos de ellos —los que estaban a izquierda y derecha—, con medio cuerpo por debajo de él. Los otros dos, con medio cuerpo por encima. La jaula perfecta. Y los cinco nadando desesperados hacia la superficie.

A Katame empezó a arderle también los músculos. La pierna herida que dejaba un rastro de sangre. Pero no podía parar.

Tenía que salir. Tenía que salir. Tenía que salir…

Un tiburón, por lo general, nada alrededor de su presa. La rodea con paulatinidad y aguarda el momento oportuno para dar la última mordida. Eso hacía él en el instante en el que Katame, desesperado, invocó cuatro clones que le cubrirían estratégicamente todos los flancos. Técnicamente.

Kaido ejecutó un único sello e invocó cuatro clones, también. Los suyos, sin embargo, podían nacer en dónde él quisiera, dado que se encontraban aún bajo el agua. Su agua.

Así que, aprovechando esta ventaja estratégica; los mizu bunshin nacieron debajo de los kage bunshin, con las manos alzadas y capturando a los dragones por sus sus pies, para luego nadar inmediatamente hacia abajo con todas sus fuerzas.

El Kaido original aguardaría el resultado, y actuaría en función de ello.

Lo bueno de poner a los clones en posiciones escaladas, es que no solo podían cubrir cada flanco, sino también ayudar a los compañeros de al lado de manera más eficiente. Si venía un ataque desde lo alto, los de arriba cubrían a los que estaban debajo. Si, en cambio, venía desde abajo, eran los que estaban en posiciones inferiores quienes cubrían a los de arriba.

Pasó lo último.

Clones de agua se crearon bajo los pies de cada Kage Bunshin. Los dos que estaban con medio cuerpo por debajo del original, tenían a la altura de la cabeza las rodillas de los clones de agua que habían surgido bajo los pies de los dos Kage Bunshin de arriba. Tan solo tuvieron que alargar las manos y apresárselas, clavándoles las uñas y arañándoles mientras se veían súbitamente arrastrados.

Aquellos dos simples arañazos, sin embargo, bastaron para hacer desaparecer a los dos clones de agua de arriba.

Pero los tres Katames sobrevivientes tenían un problema mayor. Se quedaban sin aire, y sus cuerpos estaban a punto de colapsar. Solo tenían una salida. Un último y loco intento. Mientras sus pies seguían pataleando para nadar hacia arriba, el original apoyó sus piernas sobre los hombros de sus dos clones.

Entonces los dos clones formaron un sello…

… y escupieron un fino pero concentrado chorro de aire hacia abajo. El Fūton Soyokaze no Jutsu actuó como la hélice de un barco a motor, empujando el agua hacia abajo y, por el mero principio de acción-reacción, empujando al barco hacia arriba.

Pero el original no permanecía ocioso. Sus sellos habían sido formados, y el Fūton Daitoppa completado. De pronto, sus clones desaparecieron y una gran corriente de aire salió de su boca. Una corriente de aire inofensiva bajo la superficie del mar, pero que le daría el último impulso para salir volando de la superficie como un torpedo.

Bien que contaba él con la ventaja táctica, pero no la había aprovechado correctamente. Y es que la aparición de sus propios clones no fue tan escalada como hubiera querido, y los Katame de arriba lograron deshacerse de sus pares. Los de abajo, sin embargo, tenían mayores problemas; y tuvieron que hacer uso de su chakra para encontrar las maneras de abarcar los metros que le quedaban hasta la superficie en un sólo movimiento. El aire escaseaba.

Entonces, una potente ráfaga de viento le mandó como un torpedo hacia la superficie. Y finalmente otra más para potenciar el impulso anterior. Katame salió volando hacia la superficie cual bala de cañón y Kaido no pudo hacer nada para evitarlo. Su malherida foca se le había escapado.


Kaido emergió a la superficie, y apoyó sus pies ahora cargados de chakra. Se tambaleó en una ola remanente mientras el excedente de agua parecía escurrirse de su cuerpo, como si fuera parte de él.

La batalla aún no había acabado.

Nada más salir escopeteado, el buitre se colocó bajo su vuelo y le acogió en su lomo. El ave agitó entonces las alas y subió al cielo, dando vueltas sobre el Kaido que surgió sobre el mar.

—Cagonmimadre, otro jodido clon —farfulló Katame, al verlo, mientras se rompía una tela de la camiseta y se hacía una improvisada venda sobre la herida de la pierna. Si algo había aprendido, era a no meterse con un tiburón bajo el mar—. Ve hacia el barco, Quebrantahuesos.

No cometería el mismo error dos veces.

Saltó sobre la cubierta, mientras Quebrantahuesos alzaba de nuevo el vuelo y empezaba a dar círculos alrededor del barco, vigilando. Echó un rápido vistazo al cargamento, justo sobre la entrada que daba al comedor de abajo, y corrió entonces hasta el ancla. Sabía que, para alzarla de nuevo, tendría que colocar el barco en vertical a esta. Con el ancla inclinada, como seguro estaba al no haber cerrado las velas, le daría mucho más trabajo elevarla. Eso si es que podía.

No tenía tiempo ni para lo uno ni para lo otro.

Suspiró. Iba a tener que jugársela.

El escualo de pronto comenzó a caminar entre las aguas, e inmediatamente echó a correr hasta el casco frontal del barco para subir a Baratie, mientras los ojos inexpugnables de la bestia alada parecían buscarle con suma atención.

La intención del gyojin era la de llegar hasta arriba, aún y cuando quebrantahuesos fuera a impedírselo.

El Quebrantahuesos le vio. Lo supo al momento, por cómo emitió un chillido agudo avisando a Katame. Cayó en picado hacia él y, cuando estaba a cinco metros de distancia, extendió las alas para frenarse en seco y luego agitarlas.

Un furioso vendaval surgió del batir de sus alas, estrellándose contra Kaido y la propia cubierta del barco, arrancando varios tablones con ella.

—¡¡¡Cagonmimadre, no le des al barco!!! —estalló Katame, junto a la cadena del ancla—. ¡Seguramente sea un señuelo, un jodido clon! ¡Vuelve a subir!

Dicho y hecho. El buitre volvió a elevarse, recorriendo la mirada por todo el barco para asegurarse de que no había sorpresas indeseadas.

Dicho y hecho, también.

Mientras el ave atacaba al clon con aquel poderoso vendaval que también termino por atizar a Baratie, otro Kaido ya había emergido en un puto muerto de su visión. Justo debajo suyo, lo suficientemente cerca gracias a su descenso, una poderosa bala de agua presurizada iría directa y potente a su pecho para impactarle como una bala de cañón.

Su invocador, el Kaido verdadero, volvió luego a sumergirse. Mientras otro como él volvía a salir del agua cerca de donde había muerto el primero y volvió a correr por el casco del barco.

—¡Cagonmimadre, Quebrantahuesos, cagonmimadre! —rugió Katame, cuando vio que su invocación fue atacada por sorpresa—. ¡Es un jodido cobarde que no para de usar señuelos! ¡Te lo dije! ¡Alza el vuelo y deja que vengan! —escupió—. Esos clones de mierda no piensan por sí mismos. ¡No podrán hacer nada si el verdadero no me ve, y el tipo está demasiado cagado como para salir de la superficie!

Tras un alarido, el buitre alzó el vuelo y empezó a dar vueltas de nuevo sobre el barco, dejando que aquel nuevo Kaido subiese a cubierta. Mientras tanto, Katame se agachó. Desde su posición era imposible que nadie le viese salvo que subiesen a cubierta.

Katame tenía razón. El clon por sí sólo no podía sino seguir directrices sencillas y actuar realmente bajo la estricta mirada de su invocador. Escaló el casco y cuando llegó a cubierta, se quedó allí, pasmado, buscando al dragón, que ya parecía saber muy bien como lidiar con ese último clon. ¿Qué es lo que iba a hacer con él, tan expuesto que incluso parecía una trampa?

¿Qué iba a hacer? Lanzarle un kunai. Directo al torso. Sabía que con aquello bastaría para deshacer aquel clon de agua.

Y ahora que se daba cuenta, ya había esperado lo suficiente. Su cuerpo, estaba listo. Tomó aire y lo dejó escapar muy lentamente.

Jabalí, Perro, Pájaro, Mono, Carnero. Se mordió el dedo. Estampó la mano en la cubierta. ¡Pluff! La katana con la que había segado decenas de vidas surgió tras una nube de humo. Con mellas, abolladuras y rasguños, como solo las hojas que habían visto mucha sangre tenían.

Se irguió. Cargó todo el chakra del que fue capaz en el golpe…

… y partió la gruesa cadena del ancla en dos de un tajo directo y letal.

Se oyó un ruido en el barco. La cadena salió despedida. Y Baratie volvió a acudir a la llamada de la mar, libre como el viento.

¡Cagonmimadre! habría querido decir él, al ver que la cadena no iba a subir sino que pareció desprenderse del barco. Al verla hundirse, no tuvo más remedio que deshacer su treta y empezar a nadar hacia el lado de babor de Baratie y asomarse rápidamente a la superficie. Entonces corrió de forma transversal alrededor del casco para rodearlo; y antes de llegar a la superficie, una pequeña cagarruta se coló entre algunos cajetones de madera y algunas mesas. Luego, un silente pluff

Una espesa nube de humo cubrió gran parte del barco, evitando que quebrantahuesos pudiera alertar a su dueño de que él iba a subir finalmente por uno de los lados que ya había transitado un par de metros antes.

Kaido se coló e regañadientes entre la espesa humareda y se dirigió de memoria hacia el asta que sostenía la vela.

Una nube de humo. Un buitre volando en círculos todavía más pequeños, sobre la gran humareda que se había creado. Katame, a unos diez metros de ella, avanzando hacia ella con pasos lentos pero seguros. En su mano, la Enviudadora, como gustaba llamar a su katana.

—¡Sé lo que intentas, Kaido! —rugió—. ¡Pero no funcionará! ¡Huye de vuelta al mar mientras estés a tiempo!

Tic, tac. Tic, tac. El reloj del Destino daba la hora. La hora de poner punto y final a aquello. La hora de sentenciar una disputa que ya se había alargado demasiado.

Si su instinto le permitía llegar hasta el asta, Kaido cortaría las sogas que tensaban la vela. No tenía otra opción, pues de continuar alejándose de la costa, sus oportunidades de cumplir exitosamente la misión se iban a ir a la mierda. Y era eso lo que le preocupaba, y no su supervivencia, que técnicamente estaba pendiendo de un puto hilo.

El rabillo de su ojo estaba muy atento, sin embargo. Katame no le iba a dejársela tan fácil, desde luego; y no podía bajar la guardia. No ahora.

Kaido encontró el asta, sabe los Dioses cómo, sumergido en la nube de humo. Tosía cada vez que respiraba, y no era capaz de abrir los ojos por culpa del picor que el humo le producía. Allí, gracias al tacto, halló una cuerda. Y otra a su lado, tensada. Y otra. Y otra…

Y un total de ocho. Empezó a cortar, desesperado. Cuando logró cortar la tercera, oyó un ruido en lo alto. Fuese lo que fuese que hubiese hecho, algo estaba provocando. Y eso, era buena señal.

Cortó una cuarta… y entonces oyó algo. Como un cristal romperse bajo sus pies.

La Kemuridama que había usado estaba a punto de disiparse… Aunque, por otra parte, y por contradictorio que sonase, el humo estaba intensificándose.