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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
¿Momento mágico?

¿Cómo se podía definir momento mágico a una magnificación onírica del dolor, que le consumió tras tocar la piel de Muñeca?

Kaido no había sentido nada similar, salvo una excepción en particular. Como en esta ocasión, pero en su mente, un Uchiha le hizo ver y sentir en carne propia el cómo su mandíbula era descuajada junto a su cráneo de un sólo jalón. Aunque ésta vez no hubiera espadas, sí que las sentía. A cientos de ellas atravesándole la piel. Una piel poco acostumbrada a que nada le tocase, por su capacidad de licuarse en el acto. Ante aquel tacto. Ante aquella expresión de dolor, no era posible.

Con rodilla en tierra, Kaido soltó un rugido más propio de un león que de un Tiburón. Alzó la mirada enervado y pensó por un mísero segundo en saltarle encima a esa hija de puta y despedazar cada diminuta parte de jodido diminuto cuerpo.

Pero inspiró tan hondo como pudo y escondió los colmillos. Ella iba a morir de igual forma, y eso le reconfortaba.

—Q..-qué nombre tan apropiado —dijo, tratando de recomponerse—. ¿cómo es que una crí... bah, olvídalo. ¿Y ahora qué?
Responder
—Q..-qué nombre tan apropiado.

¡Gracias! —exclamó, llevándose las manos a las mejillas y sonriendo tanto que cerró los ojos—. Es muy bonito, ¿verdad? —afirmó con voz aguda, orgullosa.

—¿Cómo es que una crí... bah, olvídalo. ¿Y ahora qué?

Muñeca se llevó una mano bajo la túnica y sacó un saco. Un saco de tela negra.

Ahora te pones esto en la cabeza —le pidió con total naturalidad, extendiendo la mano para que lo cogiese.
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¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



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Kaido volteó a ver a Shaneji. ¿Y por qué a él, dirás?

Porque él le había llevado hasta allá en calidad de miembro. Y ahora querían ponerle un saco en la puta cabeza. ¿Qué clase de broma de mal gusto era esa?

—Joder, que raro sois —dijo. Le arrancó el saco a la cría y se lo puso en la cabeza, a regañadientes—. venga, acabad con ésto.
Responder
Shaneji se encogió de hombros cuando encontró el desconcierto en la mirada de Kaido.

Estoy dando la cara por ti, pero no todos se fían —directo y sin rodeos, como acostumbraba.

Cuando Kaido se puso el saco en la cabeza, quedó sumido en la oscuridad. Era totalmente opaco, y solo con mucho esfuerzo podía distinguir algo del suelo que pisaba, bajando los ojos todo lo que podía.

Sintió una mano suave envolviendo la suya.

No tengas miedo, Kaido. Yo te guio. —Esta vez no hubo ningún momento mágico.


• • •


Llevaban caminando más de una hora, y hacía un rato que no oían las olas del mar. En realidad, el trayecto no era tan largo, pero habían dado varios rodeos para desorientar a Kaido. Medidas de precaución impuestas por Ryū. En su opinión, un desperdicio de tiempo. A su modo de ver, Kaido saldría de allí con un dragón en la nuca o con los pies por delante.

No había más opciones.

Se hubiese ahorrado toda aquella pantomima, claro, pero Muñeca no llevaba bien desobedecer sus peticiones, que para ella eran más bien órdenes, ni tampoco mantener el pico cerrado al respecto.

No lo has hecho, ¿verdad? —Muñeca le miraba con ojos preocupados—. Papá no estará contento.

Shaneji chasqueó la lengua. Aquella niña… De algún modo, siempre se las arreglaba para ver a través de él. Se detuvo, con la paciencia agotada.

Aquí será suficiente.

Y lo siguiente que notó Kaido fue un objeto contundente estrellándose contra su nuca.

Perdió el conocimiento.


• • •


Una voz le hablaba. Una voz que conocía muy bien. Le decía que se despertase. Que ya había dormido suficiente siesta por el día.

Poco a poco, Kaido fue recuperando el conocimiento. Tenía el cuello agarrotado, y le dolía algo la cabeza, pero ya no había ningún saco ocultando su visión. Lo primero que creyó fue que se encontraba en un valle. Uno en el que había mucha humedad. El cielo estaba azul y despejado, aunque sin sol. No, más bien estaba teñido de naranja. Era el ocaso. Y de un rojo oscuro. Aquello debía ser el sol.

Pero es que luego también había nubes alargadas coloreadas en el cielo, de un verde esmeralda y rosa. Acaso… ¿una aurora boreal?

Vamos, espabila. —La voz de Shaneji sacándole del trance.

Fue entonces cuando se dio cuenta. No estaba en un valle, sino en una cueva. Una amplísima, con centenares de estalagmitas, estalactitas y columnas rocosas de variadas y extrañas formas que llegaba hasta el techo. Algunas de ellas, iluminadas por luces de neón verde y azul, parecían árboles. Otras, si la mente te jugaba una mala pasada, calaveras apiñadas unas con otras. La bóveda de la cueva también reflejaba distintos colores, según la potente luz de neón por la que era iluminada. Y dicha bóveda, a su vez, se veía reflejada en el gran lago que invadía el centro de la cueva.

Faltaban palabras para hacer justicia a aquella maravilla de la naturaleza. Pero, más que decir que era bonita, de fantasía o impresionante, creo que lo más acertado de asegurar es que cuando uno se encontraba allí dentro, algo dentro de él le hacía creer en Dios.

Porque si algo transmitía, eso era divinidad.


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La oscuridad le abrazó cual amante cuando se cubrió el rostro, y la mano demoníaca de muñeca volvió a sostener la suya. Aunque ésta vez no hubo dolor, sin embargo, y sólo se encontró con su melodiosa voz. Ella iba a ser su guía durante el resto del camino.

¿Pero hacia dónde iban?

¿A ... su tumba?

• • •

Se sintió como una eternidad. El trayecto. Cuánto había sido, ¿más de una hora acaso? no podía decirlo con precisión, estaba desorientado. Y por extraño que pudiera parecer, le dolían las piernas. Efecto secundarios de haber estado en alta mar durante casi una semana.

Finalmente llegó el momento en el que los tres se detuvieron. O mejor dicho, le obligaron a detenerse.

Muñeca habló una vez más. Preguntó si no había él hecho algo. Kaido se preguntó el qué. Y luego, una oscuridad más palpable que la que ahora le agobiaba.

El gyojin perdió la conciencia, tras lo que pareció ser un súbito golpe con algún objeto contundente.

• • •

Abrió los ojos lentamente, tras el estímulo que le instó a espabilar. Su acto más reflejo fue llevarse una mano al cuello, tullido, y a la cabeza; que parecía querer explotarle y recrear otro big bang que modificaría el universo tal y como lo conocemos. A medida que fue recuperando la visión, Kaido creyó que tras el golpe, su retina estaba averiada. Ahora infinidad de colores, matices y mezclas de tonalidades que no eran racionales se apoderaban del firmamento. Pronto se percató de que se encontraba en el interior de una extraña cueva repleta de salientes y picos con formas variadas y que en ocasiones, daba la sensación de que se trataban de calaveras esculpidas a piedra. Un lago calmo e imperturbable presenciaba aquella magnificencia y a su vez lo reflejaba, dado el juego de luces de neón que iluminaba con esplendor el interior de la caverna.

—Hijo de puta. ¡Hijo de... ¿dónde mierda estoy? —dijo, lo más calmo posible. Si perdía ahora los estribos, estando tan cerca de sus objetivos. La iba a liar. Iba a joder toda la misión—. ¿realmente hacía falta, cabrón? ¡¿un jodido porrazo en el cogote, en serio?!
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¡Juuuuuuujujujujuju! —reía Shaneji, divertido—. ¡Es el protocolo! —se excusó—. Por mucho que me disgusten, hay tradiciones que no se pueden romper —le ofreció una mano para ayudarle a levantarse.

»Ha llegado tu hora, Kaido.

Surgió de entre la oscuridad, allá entre las estalagmitas. De hecho, bien podía haber estado allí todo el tiempo, porque, inmóvil, pasaba perfectamente por una de esas grandes columnas de rocas iluminadas. No era alto, porque alto era un adjetivo que se le quedaba pequeño. Tampoco era fuerte, porque fuerte se le decía a los que tenían más de diez kilogramos de puro músculo. Y decir eso de él, era de ser muy, muy moderados.

No, lo que se le acercaba a Kaido era un gigante, en el sentido más estricto de la palabra. Un hombre que superaba los dos metros de altura, y de músculos tan desorbitados que dolía a la vista. La viva representación del cliché de hombre hipermusculado en las historias de fantasía.

Y lo peor de todo es que era real.

Y que estaba en frente de Kaido.

Y que ni siquiera era eso lo que más llamaba la atención de él.

Porque aquel hombre, amigos míos, brillaba en la oscuridad. Su piel, negra, estaba perlada de tatuajes. Tatuajes blancos y fluorescentes, en todo su torso desnudo, que daban la impresión de que tuviese escamas por piel. A lo largo de toda su espalda, unas alas de dragón plegadas.

Volvemos a encontrarnos —cuando habló, su voz ronca y gutural reverberó por toda la cueva. Kaido conocía aquella voz. La había oído hacía mucho tiempo…

… cuando había asesinado a Katame. El breve recuerdo asoló su mente con la claridad de un sueño vívido:

Te felicito, shinobi de Amegakure, por matar a mi hijo — le había dicho en aquella ocasión, utilizando el cuerpo de Katame como medio—. Ocupa su lugar, y cumple su misión —había continuado, mientras el cuerpo por el que hablaba seguía consumiéndose en el fuego—. Reniega, y una serpiente ocupará su lugar tras matarte.
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Kaido atiborró su mano contra la de Shaneji, quien le ayudó a levantarse.

—¿La hora de qué?

Pero pronto tuvo que responderse a sí mismo.

«De conocer al verdadero Dragón. Prepárate»

La oscuridad dio a luz a una criatura infernal. Oscura como si le calzara una armadura de ébano, sólo que era su piel, pura y dura. Fornido como el grafeno, brillante como el diamante. Se le antojaba tan alto como la Torre de meditación en el País de la Tierra. Y se acercaba a Kaido con paso distinguido, peligroso. Alardeando todos sus tatuajes, tan diversos uno de los otros, que brillaban como las mismísimas estalactitas de la cueva.

El gyojin tuvo que contener las ganas de alejarse. No, no podía mostrar debilidad ahora. No podía dejarse ver tragando saliva como una trucha asustadiza. Él era un Tiburón. Los tiburones no nadaban hacia atrás.

Volvemos a encontrarnos —dijo. Inmediatamente supo de dónde había escuchado aquella voz.

Kaido sonrió.

—Y esta vez he venido a ocupar mi lugar.

Era suyo por ley. Él había matado a Katame. A un Cabeza de Dragón.
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Ryū abarcaba e imponía tanto, que eclipsaba al resto. Por eso, no fue hasta que Muñeca soltó una risita que Kaido se dio cuenta que también estaba allí. Al lado de Ryū. O, más específicamente, al lado de su cintura. Tal era la diferencia de estatura.

Buena decisión —dijo, y fue entonces cuando Kaido se dio cuenta que tenía los ojos verdes—. Pero incluso una buena decisión puede ser mala si se toma por los motivos equivocados.

Shaneji, a un lado, se cruzó de brazos.

¿Por qué quieres ocuparlo?
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Los ojos verdes del Dragón, cual nenúfar, se posaron calmos sobre los ojos mar del Hozuki.

—En un principio, quise hacerlo para sobrevivir —se sinceró, a medias—. porque tengo a una jodida aldea siguiéndome el rastro por no obedecer las órdenes establecidas, por haberme quitado la venda de su status quo y roto deinitivamente sus cadenas. Pero él —no tuvo que ver a Shaneji para que todos supieran que se refería a su Hermano de agua—. logró convencerme de que sois algo más que un simple refugio para un forajido como yo.

»Algo que no pudo hacer Katame. Él sí que no estaba destinado a ser un Dragón. Yo sí.
Responder
¿Qué Kaido estaba destinado, al contrario que Katame, a ser un Dragón?

El tiempo lo dirá —dijo con voz ronca—. Pero te has ganado la oportunidad de intentarlo —desvió la mirada hacia Muñeca—. Dile que venga.

Muñeca salió corriendo y desapareció entre las estalagmitas.

Después de esto, tú y yo tenemos que hablar —le espetó Shaneji a Ryū. Algo en su voz indicaba que no estaba precisamente contento.

Ryū le miró a los ojos, pero no dijo nada, manteniéndose en un silencio incómodo. Incómodo para el resto, porque era como tener ante ti al mayor de los depredadores y saber que, si le entraba hambre, eras pez muerto.

Muñeca no tardó en volver. Y lo hizo acompañada de una mujer de unos cuarenta años, de cabello negro que apenas alcanzaban sus hombros, piel blanca y ojos castaños oscuros. Caminaba con una elegancia que le salía natural, sin necesidad de esforzarse o forzarlo. Vestía, no obstante, con ropas viejas y desgastadas. Una camisa de cuadros holgada, un vaquero y simples zapatillas.

Se estaba prendiendo un cigarro en la boca. Le ofreció uno a Ryū.

Lo he dejado.

La mujer le miró con sorpresa.

Vaya, no te tenía por un hombre preocupado por la salud.

No lo hace porque sea malo —intervino Muñeca, como todo niño que se da cuenta que su profesora se ha confundido y quiere evidenciarlo—. Es Despedida. Siempre elimina una debilidad que tenga en Despedida. ¿Verdad que sí, papi?

Ryū no respondió.

Ya veo… —desvió la mirada hacia Kaido—. Y este debe de ser… Kaido, ¿me equivoco? Joder, Shaneji. Parecéis gemelos.

¿Me estás llamando feo? —Ella rio, y contagió con su risa a Shaneji y a Muñeca.

Ryū en cambio no parecía encontrarle la gracia.

Está preparado para tomar la marca.

La mujer dio una calada al cigarrillo y su rostro se puso más serio.

¿Estás seguro? —preguntó a Kaido—. Es peligroso.

Con peligroso quiere decir que la mayoría mueren.
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Una oportunidad era lo que necesitaba, así que no rechistó.

—Me parece justo.

Luego, se dedicó a observar, simplemente. ¿Por qué? porque ser un buen observador en escenarios como aquel siempre daba sus frutos. Kaido no lo era en muchas ocasiones, siempre solía echar el mordisco directamente sin haber tanteado a su presa, y en momentos como éste no podía darse ese lujo. Y lo que se encontró durante ese profundo proceso de recolección de datos fue jodidamente maravilloso. Era como ver una película. Como si todo lo que leyó durante aquella larga noche en el despacho de su habitación, allá en Amegakure, hubiera cobrado vida desde su imaginación.

Los cabeza de Dragón juntándose uno a uno como moscas en una pila de estiércol.

Pronto el cuarto de ellos se revelaría ante sus ojos aguamarina. Una mujer de cabellos negros azabaches que vestía prendas raídas y sencillas. Fumaba de un pitillo que ofreció a su líder, y que éste finalmente rechazó con el silencio más rotundo.

Vaya, no te tenía por un hombre preocupado por la salud.

No lo hace porque sea malo. Es Despedida. Siempre elimina una debilidad que tenga en Despedida. ¿Verdad que sí, papi?

Ya veo... Y este debe de ser… Kaido, ¿me equivoco? Joder, Shaneji. Parecéis gemelos.

¿Me estás llamando feo?


Kaido dibujó una sonrisilla grácil en su rostro. No era la primera vez que le llamaban feo, ni tampoco iba a ser la última.

Está preparado para tomar la marca.

¿Estás seguro? Es peligroso.

Con peligroso quiere decir que la mayoría mueren.


—Yo no soy como la mayoría.

Y es que sonaba tan decidido que nadie podría pensar que en su mente navegaban cientos de dudas. ¿No se estaba exponiendo demasiado, y muy rápido? ¿y si recibir aquel sello significaba su muerte? ¿cómo iba a saberlo sino se sometía al proceso? ¿qué clase de Fūinjutsu sería? conocía de muy pocos y de sus distintos funcionamientos. Y como esas, otras cien seguían acosándole a cada segundo.

Pero no había forma de negarse. Era parte de protocolo, ya se lo había advertido Shaneji. Y Hageshi también.
Responder
La mujer se dio por satisfecha con su respuesta.

Pues ya sabéis cómo va esto —dijo, mirando a todos y a ninguno en concreto—. Necesito usar el chakra de uno de vosotros.

Yo ya dejé que me chupases como una garrapata las dos últimas veces. —Eso era un no.

Otohime-chan, ¡déjame a mí! —exclamó, dando saltitos y levantando la mano—. ¡A mí! ¡A mí!

No —intervino Ryū—. Te falta chakra.

¡Juuuuujujujuju! ¿Quiere eso decir que por una vez te vas a sacrificar por el resto? ¡Eso sí es noticia!

Ryū no le respondió con la palabra, sino con sus actos. Se dio la vuelta, e inclinó la cabeza hacia adelante, apartando las rastas para que pudiese dar un golpe limpio. Shaneji, todavía sonriente, ni se lo pensó. Sacó su maza a relucir, tomándola al revés, y con una expresión de placer en su rostro le dio un tremendo golpetazo en la nuca con la base del mango. Todavía con mayor fuerza que en Kaido, por si acaso.

Se produjo un silencio. Un silencio largo.

Papá, ya te ha dado.

Hmm. —Y es que Ryū ni se había inmutado.

¿Estás hecho de acero, o qué? —preguntó con fastidio.

Si no puedes dejarme inconsciente, te tendrá que tocar a ti.

¡Juuuuujujujuju! Esa es buena.

Vamos, Shaneji-kun. ¿No decías que era tu hermano de agua? Cederle tu chakra para su bautizo es… —tardó unos segundos en encontrar la palabra—, simbólico.

Joder, aquella niña sabía dar en la diana.

¡La última vez! —rugió finalmente—. ¡Os lo digo! ¡Esta es la última vez!

Enfadado. Rabioso. Incluso indignado. Pero lo aceptó. Lo aceptó porque consideraba a Kaido un hermano de agua, porque tenía grandes esperanzas puestas en él, y porque, para qué negarlo, sí lo consideraba simbólico. Las dos últimas veces lo había hecho a regañadientes. No le caían bien las Cabezas elegidas.

Aquella lo haría por alguien que al menos se lo merecía.

Ryū dio un paso hacia él y le dio un golpe en la nuca con el canto de la mano. Tan rápido y sencillo como eso, y cayó desplomado al suelo. Otohime tiró el cigarrillo y se agachó para darle la vuelta y ponerlo boca arriba. Acto seguido, se concentró por unos instantes, y unas complicadas fórmulas de sellado surgieron en la palma de su mano, que estrelló en el estómago de Shaneji.

Se dibujó entonces un sello en la piedra caliza, vinculado a Otohime.

Siéntate —pidió a Kaido—. Imagino que ya sabes cómo es, ¿no? ¿Dónde quieres que te lo coloque?



¤ Chakura Kyūin
¤ Sello de Absorción de Chakra
- Tipo: Apoyo
- Rango: C
- Requisitos: Fūinjutsu 35
- Gastos: (divide regeneración del chakra propio)
- Daños: -
- Efectos adicionales: Adquiere capacidad de absorción del chakra de un adversario inconsciente y sobre el sello
- Sellos: -
- Velocidad: Instantánea
- Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo, el sello mide 50 cm, es posible absorber chakra siempre que el objetivo se encuentre a menos de 10 metros
El usuario utiliza complicadas fórmulas de sellado, que aparecen en la palma de su mano, y la choca contra el estómago de un oponente inconsciente (que no dormido o inmobilizado) que esté boca arriba. En el suelo se dibuja un sello que estará vinculado directamente al usuario, y que absorberá chakra de la víctima para otorgárselo a él siempre que lo desee (únicamente para ejecutar otras técnicas) y se encuentre a menos del alcance máximo de la técnica. Una vez que el oponente haya sido afectado por la técnica, no despertará hasta que no sea desactivada, o hasta que sea movido fuera del sello.
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Entonces, entre los Dragones discutieron las disyuntivas que hacían falta resolver para comenzar con el proceso. Otohime necesitaba de alguien que cediera —voluntariamente, o no— su chakra. Shaneji parecía poco dispuesto dado que había sido él quien se prestó para anteriores ocasiones. Muñeca, inadvertida, trató de que le eligieran. Ryū se negó rotundamente aún sin estar dispuesto a ser él quien prestase su sagrado chakra para el ritual de iniciación, aunque le dio la oportunidad a Shaneji de zafarse de semejante responsabilidad si lograba dejarlo inconsciente. El Tetsūbo no tuvo el efecto deseado, desde luego.

Kaido presenciaba perplejo la escena. Ryū ni se había percatado de que había ya recibido el golpe. ¿Que si era de acero? pues daba la impresión de que sí, lo era.

Vamos, Shaneji-kun. ¿No decías que era tu hermano de agua? Cederle tu chakra para su bautizo es… simbólico.

¡La última vez! ¡Os lo digo! ¡Esta es la última vez!


Plac, un ligero palmazo que le mandó a los brazos de morfeo. El gyojin tomó asiendo tal como se lo pidió Otohime y asintió.

—Aquí —dijo, señalándose el brazo izquierdo.
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Otohime le pidió que se quitase la camisa, y tras morderse el pulgar, realizó una circunferencia en el hombro de Kaido. Allí donde le había pedido ser bautizado. Continuó dibujando complicados símbolos y fórmulas por todo su cuerpo, y continuó incluso sobre la roca caliza, dibujando kanjis que el Umikiba ni comprendía ni comprendería en su vida.

Pronto, sin embargo, fue formándose un patrón que sus ojos si lograron entender. Una figura, más bien, en el suelo. Un dragón de ocho cabezas y ocho colas, todas en distintas posturas y formando un gran círculo alrededor de él. Y es que él era las alas, el torso, el corazón.

Otohime realizó entonces una larga cadena de sellos. Kaido no había visto realizar tantos juntos en su vida. El sello que conectaba a Otohime y Shaneji se iluminó, como así también la propia marca de ella, en la nuca. Las escrituras del suelo empezaron a moverse, absorbidas por la marca dejada en el hombro de Kaido. Todas se deslizaron por la superficie y su propia piel como serpientes, hasta que no quedó nada más que un dragón dibujado en su hombro.

Estaba de perfil, erguido y desafiante. Se le veía un ala, desplegada, y cuatro patas en postura de combate. Su cola, larga, formaba una especia de ú, envolviendo sus dos patas traseras. Tenía la boca abierta, amenazante, y, en definitiva, colaba como un simple tatuaje tribal negro.

Negro, sí. Completamente negro y no con partes rojas como sí las tenía el dragón de Shaneji. O de Katame. O de Otohime. O del resto que se encontraba allí, vaya.

Necesito echarme a dormir —pese a que había usado el chakra de Shaneji, parecía agotada—. Y tú también —dijo a Kaido, quien no había sentido nada más reseñable que unas simples cosquillas.

Lo que no sabía es que lo peor estaba todavía por llegar.
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El gyojin se retiró la camisa y se permitió entonces comenzar su bautizo.

La sangre brotó del dedo de Otohime y con ella dibujó una circunferencia sobre su piel que empezó al ras del brazo para continuar después a lo largo y ancho de todo su pecho, torso y estómago; acabando en la piedra que ahora les soportaba. Su dedo se movía cual pincel a lo largo y ancho de la superficie tintando anagramas ininteligibles para él. Aunque una vez que todos estos se unieran en una sola figura, Kaido podría ver allí en el suelo la silueta de un Dragón de ocho cabezas y colas.

«Una por cada uno de nosotros»

Lo que siguió luego fue una de las seguidillas de sellos más larga que habría presenciado en su vida que desencadenó la iluminación de las marcas de Otohime y Shaneji. La luz brillante actuó como un imán que empezó a atraer todos los símbolos hacia la primera silueta de todas: la de su brazo.

Kaido torció el gesto para verlo. Era un Dragón al estilo tribal que lucía exactamente como el del resto, salvo por no contar con los matices rojizos. El suyo era enteramente negro. ¿Qué significaba eso? ¿Era un sello diferente, tal vez?

La voz de la chamán le sacó de su ensimismamiento y le obligó a alzar la vista, visiblemente confundido. ¿Dónde estaba el dolor? ¿cuál era la probabilidad de morir tras sentir apenas un mero cosquilleo?

Pero Kaido no era estúpido. Sabía que aquello había sido tan sólo el principio del fin.

—¿Aquí mismo? —dijo, recostándose en la tierra y fijando la mirada en los destellos de neón y fucsia que se elevaban hasta la divina presencia de aquella caverna—. no soy de conciliar fácil el sueño.

Aunque no por ello dejaría de cerrar los ojos.
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