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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#31
Ni a Ayame, ni mucho menos a Kōri, les pasó desapercibido el conflicto interno por el que estaba pasando Daruu. El chico, visiblemente incómodo, tosía, se revolvía en el asiento, volvía a toser, bebía agua, suspiraba y volvía a beber. En todo aquel tiempo, El Hielo no había probado bocado. En cambio, mentenía sus ojos, tan claros como un témpano de hielo, clavados en el pobre genin.

—Disculpad, necesito ir al baño —terminó por decir.

Se levantó de la silla, y comenzó a alejarse cuando Ayame se dio cuenta de una cosa:

—Pero el baño no es...

Pero ni siquiera pudo terminar la frase cuando cinco dedos tan fríos como el hielo le taparon la boca.

Y Daruu volvió al cabo de unos pocos segundos, mientras Ayame seguía comiendo con cierto apuro. Si por ella fuera, compartiría su comida con su compañero de equipo, pero había reaccionado de una forma tan violenta al entrar en el restaurante que le daba miedo que le lanzara su ofrecimiento a la cara.

Sin embargo, para sorpresa de todos, la camarera de cabellos rojos volvió poco después con otro plato de pezqueñines.

—Aquí tiene, que aproveche —dijo, con una encantadora sonrisa, antes de marcharse a atender otra mesa cercana.

—Muchas gracias.

Aún visiblemente nervioso, Daruu comenzó a comer, pero Ayame y Kōri habían dejado de hacerlo. Era como si se hubieran quedado congelados en el sitio, y contemplaban al genin como si un extraterrestre fuera. Al final, quizás consciente de que tenía dos pares de ojos clavados en él, Daruu dejó el pescado en la mesa y se cruzó de brazos.

—¿Y por qué le llaman pezqueñines si son los palitos de pescado de siempre? —susurró el muchacho, inclinándose hacia sus compañeros—. Hala, ya podéis dejar de mirarme así. A comer. Que aproveche. Mmh qué rico y todo eso. Puf.

Ayame no pudo contenerse por más tiempo y se echó a reír con todas sus ganas. Se abrazó el estómago, intentando contener las carcajadas, pero era un acto inútil. Junto a ella, Kōri había vuelto a concentrarse en su plato, esbozando una apenas perceptible sonrisa.

Y al final pudieron comer en paz. Después de acabar de degustar sus respectivos platos y de pagar la correspondiente cuenta, llegó la hora de marcharse. Pero justo en el momento en el que iban a salir, Ayame se detuvo momentáneamente y giró sobre sus talones. En el fondo del restaurante había comenzado a tocar una pequeña banda dirigida por el mismo Kamiseba una canción increíblemente divertida y pegadiza.

—¡Ay, yo quiero quedarme a...!

—Tenemos que trabajar, Ayame —le reprochó el jōnin, empujándola hacia el exterior del local.

—¡Jo, eres un aburrido! ¿A que tú también querías quedarte, Daruu-k...?

Un pequeño capón con los nudillos, y Ayame se llevó las manos a la coronilla entre lastimeros gemidos de dolor.

—Cuida esos modales. Sigo siendo tu superior.
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#32
Ayame se echó a reír. Y aunque para cualquier otro ser humano podría haber sido simplemente imperceptible, Daruu vio aquella sonrisa de Kōri como si fuese una carcajada tan grande como la que estaba haciendo partirse por la mitad a su hermana. En cierto modo, lo era, porque el Hielo necesitaba mucho más que un simple chiste para siquiera sonreír. Eso sólo enfureció más al muchacho de ojos blancos, que hinchó los carrillos y se puso a comer con voracidad, casi con furia, como si aquellos palitos de pescado tuvieran la culpa de todo.

Embotellado como estaba, ahogándose en su propio enojo, Daruu se levantó de la silla, cuando ya habían terminado y habían pagado la cuenta. Empezó a oírse una divertida canción. De esas que cuando suenan cuando ya estás cabreado te cabrean más y sólo quieres empezar a quemar restaurantes de pescado.

¡Ay, yo quiero quedarme a...!

Tenemos que trabajar, Ayame.

—¡Jo, eres un aburrido! ¿A que tú también querías quedarte, Daruu-k...?


Cuando Ayame se dio la vuelta hacia Daruu, sólo encontraría el aire. Y cuando recibió el capón de Kōri, reprendiéndola, y se viera obligada entonces a caminar hacia la puerta, vería las espaldas de Daruu, que ya estaban fuera.

A diez metros del local.

Bien. ¿Por dónde empezamos? —preguntó el genin, convirtiéndose por unos segundos en el Hielo.
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#33
Pero Daruu ya no estaba junto a ella. De hecho, el chico había salido por patas. Como si temiera convertirse en un percebe si se quedaba un minuto más en aquel lugar, se había alejado entre largas zancadas y ya se encontraba a una buena distancia de seguridad.

—Jo... —protestó Ayame, con los hombros hundidos por la decepción.

Resignada, siguió los pasos de Kōri mientras las últimas estrofas de la canción, cantadas por la inconfundible voz y acento de Kamiseba, se perdían en el aire.

♫"Bajo el Mar"♫
♫"Bajo el Mar"♫
♫Hay sardinitas♫
♫Mira qué ricas♫
♫Ven a probaaaaar...♫

—Bien. ¿Por dónde empezamos? —preguntó Daruu, una vez llegaron a su posición. Parecía que había olvidado todo su deseo por descansar...

—Decídmelo vosotros —interpeló Kōri, y Ayame le miró por debajo de las pestañas con la cabeza ladeada.

¿Les estaba evaluando?

—¿Ayame? —la llamó, y ella se sobresaltó ligeramente.

—Y... ¿Yo? —cuestionó, de forma estúpida,. ¡Como si hubiera otra Ayame presente!—. P... pues... creo... que lo primero sería averiguar si... si... ¡Ay! ¿Cómo se llamaba? Chi...ruba...

—Shiruuba —la corrigió el Jōnin.

—¡Eso! Comprobar si Shiruuba-san sigue viva o falleció... Quizás deberíamos empezar buscándola en su casa si sabemos donde vive.
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#34
—Decídmelo vosotros —contestó Kōri.

Bueno, bueno. Vaya, vaya. ¡Menudo líder de equipo! Daruu arqueó una ceja, incrédulo, y se cruzó de brazos, desviando los ojos, pensando en una respuesta de todas maneras.

—¿Ayame?

De modo que les estaba probando, ¿eh?

—Y... ¿Yo? P... pues... creo... que lo primero sería averiguar si... si... ¡Ay! ¿Cómo se llamaba? Chi... ruba...

—Shiruuba.

—¡Eso! Comprobar si Shiruuba-san sigue viva o falleció... Quizás deberíamos empezar buscándola en su casa si sabemos donde vive.

Puede, pero a lo mejor —dijo Daruu, negando con la cabeza—. Sería buena idea hacernos pasar por ninjas que vienen a recoger sus trabajos, y preguntar dónde vive. Si ha fallecido, supongo que alguien lo sabrá. Al fin y al cabo los ninjas de Amegakure venían periódicamente a consultarla.

»Si nos plantamos en su casa y no nos abre, y asumimos lo peor, quizás incurramos en un allanamiento. Si luego resulta que había salido a hacer la compra como cualquier viejecita adorable normal, a lo mejor la matamos nosotros de un infarto. —Rio.
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#35
—Puede, pero a lo mejor —rebatió Daruu, quien negaba con la cabeza—. Sería buena idea hacernos pasar por ninjas que vienen a recoger sus trabajos, y preguntar dónde vive. Si ha fallecido, supongo que alguien lo sabrá. Al fin y al cabo los ninjas de Amegakure venían periódicamente a consultarla. Si nos plantamos en su casa y no nos abre, y asumimos lo peor, quizás incurramos en un allanamiento. Si luego resulta que había salido a hacer la compra como cualquier viejecita adorable normal, a lo mejor la matamos nosotros de un infarto.

El genin se rio, pero Ayame hundió los hombros, desalentada. Y ella que creía que la suya era una buena idea...

—Tienes razón... —cedió.

Kōri, que había estado escuchando en silencio los argumentos de sus dos alumnos, terminó por asentir antes de echar a andar.

—Ambos tenéis un punto —cedió el Jōnin, mirando directamente a su hermana—. No podemos entrar directamente en casa de alguien por las buenas, podrían acusarnos de allanamiento de morada como dice Daruu-kun —afirmó, antes de volverse hacia el Hyūga—. Sin embargo, por lo que nos han informado de la misión, Amegakure lleva un tiempo tener noticias de Shiruuba-san. Si preguntamos por ahí, podríamos levantar alarmas indeseadas y la gente podría extrañarse o incluso llegar a sospechar que tenemos malas intenciones con esta mujer. Prefiero llevar esta tarea con la mayor discreción posible y que cuanta menos gente conozca por qué estamos aquí, mejor. Por eso, por lo pronto lo que debemos hacer es acercarnos hasta allí y llamar a la puerta con normalidad. Si no recibimos respuesta, te encargarás de echarle un vistazo al interior con toda la discreción posible, Daruu-kun. Después de eso, y dependiendo de la respuesta que recibamos, decidiremos cómo actuar. ¿Entendido?

Ayame asintió varias veces.

—Entendido, Kōri...-sensei.
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#36
Aunque Ayame se rindió a su disputa con desaliento enseguida, Kōri repartió la razón entre ambos y le discutió su propio planteamiento, indicando que sería algo sospechoso levantar un interrogatorio por todo Coladragón. El Hielo prefería llevar el asunto con discrección, y sugirió que se acercaran a la casa de Shiruuba y, de no contestar la mujer a una simple llamada a la puerta, investigar el interior gracias al Byakugan de Daruu.

Daruu se quedó en blanco, mirando al infinito, durante unos segundos. Luego, chasqueó la lengua y se encogió de hombros, dejando escapar una feble risilla.

A veces se me olvida que puedo ver a través de las cosas —dijo.

Así pues, el trío shinobi se dirigió, siguiendo las indicaciones que venían en el pergamino de la misión, al hogar de Shiruuba. Pronto descubrieron que al este de Coladragón significaba en realidad al este de Coladragón, más o menos a un pateo bien guapo de Coladragón saliendo por la puerta que quedaba al este de la ciudad. Caminaron por la llanura durante al menos una hora y luego se adentraron en un bosquecillo. Pronto, siguiendo el camino, se encontraron con una cabaña tamaño equis equis ele: una auténtica mansión de madera. Daruu sospechó que todo el gigantesco claro de bosque que ocupaba la casa había estado habitado por los mismos árboles que ahora eran en verdad paredes y tejado. Rodeando la mansión había un muro de piedra de casi cinco metros de altura y una verja metálica con timbre electrónico: esos eran extranjeros al claro.

Daruu se acercó, tomando la iniciativa, y llamó al timbre. No hubo respuesta. Lo intentaron unas cuantas veces más, hasta que el muchacho se hartó y se encogió de hombros.

Me toca ser un mirón, supongo. —Sólo esperaba que la vieja no se estuviera duchando. Qué visión más terrorífica, qué asco, pensó.

Pero nada le habría preparado para lo que de verdad vio.

Daruu pasó un tiempo recorriendo todos los pasillos y habitaciones de la mansión con la mirada, al fin y al cabo, porque era un edificio enorme. Pero llegado cierto momento, sus ojos quedaron fijos en un punto concreto de la cabaña, arriba del todo. Los iris empezaron a temblar y la piel de volvió pálida como la cera. El muchacho apartó a sus compañeros de un empujón, desactivó su dōjutsu y se acercó a un árbol cercano, donde vomitó toda la comida que había tomado en el restaurante.

Mareado, se dio la vuelta, resollando con dificultad. No se atrevió a volver a mirar a la casa, ni siquiera a la vieja y oxidada verja de metal.
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#37
Así pues, el trío de shinobi inició la marcha hacia la residencia de la anciana Shiruuba. Según los datos de la misión, dicha vivienda se encontraba al este de Coladragón; y cuando salieron de la ciudad por la puerta oriental, pronto comprobaron que aquellas palabras eran más que simples indicaciones. La anciana vivía fuera de la ciudad, y se vieron obligados a caminar durante aproximadamente una hora por las llanuras del País de la Tormenta bajo el intenso aguacero antes de verse refugiados por las copas de los árboles de un bosque.

«Podríamos haber utilizado los pájaros...» Se lamentaba Ayame para sus adentros, que comenzaba a sentir el cansancio agarrotando sus pantorrillas. Sin embargo, y pese a sus infantiles quejas, era también consciente de que utilizar dichas monturas era una forma muy fácil de llamar la atención y además consumía una energía que no sabían si podían derrochar.

Siguiendo un sendero marcado en la tierra, llegaron por fin a la residencia de Shiruuba.

Y Ayame se quedó momentáneamente paralizada de la impresión.

Residiendo fuera de la ciudad, en mitad de un bosquecillo como aquel, había supuesto que la anciana vivía en una cabaña de madera como las brujas de los cuentos. Imaginaciones aparte, podría haberse esperado una casa de ladrillo normal con su tejado a dos aguas para tolerar la lluvia, quizás incluso con dos pisos de altura. Pero lo que jamás podría haber imaginado era una enorme mansión construida con madera (seguramente extraída de los mismos árboles que les rodeaban), rodeada por un colosal muro de piedra y una verja de metal oxidado a modo de entrada con un timbre electrónico.

—¿Shiruuba-san vivía sola en una casa tan grande como esta? —se preguntó en voz alta.

Daruu se acercó y llamó al timbre. No obtuvo respuesta alguna en ninguna de las veces que lo intentó.

—Me toca ser un mirón, supongo —afirmó, antes de activar su característico Byakugan y que las venas quedaran marcadas alrededor de sus ojos.

Ni Kōri ni Ayame se atrevieron a interrumpir a Daruu mientras este recorría con sus ávidos ojos todos y cada uno de los rincones de la mansión. De hecho, la kunoichi alternaba la mirada entre la residencia y los ojos de Daruu, como si esperara ver alguna especie de rayos X saliendo de sus iris o encontrar algo que le permitiera descubrir el secreto de aquellos orbes tan curiosos. Obviamente, no lo encontró.

Pero, de repente, Daruu palideció y se echó a temblar. A nadie le pasó desapercibido este cambio en su actitud, pero antes de que pudieran preguntar, el genin los apartó de un empujón, se dirigió al árbol más cercano y vomitó.

—D... ¿Daruu-kun? —preguntó Ayame, acercándose apenas un par de pasos con preocupación.

—¿Qué has visto? —le cuestionó el Jōnin, con los ojos ligeramente entrecerrados en un gesto incluso más serio del que solía adoptar.

«El cadáver de la abuela. Y en muy mal estado.» Se aventuró a adivinar Ayame, mordiéndose el labio inferior con inquietud, aunque una parte de ella estaba rogando porque se equivocara. No tenía ningún deseo de ver algo así...

No iba a ser capaz de soportarlo...
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#38
Daruu tardó un tiempo en recomponerse y dejar de respirar con dificultad. Miró a sus compañeros, que plantados un poco más cerca de él le observaban con preocupación. Se reincorporó, respiró un par de veces en alto, y cuando se sintió con la fuerza suficiente para describir lo que había visto, intentó hacerlo sin volver a rememorar las imágenes:

Arriba del todo hay un despacho con el suelo lleno de esqueletos —dijo lentamente, como si se lo estuviera inventando todo. Desgraciadamente, estaba bastante seguro de lo que había visto—. Esqueletos humanos. También estaba el libro que buscamos.

Antes de que sus compañeros pudieran objetar algo, añadió:

Debe de ser el libro que buscamos porque estaba abierto con un enorme sello en las dos páginas, y el sello brillaba con un chakra de una fuerza que no he visto nunca.«Bueno, quizás sólo una vez», pensó, dirigiendo una mirada distraída a Ayame—. Y no sé cómo vamos a sacarlo de ahí, porque mi cabeza está relacionando las palabras esqueleto y libro bastante fuerte.

»¡Por todos los truenos de Amenokami —se lamentó—. ¡Esqueletos! ¿¡Pero cuánto tiempo ha pasado desde que la aldea contactó por última vez con Shiruuba!?
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#39
Pese a la urgencia de la situación, Daruu aún necesitó de algunos segundos para responder. Estaba visiblemente agitado, respiraba con dificultad y su cuerpo aún temblaba. Terminó por reincorporarse poco después, tomando aire varias veces para recobrar el aliento, y sólo entonces habló:

—Arriba del todo hay un despacho con el suelo lleno de esqueletos —dijo, con palabras lentas y pausadas. Aunque aquello no frenó el impacto que sufrió Ayame al escucharlo—. Esqueletos humanos. También estaba el libro que buscamos.

«E... ¿Esqueletos humanos? ¿Está bromeando?» Una parte de ella no quería creerlo, prefería pensar que aquello era una broma pesada o que Daruu había visto mal. Pero estaban en una misión, no había sitio para las bromas. Y los ojos de su compañero no fallaban.

—Debe de ser el libro que buscamos porque estaba abierto con un enorme sello en las dos páginas, y el sello brillaba con un chakra de una fuerza que no he visto nunca. Y no sé cómo vamos a sacarlo de ahí, porque mi cabeza está relacionando las palabras esqueleto y libro bastante fuerte.

—Estás completamente seguro, ¿verdad? —cuestionó Kōri, aunque más bien parecía una pregunta retórica lanzada al aire. Sumido en un pensativo silencio, el Jōnin alzó la mirada de sus ojos escarchados hacia lo alto de la mansión, y su hermana lo acompañó con un violento estremecimiento.

«Se suponía que iba a ser una misión fácil... ¡Sólo teníamos que comprobar el estado de Shiruuba-san y regresar con un libro! ¡Un maldito libro!»

—¡Por todos los truenos de Amenokami —se lamentó Daruu, resumiendo todas las maldiciones que Ayame se guardaba para sí—. ¡Esqueletos! ¿¡Pero cuánto tiempo ha pasado desde que la aldea contactó por última vez con Shiruuba!?

—¿Pero de quiénes eran esos... esos... esos... esqueletos...? —preguntó Ayame, con un débil balbuceo—. Porque no será de otros ninja que hayan venido antes que nosotros, ¿no...?

—Posiblemente fueran ladrones o personas interesadas en los conocimientos de Shiruuba —aventuró Kōri.

—¿Y Shiruuba-san está... entre ellos?

Un pequeño silencio en el que El Hielo alternó la mirada entre la mansión y Daruu.

—Eso, por el momento, no podemos saberlo. Lo único que sabemos es que el sello sigue activo y, si lo que ha visto Daruu es cierto, posee un sistema de seguridad muy peligroso.

Ayame tragó saliva con esfuerzo. Y, aún conociendo de antemano la respuesta, sus labios preguntaron, temblorosos:

—Y ahora, ¿qué hacemos...?

Kōri les dirigió una breve, pero intensa mirada.

—Parece que no nos queda más remedio que entrar.

Ya lo sabía, pero de todas maneras la respuesta cayó sobre ella como una pesada losa.

—Subiremos ahí arriba e investigaremos con cuidado ese despacho. Sin embargo, como vuestro superior, iréis siempre detrás de mí. Y hasta que no diga lo contrario no quiero que ninguno de los dos toque ese libro, ¿entendido? Desgraciadamente, ninguno de nosotros es experto en el arte del Fūinjutsu y no sabemos qué secretos puede encerrar entre sus páginas.

«Deberían haber contratado a otros shinobi para esta tarea... Papá, por ejemplo, sabe sobre técnicas de sellado.»

Ayame le dirigió una breve mirada de soslayo a Daruu.

—Entendido... —asintió Ayame, muy a su pesar. No conseguía imaginar otra cosa que le apeteciera menos que entrar a aquella casa.

Kōri esperó la respuesta de Daruu antes de escalar el muro de piedra con ayuda de su chakra y saltar al otro lado. Ayame, por su parte, optó por una solución más sencilla para ella: atravesar los barrotes de la verja que actuaba a modo de entrada licuando su cuerpo en el proceso.
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#40
Había un detalle que no había mencionado, claro, pero no tenía ganas de revivir la visión, no al menos hasta que el inevitable momento de subida a aquél despacho lo reviviera por sí mismo y en directo. Delante del libro abierto había un esqueleto sentado en una silla de ruedas. Por deducción, uno podría haber supuesto que se trataba del de Shiruuba.

Mientras Daruu se recomponía, se estableció un pequeño diálogo entre los dos hermanos del equipo. Concluyó con dicho inevitable momento. Kōri sugirió que debían entrar en la casa, aunque ellos dos irían detrás de él. A Daruu no lo alivió ese plan.

«¿Y luego, qué, el libro te convierte en un esqueleto a ti, sensei?»

Los ojos de Ayame y de Daruu se cruzaron por un instante, preocupados. Sin embargo, Daruu miró de nuevo a su maestro y asintió, aunque la cabeza le pesó como una losa. Luego, tras él, saltó la valla, mientras que Ayame optó por licuar su cuerpo y traspasar la verja.

El trío de ninjas avanzó hasta la puerta de la cabaña. Kōri puso la mano primero en ella, dispuesto a girar el picaporte, a comprobar si nadie había echado la llave, u otra cosa... y la puerta se abrió apenas rozándola.

Mirad ahí —dijo Daruu, señalando el canto normalmente oculto de la entrada, que tenía signos de roce y astillas rotas—. La puerta ha sido forzada. Ladrones, definitivamente.
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#41
No le hacía gracia. No le hacía ninguna gracia. Hubiese preferido mil veces echarse a llorar y salir corriendo que entrar en aquella mansión perdida en medio del bosque.

Pero ella era una genin. Kōri era su superior, debía plegarse a sus órdenes. Pero no sólo eso... él era su hermano mayor. Y también estaba Daruu. Y estaba terriblemente preocupada por lo que pudiera sucederles ahí dentro.

Y aunque por dentro lo que deseaba era rogarles que abandonaran la misión y volver a la seguridad de su casa en Amegakure, nunca llegó a hacerlo y siguió los pasos del Jōnin y del Hyūga por el sendero descuidado e invadido por la maleza que les conduciría hacia la entrada principal de la mansión. Kōri alzó la mano para probar a girar el picaporte de la puerta, y aunque lo esperable era que se la hubieran encontrado cerrada a cal y canto, esta se abrió apenas la rozó.

—Mirad ahí —dijo Daruu, señalando el canto normalmente oculto de la entrada, que tenía signos de roce y astillas rotas—. La puerta ha sido forzada. Ladrones, definitivamente.

Kōri entrecerró ligeramente los ojos.

—Cierto.

Terminó de abrir la puerta con sumo cuidado y se quedó momentáneamente parado en el umbral de la puerta antes de proceder a entrar con sumo cuidado.

—Ahora debemos subir. Manteneos cerca de mí y no os separéis —ordenó el Jōnin.

Y a Ayame no hizo falta que se lo dijera dos veces. Respiró hondo y echó a trotar detrás de la espalda de su hermano, mientras sus ojos recorrían la estancia con una mezcla de temor y curiosidad, estudiándola. Sin embargo, parte de su mente estaba permanentemente ocupada pensando en lo que se encontrarían al llegar arriba.
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#42
Pese a que ambos ya sabían lo que venía a continuación, Kōri volvió a repetir sus instrucciones. Daruu y Ayame se agolparon a las espaldas de el Hielo, a pesar del frío que naturalmente emanaba de él. El pasillo se elongaba hasta las escaleras, y a pesar de que las puertas a izquierda y derecha llevaban a lugares más cálidos como la cocina o el comedor, su destino eran las primeras. El trío subió cada peldaño expectante de cualquier tipo de trampa oculta, y para ello Daruu activó su Byakugan. Cualquier otra fuente de chakra quedaría expuesta. Afortunadamente, lo único que se encontraron fue el crepitar de la madera roída por las termitas cada vez que ponían el pie en un escalón.

El pasillo de arriba tenía otras puertas. No tenían ni idea de a dónde llevaban, pero supongo que en ese momento sólo podían pensar en la puerta que Daruu señalaba, al fondo del todo. Estaba entreabierta, e incluso sin el Byakugan podía verse un ligero brillo que salía por el estrecho espacio que había entre marco y picaporte.

Avanzaron hasta que estuvieron a tres metros, sin ninguna consecuencia aparente.

Es... es ahí —certificó Daruu, quien había desactivado su dōjutsu a riesgo de enfrentarse antes de tiempo a los demonios de la habitación.
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#43
Ayame era consciente de que en aquella casa no quedaba nadie con vida aparte de ellos tres que pudiera escucharlos, pero al sentirse invadiendo la propiedad de alguien sin su permiso, no podía evitar caminar de puntillas, intentando hacer el menor ruido posible, entre lentas y pausadas respiraciones. Pero el crujido de cada escalón carcomido por las termitas cada vez que alguno de ellos ponía un pie sobre ellos traicionaba todas sus intenciones.

El piso de arriba era similar al inferior, con un largo pasillo con varias puertas tanto a derecha como a izquierda. Pero el trío estaba concentrado en la que se encontraba al final del pasillo. Estaba entreabierta, y se podía apreciar un ligero brillo que trataba de escapar por el estrecho espacio que había entre el marco y el la hoja.

—¿Qué es eso? —preguntó Ayame, en apenas un susurro. Como si alguien fuera a escucharla.

—Es... es ahí —confirmó Daruu, cuando se encontraban a apenas tres metros de la puerta.

Kōri asintió, y formuló un sello con una mano. La temperatura pareció descender de golpe varios grados, y una ligera ventisca se levantó en torno a los tres shinobi antes de que el aire frente a ellos se condensara y se enfriara hasta el punto de que el agua se convirtió en nieve... y esa nieve adoptó la misma apariencia que el Jōnin. La réplica de nieve avanzó con cuidado y abrió la puerta con lentitud. Un extraño olor a polvo y algo más que no supo identificar invadió su nariz; y...

Y Ayame ahogó un grito cuando quedó ante sus ojos el horror de lo que se encontraba en el interior del despacho. Ni siquiera le dio tiempo a contar los esqueletos dispersos por el suelo, ni siquiera reparó en el que reposaba inerte sobre una silla de ruedas. Tuvo que cerrar los ojos y apretar los puños junto a sus costados para no salir corriendo. Eso no evitó que las lágrimas rodaran por sus mejillas o que su cuerpo temblara violentamente.

—Ayame —la llamó Kōri, tomándola por el hombro con una gentileza cargada de su característica frialdad—. No va a ser la primera vez que veas una escena así, y con toda seguridad las habrá peores. Lo siento.

Ella intentó responder, pero las palabras no conseguían salir de sus labios. En aquellos instantes sólo quería salir de allí.

Por su parte, el clon de nieve se adentró en la habitación con cuidado de no pisar ninguno de los huesos. La intención del Jōnin era bien simple: si había cualquier tipo de trampa en aquella habitación, lo sabrían de inmediato utilizando a un clon como detonante.
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#44
Cuando el clon de nieve de Kōri abrió la puerta, Daruu entornó los ojos, se mordió el labio hasta que se hizo sangre y apretó los puños clavándose las uñas. Pero no dejó de mirar a lo que había en el interior, porque sabía que tendría que acostumbrarse a ello tarde o temprano, tal y como su maestro intentaba explicar a Ayame. Sintió miedo, y sobretodo angustia, pero ya no le quedaba nada que vomitar. Su estómago rugió con hambre. Se sintió como un ser asqueroso, pero eso más tarde le haría reflexionar sobre algo:

Somos seres vivos. Nacemos, crecemos, nos reproducimos. Tenemos necesidades. Y luego, morimos. Algunos más pronto que tarde. Que estuviera horrorizado no borraba que su estómago pidiera rellenar el hueco que había vaciado antes. El cuerpo, normalmente, era más listo que la mente.

Habían muchos esqueletos. Más de diez, al menos. O una banda entera de ladrones había entrado a atracar a una viejecita indefensa, o eran asaltantes entre tiempos dispares. Algo llamó la atención de Daruu, y es que todavía llevaban ropa puesta. No había sangre seca en el suelo, ni restos de armas ni de nada que pudiera haberlos matado. Sólo aquél libro, abierto de par en par, esperando.

El clon entró en la sala esquivando los huesos, y ya iba por la mitad de la habitación sin que nada relevante sucediese.
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#45
Pese a lo esperable, el clon de nieve no sufrió ningún percance. Siguió avanzando, esquivando como buenamente podía los huesos que alfombraban el suelo, y Kōri entrecerró los ojos.

—Vamos —indicó, dando un pequeño empujón a Ayame para que se pusiera en marcha antes de colocarse él al frente.

—T... ten... cuidado... —consiguió decir ella en un susurro.

Entraron en la habitación, y por mucho que intentó evitarlo, Ayame vio su mirada atrapada entre los múltiples huesos que llenaban la habitación y no pudo refrenar los macabros pensamientos que acudían a su cabeza.

«Todos somos así... todos acabamos así... Incluso yo...»

Contó al menos una decena de cráneos, pero lo verdaderamente extraño es que todos aquellos esqueletos estaban vestidos, por lo que sólo quedaba a la vista las manos de largos y delgados dedos, parte del cúbito y el radio, en algunos parte del húmero, parte de la columna vertebral y algunas costillas, y los pies que se habían visto desprovistos de sus zapatos al no tener carne con la que rellenarlos.

La réplica de nieve se acercó con cuidado a la mesa, sorteando el esqueleto de la silla de ruedas. Sobre el escritorio, el ansiado libro reposaba abierto de par en par sobre un atril. Tal y como había afirmado Daruu, el sello ocupaba las dos páginas enteras, pero desgraciadamente ninguno de los allí presentes sabría descifrarlo, y brillaba con tal fuerza que era visible incluso para sus ojos no sensibles al chakra. Con delicadeza y extremada precaución, el clon alargó la mano e intentó cogerlo...

Ayame se pegó aún más a su hermano y a Daruu.
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