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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Ayame quiso responder, pero sólo consiguió dañarse la garganta. Daruu se adelantó un paso, preocupado, pero sólo necesitaba agua, como todos. Finalmente, consiguió articular unas palabras:

—No. Soy yo la que debe disculparse. Por haberme dejado llevar de esta manera y perder el control... otra vez.

Daruu negó con la cabeza y se acercó un poco más. Entre Kori y él la rodearon, y se sintió a gusto por primera vez en varios días: estaba como en casa.

—No digas eso. Tiene que ser muy difícil, y el bijuu muy poderoso.

—Le... le he visto. He visto al Gobi...

Daruu sintió cómo su corazón latía con fuerza. Miró a Kori, que parecía tan sorprendido como él. Volvió a mirar a Ayame.

Había visto al Gobi... A un monstruo gigantesco de cinco colas...

Sacudió la cabeza e intentó ponerse del lado de Ayame. Debía estar asustada. Tenía que animarla. Tenía que...

—Y seguro que era feo el muy cabrón.
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Daruu también se había quedado mudo de asombro, igual que Kōri. Y, realmente, Ayame no podía culparlos. Volvió a morderse el labio inferior, esperando cualquier tipo de reacción en los rostros de sus dos compañeros: una exclamación, que la tomaran por loca, incluso quizás que la regañaran.

Y entonces...

—Y seguro que era feo el muy cabrón —dijo Daruu.

Y no pudo evitarlo. Lo imprevisto de aquella frase le arrancó una seca carcajada. Ayame volvió a beber agua, y con la saciedad de la sed enseguida se sobrepuso el hambre. Aún debilitada, la muchacha alargó el brazo hacia su mochila, la atrajo hacia sí y comenzó a rebuscar en su interior. No tardó en encontrar lo que estaba buscando: un sandwich ya medio aplastado y seguramente de sabor mustio, pero entonces sus dedos toparon con otro objeto y también lo sacó. Era el mismo bloc de notas que había usado dentro de la dimensión de Shiruuba, en el que había comenzado a anotar sus recuerdos antes de que Daruu frustrara su plan.

Pero su intención ahora era otra.

—Es... difícil de describir... —dijo, pensativa, abriendo la libreta por una página en blanco al azar. Lápiz en mano, comenzó a hacer trazos rápidos, descuidados, pues en aquellos momentos no quería hacer una representación fiel de lo que había visto, sino algo superficial con el que Kōri y Daruu pudieran hacerse una idea—. Tenía cuatro patas, patas con cascos, y su cuerpo parecía el de un caballo. Pero su cabeza... su cabeza no era la de un caballo. Era más redondeada, y tenía la boca llena de dientes afilados. Casi parecía... la cabeza de un delfín. Ah, pero un delfín no tiene cuatro cuernos sobre la frente.

Se interrumpió momentáneamente al dibujar el esbozo de las cinco colas por detrás de él, pensativa. Y el lápiz, así como su voz, tembló ligeramente cuando siguió hablando:

—Tenía voz femenina... Y estaba enfadada. Muy enfadada. Odia a los humanos por haberla utilizado en contra de su voluntad como una mera herramienta para después encerrarla... dentro de mí. Está... está esperando que flaquee como jinchūriki... y entonces "romperá los barrotes que la retienen y se liberará"...

Kōri, que se había mantenido en todo aquel tiempo estático como una estatua de mármol, tenía el ceño ligeramente fruncido y...

Parecía más asustado de lo que Ayame había visto jamás.

—Ayame. No debes escucharlo. ¿Me has oído? —la llamó, apartando la libreta de su mano y tomándola por los hombros. Pero Ayame sólo se asustó más al percibir la alarma y la urgencia en sus ojos y en su voz—. No. Debes. Escucharlo. Eres la jinchūriki de Amegakure. Eres la guardiana que custodia al Gobi. Por el bien de la aldea, y por tu propio bien, no debes dejarte engañar. ¿Lo entiendes? Recuerda lo que nos dijo padre.

Ayame tragó saliva con esfuerzo, pero incapaz de rehuir la intensa mirada de El Hielo, se vio forzada a asentir a duras penas.
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Ayame no pudo evitar reír, que era el objetivo del comentario de Daruu, así que el muchacho se alegró y sonrió. Luego, él tampoco pudo evitar dar un paso adelante y abrazar a Ayame con fuerza. A pesar de estar delante de su hermano. Si el Hielo no lo comprendía, tendría que comprenderlo.

Se separó de Ayame y emitió un ruidillo confuso cuando la chica empezó a rebuscar en la mochila y sacó el mismo bloc de notas que había utilizado dentro de la ilusión. Por un momento se preguntó si aquellas palabras seguirían escritas y tachadas en sus páginas. «No, imbécil. Estábamos en una ilusión. Era todo mentira. Recuerda». Probablemente Zetsuo hubiera reaccionado a aquél pensamiento con un tortazo de revés, o algo incluso peor: una intensa mirada de desprecio y un volteo con indignación.

Daruu tuvo ganas de decirle a Ayame que parase de describir al animal, de hacer con la libreta lo mismo que había hecho dentro de la mentira de Shiruuba. No era porque no pudiera imaginarse lo que estaba describiendo o que le resultara muy horrible —de hecho, fuera de contexto el concepto casi parecía una broma—, sino porque no deseaba saber nada más del Gobi en muchísimo tiempo. Sintió que se le revolvían las tripas cuando la muchacha observó que tenía voz femenina.

«Ya hemos oído su voz...», pensó Daruu con amargura.

Kori-sensei, visiblemente asustado, se acercó a Ayame, apartó la libreta de su mano y la tomó con los hombros. Apremió con todas sus fuerzas a que Ayame no escuchase al Gobi. Que era su guardiana. Que no debía dejarse engañar.

—Kori-sensei —llamó Daruu, dándole dos golpecitos en la espalda—. Si Ayame debe ser una guardiana, será la mejor guardiana que pueda, de eso no tengo duda —intentó rebajar la tensión—. Por otra parte, si Ayame es la guardiana... nosotros somos los guardianes de la guardiana, ¿no? Con tanto guardián, ese bicho no tiene nada que hacer.

Se acercó a Ayame, golpeó un lugar muy específico de su espalda con el puño levemente, como si llamase a una puerta, y dijo:

—¿Me oyes, bicho? Estás jodido. De ahí no te vas a mover.

Más tarde se echaría las manos a la cabeza y desearía que de verdad no se moviera de ahí. A lo mejor era al primero al que masticaba con sus dientecitos de cetáceo.
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—Kōri-sensei —intervino Daruu, llamando a su superior—. Si Ayame debe ser una guardiana, será la mejor guardiana que pueda, de eso no tengo duda. Por otra parte, si Ayame es la guardiana... nosotros somos los guardianes de la guardiana, ¿no? Con tanto guardián, ese bicho no tiene nada que hacer.

Ayame quiso hablar, pero Daruu se había acercado a ella y le dio un golpecito en la espalda con el puño, como si de una puerta se tratara.

—¿Me oyes, bicho? Estás jodido. De ahí no te vas a mover.

Todo ocurrió muy rápido. Su espalda ardió. Y cuando giró la cabeza hacia su compañero, Daruu se encontró con un penetrante ojo aguamarina cuyo párpado inferior estaba bañado con el color de la sangre. La mirada de un solo ojo que parecía querer perforarle hasta el alma y desgarrarlo desde dentro... Pero fue un visto y no visto. Como una estrella fugaz, aquella breve sombra de ferocidad desapareció tan rápido como había aparecido. Y Ayame, que no parecía ser consciente de lo que acababa de ocurrir, llevó una mano a la frente.

—¡No! Lo último que querría es que os pasara algo por intentar protegerme —protestó, y entonces tuvo un déjà vu de su conversación con Shanise y Mogura sobre aquel mismo tema. Y supo que de poco le serviría quejarse.

—Estaremos ahí en todo momento, Ayame —dijo Kōri, reincorporándose en toda su altura. En aquellos instantes, aunque desvaído y debilitado, su silueta blanca seguía resultando tan imponente como siempre. Pero en ese instante, Ayame recordó con pesar le sensación de poder que había tenido en su pérdida de control, y en lo frágil y débil que parecía su hermano cuando intentó detenerla. Y sintió auténtico terror—. Y si padre no está para pararte los pies, lo haremos nosotros de alguna manera. Por lo pronto se lo contarás a padre en cuanto lleguemos a casa. Debe echarle un vistazo al sello y asegurarnos de que no se haya debilitado o haya sufrido algún daño.

Pero Ayame hundió los hombros, temerosa de lo que vería en la cara de su padre en cuanto se lo contara: ¿Enfado? ¿Decepción...?

Aunque toda preocupación se vio momentáneamente eclipsada cuando sus tripas, hartas de esperar, rugieron con furia. Ayame se abrazó el estómago, avergonzada.
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Daruu se encontró cara a cara con el terror que le había paralizado antes, y dio un paso atrás. Pero no apartó la mirada. La concentró en aquél ojo lleno de odio, fugaz. Entrecerró su propia mirada y se sorprendió al encontrar un enojo donde antes sólo había miedo. Miedo...

—¡No! Lo último que querría es que os pasara algo por intentar protegerme —protestó Ayame.

—Confieso —dijo Daruu—. Que me da miedo. Me da mucho miedo. Pero sé que tú lo tienes que estar pasando muy mal, y quiero proteger a la gente a la que quiero, si no, ¿qué clase de ninja sería? Casi es uno de los únicos motivos por el que acepté este trabajo. —Se encogió de hombros—. La verdad, yo no veo ningún dilema moral. Kori-sensei, aunque Ayame escuchase al Gobi, ¿qué motivo tendría para dejarse convencer? Dice que nos odia por tenerle encerrada, pero la encerramos para protegernos, y ha jurado que si sale nos va a aplastar a todos. —Como si estuviera debatiendo con el propio bijuu, echó un vistazo al hombro de Ayame, con la mirada perdida—. No voy a dejar que nadie aplaste a nadie en Amegakure, si puedo evitarlo. Es lo que hay.

—Estaremos ahí en todo momento, Ayame —intervino Kori, que parecía haber recuperado parte de la compostura perdida—. Y si padre no está para pararte los pies...

—Para pararle los pies al bijuu —dijo Daruu—. Lo que haga Ayame bajo su influjo no lo hace Ayame.

...o haremos nosotros de alguna manera. Por lo pronto se lo contarás a padre en cuanto lleguemos a casa. Debe echarle un vistazo al sello y asegurarnos de que no se haya debilitado o haya sufrido algún daño.

Inmediatamente, Ayame hundió los hombros, y Daruu la conocía suficientemente bien como para saber que sin duda ahora le daba casi más miedo su padre que el propio monstruo.

—Me haré más fuerte. Así podré protegeros a los dos —decidió Daruu, y asintió con solemnidad.

Y las tripas de Ayame rugieron. Como un eco, las suyas contestaron. Daruu se dobló sobre sí mismo, y sin poder evitarlo, rio.

—Y ahora, ¿por qué no olvidamos un poco todo esto y nos vamos a comer algo? —sugirió—. Ahora mismo soportaría hasta las canciones de Kaniseba.

»Pero no comería pescado —añadió.
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Y las tripas de Daruu respondieron al diálogo que habían iniciado las suyas propias.

—Y ahora, ¿por qué no olvidamos un poco todo esto y nos vamos a comer algo? —sugirió el genin—. Ahora mismo soportaría hasta las canciones de Kaniseba.

»Pero no comería pescado.




. . .



♫"Bajo el Mar"♫
♫"Bajo el Mar"♫
♫Hay sardinitas♫
♫Mira qué ricas♫
♫Ven a probaaaaar...♫

Y allí estaban de nuevo. Sentados en una mesa con tres bandejas de pescaditos fritos con patatas para cada uno. Era una suerte que el local no había cerrado todavía, pues de lo contrario se habrían visto obligados a esperar hasta el día siguiente. Algo impensable en aquellos momentos: Tan hambrientos que estaban, parecían haber perdido cualquier tipo de modales y los devoraban con ansia animal. Afortunadamente, Kamiseba y su banda parecían estar demasiado concentrados con la canción como para reparar en ellos. Y Ayame estaba demasiado concetrada en la comida como para prestar atención a la canción.

Y sólo cuando hubieron acabado con el último de los pescaditos y se hubo limpiado las manos y la boca con la servilleta, Ayame se echó hacia atrás frotándose la tripa con una mano.

—¡Creía que me moría del hambre! —exclamó, satisfecha.

—Después de comer emprenderemos el rumbo a Amegakure. Llevo el libro conmigo, así que podremos reportar el éxito de la misión a Arashikage-sama... e informar de las novedades sobre Shiruuba —Kōri se volvió hacia Daruu—. Daruu-kun, ¿te ves capaz de manejar dos pájaros?

Para aquel entonces, Ayame casi no los escuchaba. Había entrelazado las manos sobre las piernas en un sello y mantenía los ojos cerrados en un profundo gesto de concentración. Las quemaduras en su piel ya habían comenzado a sanar durante el viaje, pero ahora llena de energía, los bordes de las heridas comenzaron a burbujear ligeramente y, poco a poco y lentamente, comenzaron a reducirse. Ayame frunció ligeramente el ceño. Si el proceso de su técnica ya de por sí era lento, en aquel lugar cerrado apenas conseguía extraer agua del ambiente para utilizarla para su propósito. Habría sido mucho mejor esperar a encontrarse bajo la lluvia, pero no soportaba verse reflejada y ver su piel surcada por aquellas desagradables marcas.
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Bueno, a ver. Con mucho hambre encima y después de todo lo que había pasado, para Daruu había sido fácil decir que soportaría las canciones de Kaniseba. Pero ahora que tenía la tripa llena —de pescado, nada menos y quién lo diría—, ese hombre estaba volviendo a ser terriblemente irritante. Menos mal que Kori le sacó de su agonía, o al menos, le presentó una pequeña distracción.

—Después de comer emprenderemos el rumbo a Amegakure. Llevo el libro conmigo, así que podremos reportar el éxito de la misión a Arashikage-sama... e informar de las novedades sobre Shiruuba. Daruu-kun, ¿te ves capaz de manejar dos pájaros?

Daruu se encogió de hombros.

—La verdad, tengo muchas más fuerzas que antes —dijo Daruu—. Pero también mucho sueño. Supongo que no sabré si puedo aguantar hasta que lo intente.

»Porque, la posibilidad de dormir en una cama cómoda está totalmente descartada, ¿no? —Puso su cara más amable y se derritió sobre la mesa del restaurante.
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—La verdad, tengo muchas más fuerzas que antes —respondió él, encogiéndose de hombros—. Pero también mucho sueño. Supongo que no sabré si puedo aguantar hasta que lo intente. Porque, la posibilidad de dormir en una cama cómoda está totalmente descartada, ¿no? —añadió, prácticamente derritiéndose sobre la mesa del restaurante.

Kōri suspiró y dejó que su mirada vagara a través de la ventana. Fuera era de noche, y, aunque ahora algo más renovados después de comer, los tres estaban terriblemente cansados. Volvió a mirar a sus dos pupilos. Ayame seguía concentrada en aquella técnica suya tan particular y Daruu prácticamente yacía sobre el tablero de la mesa. Pero ambos compartían las mismas ojeras, ambos compartían el mismo gesto de agotamiento (físico y mental). Y él, seguramente, no debía presentar un aspecto mucho mejor. Desde luego, no eran las mejores condiciones para viajar durante una noche cerrada como aquella. Y menos si debían volar.

—Supongo que no pasará nada si descansamos esta noche —concluyó al final, y Ayame debió escuchar aquel mensaje de salvación por encima de su concentración, porque le dirigió una mirada cargada de alivio y agradecimiento—. Pero mañana partiremos con la primera luz del alba.

Alzó una mano, y el muchacho rubio, que no estaba tocando con la banda, se acercó con pasos nerviosos.

—¿Sí, señor?

—¿Conoces algún lugar donde poder pasar esta noche?

—Oh, nosotros mismos, señor. Tenemos habitaciones libres en el piso de arriba si lo desea, señor.

—Entonces resérvanos una habitación para los tres, por favor.

—Muy bien, señor, enseguida le traeré la llave, señor.

Y, tal y como había venido, se marchó.
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En cuanto Kori-sensei cedió a su petición, Daruu dejó escapar un tremendo suspiro que pareció deshincharle. Se hundió sobre la mesa, derritiéndose y desfigurándose como uno de esos muñecos hinchables que menean los brazos con el viento; pese al inevitable madrugón del día siguiente, por supuesto, que tardaría en llegar pero llegaría.

Su maestro levantó una mano, y el camarero más cercano acudió a su llamada. Ambos intercambiaron una breve conversación de donde el grupo extrajo que la Posada Bajo el Mar era, en efecto, una posada. «Vaya descubrimiento, Kori-sensei, en una POSADA hay CAMAS para pasar la noche», pensó Daruu. Cualquiera hubiera podido deducirlo tanto por el nombre como porque tenía dos pisos.

El camarero se alejó, y la conversación habría dado lugar al silencio, de no ser por esa terrible y espantosa banda que les martirizaría más tarde incluso en sueños.

Finalmente, por consenso y tras que les trajesen la llave de la habitación, el trío se levantó del asiento y se dirigió al piso de arriba. Kori-sensei utilizó la llave para abrir la puerta y entró primero. Justo cuando Ayame estaba a punto de entrar, Daruu le sujetó el brazo y le hizo darse la vuelta.

—Espera. No voy a aguantar la noche entera sin hacer esto. —La atrajo hacia sí, y la besó.

Y algo en su pecho comenzó a brillar.
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Si Hozuki Chokichi hubiese estado allí, habría inmortalizado aquel momento con una fotografía. Una fotografía que hubiese guardado en su rincón favorito, reservado exclusivamente para las mejores instantáneas. En el mismo rincón donde se encontraban Akame y Koko, besándose desenfrenadamente. En el mismo sitio donde Yota robaba un beso a la difunta Eri. Allí, coronándolas a todas, estaría el beso entre Daruu y Ayame. Porque, dígase algo de aquel beso: fue fogoso.

En opinión de un intrépido Uchiha, más que fogoso. Fue apasionado, excitante, ardiente. Demasiado ardiente, quizá. Tan ardiente que quemaba…

… literalmente. Porque cuando Amedama Daruu besó a Ayame, se activó un sello implantado en él tiempo atrás, en una pequeña isla paradisíaca. Un sello que contenía…






… un Hōsenka no Jutsu. Una pequeña bola de fuego salió disparada del pecho de Daruu, y, como si de una declaración de amor se tratase, se arrojó sobre Ayame con toda su incandescencia. ¡Plaf! La flecha de Cupido acertando el blanco. Quizá con demasiada vehemencia.

Tal era el amor de Daruu.


• • •


En un sitio muy lejano…

¿La pizza la quiere con cebolla, caballero?

Datsue frunció el ceño y le miró con ojos encendidos. Colérico. Luego, recordó algo, y su rostro se transformó en una mueca vil y mezquina. Una mueca que dio paso a la risa. Una carcajada estridente y aguda, que resultaba enfermiza para el que la oía.

Sin poder contenerse, logró balbucear:

S-sí… ¡C-con… cebolla... a la brasa! —Su carcajada se hizo todavía más fuerte, atrayendo las miradas de todos los clientes que se encontraban en el local—. ¡A LA BRASA! —Y más carcajadas. Una risa demente que llenó todo el local, mientras el camarero se apresuraba a tomar la carta y ciertos clientes empezasen a pedir la cuenta aún con el plato lleno…—. Sí... ¡CON CEBOLLA A LA BRASA! ¡MUAJAJAJAJAJA!




Sello puesto aquí

Técnica sellada:
¤ Katon: Hōsenka no Jutsu
¤ Elemento Fuego: Técnica de Fuego del Sabio Fénix
- Tipo: Ofensivo
- Rango: C
- Requisitos: Uchiha 20
- Gastos: 6 CK por bola (máximo 5)
- Daños: 10 PV por bola
- Efectos adicionales: (Uchiha 50) Pueden esconderse shurikens en las bolas
- Sellos: Rata → Tigre → Perro → Buey → Conejo → Tigre
- Velocidad: Rápida
- Alcance y dimensiones: Las bolas de fuego miden 0'5 metros de diámetro, aproximadamente, y alcanzan los 8 metros antes de disiparse
El usuario dispara desde la boca, una detrás de otra, una serie de pequeñas bolas de fuego que avanzan en línea recta hacia su objetivo y estallan al entrar en contacto con algo. Al tratarse de una técnica múltiple, y resultar impredecible por poder ir variando la dirección en la que se lanzan moviendo la cabeza, es fácil crear una situación en la que se complique el poder esquivarlas todas.

Con una mayor maestría, es posible ocultar shuriken en el interior de las esferas ígneas, creando una inesperada ofensiva secundaria.

Daños: 10PV
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¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



Grupo 0:
Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80

Grupo 1:
Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80

Grupo 2:
Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80

Grupo 5:
Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
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El grupo siguió con su tranquila cena mientras el camarero regresaba con la cuenta y las llaves de la habitación que había solicitado Kōri. El Jōnin pagó y poco después se levantaron de la mesa y subieron las escaleras para llegar a su anhelado descanso. La habitación en cuestión correspondía a la primera puerta que encontraron a mano derecha. Puerta de la que se encargó El Hielo. Ayame se adelantó para entrar a la habitación tras él, pero entonces sintió que Daruu la agarraba de repente del brazo y la obligaba a girarse hacia él.

—Espera. No voy a aguantar la noche entera sin hacer esto.

Ayame ladeó la cabeza, interrogante. Pero antes de que pudiera formular siquiera la pregunta, Daruu la atrajo repentinamente hacia él y sus labios se unieron en un beso cargado de pasión...

Fue entonces cuando vio a través de sus párpados cerrados el destello. Y un potente golpe la empujó hacia atrás y la arrojó al suelo. Y un intenso calor abrasó su torso. Fuego. Sumando otra más a las quemaduras que ya lucía en su desgastado cuerpo.

Ayame gritó.

Y la temperatura de la habitación descendió súbitamente.

Kōri se giró con sus ojos lanzando gélidos destellos en la penumbra. Y Daruu se vio con los pies atrapados en una capa de hielo que hacía un momento no estaba allí. El Hielo se plantó frente a su alumno en apenas un parpadeo, en su mano sosteniendo una estaca de hielo que apoyó sobre su cuello.

—Ahora me vas a explicar qué significa esto... —siseó, y en su voz átona se destilaba el gélido aliento de la muerte.

»Y por qué un Hyūga conoce una técnica de Uchiha.
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De entre todos los besos que ha presenciado o protagonizado el ser humano, aquél debe de ser el más ardiente de todos. Ardía tanto que lo hacía literalmente. Aunque Daruu atribuyó el calor en su pecho y el destello a la habitual energía impulsiva adolescente que le invadía cuando besaba a Ayame, el grito de la muchacha le despertó por completo del trance. Daruu vio llamas. Daruu pensó que les estaban atacando. Daruu activó su Byakugan, dio un paso atrás y miró a todas partes. Aquella llama tenía el color de un chakra familiar, pero que no conseguía ubicar mentalmente. Y su pecho emitió el último estertor de un destello que sólo podía indicar a una dirección.

«¿Fuuinjutsu?»

El pasillo se convirtió en una especie de tundra sin hielo, y sus pies no reaccionaron cuando quiso moverlos. Entonces, entendió que la situación estaba a punto de convertirse en el malentendido más grande y mortal de la historia de su vida. Tragó saliva y buscó a Kori con la mirada. Lo encontró, por supuesto que lo encontró: con una estaca de hielo apuntando a su garganta.

—K-Kori-sensei.

—Ahora me vas a explicar qué significa esto...

—¡No lo sé! ¡Mi pecho, alguien me selló algo, estoy seguro, alguien...!

»Y por qué un Hyūga conoce una técnica de Uchiha.

...Uchiha.

«Fuuinjutsu. Uchiha.»

Las neuronas de Daruu, que estaban muy concentradas en buscar un cuento que durmiera al alma asesina de su maestro, dirigieron de pronto su atención a un recuerdo, un recuerdo no muy lejano, a una distancia sí muy lejana de allí. Lejos, incluso, de las propias costas de Oonindo. Frutas de cáscara dura, peludas. Un camino a través de un bosque de extraños árboles. Una sonrisa de truhán. Una persona.

Una sabandija.

Un hijo de puta.

Un futuro hombre muerto.

«Datsue-kun nunca parece un mal tipo hasta que descubre que puede sacar beneficio jodiéndote. Es una rata traicionera y astuta.»

Las palabras de otro de esos demonios de ojos rojos le vinieron a la mente justo entonces, justo en ese preciso momento, riéndose de él, soltando un tremendo te lo dije.

Entrecerró los ojos y saltó hacia atrás, viéndose liberado de la capa de hielo que Kori mantenía alrededor de sus pies, misteriosamente.

—¡Fue Uchiha Datsue! ¡Ese hijo de perra! ¡En la isla! ¡Me selló una técnica! ¡Sabía lo mío con Ayame, y lo aprovechó en nuestra contra! Pero... ¿Por qué? ¡¡ESA RATA!! —Señaló a los restos de llamas que sobrevivían a duras penas, en el suelo—. ¡Es su chakra! ¡Es el color de su chakra! ¡Ayame, lo siento! Te juro que cuando lo pille le voy a rajar el puto cuello.


¤ Jūkenpō: Ichigekishin
¤ Arte del Puño Suave: Estallido Corporal
- Tipo: Apoyo
- Rango: A
- Requisitos: Hyuuga 30
- Gastos: 15 CK
- Daños: -
- Efectos adicionales: Libera de cualquier atadura o técnica de atadura
- Sellos: -
- Velocidad: Muy rápida
- Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo
Utilizando su Kekkei Genkai menos conocido, la habilidad para expulsar el chakra desde todos los Tenketsu de su cuerpo, los Hyuuga son capaces de librarse de cualquier atadura creada o no mediante el chakra gracias a una súbita y potente ráfaga, que no causa daño alguno pero sí romperá cualquier técnica de emprisionamiento el tiempo suficiente como para que puedan escapar de ella y sea desestabilizada. Si un oponente agarra físicamente al objetivo, saldrá despedido.
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Ayame, aterrada y atónita, asistía a una escena que se alejaba de su comprensión.

Daruu la había atacado. Pero él no conocía técnicas de Katon. Así que tenía que ser un intruso disfrazado de Daruu. Sí, tenía que ser eso. No había otra explicación posible. Y su hermano debía de haber pensado algo similar, porque había apresado sus piernas entre garras de hielo y ahora estaba plantado frente a él, amenazando su cuello con una daga del mismo material.

—¡No lo sé! —exclamaba el chico, desesperado—. ¡Mi pecho, alguien me selló algo, estoy seguro, alguien...!

«¿Sellado...?» Se repitió Ayame, mentalmente. «¿Es eso verdad? ¿Se pueden sellar técnicas en otras personas...?» No lo entendía. No conseguía entenderlo. Porque ella nunca había conseguido entender los entresijos de las técnicas de sellado.

Ay, si tan sólo hubiera sabido en aquel entonces que en un futuro no muy lejano iba a sufrir una escena similar...

De repente las piernas de Daruu emitieron un súbito chasquido. El hielo le liberó de su presa. Pero antes de que pudiera alejarse, Kōri alargó el brazo y cerró sus dedos en torno al brazo del muchacho, firmes como las garras de un búho.

—¡Fue Uchiha Datsue! ¡Ese hijo de perra! ¡En la isla! ¡Me selló una técnica! ¡Sabía lo mío con Ayame, y lo aprovechó en nuestra contra! Pero... ¿Por qué? ¡¡ESA RATA!! —gritaba Daruu, señalando los restos de las llamas que agonizaban en el suelo—. ¡Es su chakra! ¡Es el color de su chakra! ¡Ayame, lo siento! Te juro que cuando lo pille le voy a rajar el puto cuello.

Kōri entrecerró ligeramente los ojos. Parecía que, por un instante, El Hielo estaba echando de menos la habilidad de su padre para discernir si estaba diciendo la verdad o no. Recordaba a Datsue de su combate contra Daruu, pero no sabía de él más que era un habilidoso y astuto shinobi de Uzushiogakure que tenía el poder del Sharingan. Volvió la cabeza hacia Ayame, cubierta de quemaduras, que aún tiritaba por el miedo en el suelo. Después volvió a dirigir sus ojos de escarcha a Daruu. Y al final, después de varios segundos cargados por un silencio que chispeaba entre ellos como electricidad estática, apretó la estaca de hielo entre sus dedos...

Y le soltó.

—Espero, por tu bien, que estés diciendo la verdad —siseó—. Porque esa es una acusación muy grave contra un shinobi de otra aldea. Dime, Daruu-kun, ¿qué razón podría haber llevado a ese Uchiha a hacer algo así? ¿Acaso conoce que Ayame es la Jinchūriki de Amegakure?

—Da... ¿Datsue-san...? —balbuceó Ayame, para sorpresa del Jōnin. Pero ella parecía aún más sorprendida—. Pero... ¿Por qué...? Nos conocemos... nos hemos visto en varias ocasiones y no...

La última vez, en el País de los Bosques, cuando le dijo que Kaido era un pervertido que se dedicaba a robar la ropa interior de otras kunoichis. No se podía decir que fueran amigos, pero en las pocas veces que se había cruzado, Ayame se había sentido bien en su presencia. Le caía bien, le había parecido una buena persona. Pero, si lo que Daruu decía era cierto...

Le acababa de tender una trampa.

Y las lágrimas resbalaron por sus mejillas.
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Daruu detectó la mirada incriminatoria de Kori, y visiblemente ofendido, se sacudió para que El Hielo le soltase. Gruñó y se masajeó el brazo que el hombre había agarrado, frotándose para calentarse el músculo, que se había quedado agarrotado y frío como un carámbano.

—Espero, por tu bien, que estés diciendo la verdad —siseó Kori—. Porque esa es una acusación muy grave contra un shinobi de otra aldea. Dime, Daruu-kun, ¿qué razón podría haber llevado a ese Uchiha a hacer algo así? ¿Acaso conoce que Ayame es la Jinchūriki de Amegakure?

—No tendría por qué —objetó Daruu, negando con la cabeza—. Pero desde luego lo que sí sabía es que Ayame y yo estábamos juntos. Y yo no recuerdo haber ido pregonándolo por ahí.

—Da... ¿Datsue-san...? —Daruu giró el rostro ante una estupefacta Ayame—. Pero... ¿Por qué...? Nos conocemos... nos hemos visto en varias ocasiones y no...

—¡Ja! ¿Y no parecía mala persona, verdad? —dijo—. Hay que joderse. Que si los ribereños del norte son los malos, que si los del sur... ¡a ver si todos los ribereños van a ser unos hijos de un chacal al final!

»Por lo poco que le conozco, es astuto y ama el dinero casi más que su propia vida. Pero tiene un deje bastante infantil. ¿Seguro que es por el tema del jinchuuriki? ¿No ha pasado nada entre vosotros que haya podido llevarle a atacarte de esa manera?

Daruu miró a Kori y se encogió de hombros.

—Tuviste que estar en nuestro combate del Torneo de los Dojos, sensei. Viste lo que era capaz de hacer. Esa técnica sellada parecía más un truco barato de feria para molestar que un ataque mortal. No habría podido ir más allá de una quemadura pasajera. Si hubiera sido su objetivo hacerle daño, lo hubiera hecho mejor.

«Eso casi me asusta más.»

Daruu suspiró. Primero las técnicas ilusorias, luego las de sellado: habían demasiadas cosas demasiado peligrosas en aquél mundo que él conocía demasiado poco.
[Imagen: K02XwLh.png]

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—¡Ja! ¿Y no parecía mala persona, verdad? —exclamó Daruu—. Hay que joderse. Que si los ribereños del norte son los malos, que si los del sur... ¡a ver si todos los ribereños van a ser unos hijos de un chacal al final!

Tanto Ayame como Kōri le miraron profundamente confundidos, al no terminar de comprender el significado de aquellas afirmaciones sobre aquellos ribereños.

—Por lo poco que le conozco, es astuto y ama el dinero casi más que su propia vida —continuó hablando—. Pero tiene un deje bastante infantil. ¿Seguro que es por el tema del jinchuuriki? ¿No ha pasado nada entre vosotros que haya podido llevarle a atacarte de esa manera?

Ayame ladeó la cabeza y torció el gesto, pensativa.

—No que yo sepa... —respondió en un murmullo, al cabo de varios segundos—. La primera vez que le vi fue en el Valle de los Dojos, y estuvimos hablando junto a otra compañera suya... Popo, creo que se llamaba... La segunda vez, ni siquiera llegué a verle, pero... —se sonrojó profusamente, pero les miró de manera significativa a los ojos—. Creo que le pillé en una situación un poco... "comprometida" con una chica. La siguiente fue durante un concurso musical, pero apenas tuvimos tiempo de saludarnos antes de que cada uno actuara y después desapareciera sin dejar rastro. Y la última fue en el País de los Bosques, pero nuevamente sólo charlamos de forma amistosa.

Daruu se volvió hacia Kōri.

—Tuviste que estar en nuestro combate del Torneo de los Dojos, sensei. Viste lo que era capaz de hacer. Esa técnica sellada parecía más un truco barato de feria para molestar que un ataque mortal. No habría podido ir más allá de una quemadura pasajera. Si hubiera sido su objetivo hacerle daño, lo hubiera hecho mejor.

Ayame palideció brutalmente al adivinar el significado oculto bajo aquellas palabras y El Hielo entrecerró peligrosamente los ojos. Un tenso silencio se tejió entre los tres durante varios largos segundos antes de que Kōri hablara.

—Vais a tener que tener mucho cuidado si os volvéis a encontrar con él —afirmó, mirándolos a ambos—. Las técnicas de sellado se transmiten por contacto, así que no dejéis que os toque bajo ningún concepto y no os enfrentéis a él. ¿Queda claro?

Ayame asintió en silencio, aún con ojos vidriosos y los puños apretados contra las rodillas. Se sentía traicionada, pero eso no era lo que más le dolía porque nunca había sido tan amiga de Datsue como para que aquello le afectara tanto. Lo que de verdad le dolía era aquel sentimiento de ridículo, el que los hubiera engañado con tanta facilidad, el saber que, de haberlo deseado de verdad, podría haber acabado con ellos sin siquiera enterarse ni saber la razón. Datsue no sólo tenía un rostro zorruno, era tan astuto como uno.

Y ambos habían catado el roce de sus colmillos.

«No puedo permitir que esto vuelva a pasar. Tengo que hacerme más fuerte.» Asintió para sí. Y en sus pensamientos ya no estaba sólo el asunto del Uchiha.

—No vamos a conseguir nada dándole vueltas —intervino Kōri de repente, como si le hubiera leído el pensamiento—. Vamos a dormir, los tres necesitamos descansar.

En otras circunstancias, las palabras de su hermano habrían caído en saco roto. Sin embargo, era tal el cansancio que había acumulado en aquel lapso de tiempo, que Ayame cayó en un profundo sueño nada más tumbarse en su propia cama.

Sin embargo no fue un sueño reparador. Aquella noche estuvo plagada de oscuras pesadillas en las que se turnaban el rostro de Shiruuba, un libro de páginas que la absorbían en contra de su voluntad como un agujero negro, la asfixia entre un océano de huesos y esqueletos humanos... y, sobre todo, un colosal monstruo de cinco colas que ondeaban tras de él y que sonreía con dientes afilados como navajas al verse liberado de su prisión justo ante de aplastarla entre sus cascos como una vulgar hormiga.
[Imagen: kQqd7V9.png]
Sprite por Karvistico.


—Habitación de Ayame: Link

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