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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Después de que Eri les informase sobre la palabra que ella había visto en la casa del anciano, los tres —seguramente, para pesar de Datsue— bajaron al piso de abajo, lo que podría ser el sótano de la gran mansión. Eri fue la que bajaba segunda, justo después que Akame quien llegó el primero tras pasar por una docena de escaleras hasta una puerta cerrada por tres candados.

El Uchiha mayor, tras inspeccionar los candados, llamó al menor para que se encargase de aquello. Eri los miraba confusa, sin saber muy bien porqué, primero, se tenía que encargar Datsue; y segundo, estaba tan avergonzado por pedírselo. ¿No eran un equipo?

Bueno, concedía que se lo pidiese a Datsue, sin duda; él era el que más experiencia tenía para estas cosas, al fin y al cabo.

Eri... Aparta la vista un segundo, ¿quieres?

Voy... —contestó la joven de mala gana mientras se daba la vuelta, no entendía qué vergüenza podría tener allí, en medio de una mansión abandonada y probablemente embrujada.

Por suerte, Datsue podría ser de todo menos un inútil, y en breves se hizo con los tres candados en menos de lo que se dice shinobi. Eri se giró en cuanto escuchó el primero abrirse y prestó atención a los siguientes, asombrada por la destreza que tenía su compañero Uchiha.

Así, por fin pudieron entrar en el sótano, el cual estaba totalmente en penumbra.

Akame, ¿podrías...? —pero antes de terminar la pregunta, un sonido se escuchó desde el primer piso, del cual acababan de venir. Unos golpes bastante breves que hicieron a la kunoichi estremecerse y andar hasta sujetar a sus dos compañeros de equipo por la espalda. Un murmullo, un goteo... Definitivamente, no estaban solos.

Chicos... Me parece que no estamos solos —murmuró de forma apenas audible, acercándose más para evitar que nadie más oyese —. Puede que haya más de una persona, están en el primer piso... —informó mirando de reojo a su espalda, como temiendo que alguien se asomase de repente.
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Clic. Clic. Clic. Una a una, las cerraduras fueron abriéndose para él. Los candados, que se les notaba oxidados y viejos, se subyugaron a su deseo, y finalmente la puerta que guardaban se abrió. El aire estaba viciado y enrarecido, como si no se hubiese abierto aquella estancia en años, y la luz que se filtraba por las escaleras era tan tenue que no se podía ver más allá del umbral.

Fue entonces cuando…

Chicos... Me parece que no estamos solos.

¿Estaba de broma? Tenía que estarlo, una jugarreta para asustarles. No cuadraba nada con la Eri que conocía, pues al contrario que Nabi, sabía distinguir cuando era el momento apropiado para hacer bromas y cuando no.

Puede que haya más de una persona, están en el primer piso...

«¡Me cago en la puta! ¡Lo dice en serio!». De forma instintiva, sus ojos se iluminaron con el Sharingan. Había despertado la última aspa hacía relativamente poco, cuando él y Akame decidieron ajustar cuentas en un duelo casi suicida. Se llevó una mano a los labios, pidiendo silencio, y señaló a Akame. Luego se llevó un dedo a una ojera, e indicó las escaleras. Un puño sobre la palma de una mano. Señaló a Eri. Luego a sí mismo, y realizó un par de señas más.

Akame pudo leerlo fácilmente: Ve a mirar. Eri te sigue. Yo voy detrás. Os cubro las espaldas.
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¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



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Creo que no me expliqué bien. Los sonidos vienen de la segunda planta, aunque ahora releyendo mi post me he dado cuenta de que podía dar lugar a confusión XD


Akame activó, por puro instinto, su Sharingan cuando la Uzumaki del grupo les aseguró que no estaban solos. Él no había oído, visto ni olido nada fuera de lo normal, pero Eri parecía hablar tan en serio que ni siquiera se cuestionó si lo que estaba diciendo era verdad o no. Con movimientos metódicos y precisos, el Uchiha deshizo el camino hasta plantarse arriba, al principio de los escalones. Con sus ojos cubiertos de sangre escudriñó el pasillo; nada. Luego vió cómo Datsue le hacía señas, y asintió con gesto sereno pero alerta.

El Uchiha caminó con cuidado hacia los escalones que subían a la planta superior, esperando que sus compañeros le siguieran. Hizo lo propio y, al llegar al piso superior, se parapetó tras la baranda de las escaleras. Dió un rápido vistazo que bastó para revelar que aquella planta tenía una disposición similar a la anterior; un pasillo igual de largo y poco iluminado, con un total de tres puertas en el lado izquierdo. No había ninguna en el derecho, al contrario que en la planta baja.

Un pasillo como el de abajo y tres puertas —comunicó a sus compañeros, aun sin subir del todo, en susurros.

Entonces terminó de subir y con un gesto rápido apoyó la espalda contra la pared del pasillo junto a la puerta de la habitación más cercana. Desde allí, él también podía oír aquel goteo, tenue pero constante.

Parece que viene de la última habitación.

Con un gesto de su mano indicó a Datsue y Eri que subieran y se colocaran a ambos lados de la puerta junto a la que él estaba parapetado. Cuando lo hicieran, el Uchiha abandonaría su posición para abrirla de un patadón, confiando en que los dos genin le cubrirían si alguien aparecía.

Lo que pudieron ver los tres fue una habitación grande, con dos ventanas amplias —con las cortinas corridas— y una cama de matrimonio que parecía no encajar del todo en el lugar en el que estaba puesta. Un armario empotrado, una pequeña mesa y dos sillas completaban el escueto mobiliario de la habitación. «Parece demasiado... Pequeña para estos muebles». Aquel detalle llamaría la atención de cualquiera rápidamente.

No hay nadie aquí... —murmuró el Uchiha.

Un registro rápido de la sala revelaría que no había nada fuera de lugar, más allá de que todas las posesiones de los antiguos inquilinos seguían en su sitio. «Esperable, al fin y al cabo abandonaron este lugar de forma repentina e inesperada», caviló Akame.

Procederían entonces con la siguiente habitación de idéntica forma. Esta vez se trataba del cuarto de los niños; un par de camas individuales y pequeñas, un armario idéntico al de la estancia de los padres y varios juguetes de madera y plástico tirados por el suelo o en la estantería de madera que colgaba de la pared contraria a las camas. «Nada...»

Llegó entonces el turno de registrar la última habitación del piso. Nada más acercarse y posicionarse, los genin pudieron percibir claramente un olor amargo y almizclado que les resultó inmediatamente familiar; era igual al hedor brumoso que habían olido en la choza del anciano aquel mismo mediodía. «Maldito seas, Murphy...» El Uchiha se colocó en posición y dio una fuerte patada a la puerta; ésta cedió, revelándoles el interior.

La tercera estancia era visiblemente más grande que las demás. Había una única ventana en la pared izquierda que daba a la fachada frontal de la mansión, y la luz de la tarde se filtraba tenuemente por las cortinas de aspecto andrajoso y viejo. El estado de aquella habitación contrastaba totalmente con el del resto de la casa, pues una fina capa de polvo lo cubría todo. Frente a los genin y junto a la única ventana estaba el oxidado somier de una cama grande. En la pared derecha, un vetusto armario de madera apolillada.

«Parece que esta habitación no ha sido usada en años...»

¿Eh? Escuchad —dijo Akame de repente, nada más entrar en la estancia—. ¿Qué... Es eso?

El rumor del goteo había parado —aunque ninguno de los tres sabría decir exactamente cuándo— y había sido sustituido por un sonido de arañazos que parecían provenir del exterior de la ventana. Como si alguien estuviese rasgando los cristales desde fuera.
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Ambos varones no tardaron en activar su tan famoso Sharingan, ella, por su parte; se mantuvo alerta, justo detrás de Akame, quien lideraría la marcha hasta el piso donde habían entrado, pero en el pasillo no había nada extraño. Luego Datsue hizo unas señas que ella no llegó a comprender a la perfección, pero sabiendo como era aquel Uchiha, mejor seguir con pasos silenciosos y dejar que Akame se ocupase del resto, ella solo pondría su oído.

Al llegar al piso superior, no encontraron nada fuera de lo normal, mientras que Akame confirmaba sus sospechas. Ella, por su parte, no dejó de estar en posición de defensa aunque hubieran subido al pasillo. Siguieron por el pasillo hasta llegar a la habitación desde donde se escuchaba el goteo, la cual provenía de la última habitación.

Hizo todo lo que Akame le había pedido, y cuando entraron en la habitación la encontraron vacía y con un mobiliario extraño para aquella casa. Ella miró por muchas partes sin acercarse demasiado a tocar nada, pero parecía que no encontraría mucho más que aquello.

No hay nadie aquí... —murmuró el Uchiha.

Ella tragó grueso, sin todavía creer que lo que había escuchado era producto de su imaginación.

Registraron la segunda habitación donde tampoco encontraron nada hasta llegar a la tercera, donde...

«Este olor...»

Aquel hedor que desprendía le era tremendamente familiar, sobre todo porque hacía menos de una hora que había olido aquello: era sin lugar a dudas el mismo olor que había en la casa del anciano. Akame abrió la puerta de una patada y los tres ingresaron en la habitación. Era grande, con solo una ventana, un somier y un armario como únicos elementos del lugar.

¿Eh? Escuchad. ¿Qué... Es eso?—preguntó Akame cuando el sonido del goteo se cambio por el de arañazos que parecían... Prevenir del exterior de la única ventana de la habitación.

¿Qué... Será? —preguntó ella en un murmullo, sin atreverse del todo a acercarse y ver qué podría ser —. ¿Nos acercamos?
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Datsue contuvo el aliento, con la piel pálida como un amejin, cuando oyó el característico sonido de un arañazo al otro lado de la ventana.

Habían subido al segundo piso, alarmados por los ruidos mencionados por Eri, pero no habían logrado toparse con el causante. En su lugar, pequeños detalles que les llamaron la atención. Por ejemplo, que en aquel pasillo superior solo hubiese puertas a un lado. ¿Qué pasaba con la otra mitad del piso? ¿Estaba vacío? ¿O es que aquellas escaleras ascendían de tal forma que el pasillo empezaba en un lateral de la vivienda? Con los nervios a flor de piel, no hubiese podido asegurarlo.

Lo segundo extraño fue la primera habitación en la que entraron. Algo no encajaba con el tamaño de los muebles, ni con la posición de la cama. Si no hubiesen escuchado aquellos ruidos, el Uchiha habría examinado con mayor paciencia aquel habitáculo, con la esperanza de encontrar algo revelador. Pero no, claro que no lo hizo, porque cuando entraron a la tercera habitación el goteo que habían estado escuchando se había detenido, siendo sustituido por el de los arañazos.

La voz de Eri le devolvió a la realidad, paralizado como había estado por unos momentos.

Tranquilizaos, somos ninjas —susurró, un consejo que era más para sí mismo que para ellos—. Akame… Tú eres el que más reflejos tiene… tú primero —le instó, sin moverse del sitio—. Yo te cubro las espaldas. —Seguía sin moverse del sitio.
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Akame ni siquiera replicó. Tampoco discutió, ni sugirió una estrategia diferente. Su mente estaba ya inmersa en una serie de reglas y de instintos grabados a fuego en lo más profundo de su ser mediante un intenso entrenamiento. Mediante la disciplina de hierro con la que El Profesional se había ganado su sobrenombre, tanto en Uzushiogakure no Sato como en las Aldeas extranjeras.

Los pasos, cortos y silenciosos; con el talón primero, el resto del pie después. Las rodillas siempre ligeramente flexionadas, acomodadas para permitirle utilizar la fuerza de sus piernas en cualquier momento e impulsarse con rapidez si necesitaba evitar un ataque sorpresa. Los hombros relajados y los brazos ligeramente flexionados, con las palmas de las manos abiertas y hacia abajo. La cabeza ligeramente gacha y la mirada suelta, vivaz, atenta. Así se movía Uchiha Akame por el terreno de batalla; porque aquella habitación era, junto con toda la casa, justo eso.

Y, sin embargo, ni todo su entrenamiento ninja pudo prevenirle de lo que estaba por ocurrir en cuanto se acercase a la ventana, con Datsue a la zaga y Eri observando desde la puerta de la habitación. Porque cuando el mayor de los Uchiha acercó su rostro a la ventana, tratando de observar lo que había fuera por el lateral de una cortina, un estruendo resonó en la habitación.

El somier metálico de la cama salió disparado, como accionado por un resorte, directamente contra Akame y Datsue. Al primero le dió de lleno en la espalda, golpeando con una brutalidad tal que le hizo salir lanzado por la ventana. El ruido del cristal al romperse se unió al de Datsue siendo derribado contra la pared —por suerte para él, sólo había recibido el golpe en un costado—. Descargada su mortal embestida, el somier volvió a su sitio como si se tratara de un mecanismo de recorrido fijo. Y la habitación volvió a quedar en silencio.

No obstante, un detalle destacaría para la visión carmesí del herido Datsue; el somier estaba rodeado de aquel chakra asqueroso y sucio que ya había visto antes, cuando se vió expulsado de su propio Saimingan.
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Datsue sugirió que Akame fuese el que se acercarse a la ventana a comprobar aquellos extraños sonidos que provenían de ella. Sin embargo, lo que Eri se esperaba —que algo saliese de la ventana— no fue lo que sucedió. El somier oxidado salió tan rápido que ni lo vio venir, llevándose a Akame y parcialmente a Datsue por delante.

Eri chilló del susto y se acercó rápidamente a la ventana, socorriendo a Datsue en el proceso.

¡Datsue! —exclamó, tomándole rápidamente por un brazo sin llegar a zarandearlo demasiado —. ¿Estás bien? ¿Te has hecho mucho daño? —preguntó soltándole al ver que si seguía así, probablemente ella le haría más daño.

Sin embargo, acercarse a la ventana ya era otra cosa, ¿y si el somier aquel atacaba de igual forma cuando se acercase ella? Miró al objeto con recelo, extrañada por aquel comportamiento y con miedo de que volviese a cobrar vida propia, se alejó de la ventana y solo pudo alcanzar a chillar:

¡AKAME-SAN! —exclamó, ya total, si había alguien más ahí con el ruido seguramente ya los habrían alertado —. ¿ESTÁS BIEN?
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La mente del Uchiha, imaginativa como pocas, se podía esperar casi cualquier cosa. Un fantasma; un espíritu maligno; un simple gato arañando el cristal… Todo, menos lo que realmente ocurrió, que fue que un somier puso en jaque a los —futuros— Hermanos del Desierto, tirando a uno por la ventana y estampando al pequeño contra una pared.

¡Tsk…! —gruñó Datsue, que notaba el corazón martilleándole los oídos y trataba de alejarse a gatas de aquella bestia mortal. Eri le detuvo por un momento, pero por suerte le dejó continuar su huida hasta el umbral de la puerta—. ¡T-tiene el chakra del sello maldito del anciano! —exclamó, con los ojos a punto de salírsele por las órbitas, mientras miraba a un lado y a otro del pasillo temeroso de que una nueva sorpresa se abalanzase sobre ellos. Seguía sentado, con una mano en un costado, dolorido, y visiblemente nervioso—. ¡Eri, ve a buscarle por la ventana de la habitación de los críos! —exclamó, ágil de mente. La extraña posición de la cama de la primera habitación le hacía pensar que ya no era fruto de la casualidad, sino más bien por los mismos motivos que aquella. La habitación de los niños, sin embargo, parecía normal.

«Joder, joder, joder… ¡Y qué coño hacemos contra… esto! ¡No explican nada así en los manuales de fuinjutsu!»
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Tras el repentino ataque del somier asesino, la habitación volvió a encontrarse tan en silencio como antes. Esta vez, ni los arañazos en los cristales de la ventana —hubiera sido imposible, pues Akame los había hecho añicos al salir despedido a través de ella— ni el sonido del goteo perturbaban la aparente calma de aquella casa. Una casa de bien, de buena familia.

La cama no pareció moverse otra vez, bien no podía o bien no quería. Tampoco los muchachos escucharon respuesta de su tercer compañero. ¿Estaría vivo todavía, o siquiera consciente? Había unos buenos cinco o seis metros de caída desde aquella ventana hasta el suelo del jardín delantero.
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No hubo respuesta por parte de Akame.

La joven kunoichi del Remolino se vio inquieta, sin saber cómo reaccionar ante todo lo que acababa de pasar. Datsue seguía sin poder moverse del todo gracias a aquel ataque sorpresa del somier y no recibían respuesta de Akame. ¿Y si le había pasado algo? Estaban muy altos, quizás...

¡Eri, ve a buscarle por la ventana de la habitación de los críos! —exclamó Datsue y la susodicha volvió a la realidad olvidándose por un momento de la posible muerte de su compañero. Corrió hacia la puerta e inspeccionó el pasillo del primer piso antes de salir, por si algo o alguien decidía actuar de la misma forma que había hecho aquel somier.

Si no se movía nada, iría directamente hacia la habitación de los niños y acudiría a la ventana que daba contra la misma pared de la de la habitación abandonada, buscando con la mirada a Akame entre el suelo o a lo lejos, indecisa si buscarle abajo o no.

¿Estará...? —dejó la pregunta en el aire y se precipitó a abrir la ventana y descender por la pared con los zapatos imbuidos en chakra, lo mejor era cercionarse de que su compañero estaba bien.
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Levemente recuperado del susto y el golpe, aunque con el corazón latiéndole todavía a mil por hora, Datsue se levantó con ojos saltones. Miraba aquí y allá, temeroso de un nuevo ataque sorpresivo, sin poder fiarse ni de su propia sombra. Si el somier les había atacado, ¿por qué no hacerlo también el armario? ¿O la mesa? ¿O la propia puerta? Hasta el objeto más insignificante podía suponer un peligro mortal para ellos.

Pegó la espalda contra la pared contraria del pasillo, para evitar puntos ciegos, y en un par de saltos laterales se situó frente a la puerta que daba a la habitación de los críos.

¿¡Alguna novedad, Eri!? —gritó, sin miedo a que nadie les oyese. Habían hecho ya tanto ruido que ni el hombre más sordo del mundo no se hubiese enterado de su presencia.

«Joder… ¿A qué coño nos estamos enfrentando?»
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Cuando Eri salió al exterior de la fachada de la casa, caminando por la misma gracias a su manejo del chakra, pudo ver sin lugar a dudas una figura negra que justo en ese momento se descolgaba del propio muro para caer, pesadamente, sobre el césped seco y repleto de malas hierbas del jardín delantero.

Akame notó el pesado golpe del suelo contra su cuerpo —parcialmente amortiguado por aquella capa de amarillo y verde oscuro— y se quedó allí, boca arriba, con los brazos extendidos y las piernas del mismo modo. El kunai oculto que solía guardar en su manga derecha todavía estaba incrustado por fuera del marco de la ventana. Tras ser catapultado por el somier asesino, el Uchiha había tenido la destreza suficiente para extraer aquel cuchillo y clavarlo en la madera, logrando frenar su caída. Sí, había oído los gritos de sus compañeros, llamándole, pero en su estado actual no tenía fuerzas para responder.

Tenía un golpetazo en plena espalda —le saldría un moratón del tamaño de una mochila poco después—, y tanto el rostro como los antebrazos surcados de cortes y pequeños fragmentos de cristal. Cerró los ojos y dejó simplemente correr el tiempo.

«Sólo... Sólo un momento...»

Luego sus instintos de shinobi se abrirían paso entre la oleada de dolor y la respiración agitada. Comprobaría —con éxito— que era capaz de mover todos los miembros, y que no se le nublaba la vista si intentaba incorporarse.

Estoy... Estoy bien —diría luego, intentando alzar la voz sin éxito.

Mientras tanto, dentro de la casa no se oía nada más que los pasos y las voces de Eri y Datsue.
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Al parecer, gracias a la destreza de Akame, el chico no había salido tan disparado sino que había clavado un kunai en la fachada de la casa y que, nada más encontrarle; se caía sobre el césped de la vivienda que llevaba ya bastantes años sin ser cuidado por nadie.

Eri bajó celerosa al encuentro con el Uchiha, si bien podría haber dicho algo, tampoco le iba a echar toda la culpa, pues parecía que el golpe que le había propinado aquel somier asesino le había hecho daño, sobre todo al ser un ataque sorpresa.

Estoy... Estoy bien —murmuró Akame, aunque Eri no lo viera como tal.

¿¡Alguna novedad, Eri!? —chilló Datsue desde arriba.

¡Está bien! —exclamó ella para avisar a su otro compañero —. Akame-san, ¿puedes levantarte? ¿Necesitas ayuda? —preguntó agitada y alternando su mirada entre el cuerpo del Uchiha y los alrededores de la mansión —. Puedo llevarte en la espalda, si quieres... —se ofreció la joven.

Lo que no podían hacer es perder el tiempo, pero tampoco iba a dejar a Akame tirado en el césped. Meditó por un momento sus posibilidades y luego volvió a chillar.

¡Datsue! ¡¿El somier tenía algo raro?! —preguntó la joven, pensando en el Sharingan del chico —. ¿Podrías ver si los demás objetos están igual?

Eso mantendría a uno trabajando mientras los otros dos se reunían con él, o eso esperaba.
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Datsue suspiró de alivio al oír que su compañero se encontraba bien. No se quería ni imaginar qué harían de sufrir la baja del miembro más frío y profesional del grupo. ¿Continuar con la misión? ¿Cancelarla? Por suerte, no tendría que enfrentarse a tal dilema. No por el momento.

¡Datsue! ¡¿El somier tenía algo raro?! —preguntó la joven, pensando en el Sharingan del chico —. ¿Podrías ver si los demás objetos están igual?

«¡Ah, claro! ¡Usemos a Datsue de cobaya! Como es intrépido no puede negarse, ¿verdad?», masculló para sus adentros, mientras finalmente cruzaba el umbral de la habitación de los críos. Echó un rápido vistazo, con el Sharingan activado, sin detenerse tampoco demasiado, pues no sospechaba de aquel habitáculo, sino del siguiente.

Terminado su repaso visual, no le quedó más remedio que adentrarse en la otra habitación, la matrimonial. Sus ojos fueron a parar a la cama, cuya posición ya le había parecido extraña nada más entrar. Trató de distinguir el mismo chakra nauseabundo y tóxico en ella, para luego, continuando con su inspección, abrir el armario empotrado con sumo cuidado, de puntillas y preparado para saltar en cualquier momento, no fuese a ser atacado él también por aquel objeto aparentemente inofensivo. Pero que le dijesen a Akame lo inofensivo o no que podía ser.

Mientras inspeccionaba el interior del armario, y de vez en cuando, echaba rápidas ojeadas a la cama por si se le ocurría atacar aprovechando un descuido. «No seré yo quien caiga por una cama, hijaputa».

Terminado aquello, no le quedaría más remedio que inspeccionar más de cerca aquella cama. Tenso, y pensando en realizar el Kawarimi al mínimo movimiento, se agachó cerca de ella, buscando alguna marca o señal en el suelo de que efectivamente aquella cama se hubiese arrastrado en más de una ocasión. También echó un vistazo debajo de la cama, por si encontraba algo de interés.
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El Uchiha terminó por incorporarse, maldiciendo su suerte por lo bajini mientras restaba importancia a las lesiones con un gesto de su mano derecha.

Estoy bien, Eri-san, estoy... ¡Arg! —acababa de quitarse un fragmento de cristal del labio, con el consiguiente gruñido de dolor.

Pese a lo que Akame pudiese decir, no estaba bien. O, al menos, no demasiado bien. Había amortiguado gran parte del impacto cruzando los brazos delante de la cara, y gracias al kunai que siempre llevaba bajo la manga derecha se había librado de una caída que podría haber sido muy aparatosa. Sin embargo, todavía le dolía la espalda a horrores y los múltiples cortes que tenía en la cara y los brazos estaban empezando a sangrar.

Fuera como fuese, el Profesional no iba a permitir que un simple somier le dejase fuera de la misión. Tras ponerse en pie se internó de nuevo en la casa por la puerta principal, caminando con paso lento y mirada analítica. Buscó la cocina y, tras hallarla, se lavó las heridas en el fregadero. «Por suerte todavía hay agua corriente». Luego se las limpió con un paño no demasiado sucio y acabó por sacarse todos los pequeños fragmentos de cristal que tenía en algunos de los cortes.

Mientras tanto, Datsue inspeccionaba los otros dos cuartos de la planta superior. Para su decepción —o quizás alegría— no halló nada raro en ninguno de ellos. Ni charka maligno, ni camas asesinas. Nada fuera de lo común.
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