Los ojos de Daigo se abrieron como dos platos y todo su cuerpo se tensó al escuchar su nombre. Apretó los puños aún más fuerte y su rostro se retorció en una mueca de ira.

—Kaido...

Se sentía culpable de lo sucedido. ¿Por qué no lo había detenido en cuanto lo vio hace meses? ¿Por qué había confiado en él?

—Muchas gracias por su ayuda, Nathifa-san —dijo, incapaz de esconder su mirada encendida por la ira—. Le juro que nos encargaremos de ese asesino.

Incluso aunque estuviese medio ciega, era casi imposible no ver en la cara y la expresión corporal de Daigo que el nombre de Kaido le despertaba algo.

—Muchas gracias por su ayuda, Nathifa-san —dijo, incapaz de esconder su mirada encendida por la ira—. Le juro que nos encargaremos de ese asesino.

—Eso si no lo capturan antes —le indicó—. Hemos puesto una recompensa de diez mil ryō por su cabeza. —Como pusiese un solo pie en el Desierto, iba a pasarlo mal. Por no hablar de los cazarrecompensas que pululaban por Oonindo. Parias, exiliados con demasiadas cualidades en el combate como para vivir sus últimos días tras la barra de un bar. Y un botín así era demasiado suculento para que ninguno de esos rufianes lo pasasen por alto—. ¿Quieres ver su retrato? Aunque algo me dice que ya sabes quién es. ¿Me equivoco?

Daigo negó con la cabeza.

—No hará falta, lo conozco demasiado bien —quizá exageraba, pero ya se había topado con él más de una vez—. Solía ser ninja de Amegakure no Sato.

Claro, por eso no llevaba su bandana cuando se lo encontró junto a Yota. Ya se había renegado el muy malnacido.

Daigo efectuó una última reverencia.

—Informaré de esto con la mayor brevedad posible —aseguró—, iniciaremos su búsqueda inmediatamente.

Y, con suerte, podría atraparlo él mismo.

¿Un exninja de Amegakure no Sato? Esa era una información muy, pero que muy valiosa.

—¿Sabes algo más de este chico que me pueda ser de utilidad? —quiso saber, interesada por primera vez en la información que aquel kusajin podía ofrecerle—. Ve, pero promete avisarnos si lo atrapáis. Prometo hacer lo mismo —dijo, a cambio.

No quería pasar el resto de sus noches consumida por una venganza que no llegaba mientras los kusajines ya habían puesto fin a la vida de aquel shinobi. Si sucedía, quería ser la primera en regocijarse de ello.

—Sé... que es bueno bajo el agua, se mueve con naturalidad —eso lo demostró cuando ambos tuvieron que huir junto a Keisuke en el Valle de los Dojos—, y su elemento es el Suiton. Es todo lo que sé respecto a sus habilidades.

Nathifa le prometió que avisaría en caso de atraparlo, con la condición de que él hiciera lo mismo.

—Lo prometo —dijo antes de despedirse—. Ha sido un placer, espero traerle buenas noticias pronto.

No le hacía gracia trabajar junto a ella y sus esclavos, pero la decisión de lo que era correcto no estaba en sus manos, sino en las del Morikage.

Aunque estaba convencido de que debían hacer algo al respecto una vez atraparan a Kaido.

—Por cierto —dijo, justo antes de marcharse—, me llamo Tsukiyama Daigo, por si alguna vez me necesita.

Nathifa apuntó mentalmente las habilidades descritas por Daigo. Más tarde, las apuntaría en papel, tal y como requería algo de semejante importancia.

—Buen viaje de vuelta —se despidió, cortés.

Mas cuando Daigo a punto estaba de atravesar la puerta hacia el desierto, el enorme portalón se abrió con una nueva visita. Un hombre bastante alto, delgado y moreno. Su rostro lo ocultaba parcialmente por un turbante oscuro, y vestía un chaleco de color arena y pantalones oscuros. Era de ojos verdes.

Cuando deshizo el turbante, dejó a la vista una nariz chueca y un pendiente en la oreja.

—¡Nathifa-sama! —exclamó, sorprendido pero alegre de verla en la entrada—. He oído noticias de la presa fugada, la criminal ochocientos doce. ¡La han visto en Inaka hace cinco días!

Verán, pasaba algo con aquel chico. Dos cosas, en realidad. La primera: Daigo le conocía. La segunda: su voz no sonaba como recordaba. ¿Qué quién era?

Pues, Daigo lo conocía como…





...Kincho.

—¡¿Kincho!?

Daigo quedó momentáneamente paralizado en el sitio y a punto estuvieron sus puños de levantarse en posición de combate, solo detenidos por la corazonada de que quizá aquel hombre no fuera el "Kincho" que el conoció.

«Su voz es distinta».

Aún así, el chico no podía permitirse relajarse, pues se arriesgaba a que en verdad se tratara de Kaido y que este haya mejorado su Henge.

Nathifa se quedó muda, mas luego, por primera vez, Daigo vio en su boca un amago de sonrisa.

—¿Alguna pista de dónde se encuentra ahora?

Kincho pasó el peso del cuerpo de una pierna a otra.

—No… Pero el hombre que me lo dijo me asegura que puede seguir su rastro y llevarnos hasta ella. Siempre… Siempre y cuando le paguemos la recompensa que pusimos por la cabeza de la criminal.

—Ya veo… —asintió Nathifa—. Se le pagará, siempre y cuando la capturemos gracias a su ayuda. —Se dio la vuelta y tocó con el bastón en el hombro de uno de sus esclavos—. Número ciento uno. Acompañarás a Kincho en la búsqueda de la criminal ochocientos doce. Obedecerás sus órdenes, atraparás a la criminal viva, o muerta, y volverás hasta mí de inmediato. Te queda terminantemente prohibido cometer cualquier tipo de delito por el camino. ¡Vamos!

—¡Espera! —le dijo a Kincho, para llamar su atención antes de que se marchara—. He escuchado que te llamas Kincho, ¿verdad? La última vez que vi a Kaido se presentó con tu nombre y... con tu apariencia.

Ese rastrero, exceptuando la voz le había robado toda la indentidad, aunque no lo podía culpar por ello, pues cambiar de forma no era nada extraño para los ninja.

Se giró hacia Nathifa.

»Fue en el País del Bosque, dijo que se dirigía al País del Rayo —apartó la mirada—, claro, eso fue hace meses, antes de saber que era un criminal. Supuse que estaba en medio de una misión

Qué inocente que fue. Había desconfiado un poco en ese entonces ¿Por qué lo había dejado pasar sin más?

Se giró hacia Kincho.

»No sé qué habrá hecho con tu apariencia, así que... ten cuidado.

—¿¡Co-cómo dices…!? —exclamó Kincho, alarmado. Se notaba que la noticia le había pillado a contrapié—. El… ¿El criminal, dices? —intercambió una mirada entre Nathifa y Daigo, visiblemente nervioso—. Pero… Pero eso es imposible. ¡Ni lo conozco! ¡No nos hemos cruzado en la vida!

Nathifa hizo un gesto con la mano a su guardia para que se detuviese, alzando el puño. Sus ojos escrutaron a Kincho como un doctor la piel de un paciente en busca de hongos o sarna.

—Me dijiste que el día de la fuga no acudiste al trabajo —le recordó, casi siseando como una serpiente—. Me dijiste que te quedaste en Inaka por culpa del Diablo del polvo.

—¡Y así es, Nathifa-sama! ¡S-se lo juro! —Señaló a Daigo con un dedo acusador—. ¡Tiene que estar mintiendo! ¡Seguro! ¡No me crucé en la vida con ese sucio criminal! ¡¡En la vida!!

«¿Por qué está a la defensiva?»

Definitivamente no era la reacción que esperaba, pero contra más nervioso parecía estar Kincho, más tenía la certeza de que tenía que haber algo interesante detrás de su reacción.

«¿No acudió al trabajo justo el día de la fuga? Sospechoso...»

—No tengo motivos para mentir, Kincho-san —al contrario que Kincho, la voz de Daigo sonaba mucho más calmada—, ¿cuál es tu relación con Umikiba Kaido?

Kincho retrocedió un paso, encogiéndose como un cachorro acorralado.

—Yo… Yo… ¡Ninguno! ¿Por qué iba a tener ninguna relación con un criminal, eh? ¡Nathifa-sama, usted conoce a mi padre! Vengo de una buena familia. No tengo ni la necesidad ni el mal gusto de juntarme con ese tipo de calaña más que para vigilarlos tras las rejas.

—Kincho —habló Nathifa, con una voz peligrosamente calmada—. O me dices ahora mismo qué me estás ocultando, o vas a responder a mis siguientes preguntas en la sala de interrogatorios.

—No… Eso no… Yo no… ¡Usted no tiene potestad para encerrarme! —gritó de pronto, revelándose—. Conozco bien las leyes y ese poder compete a las autoridades, no a la directora de una cárcel. Por Susano’o, ¡hasta dónde estamos llegando! —Hacia un rincón sin salida. Pero una rata asustada siempre encontraba un hueco por el que escabullirse—. Y-yo… ¡renuncio! ¡Eso es! ¡Dimito! ¡No tengo necesidad ninguna de ser ultrajado de esta manera! ¡Se me ha faltado al honor, aquí! ¡A-adiós!

Y corrió hacia la salida como un gatillo al escuchar un petardazo.

Kincho retrocedió un paso, cada vez más nervioso, sintiéndose más atacado y delatándose aún más.

«Estúpido... ya no tengo ninguna duda. Te tengo que atrapar».

Daigo se mantuvo calmado mientras se preparaba en silencio para actuar en cuanto fuera necesario.

Y vaya que fue necesario, pues Kincho intentó huir de la escena. Grave error considerando que Daigo no era el único ninja en aquel lugar.

Como una sombra que se desplazaba con agilidad, el joven Genin realizó un sello y corrió hasta alcanzar la parte trasera del cuello del chaleco de Kincho con su mano derecha.

—Entonces solo debo llevarte con las autoridades.

Ayudándose del chakra para mantenerse establamente adherido al suelo y no perder el equilibrio, Daigo tiró con fuerza para estamparlo contra el suelo.

Dígase una cosa de Tsukiyama Daigo: no es un tipo rápido. Su Sunshin, lejos de ser instantáneo, era más bien un movimiento rápido. Sin más. Un sprint de un ninja medianamente veloz.

Pero no necesitó más para atrapar a Kincho. Su mano se pegó en el chaleco del ya exguardia, tirando de él hacia atrás para que su cuerpo se elevase en el aire por unos instantes antes de estamparlo contra el suelo. A ojos de un tercero, pareció uno de esos movimientos que usaban en el cuadrilátero los profesionales de lucha libre. De ese programa claramente amañado, que solo buscaba show y espectáculo.

Para la espalda de Kincho fue bien real. Sus pulmones daban crédito de ello.

—Por favor… ¡Por favor! —exclamó, cuando recuperó el aire—. Os… ¡Os lo contaré todo! Joder, yo…

Sus ojos buscaron por última vez una vía de escape. No encontró ninguna.

—Joder, vale, ¡sí, lo conocí! ¡Pero déjenme explicarlo! —imploró, con las palmas juntas, suplicantes—. El día de la fuga, un tipo llega a mi casa y me amenaza que si no hago lo que dice me matará. ¡Me puso una daga al cuello! Yo no sabía ni qué cojones querían, pero sabían todo de mí. Mis horarios, dónde vivo, dónde vive mi novia… ¡Todo! Y cuando llega la noche, veo a ese Kaido, y a la niña que iba junto a él. ¡Y a Tokore! —chilla—. ¡Ella les estaba ayudando! Creo que porque estaba siendo amenazada también. Y no hemos ni empezado a cruzar el desierto hacia aquí cuando Kaido me lleva a un callejón y…

»Y me da una paliza. Luego me empezó a estrangular… Pensé… pensé que me iba a matar —las lágrimas brotaban de sus ojos, y apenas podía contener el sollozo al recordar la experiencia—. No sé si solo quería dejarme inconsciente o simplemente pensó que me había matado, pero el caso es que cuando desperté ya no estaban, y la tormenta de arena ya era tan grande que era imposible cruzarla. Quise venir a avisar… ¡L-lo juro! ¡Pero hubiese muerto bajo el Diablo del polvo!

«Kincho-san... me he equivocado. Tú también eres una víctima».

Daigo suspiró, relajándose un poco. Todavía le era muy difícil mantener esa calma fría que mostraba instantes antes.

—No te preocupes, Kincho-san —le dijo, ofreciéndole la mano para ayudarlo a levantarse—, Kaido pagará por eso, te lo aseguro.

Por eso y por todo lo que había hecho.

—Supongo que es todo lo que puedo hacer aquí —le dijo a Nathifa—. El resto se lo dejo a usted, Nathifa-san.

Por supuesto, con "el resto" se refería a Kincho, quien probablemente todavía tenía que responder ante su exjefa.