Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
En su paseo por el local, mientras los más jóvenes seguían discutiendo entre sí diferentes hipótesis, Kōri constató que los rumores acerca de la inexistente pulcritud del señor Takahashi no eran meros comentarios. Encima de una silla encontró dos fideos retorcidos como dos gusanos resecos, cerca del marco de una de las ventanas la desagradable visión de un escupitajo, en la barra un bol de ramen aún a medio terminar... y aquella casi constante alfombra de pelos cortos de color gris oscuro y blanco que recubría el suelo.
—Mirad aquí —indicó el Jōnin, señalando sus más recientes descubrimientos.
Ayame fue la primera que se acercó a él, pero seguía luciendo aquel gesto confundido y extrañado.
—¿Creéis que son de una misma persona o de varias? Si tan sólo pudiéramos rastrearlos...
—Parece demasiado pelo para que sea de una persona. A no ser que sufra de problemas de caída de cabello... Puede que sea pelo de animal, un perro o un gato seguramente.
Kori llamó la atención de sus subordinados. Ayame se acercó primero a él, mientras Daruu curioseaba, extrañado, un jarrón roto que había rodado debajo de una de las mesas. Se levantó y se dirigió hacia el Hielo también.
El jounin les señaló la más nueva de las pistas que tenían entre manos: unos pelos blancos. Y ahora que los veía, Daruu se dio cuenta de todos los demás, los que los rodeaban. A decir verdad no se había dado cuenta, porque eran como un ruido de fondo. Eran el marco que rodeaba a una foto, la hierba de una pradera en primavera. La nieve en los alrededores de Yukio. El pelo no estaba allí, sino que formaba parte de ese lugar.
—¿Creéis que son de una misma persona o de varias? Si tan sólo pudiéramos rastrearlos...
—Parece demasiado pelo para que sea de una persona. A no ser que sufra de problemas de caída de cabello... Puede que sea pelo de animal, un perro o un gato seguramente.
Entonces, Daruu cayó en la cuenta, y chocó su mano contra la frente; resopló molesto y se giró bruscamente, intentando buscar con la mirada a algo que los otros dos todavía no conocían.
—¡Claro, joder, el gato! ¡Takahashi-san tenía un gato malhumorado que siempre te arañaba cuando tratabas de acariciarlo! ¿Dónde se ha metido?
Sus ojos recorrieron la barra, el bajo de las mesas, la puerta hacia las cocinas, el taburete frente al cristal roto. A priori, ni rastro.
Y, de repente, como si todas las piezas hubieran encajado de golpe, Daruu se dio con la mano en la frente. El muchaho resopló, y ante la atónita mirada de los hermanos Aotsuki, que le contemplaban sin comprender, sus ojos recorrieron con avidez la estancia buscando algo.
—¡Claro, joder, el gato! ¡Takahashi-san tenía un gato malhumorado que siempre te arañaba cuando tratabas de acariciarlo! ¿Dónde se ha metido?
—Oh... —murmuró Ayame, al comprender.
Daruu seguía concentrado en la búsqueda, y Kōri no tardó en unírseles, pero Ayame intercambió el peso de una pierna a otra. Al final terminó por seguirles, pero seguía terriblemente dubitativa.
—¿Pero en qué puede ayudarnos encontrar a ese gato? Quiero decir, estoy preocupada por si está bien o no, pero él no nos va a poder decir lo que pasó... ¿No?
Desde luego, como testigo dejaba mucho que desear...
—No —concedió, con una risa—. Pero si tenía un gato, ¿dónde está? —Como pretendiendo responder a su propia pregunta, Daruu revisó la estancia una última vez. Miró debajo de la banqueta colgada, sobre las estanterías, al refugio de las mesas y sillas y detrás de la barra; en todos los casos el resultado fue el mismo: ninguno.
—No —afirmó Daruu, encogiéndose de hombros con una risilla—. Pero si tenía un gato, ¿dónde está? —insistió. En aquellos momentos estaba mirando detrás de la barra, pero no parecía estar teniendo demasiado éxito—. No está aquí.
Ayame también se encogió de hombros, cruzando los brazos bajo el pecho mientras miraba a su alrededor con un suspiro pesado.
—Sigo sin comprender de qué nos va a ayudar encontrar o no al gato... —repitió, torciendo el gesto ligeramente—. Aunque, si no está aquí, sólo hay dos opciones...
—O se ha escapado o se lo han llevado —completó Kōri, como si le hubiera leído el pensamiento, mientras se reincorporaba desde debajo de una de las mesas y se sacudía los pelos y el polvo de su ropa, inmaculadamente blanca. Clavó sus ojos escarchados en sus dos alumnos, pero Ayame ladeó ligeramente el rostro.
—¿Tan importante podía ser ese gato para que llegaran a matar a un hombre por él? —preguntó.
—No es que crea que el gato tenga que ser el motivo del asesinato, o algo así —repuso Daruu haciendo un ademán con la mano—. No obstante esta banqueta derribada no parece tener tampoco ningún significado claro, y el hecho de que esté derribada merece la pena documentarlo, ¿no? —Señaló al taburete que había roto el cristal de la entrada.
Y entonces Ayame, la que mejor vista tenía de los tres, se dio cuenta de algo. Justo debajo de la banqueta, al refugio de la sombra proyectada por el asiento, habían unas marcas. Como de arañazos.
—No es que crea que el gato tenga que ser el motivo del asesinato, o algo así —replicó Daruu, agitando la mano en el aire—. No obstante esta banqueta derribada no parece tener tampoco ningún significado claro, y el hecho de que esté derribada merece la pena documentarlo, ¿no?
—Si tú lo dices... —resopló Ayame, aún no demasiado convencida.
Pero cuando siguió con la mirada el dedo con el que Daruu señalaba al taburete derribado se dio cuenta de algo. Con un hormigueo en el pecho, se acercó hasta el mueble y lo apartó ligeramente antes de acuclillarse e inspeccionar el suelo.
—Creo... creo que he encontrado algo, chicos —les llamó Ayame. Allí, sobre las tablas de madera, había varias marcas paralelas que recorrían el suelo entrecruzándose entre sí—. Arañazos... ¿Entonces sí que se llevaron al gato a la fuerza? ¿Pero por qué?
Kōri se había agachado junto a ella y ahora inspeccionaba también las marcas con ojo crítico. Intercaló la mirada entre la banqueta, los cristales rotos y los arañazos, y se llevó una mano al mentón con gesto pensativo.
—¿Tan importante puede ser un gato como para... matar a alguien? —insistió Ayame, con un escalofrío.
Daruu se encogió de hombros e, imitando a los otros dos, se acercó con curiosidad a la marca de garras en la madera que había descubierto Ayame. Como su sensei, Daruu también intercaló miradas con los cristales rotos.
—¿Tan importante puede ser un gato como para... matar a alguien? —insistió Ayame.
—Sigo diciendo que no tiene por qué haber sido el motivo del asesinato. —Daruu resopló—. Si alguien con la destreza necesaria para colarse aquí y matar a un hombre con una puñalada tan precisa quisiera robar un gato, podría hacerlo sin necesidad de asesinar al dueño en primer lugar —opinó—. Y la verdad, tampoco me cuadra lo de la banqueta.
6/09/2018, 12:07 (Última modificación: 6/09/2018, 12:07 por Aotsuki Ayame.)
—Sigo diciendo que no tiene por qué haber sido el motivo del asesinato —insistió Daruu, con un resoplido—. Si alguien con la destreza necesaria para colarse aquí y matar a un hombre con una puñalada tan precisa quisiera robar un gato, podría hacerlo sin necesidad de asesinar al dueño en primer lugar. Y la verdad, tampoco me cuadra lo de la banqueta.
—¿Y entonces por qué se lo han llevado? No es que pudiera contárselo a nadie —objetó Ayame, que no dejaba de darle vueltas a aquella idea, mientras apoyaba las manos en las rodillas y se reincorporaba. Estaba comenzando a agobiarse. Por muchas vueltas que le diera, por mucho que mirara a aquella banqueta, las marcas en el suelo, la suciedad, los pelos o los cristales rotos, no se le ocurría nada nuevo que añadir. No dejaban de aparecer piezas, pero todas ellas parecían inconexas, cada una de ellas en un punto aleatorio del puzzle que representaban—. Lo siento. No se me ocurre nada más... —terminó por suspirar, frustrada.
Quizás necesitaba con algo más que sus ojos. Se dio media vuelta, se colocó en el centro del salón y chasqueó la lengua. El sonido, amplificado con su chakra, se expandió por todos y cada uno de los rincones más remotos del local. El eco retornaría a ella con cada obstáculo detectado, dibujando una imagen en su cerebro. Una instantánea que quizás revelara algo más...
Ayame utilizó su técnica de ecolocación. La muchacha se dio cuenta entonces de que ninguno de los tres había tenido la sencilla idea de inspeccionar la cocina, aunque con la técnica no detectó nada inusual allí. Tampoco aclaró lo sucedido con el gato, sólo confirmó lo que ya sospechaban, y es que el animal no estaba en el restaurante.
Y sin embargo, Kori los cogió suavemente de los hombros, llamando su atención. El gélido toque de su sensei les hizo dar un escalofrío.
—Tengo una teoría —anunció—. Es mucho suponer, pero creo que es lo único que tiene un poco de sentido.
»Como Daruu-kun dice, un asesino tan eficiente como este podría haberse colado sin más y haberse llevado al gato. Cuando hay un robo con asesinato, suele ser con violencia —explicó—. Bien. El asesinato pudo haber sido todo lo limpio y rápido que queráis, pero... ¿y si el gato lo que intentó fue defender a su dueño? El asesino se revolvió, lo lanzó al suelo y... Le lanzó una banqueta, molesto. Banqueta que rompió la puerta.
Daruu se rascó la barbilla. Como Kori había dicho, estaba siendo mucho suponer, pero...
—Eso explicaría que la puerta esté abierta y a la vez el asesino hubiera usado la banqueta rompiendo el cristal. Por accidente, ¿no? —Kori asintió—. Claro, claro. Entonces ni fue para huir, fue sin querer. Porque quería darle al gato. Entonces supongo que el animal al final saldría corriendo.
Aparte de lo que ya sabían, un hueco detectado con su ecolocalización descolocó a Ayame momentáneamente, más allá de la barra. Se expandía detrás de ella después de una puerta, entre fogones y diferentes artefactos de...
«¡Idiota de mí!» Se recriminó, dándose una palmada en la frente.
—No hay nada en la cocina... —corroboró en voz baja pero audible, visiblemente avergonzada. Puede que no hubiese nada, ¿pero cómo no se les había ocurrido mirar en la cocina?
Pero no descubrió nada más. Abatida, dejó escapar un suspiro, pero entonces sintió el toque de una mano de hielo en su hombro. Su hermano reclamaba tanto su atención como la de Daruu.
—Tengo una teoría —anunció, y Ayame le escuchó con suma atención—. Es mucho suponer, pero creo que es lo único que tiene un poco de sentido. Como Daruu-kun dice, un asesino tan eficiente como este podría haberse colado sin más y haberse llevado al gato. Cuando hay un robo con asesinato, suele ser con violencia. Bien. El asesinato pudo haber sido todo lo limpio y rápido que queráis, pero... ¿y si el gato lo que intentó fue defender a su dueño? El asesino se revolvió, lo lanzó al suelo y... Le lanzó una banqueta, molesto. Banqueta que rompió la puerta.
—Tiene... sentido... —murmuró Ayame, iluminada pero al mismo tiempo desilusionada. ¿Por qué no se le había ocurrido? Se sentía estúpida...
—Eso explicaría que la puerta esté abierta y a la vez el asesino hubiera usado la banqueta rompiendo el cristal. Por accidente, ¿no? —añadió Daruu, y Kōri asintió—. Claro, claro. Entonces ni fue para huir, fue sin querer. Porque quería darle al gato. Entonces supongo que el animal al final saldría corriendo.
—Y ahora que sabemos esto... ¿qué vamos a hacer para rastrear al asesino? —preguntó Ayame—. Esta será de las pocas veces que lo diga, pero la lluvia ahora mismo sólo es un estorbo —afirmó, y torció el gesto como si hubiera insultado a su propio padre en contra de su voluntad—. Ya habéis visto el rastro de sangre, se pierde en el agua —añadió, señalando hacia la salida del local.
Daruu miró a Kori, y luego a Ayame, y se encogió de hombros. Se levantó y abrió la puerta del restaurante. Salió al exterior y se dejó bañar por el suave refugio de la lluvia, observando el entorno de alrededor. Era una de las avenidas del Distrito Comercial. Grande, llena de tiendas. Por ahora, las tiendas estaban cerradas, y por eso, la calle estaba vacía. Pero si dejaban pasar apenas treinta minutos, estaría abarrotada de gente.
—Bueno, ¿y si el gato ha seguido al ladrón? —sugirió Kori a Ayame—De nuevo, es mucho suponer. Pero no tenemos mas pistas aquí. Daríamos palos de ciego si nos pusiéramos a intentar buscarlo por toda Amegakure.
»Podrías usar tu ecolocalización. ¿O la lluvia te entorpecería? —Kori se encogió de hombros. No conocía hasta dónde podía llegar la técnica de su hermana.
10/09/2018, 20:50 (Última modificación: 10/09/2018, 20:51 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Daruu y Kōri parecían tan confundidos como ella. Intercambiaron una mirada, su compañero de equipo se encogió de hombros y entonces se levantó y se dirigió hacia la puerta del restaurante, que abrió para salir al exterior. Ayame les siguió de cerca, y una vez fuera la lluvia les recibió con un abrazo. Antes, entre las prisas y la sorpresa que les había pillado desprevenidos, no se había parado a mirar a su alrededor, pero ahora que lo hacía se dio cuenta de que se encontraban en una avenida comercial. Afortunadamente era demasiado temprano para que las tiendas hubiesen abierto, así que aún tenían varios minutos antes de que la calle comenzara a llenarse de gente y les entorpeciera la investigación.
—Bueno, ¿y si el gato ha seguido al ladrón? —sugirió Kōri, y Ayame ladeó la cabeza ligeramente, no demasiado convencida. Los perros eran conocidos por la lealtad hacia sus dueños, pero no estaba segura de si se podía llegar a afirmar lo mismo hacia los gatos, por lo general famosos por su independencia—. De nuevo, es mucho suponer. Pero no tenemos mas pistas aquí. Daríamos palos de ciego si nos pusiéramos a intentar buscarlo por toda Amegakure. Podrías usar tu ecolocalización. ¿O la lluvia te entorpecería?
Ayame esbozó una amplia sonrisa, cargada de orgullo.
—¿Por qué me iban a entorpecer unas gotitas? Hace falta algo más que eso —se rio, hinchando el pecho. Aunque enseguida se llevó una mano al mentón, pensativa—. Lo que sí es verdad es que el rango que soy capaz de alcanzar no es que sea demasiado... grande. En mis mejores momentos, lo máximo que he conseguido es "ver" a siete metros a la redonda. Pero lo intentaré.
Ayame se colocó en el centro de la callejuela, cerró los ojos para concentrarse mejor y entrelazó las manos en el sello del pájaro. Respiró hondo un par de veces, se acomodó los hombros y entonces chasqueó la lengua con fuerza. El sonido se propagó a su alrededor, cargado con su propio chakra, y el eco volvería a ella devolviéndole la imagen de todos los obstáculos que encontrara en su camino.
· Percepción: 70
¤ Seidō: Hankyōteī ¤ Camino de la Voz: Ecolocalización - Tipo: Apoyo - Rango: B - Requisitos: Ninjutsu 40 - Gastos:
12 CK
(Ninjutsu 60) 18 CK (divide regeneración de chakra)
- Daños: - - Efectos adicionales:
Permite percibir la presencia y ubicación de cualquier objeto sólido en el momento actual
(Ninjutsu 60) Permite mantener la técnica en el tiempo
- Sellos: Pájaro (activar) - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: 1 metro a la redonda por cada 10 puntos en Percepción
La tercera de las técnicas de voz de Ayame.
Como si de un sónar se tratara, la ecolocalización consiste en la interpretación del eco recibido a partir del rebote del sonido emitido contra cualquier objeto sólido. Conociendo este fundamento, Ayame ha sido capaz de desarrollar una técnica que le permite emular este fenómeno. Mediante la emisión de chasquidos o sonidos vocales de diferente frecuencia, aplica su propio chakra a las ondas sonoras que se extienden a su alrededor y es capaz de interpretar el eco recibido e identificar cualquier objeto sólido que se encuentre en el radio de acción de la técnica y su ubicación.
En el nivel más básico de la técnica sólo es capaz de tomar una instantánea del momento en el que la realiza, de modo que los movimientos podrían pasar desapercibidos si no es capaz de interpretarlos. Sin embargo, con algo más de maestría, Ayame puede mantener la técnica en el tiempo y utilizar la ecolocalización como si de sus propios ojos se tratara durante el tiempo que se mantiene activa.
«Cuando me fallan mis ojos, confío en mi oído.» — Aotsuki Ayame.
Daruu, cruzado de brazos, sonrió. Ayame, adentro, ya estaba de nuevo presumiendo de su habilidad con la ecolocalización. Burlón, el chico imitó el tono triunfal de la kunoichi balanceando la cabeza; por supuesto a sus espaldas no podría verle hacerlo, si no, quizás se metería en problemas. Tosió disimulando, como aclarándose la garganta, cuando ella y Kori salieron del restaurante y se colocaron cerca. La muchacha se adelantó un poco más y chasqueó la lengua para ejecutar su técnica. Esta vez Daruu le imitó en silencio, haciendo una tonta mueca. Kori le golpeó disimuladamete con el codo, reprendiendo su actitud.
Pero Ayame tenía que dirigir su atención al estímulo que volvía ahora hacia ella. Más allá de la calle, en el callejón, las ondas sonoras recorrieron el escaso alcance de la técnica dibujando un mapa mental. No había rastro de gato alguno, pero sí había un contenedor volcado con varias bolsas de basura que se habían derramado.
Ayame, ajena a las burlas de Daruu tras ella, abrió los ojos y frunció el ceño con extrañeza cuando el eco retornó a ella. Giró la cabeza en la dirección en la que lo había visto y, sin una palabra se dirigió hacia el callejón que se extendía más allá de la calle. En él no había más que un contenedor volcado, con las bolsas de basura desparramadas por el lugar. Arrugando la nariz, Ayame se acercó con cierto cuidado, observando con detenimiento la escena.
—¿Creéis que el asesino intentó saltar usando el contenedor y lo tiró en el intento? —preguntó, mirando hacia arriba por si llegara a ver algún tipo de pista más.