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24/07/2018, 16:29
(Última modificación: 24/07/2018, 16:29 por Amedama Daruu.)
Kazeyōbi, 22 de Flama del año 218
Era tarde: las dos de la madrugada. Como cada noche, llovía. Como cada noche de Kazeyōbi, el señor Takahashi barría y fregaba su pequeño y lúgubre establecimiento de fideos. Y como cada noche, mascullaba para sí mismo y para su viejo gato, un Chartreux plateado con un solo ojo, que le observaba melancólicamente, como quien juzga a un compañero de borrachera que se ha pasado de rosca.
—Ellos dicen que es pequeño y lúgubre, que está sucio. ¡Y una mierda! Y una mierda... —decía—. Qué sabrán. Esta es una taberna tradicional. ¡Tra-di-cio-nal! No como esos locales con carteles de lucecitas y toda esa mierda moderna.
El señor Takahashi se dio la vuelta cuando detectó por el rabillo de sus ojos viejos y enrojecidos una sombra que se deslizaba por el rincón cercano a la puerta. Pero el señor Takahashi sabía muy bien que su vista no era ya como antes, y que siempre le daba más importancia de la debida a esas cosas.
Así que no se la dio.
Y ese fue su último error.
· · ·
Mizuyōbi, 23 de Flama del año 218
—¿Qué crees que será esta vez? —preguntaba un shinobi, animado, caminando al lado de una kunoichi de su misma edad. Él de verde y ella de azul, casi parecían un lago al lado de un pino—. ¿Escoltar otra carreta? ¿Transportar otra caja con armas? ¿Un grupo de bandidos? Oh, ojalá sea un grupo de bandidos...
Aunque habían dedicado algo de tiempo a cumplir misiones desde que había recibido los ojos de su madre, Kōri-sensei se había asegurado de asignarles tareas de lo más anodinas. Según él, Daruu todavía necesitaba adaptarse a sus nuevos regímenes de entrenamiento. Y además se avecinaba la convocatoria de unos exámenes de chuunin en Uzushiogakure, de modo que la mayor parte del esfuerzo físico la empleaban en pulir sus habilidades.
—Oye, ¿crees que será un grupo de bandidos? —preguntó de nuevo Daruu, quien no solía querer meterse en problemas de ningún tipo si no era absolutamente necesario. Sorprendido de sí mismo, supo que su cuerpo le pedía algo de acción.
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Que Amegakure no conocía el verano era un hecho que todos los ciudadanos ya conocían. Pese a encontrarse en plena época estival, las temperaturas seguían siendo igual de frescas y los oscuros nubarrones seguían alimentando los múltiples canales que recorrían la aldea. Era algo a lo que todos los que vivían allí ya estaban acostumbrados; de hecho, si alguno de aquellos días el sol de verano hubiese decidido saludar, a más de uno le habría dado un escalofrío. Por eso, todos agradecían a Amenokami que les siguiera bendiciendo con sus eternas lágrimas.
—¿Qué crees que será esta vez? —la voz de Daruu se elevó en el aire y, junto a él, Ayame le miró con cierta curiosidad.
Los dos muchachos caminaban junto a uno de aquellos canales, por cuyas aguas, en aquellos instantes, pasaba una barca conducida por un remero que bateaba las aguas con su arma.
—No se me ocurre, la verdad... —contestó ella, tratando de echarle imaginación al asunto.
—¿Escoltar otra carreta? ¿Transportar otra caja con armas? ¿Un grupo de bandidos? Oh, ojalá sea un grupo de bandidos... —divagaba su compañero, y ella no pudo evitar soltar una risilla al comprender sus sentimientos.
Desde lo ocurrido en las playas de Amenokami y la operación a la que se había visto sometido, el equipo de Kōri se había reducido a cumplir misiones simples y mundanas mientras Daruu se acostumbraba a sus nuevos ojos y a su nueva forma de luchar. No llegaban a ser misiones de rango D como las que habían tenido que soportar antaño, pero no dejaban de ser tareas mundanas y aburridas, y Kōri no dio su brazo a torcer en ningún momento pese a las múltiples quejas del chico.
—Oye, ¿crees que será un grupo de bandidos?
—¿Por qué esa obsesión con los bandidos? —se rio ella, sin poder evitarlo—. No me importa qué tipo de misión sea, sólo espero que no sea aburrida. Quizás... ¡quizás tengamos que rescatar a un pariente de un Señor Feudal de una guarida de malhechores que le hubieran secuestrado y pedido un rescate por él! —aventuró, tan ingenua como siempre—. Oye, ¿y cómo te encuentras... con tus ojos? —preguntó, con cierta vacilación. Era un tema delicado, aún reciente, y ni siquiera ella se había terminado de acostumbrar a aquel nuevo color violáceo que iluminaba ahora su mirada.
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2/08/2018, 00:02
(Última modificación: 2/08/2018, 00:03 por Amedama Daruu.)
—¿Por qué esa obsesión con los bandidos? —se rio Ayame, sin poder evitarlo.
Daruu se lo tomó como una provocación al principio, y se cruzó de brazos, hinchando los carrillos como un niño pequeño. Terminó por reír casi por compromiso.
—No lo sé, ¡sólo quiero algo de acción de una vez! —protestó.
No me importa qué tipo de misión sea, sólo espero que no sea aburrida —concedió Ayame, a medias, acercándose un poco más al borde del acantilado, donde los chicos guays pasaban el rato cuando querían una noche movidita—. Quizás... ¡quizás tengamos que rescatar a un pariente de un Señor Feudal de una guarida de malhechores que le hubieran secuestrado y pedido un rescate por él! —añadió, lanzándose de cabeza al vacío y estrellando la cabeza contra las rocas.
Daruu negó con la cabeza, entrecerrando los ojos.
—Tampoco te pases, que va a ser una misión de rango C todavía, eh —dijo.
—Oye, ¿y cómo te encuentras... con tus ojos? —preguntó Ayame de pronto, no sin dudar un poco.
Daruu desvió la mirada, incómodo.
—Está todo bien —cortó, tajante, con una verdad a medias.
Era verdad que todo estaba bien, respecto al plano de la salud. Se había adaptado a ellos por completo. Tampoco le iba mal entrenando, había desarrollado un par de técnicas nuevas; el entrenamiento con Zetsuo, aunque duro, también daba sus frutos, y bueno, aquellas ojeras le distraían de la única cosa que aún no estaba del todo bien, en su cabeza...
...despertarse cada mañana y ver los ojos de su madre. Y por otro lado, a su madre.
—A veces me escuecen —añadió, tratando de desviar la atención de una solitaria lágrima. La escondería en la abundante lluvia.
Como siempre.
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Él desvió la mirada. Era más que evidente que aún no se sentía del todo cómodo hablando del tema, y Ayame se mordió el labio inferior.
—Lo siento, yo...
—Está todo bien —terminó por responder, tan cortante como el filo de una katana recién afilada.
Ayame agachó la barbilla. No podía negar que ni siquiera ella había terminado de acostumbrarse. Después de tantos años viéndole con sus característicos ojos perlados, que constituían además una de sus principales fuentes de poder, el contraste con sus nuevos ojos violetas era demasiado fuerte. Por otro lado, cada vez que le veía se acordaba de Kiroe... e imaginaba que para ellos, superar la situación estaba siendo aún peor.
Y las ascuas de la venganza sin resolver volvían a arder en sus entrañas.
Naia. No se había olvidado de su nombre.
—A veces me escuecen —añadió Daruu, con la mirada perdida en la lluvia.
Ayame le tomó una mano con cierta timidez.
—Todo se arreglará pronto, ya lo verás —le dijo, en un intento por animarle, y le dedicó una radiante sonrisa—. Y además, seguro que serán bandidos.
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Ayame tomó la mano de Daruu y él dio un respingo, sorprendido. Frunció los labios y miró discretamente a Ayame. Terminó por detenerse y tomarla en un dulce abrazo. Podrían arrebatarle los ojos, y hasta la vida. Pero nada le arrebataría aquella sonrisa tan bonita. Nada, ni nadie.
—Y además, seguro que serán bandidos.
Daruu rio y se separó de ella dándole un amistoso golpecito en el hombro.
—¡Bandidos, bandidos! Eso espero.
Ambos siguieron caminando durante un rato hacia el punto de encuentro, hasta que, mientras cruzaban una calle que era solitaria no por naturaleza sino por la temprana hora del día, escucharon el grito de terror de una mujer en la contigua.
En el punto de encuentro.
Y también una voz familiar:
—Señora, vaya a casa y tranquilícese, mi equipo investigará lo ocurrido.
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El efecto deseado fue inmediato. Daruu, más animado, se separó de la muchacha con una risotada, ella aún sonrojada por el súbito abrazo, y le dio un suave golpecito en el hombro con gesto amistoso.
—¡Bandidos, bandidos! Eso espero.
Ambos shinobi continuaron su camino. Aún tuvieron que sortear varias calles antes de llegar al punto de encuentro; sin embargo, justo antes de llegar, el grito aterrorizado de una mujer les alertó. Ayame y Daruu intercambiaron una última mirada antes de acelerar el paso, y justo entonces una voz conocida llegó hasta sus oídos. Una voz gélida y átona como un témpano de hielo, capaz de poner la piel de gallina a cualquiera que la escuchara.
Aunque ellos ya estaban más que acostumbrados.
—Señora, vaya a casa y tranquilícese, mi equipo investigará lo ocurrido.
—¡Ya estamos aquí! ¿Qué ha ocurrido, Kōri...-sensei? —preguntó Ayame, colocándose junto a él.
El Jōnin, no obstante, se volvió hacia Daruu.
—Lo siento, Daruu-kun, pero no van a ser bandidos.
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Ayame y Daruu se afanaron por correr a lo largo de la ancha avenida y tomaron un callejón a la izquierda, rodeando una inmensa torre de tuberías de metal. Esquivaron a la señora que había gritado, que los miró con los ojos hinchados antes de alejarse a toda la velocidad a la que uno podía moverse caminando. Los genin llegaron jadeando al lado de su sensei, y fue Ayame la primera que recuperó el aliento para hablar:
—¡Ya estamos aquí! ¿Qué ha ocurrido, Kori...-sensei? —preguntó.
Sin embargo, Kori se dirigió hacia Daruu. El muchacho de cabello alborotado se topó con el Hielo cuando separó las manos de sus rodillas y se reincorporó.
—Lo siento, Daruu-kun, pero no van a ser bandidos.
«¿Me ha oído? ¿Pero cómo?»
—¡Pero Kori-sensei! ¿Cuándo vamos a hacer algo emocio...? —Disimuladamente, Daruu se había inclinado para mirar adentro del establecimiento. Su piel había palidecido instantáneamente—. No... tienes que estar de broma...
Él mismo había comido fideos en el local del señor Takahashi. Aunque era un poco antipático y el sitio no era conocido por ser el restaurante más limpio de la ciudad, la comida era excelente, con recetas tradicionales e ingredientes frescos. Aquél hombre tenía talento y dedicaba a sus platos todo el tiempo que no le dedicaba a limpiar las banquetas en las que se sentaban los clientes. Pero ahora, el tugurio lúgubre había cruzado el umbral de lo siniestro. El cristal de la puerta estaba roto; una de las banquetas estaba apoyada en el hueco que dejó el vidrio: alguien la había usado para entrar o salir de forma nada civilizada. Con un simple vistazo al interior, se podía ver ya la sangre. Un rastro de sangre que se perdía, por supuesto, allí donde acababa la cobertura del techo y comenzaba la acción de la lluvia. Lo peor de dicho rastro de sangre era dónde comenzaba.
En el cuerpo sin vida del señor Takahashi.
Daruu dio un paso hacia atrás, y se maldijo mil veces a sí mismo por desear misiones más emocionantes. Por supuesto, probablemente hubiesen tenido que matar a alguno de esos bandidos. De pronto, sintió un escalofrío. ¿Había disfrutado con la idea? ¿Él?
Bajó la mirada, y se odió, también a sí mismo.
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Pero Ayame ni siquiera necesitó la respuesta de su hermano para comprender, horrorizada, qué era lo que estaba pasando allí.
—No... tienes que estar de broma... —murmuró Daruu junto a ella, pero apenas le escuchó.
Estaba demasiado ocupada tapándose los labios con ambas manos y observando, con los ojos abiertos de par en par, la espantosa escena que se presentaba ante ellos. Se encontraban frente a un local de fideos bastante famoso por la zona: el restaurante del señor Takahashi, un hombre que se había aferrado a las recetas de fideos más tradicionales, negándose a lo largo del tiempo a cualquier cambio o innovación. Era eso, sin embargo, lo que le daba su fama.
Sin embargo, todo aquello era historia. El cristal de la puerta principal, hecho añicos por la colisión de una de las banquetas del local; el suelo manchado por un reguero de sangre que terminaba por perderse en el exterior, bañado por la lluvia de Amegakure; y el origen de aquella sangre era, precisamente, el cuerpo sin vida del señor Takahashi.
—¿Qu...? ¿Qué ha pasado...? —volvió a repetir Ayame, pálida como el marfil.
Aunque era más que evidente qué era lo que había pasado allí. Un asesinato.
—Eso es lo que hemos venido a averiguar —respondió Kōri, falto de cualquier tipo de sentimiento.
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Daruu apretó la mandíbula y luego suspiró cerrando los ojos.
—¿Cuándo ocurrió? —preguntó.
—Esta madrugada. Nos han asignado la investigación —informó Kōri, quien, con cuidado de no cortarse, pasó por encima de la cristalera de la puerta.
Daruu le siguió, despacio.
La taberna del señor Takahashi era un lugar penumbroso que siempre olía a una mezcla de varios tipos de licores distintos y olor a ramen. Aparte del destrozo causado por la banqueta y la fregona a la que Takahashi se había aferrado antes de morir, todo lo demás seguía en su sitio. Takahashi se encontraba boca arriba, y tenía un limpio agujero a la altura del corazón.
Daruu tragó saliva.
—No parece que haya tenido oportunidad de pelear. El restaurante está casi intacto.
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8/08/2018, 15:42
(Última modificación: 8/08/2018, 15:45 por Aotsuki Ayame.)
—¿Cuándo ocurrió? —preguntó Daruu junto a ella, después de exhalar un suspiro.
—Esta madrugada. Nos han asignado la investigación —respondió Kōri, que en ese momento estaba pasando con extremo cuidado por encima de los cristales que alfombraban la entrada para evitar cortarse.
Los dos genin le siguieron, mudos. Aunque Ayame no pudo evitar arrugar la nariz cuando entró en el local y el aroma inconfundible del alcohol mezclado con el del ramen inundó su olfato.
El interior del local, sorprendentemente, se encontraba intacto. Parecía que el crimen se había reducido simplemente al asesinato del señor Takahashi, quien se encontraba inerte, tendido boca arriba sobre el suelo manchado de sangre. Junto a él sólo había una fregona.
—No parece que haya tenido oportunidad de pelear. El restaurante está casi intacto —señaló Daruu, resumiendo los pensamientos de los tres presentes allí.
—Y no parece que pretendieran robar el local... Se han limitado a matarle... ¿Pero quién haría una cosa así? ¿Y por qué? ¿Quizás un ajuste de cuentas? —elucubraba Ayame, que, casi a desgana, se había inclinado sobre el cuerpo del señor Takahashi. Evitaba mirarle directamente a la cara, pero había algo que le había llamado la atención en el cadáver: una hendidura fina y limpia a la altura del corazón—. ¿Una cuchillada?
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11/08/2018, 17:37
(Última modificación: 11/08/2018, 17:38 por Amedama Daruu.)
Daruu se acarició la barbilla y entrecerró los ojos. Balanceó el peso del cuerpo de una rodilla a otra.
—Pero, ¿un ajuste de cuentas? ¿Quién podría tener cuentas que ajustar con el dueño de un restaurante de fideos? —dudó—. Y tampoco creo que sea por impago de deudas. Yo he comido aquí. Era un viejo malhumorado, pero siempre estaba lleno a reventar. No creo que tuviera problemas económicos. Mi madre me dijo que Takahashi-san llevaba ocupándose de la taberna desde que ella se graduó en la academia.
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Pero Daruu no parecía muy convencido con su teoría.
—Pero, ¿un ajuste de cuentas? ¿Quién podría tener cuentas que ajustar con el dueño de un restaurante de fideos? —cuestionó, y Ayame ladeó la cabeza hacia un lado y hacia otro, insegura—. Y tampoco creo que sea por impago de deudas. Yo he comido aquí. Era un viejo malhumorado, pero siempre estaba lleno a reventar. No creo que tuviera problemas económicos. Mi madre me dijo que Takahashi-san llevaba ocupándose de la taberna desde que ella se graduó en la academia.
Ayame se reincorporó, frotándose ella también la barbilla mientras miraba a su alrededor, recopilando todo lo que sabían hasta el momento: Un hombre había muerto mientras limpiaba su local, a juzgar por la escoba que había caído al suelo junto a él. Había sido un encuentro violento, y debían de haberle pillado por sorpresa (quizás incluso por la espalda) pero sin duda le habían acertado en el centro del pecho. Aunque por desgracia no tenían el arma del crimen. El asesino debía de haber salido apresuradamente por la puerta, aunque había algo que no terminaba de cuadrarle...
—Umh... —murmuró, meditativa, mientras se dirigía hacia la puerta alfombrada por cristales rotos—. El asesinato se produjo por la noche, ¿no es así? Y el asesino debió de usar esta banqueta para poder abrirse paso por la puerta, probablemente ya cerrada... Pero debió de ser para salir, porque si la hubiera usado para entrar, el señor Takahashi se habría enterado del escándalo. ¡Eso significaría que el asesino ya estaba dentro en el momento del crimen! ¿Alguno de vosotros sabe si el señor Takahashi trabajaba con alguien más, o si tenía algún discípulo o algo así? —preguntó, dirigiéndose tanto a Daruu como a Kōri.
Pero su hermano negó con la cabeza, tan ignorante como ella.
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Daruu negó con la cabeza, como Kori, pero a diferencia de él, no por ignorancia sino porque sabía la respuesta a la pregunta de Ayame.
—No, el señor Takahashi nunca tuvo un ayudante —replicó Daruu—. Además, si no hay signos de violencia, nadie encontró el cadáver hasta mucho después y la herida parece limpia, ¿por qué en primer lugar alguien iba a arrojar la banqueta al cristal de la puerta? Podría haber abierto tranquilamente y haber salido.
Daruu se rascó la barbilla.
—A no ser que la puerta estuviese cerrada y no encontrase las llaves. —Daruu se acercó a la puerta y accionó el manillar.
La puerta se abrió.
Se dio la vuelta y miró a sus compañeros con una expresión de total desconcierto.
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—No, el señor Takahashi nunca tuvo un ayudante —respondió Daruu, negando con la cabeza. Y Ayame se rascó la nuca con gesto indeciso, se le estaban acabando las ideas—. Además, si no hay signos de violencia, nadie encontró el cadáver hasta mucho después y la herida parece limpia, ¿por qué en primer lugar alguien iba a arrojar la banqueta al cristal de la puerta? Podría haber abierto tranquilamente y haber salido. A no ser que la puerta estuviese cerrada y no encontrase las llaves —añadió, rascándose la barbilla.
—Eso era lo que había supuesto, que el señor Takahashi ya había cerrado el negocio y estaba limpiando para mar...
Pero las palabras de Ayame quedaron congeladas en su garganta cuando Daruu se acercó a la puerta y pudo abrirla sin más.
—No entiendo nada... —suspiró Ayame, hundida.
Mientras, Kōri deambulaba por el local como un fantasma. Sus ojos de escarcha buscaban aquí y allá cualquier detalle que se les pudiera haber pasado por alto. Revisó las mesas una por una, las sillas, la barra, las estanterías, incluso las ventanas. No sabía bien lo que estaba buscando, pero esperaba encontrarlo. Por el momento contaban con algunas piezas: los cristales y la banqueta en la puerta, el cuerpo junto a la fregona, la herida en el pecho del hombre... Pero aún no habían encontrado la forma de unirlas.
—Concentraos. Tiene que haber algo que se nos esté escapando.
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Más pronto que tarde descubrió el hermano mayor de los Aotsuki que los rumores sobre la escasez de pulcritud de Takahashi eran bien ciertos; en una de las sillas encontró un par de fideos. Para que limpiar fuese lo último que hizo el dueño del bar, no lo había hecho muy bien. Cerca de una ventana sus ojos expertos acostumbrados a rastrear huellas de ninjas enemigos encontraron lo que a todas luces parecía el esputo de un borracho, o quizás de Takahashi, o ambas cosas. En la barra todavía había un bol a medio terminar de ramen...
Nada de aquello se salía de lo habitual en aquél tugurio, sin embargo. Lo único reseñable, quizás, eran aquellos pelos cortos de tonalidades entre gris oscuro y blanco. Estaban en todas partes y en ninguna: casi parecían una constante, parte del decorado.
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