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23/07/2019, 21:22
(Última modificación: 23/07/2019, 21:23 por King Roga.)
El perro observó de reojo al muchacho, al mismo tiempo que la mujer dejaba la taza en la mesa. Cruzó las piernas y se reclinó, mientras las comisuras de sus labios descendían, borrando la afable sonrisa que hasta el momento mostró con el chico.
—¿No estudiaste Ninjutsu médico con Naobu?— contestó sin atender primero la solicitud del joven. —Todos los shinobi médicos suelen tener un kit con los instrumentos necesarios en todo momento. ¿Acaso tú no?
—Lo que faltaba— bufó el perro para luego levantarse y caminar hasta quedar frente a Kouji. —¿Sabes siquiera cómo poner una inyección?— increpó el animal.
La morena se llevó la palma a la cara y negó. Ahora entendía porqué la madre insistió en hacer el papeleo. Iba a ser un poco difícil asumir las responsabilidades de que alguien sin los conocimientos estuviera manipulando sustancias y equipo.
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—Verás, no soy ninja médico…— Contestó con la verdad sin perder la compostura ante el repentino cambió de actitud. — …pero ella dijo que haría el trámite como una petición excepcional en la administración, así que no debería haber problema. — De un último sorbo, dejó la taza de café casi vacía sobre la mesa. Le costó un poco más mantener la calma cuando la imponente presencia del can tomó lugar junto a él, recriminándole con severidad.
—Pues… creo que no.— Dijo, rascándose la nuca y agachando un poco la mirada. El perro tenía un punto. —Supongo que tendré administrarla vía oral. Ya me han ayudado bastante y no quiero darles más problemas con este asunto.— Confesó, recién enterándose de lo delicado de la situación.
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23/07/2019, 22:39
(Última modificación: 23/07/2019, 22:42 por King Roga. Editado 2 veces en total.
Razón: Corrector de teléfono troll e,e
)
—¡Ja! Lo que hay que ver— pegó un manotazo al escritorio. —No va a haber problemas, que me encargaré personalmente de decirle a tu madre que ella va a ser la única responsable de esto. Sé que tiene buena labia pero a veces se pasa. Portar eso sin la preparación adecuada es un asunto del que prefiero desentenderme, la verdad. Explicar esto va a ser difícil incluso para ella—. alzó ambas manos e hizo fuerza hacia atrás, dejando que las ruedas de la silla hicieran su trabajo. —Lo que pase, pues yo sólo lo proporcioné y ya. No vi nada de Mala Praxis.
El perro rechistó y se alejó, volviendo a acomodarse en su sillón.
—Si ha quedado claro has de marchar, que ya van a dar las siete y aquí todos tenemos trabajo pendiente— Hizo el ademán de señalarlo con la pata.
—Cuidadito con eso. De preferencia y si te sobra, tráelo de regreso. Suerte.
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—Cuente con eso, Karaga-san— Así le daba su palabra de que devolvería el medicamento que no fuera a usar. —Muchas gracias.— Se despedía con una pequeña reverencia en señal de respeto, marchándose de su consultorio y buscando el camino que lo llevaría de nuevo a las calles de la aldea. Lo único que tenía en mente hasta encontrar la salida es que le debía una muy grande a su mamá.
Ahora, con un poco más de prisa, se disponía a regresar a su hogar para hacer los últimos preparativos antes de viajar a la localidad señalada en el pergamino. Sus pasos lo condujeron nuevamente al distrito comercial, posiblemente con mayor movimiento de gente a esas horas de la mañana. Curiosamente, pese a la inseguridad de la que todos hablan, el muchacho nunca había sufrido ningún percance desde que vive allí.
Su abuela lo vio entrar a la casa nuevamente con cara extrañada hasta que Kouji empezó a contarle lo que le había sucedido esa mañana. Sin perder tiempo durante la conversación, se dispuso a buscar una brújula y un mapa en su habitación, aquellos que solía usar su padre para orientarse por el país cuando ambos tenían que visitar algún sitio de interés. Dichos instrumentos encontraron sitio en su portaarmas, que para ese momento albergaba 5 shuriken, los frascos con sedante, el pergamino de la misión, la brújula y el mapa. Pensó que en esa ocasión el Baikunai sería innecesario y prefirió dejarlo.
—Un perro que habla ¡Todavía no me lo creo!— Entre otras cosas… le explicó a la madre de Naobu de qué iba el encargo que le asignaron y que tendría que visitar una localidad apartada, que posiblemente se quedaría algunos días allá mientras completaba la misión. Mientras tanto, Kouji en la cocina registraba el refrigerador en busca de algunas provisiones que pudieran servirle durante su viaje. Dos porciones de ramen instantáneo, algunas raciones de arroz frío con croquetas de calabaza y tres pescados asados del día anterior; los puso a resguardo junto a una botella de agua en un morral pequeño de plástico impermeable que cargaría a sus espaldas. Ya estaba listo para partir.
Se despidió de su abuela por segunda vez ese día y, ahora sí, se dispuso a ir hacia la entrada este de la aldea. En ese lugar, alinearía el norte del mapa con ayuda de la brújula, para así deducir en qué dirección echaría a andar continuación, con la intención de toparse con El Túnel posteriormente. No era un camino nuevo para él, sin embargo, siempre se aseguraba de mantenerse en el mismo sentido. Por lo monótono de algunos tramos, un descuido podría hacerlo perderse.
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Uno de los chūnin de turno en vigilar la salida de la aldea se encargó de verificar el sello en el pergamino que portaba el genin, dándole el visto bueno con una monotonía adquirida tras una vida de cuidar una puerta donde no pasaba casi nada interesante. De ahí, Kouji debió encaminarse hasta su destino. Lo bueno de su temprana partida, es que podría llegar a buena hora del día sin demasiadas complicaciones. Los ANBU no parecieron inmutarse ante la presencia del novato tras llegar al pasadizo, dejándolo avanzar sin demasiados contratiempos. El trayecto a través de las cintas era además, mucho más rápido que cualquier otro medio de transporte, siendo que cruzó toda la Llanura de la Tempestad Eterna en menos tiempo de lo que tardó de Amegakure hasta el Túnel.
Ya a las horas del atardecer, la disminución en las fuerzas de las precipitaciones indicaba que estaba ya en las Tierras de Llovizna, donde el clima parecía casi hasta agradable para el mortal promedio, comparándolo a la inclemencia que tenía apenas en la vecindad. Era en estos lares que debía encontrar el pueblo mencionado, pero que para su buena suerte no tardaría en encontrar.
Sería ya casi al atardecer, cuando en la lejanía avistaría un cúmulo de casas en medio de los enormes pastizales que se antojaban infinitos. No había letreros que indicaran la entrada, aunque ante lo desperdigadas de las casas, resultaba algo difícil discernir donde empezaba la aldea y dónde terminaba.
Un hombre con un sombrero de paja transitaba por el sitio, arreando con látigo a un montón de cabras consigo mientras un perro cuidaba desde atrás que ninguna se alejase.
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Luego de su tranquilo tránsito a través del túnel, encontró rápidamente el rumbo hacia el pueblo de la misión a su salida. Las Tierras de la Llovizna lo recibían con murmullos de brisa aterciopelada de suave rocío, acariciando el rostro de ese viajero acostumbrado al azote del clima en su aldea de origen. Sin dejarse llevar por el disfrute de los sentidos, se mantuvo prestando atención a la brújula y el mapa para asegurarse de estar caminando en el sentido correcto.
Así, conseguía avistar los primeros rastros de un poblado a lo lejos. Quizá aquel campesino cuidando de su rebaño podría ofrecerle alguna información sobre si las casas que veía pertenecían al lugar de destino. Se acercó al hombre tratando de mantener una distancia de varios metros, hasta que se percatara de su presencia. — ¡Buenas tardes! — Alzó la voz para hacerse entender en aquella explanada. La bandana con el símbolo de La Lluvia reluciría en su cuello a la luz del ocaso, dando a entender su procedencia sin necesidad explicación alguna.
— ¿Cómo puedo llegar a la Villa Odei? — Esperaba que el pastor confirmara que, en efecto, se trataba del caserío que acababa de divisar. En ese caso, añadiría lo siguiente. — ¿Sabe dónde puedo encontrar al alcalde, el señor Masanori Kowa? —
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El pastor alzó la vista, fijándose rápidamente en la bandana del más joven y sonriendo amablemente con la tranquilidad de quién nunca ha sufrido penuria alguna en su vida.
—¿Qué cómo puedes llegar a Villa Odei? ¡Sigue recto veinte metros al frente!— empezó a reír sujetándose el estómago. —¿El alcalde?— giró su cabeza y se sujetó el mentón. —Si necesitas hacer alguna diligencia con él yo puedo encaminarte, que también voy de regreso. ¡Acompáñame!— le indicó con la mano el camino.
Ya adentrándose en el pueblo, notaría que estaba mucho mejor organizado de lo que podría esperarse en una zona tan rural. Las calles tenían empedrado, las casas eran de madera pero con techos en lámina y ventanas con cristales. Si bien el desorden de sus edificios lo volvían un auténtico laberinto, era un sitio mucho más limpio y agradable de lo esperado, siendo que incluso había locales con ventas dispuestos de forma aleatoria en la localidad
—¡Esa es la alcaldía!— señaló un edificio a lo lejos un poco más grande que el resto y que tenía una base de ladrillos en su construcción. —Perdona que no te pueda llevar directamente, pero debo resguardar a mi rebaño. ¡Suerte!— se despidió quitándose y colocándose el sombrero, y de inmediato se perdió junto con sus animales entre las desordenadas viviendas.
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Caminó hacia la villa Odei con el amable campesino que se ofreció a guiarlo. Para su sorpresa, allí se topó con un nivel de desarrollo superior al que se imaginaba a priori, pues esperaba que ese lugar tan alejado de otras ciudades más céntricas del País de la Tormenta tuviera un aspecto más bien empobrecido.
—¡Muchas Gracias! Ya me ayudó bastante. — Correspondió la despedida devolviendo una sonrisa y con una pequeña reverencia antes de que hombre se marchara. — ¡Adios!—
Acto seguido, se dio a la tarea de encontrar la entrada del edificio de ladrillos que le habían indicado, y una vez adentro, trataría de ubicar a algún encargado o persona que le pudiera dar algo de información sobre el cliente de la misión.
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El interior del inmueble se mostraba humilde y sobrio a partes iguales. Tenían un alfombrado sencillo y macetas con helechos de cola de quetzal colgando a la par de las ventanas en los laterales. Tenía una pequeña recepción, siendo que al fondo era apreciable una escalera que daba al piso superior, una puerta con un letrero que prohibía el paso y un escritorio a la par de esta. Sentado en este último se hallaba una muchacha joven de blusa formal celeste, falda no muy corta pero no tan larga y sandalias sencillas. Se encontraba leyendo unos papeles y organizándolos, aunque tuvo que detenerse en su labor al notar la presencia del recién llegado.
—Ouh, buenas tardes— Se irguió al notar la placa en el cuello del joven. —¿Hay algo en lo que pueda ayudarle, shinobi-san?— Dijo amablemente mientras mostraba su mejor sonrisa.
Increíblemente, en Villa Odei todos parecían sociales y cordiales, pese a que el pueblo en sí era pequeño y sencillo.
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Una vez pasó al interior del recinto, no tardó en cruzar la modesta recepción para encarar a aquella muchacha en su escritorio. Ella le saludó por su título, y eso lo desconcentró internamente por fracciones de segundo, hasta que se hizo consciente de que aún portaba la insignia de la aldea amarrada al cuello.
— Buenas tardes.— Agachó la cabeza, reverenciando. —Mi nombre es Okumura Kouji, y vengo de Amegakure con relación a un encargo solicitado por el señor Masanori Kowa.— Como en casi toda conversación con algún extraño, si no con todo el mundo, mantenía cierta solemnidad para la elección de sus palabras. — Si es posible, quisiera saludarle y hablar con él para concretar los detalles de la misión.— Acotó, sin dejar a un lado el contacto visual con la recepcionista.
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—¡OH! Por supuesto, el señor Kowa estaba esperando su llegada de hecho. Acompáñeme por favor— La secretaria se levantó y de inmediato se adelantó a las escaleras. —Por aquí— Señaló con la mano mientras ella dirigía la marcha hasta el segundo nivel.
No tardarían en subir, pues a pesar de todo seguía siendo un lugar sencillo. Caminaron por un corto pasillo y la mujer dió tres toques a una puerta de madera al final del mismo.
—Kowa-san, el shinobi que solicitó ha llegado— Dijo amablemente.
—¡Adelante!— Apremió el señor.
—Con permiso— La mujer abriría la puerta para dejar a Kouji pasar primero.
La habitación era sobrio. No era elegante en demasía pero demostraba orden. El alcalde estaba sentado en un gran escritorio y delante de él tenía tres sillas acolchonadas dispuestas al frente.
—Puedes retirarte, Rukia— Indicó con una sonrisa a la que la muchacha correspondió con una reverencia antes de marcharse. —Bienvenido jovencito, toma asiento— Mostró la misma cordialidad que hasta ahora tenían los demás pobladores. —Bienvenido a Villa Odei, soy Masanori Kowa, alcalde de esta localidad— Juntó ambas manos y las colocó sobre la mesa. —¿Cuál es tu nombre?— esperaría sonriente la respuesta. —Perdona que no organizara un recibimiento más adecuado, pero de por si tuve un poco de problema con la asignación de rango en esta misión y la gestión me dijo que la llegada del efectivo estaría restringida a la disponibilidad. Ay la burocracia—[/color[ Resopló hondo. [color=darkgray]—No sé si tendrás dudas sobre el trabajo asignado, pero estaré encantado de poder orientarte.
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Siguió a la chica escaleras arriba hasta lo que parecía ser el despacho del alcalde, que se encontraba esperándole en su sitio de trabajo. El shinobi dio algunos pasos hacia él, como saliendo a su encuentro, y poco después de que la chica los dejara a solas tomó asiento. —Mi nombre es Okumura Kouji, encantado de conocerle. — Desde su sitio y con una sonrisa, agachó la cabeza en señal de reverencia.
—¡Todo lo contrario! — Trató de tranquilizar al alcalde cuando se lamentaba sobre el recibimiento del Genin. — Desde que llegué a la villa, todas las personas han sido de lo más atentas conmigo. — Remarcó ese hecho, pues la amabilidad de la gente con la que se había topado hasta el momento empezó a llamar su atención.
— Con relación a la misión, me gustaría saber si hay más información relevante al respecto. Quiero decir, más allá de lo que pone el pergamino. — Dijo, sin perder ni por un mo el contacto visual. — Por ejemplo ¿Por qué parte de la villa se cree pueden estar ocurriendo las peleas de perros? ¿Se sabe si los animales son agresivos? ¿Es posible hablar con los padres que reportan sospechas sobre sus hijos? — Inquirió el joven, dejando espacio de algunos segundos para que Masanori contestara.
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El hombre se llevó la mano al mentón, pensativo.
—Realmente no hay demasiada información, pero trataré de explicarte la situación— Se levantó de su silla y caminó hasta la ventana, observando el exterior mientras mantenía cruzadas las manos tras la espalda. —Nuestro pueblo recientemente empezó a prosperar gracias a la construcción del ferrocarril. Estamos cerca de Yachi, así hemos logrado prestar mano de obra para los trabajos de construcción de esa ruta y más tarde que pronto que tarde lograremos tener una importancia comercial relevante en el sector. Hemos podido modernizarnos un poco, además que la calidad de vida de nuestros habitantes se ha visto incrementada. ¡Imagina cuando el tren entre en funcionamiento!— Se giró para verlo de reojo por un instante. —Sin embargo, parece que algunos de nuestros jóvenes han tomado esto cómo una oportunidad de "ser cómo los de la ciudad". Creen que pueden hacer lo que se les dé la gana cómo si fuera Shinogi-To y han empezado a causar algo de vandalismo. Si bien al inicio eran pintas en paredes o cosas menores, un día apareció un perro malherido con mordiscos en todo el cuerpo por la calle, asustado y queriendo evitar contacto con las personas. Si bien recibió algo de atención por parte de uno de los pastores locales, murió al tiempo. Poco después, robaron a dos de los ovejeros de otro de los campesinos y no han aparecido desde entonces. ¿Qué otra cosa podría estar sucediendo?
Hizo una pausa muy larga.
»Para colmo, mi hijo se fue de la casa tras preguntarle si sabía algo al respecto. ¿Cómo puedo tomarme eso si no es con sospecha? Ni siquiera tenemos idea de en que lugar se dan las riñas. Estás en tu derecho de hablar con los habitantes si es necesario, pero creo que hablo por la mayoría cuando digo que no hay mucho más que sepamos al respecto.
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— Ya veo. — Tomó nota mental de todo lo que acaba de contarle el alcalde. Después de su explicación sobre la reciente explosión de prosperidad que experimentaba el pueblo, cayó en cuenta de que dicha obra debía estar llevándose a cabo por los alrededores de la localidad y que ese era un buen lugar para empezar la investigación. Después de todo, la novedad de las supuestas peleas de perros parecía estar relacionada con el advenimiento de la construcción del ferrocarril.
— Tengo una pregunta más. ¿A dónde tendría que llevar a los perros rescatados? — Si no surgía ninguna duda a partir de su contestación y ya con ideas para iniciar su trabajo, probablemente se marcharía a continuación. — ¿Hay algo más que deba saber antes de irme? — Añadiría al final.
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—Hay una perrera que habíamos habilitado para el cuidado de canes cimarrones, aunque desde hace algún tiempo incluso esos han ido poco a poco desapareciendo... Creo que podríamos llevarlos ahí para que sean resguardados y podamos tratarlos.
El hombre se dio la vuelta y volvió a su asiento, abriendo un cajón y tomando un papel el cuál se dispuso a firmar y sellar.
—Ya que vas a trabajar en el asunto, vas a necesitar alojamiento. Presenta esta carta en el hotel del pueblo y podrás pasar tu estadía ahí sin costo... Sólo recuerda, que por favor debemos evitar la violencia. Parecerá que soy un quisquilloso pero realmente me daría mucha tristeza que ahora que por fin estamos saliendo adelante ocurriera una tragedia donde se derramase sangre. Además, sólo son unos jovenzuelos rebeldes. Sé que quizás sus travesuras adolescentes se han ido de las mano, pero en la medida de lo posible espero que ellos sepan entender la diferencia entre libertad y libertinaje. Quizá sea culpa de nosotros los adultos por no saber prestar atención, pero cómo padre preocupado, espero que la fiesta termine en paz.
El hombre le extendió el escrito a Kouji.
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