Pero Daigo no tuvo necesidad de responder. Geki pudo verlo por sí mismo: una luz en la oscuridad.

Los jóvenes kusajines habían tardado una hora en llegar. Una hora, de Takoizu a Kasketo, a paso de civil. Lo habían hecho en la oscuridad de la noche, y aunque ninguno de los dos se caracterizaba por tener una buena orientación, lo cierto era que el camino no podía ser más fácil. Simplemente: tenían que seguir el curso del río, sin desviarse en lo más mínimo.

La Cascada Infinita estaba situada en la entrada de la pequeña aldea, con un cartel iluminado por luces azules que no dejaba lugar a dudas. Cuando entraron al interior, sin embargo, se lo encontraron vacío.

Una señora de unos cuarenta años, bastante pasada de peso y con un gran lunar en la nariz se encontraba pasando una fregona por la posada y recogiendo los últimos vasos. Quizá los ninjas no se habían dado cuenta, pero ya era tarde. Muy tarde.

—¡Oi! ¿Es que no vieron el cartel? —preguntó, molesta, al verles—. Ya hemos cerrado.

Una solitaria luz en la oscuridad fue la que respondió la duda de Geki, hacéndole saber al dúo que ya quedaba poco para llegar a su destino.

—Tranquilo, Geki-kun —le dijo, no se le había pasado por alto que ya estaba quizá demasiado cansado—, buscaremos un sitio donde pasar la noche y mañana continuamos con la investigación. Dudo que nadie quiera responder todas nuestras tan tarde en la noche...

Quizá con el viaje el chico no se había dado cuenta de lo tarde que era y ahora que se fijaba él también necesitaba dormir.

Tan pronto como se acercaron al local, Daigo abrió la puerta lentamente para encontrarse con una persona que sí se había dado cuenta de lo tarde que era.

—Buenas noches, sentimos mucho molestarla a estas horas —se disculpó con una reverencia—. Somos shinobi de la hierba y acabamos de llegar para cumplir con una importante misión.

»¿Podría indicarnos dónde podemos pasar la noche?

Aunque Daigo mostraba su característica sonrisa amigable, el chico no podía sino sentirse algo avergonzado por molestar a alguien a tan altas horas de la noche.

Geki escuchaba en silencio a su compañero mientras asentía. Era verdad, hacía una hora aproximadamente que estaban caminando en medio de la oscuridad.

Hasta que lo vieron, un pequeño resplandor se iba intensificando mientras se acercaban al punto. Kasketo... por fin habían llegado.

La Cascada Infinita, el sitio donde habían estado nuestros sospechosos. Al entrar, los ninjas encontraron el lugar vacío, con tan solo una señora limpiando.

—¡Oi! ¿Es que no vieron el cartel? Ya hemos cerrado.

—Buenas noches, sentimos mucho molestarla a estas horas. Somos shinobi de la hierba y acabamos de llegar para cumplir con una importante misión ¿Podría indicarnos dónde podemos pasar la noche?

Daigo mantenía una conversación con la señora, el Senju guardaba silencio mientras el único movimiento que hizo fue acompañar la reverencia de Daigo. Luego se dedicó a observar el lugar, pero nada le llamaba la atención, al parecer todo estaba normal... en orden.

Geki se volvió de nuevo a la señora

—Sentimos molestarla señora. Es que vimos las luces de su bar y nos llamó la atención — Lo dijo con una segunda intención de averiguar si era la dueña del mismo o sólo una empleada.

—¡Oi! ¡A buena hora llegáis! —exclamó, irritada y aliviada al mismo tiempo—. Por el asesinato de esa pobre muchacha, ¿verdad?

La señora dejó apoyada la fregona contra la mesa y centró su total atención en ellos.

—¡Yo sé quiénes fueron! Unos delincuentes de la Ribera del Sur, ¡ese mismo día pararon a tomar algo aquí! ¡Fueron ellos! ¡Seguro! Vais a detenerles, ¿verdad?

»No os preocupéis, tengo una habitación libre. Solo una, de hecho. Tendréis que compartirla… y la cama también, me temo.

Luego de apoyar la fregona sobre la mesa, la señora les contó a los Genin sus sospechas sobre aquellos delincuentes.

«¡Qué alivio! Parece que no tendremos que esperar hasta mañana para preguntar»

—Lo haremos —mintió, intentando mantenerse en el lado bueno de la señora—, pero antes tendremos que poder demostrarlo. ¿Le importaría respondar un par de preguntas?

El peliverde dirigió la mirada a su compañero, esperando que fuera él quien empezara nuevamente con las preguntas y, sobre todo, que entendiera lo que Daigo estaba intentando.

La señora al parecer estaba convencida de los hechos, pero todavía no había dicho nada relevante o de utilidad para la misión

—Muchas gracias por el ofrecimiento del cuarto, pero señora, por favor le pido, baje la voz — Le imploró en un tono bajo, mientras con los ojos merodeaba a los alrededores en especial a las ventanas del edificio.

—Recuerde que estos sospechosos todavía andan sueltos, si nos manejamos sin prudencia podría correr peligro su local o hasta su propia vida — Suspiró. Debían manejarse con cuidado, a veces los malhechores intentaban borrar las pistas o las huellas por dónde habían pasado y eso incluía también borrar personas...

Geki estaba preocupado por la vida de la anciana, aunque parecía bastante curtida y no menos para alguien que maneja un bar de paso. Era común que se cruzara con este tipo de personas y lidiara con ellas. Pero por si las moscas, no distraerse ni un segundo y recordarle que aquí estaban tratando sobre asesinos.

—Es importante que comparta toda la información que tenga con nosotros y sólo con nosotros por su seguridad — Remarcó

—Ahora si me permite ¿Podría contar desde la llegada de estos tipos a su bar, qué hicieron, cómo era su aspecto? Y ¿Por qué está tan segura de que fueron ellos? ¿Observó, escuchó o encontró algo que los incrimine?

La mujer se cruzó de brazos, con el ceño fruncido, cuando Geki le recomendó bajar la voz. No estaba acostumbrada a eso: a bajarla. Y no sabía si hoy era el día que iba a empezar.

—¿Algo que los incrimine? ¿A parte de que eran malditos ribereños del Sur, dices? —preguntó, como si aquello ya probase de manera irrefutable que eran los responsables—. Eran unos cuatro —empezó a explicar, aun así—, con pintas de criminales todos ellos. Mal vestidos, ropa robada, seguro. Desaliñados. Sucios… Entonces vi a Alia por la ventana, ¿saben ustedes? Pasando por la calle junto a un hombre. Y estos cuatro sureños que os digo se levantaron y se fueron.

»¡De manera muy sospechosa! —recalcó—. ¡Con mucha prisa! ¡Ni siquiera me pagaron la cuenta, los muy hijos de su madre!

—¿Con un hombre?

En cualquier otra situación, Daigo le habría prestado más atención al odio desmedido que profesaba a los ribereños del Sur —como casi todos los ribereños del Norte— Pero entre todo ese odio aquella mujer llegó a decir algo que le pareció mucho más importante.

—¿Llegó a verlo con claridad? ¿Podría describirlo?

Ahora que tenían a una persona que estaba junto a Alia antes de su muerte, aquel hombre se convertiría en la próxima persona a la que deberían acudir.

Daigo se había percatado de lo mismo que Geki. Una pieza más del rompe cabezas, nadie había mencionado nada de que Alia se hubiera encontrado con alguien antes de llegar a lo de su tía. ¿Sería una infidelidad? ¿Pero por qué poner de excusa la casa de su tía ? a menos que ella supiera algo más de aquel encuentro de su sobrina para encubrirla.

El resto de las "pistas" de la señora eran poco relevantes. Nada que no diría alguien por desprecio u odio infundado. Los sureños de seguro estaban haciendo de las suyas, pero por ahora no había conexión con el caso que se le había encomendado a los genin.

El Senju observó a su compañero, estaba haciendo lo correcto en intentar recabar más información del sujeto misterioso.

La mujer se quedó pasmada.

—¿Qué? ¡Os estoy diciendo que los cuatro sureños son los culpables! ¿Qué importa el otro? —Ah, ninjas. Siempre complicando de más las cosas—. No sé… Lo vi de pasada. Era rubio, alto… No era de aquí, eso desde luego. Ni del Sur. Sé reconocer a un sureño a leguas de distancia. Todos cojean de la misma pierna, ya os lo digo yo.

«Alto y rubio, eso no es mucho...»

El chico se quedó pensativo unos segundos. Aparentemente eso era todo lo que conseguirían de aquella mujer que no estaría tranquila hasta que encerraran al grupo de ribereños del Sur.

Demonios, probablemente no estaría tranquila hasta que no encerraran a todos los ribereños del Sur.

Daigo miró a Geki un segundo, intentando averiguar si él no tenía alguna pregunta extra.

—Muchas gracias, ha sido de gran ayuda. Eso era todo lo que necesitábamos —le dijo, sonriendo—. ¿Cuánto cuesta la noche?

Daigo animó a Geki a que hiciera otra pregunta, pero no había mucho más que preguntar. El genin pensó que no sacaría más información de utilidad que no fuera agresiones a los de la vecina orilla. Así que se detuvo en su molde, pensativo.

—Gracias — Adhirió a las palabras del de pelo verde.

No se podría hacer mucho más que eso esa noche. Seguro que remarcarían las pistas hasta ahora conseguidas cuando estuvieran en la habitación.

Pero Geki estaba intranquilo. Algo le incomodaba ¿Por qué Umichi no les había nombrado a esta personas? Quizá se le había pasado por alto a él o a la señora. Aunque era algo extraño para alguien que custodiaba el pueblo.

— Señora una cosa más ¿Qué dijo Umichi cuando le contó que vio a este señor de pelo rubio con Alia? —

Soltó antes de seguir a Daigo

—Veinticinco ryos —respondió a Daigo. Un precio justo, bastante ajustado, en su opinión—. Seguidme, os llevaré hasta la habitación.

Pero antes de que pudiese subir por las escaleras, Geki la interrumpió con una pregunta. Quería saber la reacción del alguacil cuando le dijo que Alia estaba con un hombre rubio.

Se llevó una mano al mentón, pensativa.

—Pues ahora que lo dices… Creo que no se lo llegué a comentar. No me pareció relevante. ¡Está claro quienes son los culpables! —exclamó, furiosa porque ellos no lo viesen así.

Acto seguido, subió escaleras arriba hasta un pasillo con varias puertas a cada lado. Abrió una, la única libre, y les mostró una habitación pequeña, con apenas un futón no muy ancho y un armario donde colgar la ropa. Bastante austero. Bastante pequeño todo.

A la izquierda del futón había una pequeña mesita de noche con una vela, apagada. A la derecha estaba la ventana.

—Si necesitáis ir al baño, allí está —les informó, en voz baja, señalando una puerta que había al fondo del pasillo.

Daigo empezaba a rebuscar en su portaobjetos el poco dinero que había traído para pagar su estadía cuando su compañero le lanzó aquella pregunta a la tabernera.

Claro, ella no le había contado nada al alguacil, de lo contrario él les habría dicho algo a los chicos, pero ahora que conocía el motivo...

«Si todo el mundo es así por aquí se nos complicará mucho buscar información»

Miró a Geki. Eso probablemente significaría que los problemas entre el Norte y el Sur serán mucho más que un pequeño obstáculo a la hora de preguntar a los locales.

Luego, todos subieron escaleras arriba, donde la señora les mostró una pequeña y sencilla habitación con un pequeño y sencillo futón para que los genin pasaran la noche.

«Supongo que no íbamos a conseguir nada mejor por 25 ryos...»

Una vez ya habían visto la habitación y la mujer les había ayudado a situar el baño, Daigo volvió a rebuscar en su portaobjetos y sacó el dinero necesario.

—Aquí tiene —dijo en voz baja mientras pagaba mostrando su sonrisa usual—. Muchas gracias.

Había oído el fanatismo de aquellos pueblos, pero nunca se había imaginado tal magnitud. Era una lástima que por esas diferencias se saltaran pistas importantes como esa. De seguro que si no hubieran estado tan complicados, se lo habría hecho ver. Pero esa noche no, necesitaban de los servicios de la señora y ¿De qué serviría? Si ella había sido así toda la vida, no la iba a hacer cambiar.

Geki siguió en silencio a aquellos dos. La mujer les mostró la habitación y el baño, no había necesidad de tanto señalamiento ya que el olor era el mejor indicador del camino.

El Senju caminó lentamente por la habitación mientras su compañero terminaba de pagar. Lo normal sería que luego pudieran recuperar ese dinero.

El ninja se sentó en una punta del futón y empezó a quitarse las cosas de encima para sentirse más ligero, nunca necesitó de muchos lujos, así que aquel lugar lo acogía bien.

Simplemente esperó que la mujer abandonara la habitación para conversar con el pelo verde.