Datsue se llevó una mano al rostro, negando con la cabeza. Si toma algo será poco, decía Nao. Eso se había dicho él mismo las últimas cuatro borracheras. Fuese como fuese, él no era quién para prohibirle nada. Y, puestos a que bebiese alcohol por primera vez, nada mejor que lo hiciese bajo la supervisión de un adulto.

Si bien era cierto que, estando como estaban las cosas en el Valle de los Dojos, con el férreo control de los samuráis, les iba a costar encontrar un sitio que vendiesen alcohol a una jovenzuela de tan pocos años.

—¡Vamos pues! —exclamó Shukaku, con una extraña voz alegre, mientras se reacomodaba la barba falsa y las gafas.

Datsue suspiró, rendido.

—Os sigo el paso.

Esperando una negativa por parte del Uchiha, se sorprendió que haya accedido, aunque este no tenga muchas ganas. Rápidamente pasó de estar delante de ambos, a estar a un costado del camuflado Ichibi.

—¡Vamos vamos! — exclamó con un tono de niña emocionada.

El grupo de tres se abrió paso por el área comercial, el cual, además de una cantidad inmensa de negocios, se encontraban unos cuantos samurais que tenían bajo control gran parte de lugar. Desde su corta llegada, no se había llegado a percatar de eso y tampoco sabía si eso le iba a impedir lograr el cometido en común que tenían con la bestia con cola.

—Shukaku, ¿cual es el lugar que más te gusta? — señaló un conglomerado de bares que habían por la calle que estaban transitando. La mayoría de locales tenían un estilo más rústicos, totalmente contrapuestos a los lugares que ella conocía en Ame. —Nunca estuve por aquí y menos en un bar tomando. Quizás puedes tener mejor referencia que la que tengo yo.

Shukaku no tenía un lugar, Shukaku tenía varios.

—Lo importante es evitar cierta pizzería de mala muerte. Este —dijo, señalando con una garra a Datsue—, y dos compatriotas tuyos fueron una vez y no pararon de potar toda la tarde. ¡Fue grotesco hasta para mí! ¡JIA JIA JIA!

—Tampoco hace falta que lo airees todo —farfulló Datsue, malhumorado.

No tardaron mucho en encontrar un buen bar, plagado de gente —síntoma inequívoco de que era bueno— y no demasiado ruidoso. En verdad, en el valle de los dojos, casi nada era demasiado ruidoso. Todo estaba controlado por la mano férrea de los samuráis, regidos por el honor y un código ya moribundo en Ōnindo, por mucho que luchasen por preservarlo.

Datsue se fue a sentar en una esquina, eligiendo un sitio más escondido y refugiado para dar la menos nota posible con aquel par.

—Dime, Jun, ¿hace mucho que llevas esa placa? —preguntó, en referencia a la bandana ninja.

—Más que de mala muerte, de mala suerte ¿Cómo haces para ponerte tan mal en una pizzería? — acotó luego de la característica risotada del Ichibi.

La particular escena de un lugar con mucha gente y poco barullo, ya le empezaba a generar una cierta molestia o, incluso, incomodidad. El Valle se destacaba por esto, pero la chica no llegaba a acostumbrarse al ambiente. No iba a demostrar su disconformidad ni mucho menos, por lo menos por ahora.

Jun siguió a la dupla hacia los adentros del lugar, donde el Uchiha decidió ir a sentarse a un lugar bien pegado a una esquina. Aún mostraba sus deseos de no llamar mucho la atención y la chica ya no sabía si era por vergüenza a ella y Shukaku o por otro motivo en especial. Aunque, para empezar, él fue el que estaba peleando con un biju en medio de la calle por cuestiones económicas.

Fue a sentarse en un lugar cerca de Datsue y, al hacerlo, estiró un poco sus brazos y piernas.

—Realmente, no. Hace unos pocos meses nada más. Se nota, ¿no? — lo miró de reojo, con una media sonrisa en la cara. —Porque a ti se te nota que no eres novato, Hijo del desierto.

Y no lo decía simplemente por su apariencia y físico, sino por las actitudes que fue mostrando en su corto trato con ella. Sacando el primer encuentro donde estaba blasfemando a su compañero, con ella había actuado de una forma muy madura.

Pues comiendo como un cerdo y luego haciendo el cabras, era la respuesta que buscaba Jun. Datsue, sin embargo, optó por darle un encogimiento de hombros y hacerse un poco el loco.

—Se te nota un poco, sí —tuvo que reconocerle—. Como a casi todos los que empiezan. Sobre mí, no, estoy lejos de ser un novato a estas alturas. Pero oye, tampoco un veterano, ¿eh? Soy demasiado joven para eso. Digamos que estoy en mi cénit.

Un muchacho con pecas vino a pedir la consumición, bloc de notas y bolígrafo en mano.

—Una amecola zero para mí, si es tan amable.

—A mí me traes un ron añejo del Silencio. Etiqueta negra. Diez años.

—Bastará con una etiqueta normal —protestó Datsue.

—No, no. Hazme caso a mí por lo que te conviene… Soy el que paga. ¡JIA JIA JIA!

El camarero tuvo un escalofrío al escuchar aquella risa. Shukaku, todavía ataviado con su sombrero, ocultaba sus formas y su verdadero aspecto, pero su voz estaba lejos de estar camuflada.

Cambiando el peso de una pierna a otra, incómodo, miró a Jun para terminar de tomar el pedido.

Atenta, quizás más de lo que solía hacerlo, se quedó oyendo lo que le iba a decir el Uchiha. Y, quizás, no era lo que se esperaba que le dijese.

—... Sobre mí, no, estoy lejos de ser un novato a estas alturas. Pero oye, tampoco un veterano, ¿eh? Soy demasiado joven para eso. Digamos que estoy en mi cénit.

La chica no sabía si el chico era muy creído o, ciertamente, estaba en su mejor momento. No parecía ser muy ególatra y, además, que un bijuu este consigo era sinónimo de que no era un don nadie. Hablando de eso, ¿qué hacía el Ichibi al lado de un shinobi? Según lo que le habían contado a ella, los bijuu eran bestias incontrolables y tremendamente destructivas ¿Acaso Datsue había podido domar a esa bestia? ¿Solo eran amigos y ya? Claro, la verdadera respuesta no era ninguna de esas, pero Jun no recordaba en ese preciso momento la existencia de los jinchurikis, a pesar de que ya le habían platicado sobre eso. Claro, si recordaba lo de los jinchurikis, digamos que no tendría sentido que el bijuu este fuera de la persona. Pero eso tenía otra explicación más.

No mucho más tarde, aparecería el camarero, preparado y listo para su tarea. Quizás no tan preparado para escuchar a Shukaku, ya que se le notó un poco nervioso al escuchar esa tan extraña risa. El muchacho no tardaría en mirar a Jun para tomarle el pedido.

—Lo mismo que el señor de sombrero. — dijo con una sonrisa en la cara, sin siquiera saber la mitad de lo que había dicho la bestia.

En el momento que el mesero se retirase, la cara de Jun cambiaría a una un poco más seria, como no muchas veces se la ve.

—¿Les puedo preguntar algo? — alternaba la mirada entre los dos. —Hay unas cosas que no entendí cuando peleaban ¿Qué es lo que nos une?

Datsue y Shukaku iban a responder, pero el camarero seguía allí. Parecía que algo no terminaba de encajarle.

—Ehm… Disculpa, pero no puedo vender alcohol a menores.

Datsue apenas pudo contener una risotada, que se le escapó entre los dedos. En sus días de desfase, hubiese discutido con aquel hombre y le hubiese contado los mil y un motivos por los que aquella kunoichi tenía derecho a una botella de ron tanto como cualquier otro adulto. Pero aquellos días habían pasado, y aquella no era una guerra que le correspondiese luchar.

Se recostó hacia atrás y esperó a ver cómo reaccionaba Jun. Shukaku tampoco tenía pinta de interceder por ella, por el momento.

Jun estaba tan concentrada en lo que iban a responder Datsue y Shukaku, que al interrumpir el mesero parecía que la había sacado de un trance o algo.

—Ehm… Disculpa, pero no puedo vender alcohol a menores.

La chica bufó, algo molesta por la intervención del mesero. No solo porque le estaban negando algo, sino porque estaba a punto de escuchar algo importante. Y las risas contenidas del Uchiha solo hicieron meter más leña al fuego, llegando a ser el punto de quiebre de la calma de la amejin.

Normalmente, en otra situación, quizás habría hecho una broma o hubiera intentado disuadirlo. Pero no iba a ser así en esta situación. Sus ojos se clavaron inmediatamente en el pobre trabajador del lugar.

—Encima de interrumpir, molestas. Me vas a vender porque soy una kunoichi de Amegakure. — su voz se había tornado bastante más seria e intimidante. En su cara, aunque visiblemente molesta, se podía divisar una "sonrisa amejin". —¿Entendido?

El muchacho tragó saliva, asintió y dio media vuelta. Aparentemente había entendido. Shukaku se descojonó por debajo del sombrero.

—Con qué poco se asustan los humanos.

Datsue se encogió de hombros. Había de todo. Cobardes y asustadizos, sí. Pero también gente tan loca e inconsciente que no le temía a nada. Ni tan siquiera a su propia muerte. Y eso tenía, desde su punto de vista, mucho más valor que el bijū de turno que se cree indoblegable. Cuando, de alguna manera, no puedes morir, ser valiente se vuelve de pronto mucho más sencillo.

Pero prefirió no debatir sobre el tema.

—Sobre tu pregunta, Jun, ¿supongo que estás familiarizada con la palabra jinchūriki? —Si aquella placa que llevaba encima era suya y no robada, tenía que saberlo—. Pues eso fue lo que nos unió. Al menos, al principio.

La voz de Shukaku la hizo volver en sí misma, dándose cuenta, por la reacción del mesero, que quizás se había pasado un poco. Entendía lo que decía el Ichibi en cierta parte, teniendo en cuenta que los bijuu se le suele tener miedo y respeto por el poderío que manejan. Sin embargo, no es la única forma de "asustar" o intimidar a las personas, y este era un ejemplo claro. Digamos que Jun no demuestra tener mucho poder y tampoco impone mucho físicamente, pero las formas de actuar y, sobre todo, tener una chapa de metal que diga que terminó la academia ninja, imponen cierto respeto hacia la gente común y corriente.

En el momento que escuchó la palabra "jinchūriki", no pudo evitar dar un chasquido con los dedos. Eso era lo que se le estaba pasando por alto. Aunque...

—Si, ahora pude recordar al nombrarme esa palabra. Supongo que es difícil para ambos vivir así, ¿no? — se quedó mirando a ambos durante unos segundos, con una pequeña confusión que se le acababa de cruzar por la cabeza. —Pero, espera, ¿no deberías estar sellado dentro suyo? ¿O puedes salir cuando se te de la gana? ¿O hay algo que no entiendo sobre los jinchūriki? — preguntó al bijuu.

—¡JA! ¿Sellado yo dentro de él? ¡Pregúntale al último que intentó retener al Gran Shukaku, a ver cómo le salió! ¡Pregúntale si es que puedes hablar con los muertos! ¡JIAJIAJIAJIÁ!

Datsue apartó la mirada, incómodo por el tema de conversación. Entendía a Shukaku y el rencor que tenía por aquellos que habían intentado retenerle, pero aún así no le gustaba que hablase así de compatriotas suyos. Algunos de ellos, meros chavales que probablemente habían sido obligados a hacerlo, como él en su día.

—No pienses mal, yo no maté a ninguno. ¡JIA JIA! Solo provoqué el suficiente pánico en ellos para que no quisiesen volver a quedarse dormidos nunca más. Y solo hay una solución para algo tan eterno… —Sonrió con malicia, y dejó que la palabra suicidio acudiese a la mente de la chica sin él mencionarla.

Datsue carraspeó.

—Llegamos a un acuerdo, Shukaku y yo. Él es libre de salir cuando quiera. Podría tomar control de mi cuerpo, si quisiese. Podría incluso matarme, si esa es su elección. Pero es algo que no hará, porque hace tiempo que se ha dado cuenta de la cruda realidad.

No sabía muy bien como reaccionar a lo que le contaba Shukaku, las constantes risas y la fina línea entre el chiste y lo trágico, no concordaban con lo serio que era el tema. Estaba hablando de personas que murieron por causa de él, aunque no las haya asesinado directamente. Al parecer, reaccionó de esa manera por el hecho de que querían capturarlo dentro de un ser humano. Creo que cualquier ser vivo reaccionaría de mala manera si es que lo estarían encarcelando en un lugar para el resto de su vida. No lo justificaba, pero podía llegar a entender el accionar.

—Entiendo, entiendo.

Todos los días se aprenden cosas nuevas y esos dos eran una fuente de información totalmente desconocida para Jun. El tema de los bijuu, un tema que era todo un mundo nuevo para la chica, ya que no se habla mucho de eso y ella tampoco le interesó mucho el tema en sí. Pero si era fascinante tener a uno frente suyo, hablando como sí nada.

A pesar de eso, tampoco iba a agobiarlos con más preguntas de ese índole, no quería llegar a molestarlos de más.

—¿Y que hacían en este lugar? Claro, además de pelearse por ahí por dinero.

Datsue se recostó hacia atrás y cruzó las manos tras la nuca.

—Estaba de misión —explicó—. Un marido estaba realmente preocupado por los quehaceres de su mujer. Últimamente ella pasaba mucho tiempo en casa del vecino, ¿sabes? ¿Qué faltaba sal? Ahí iba a preguntar al vecino. ¿Qué necesitaban un martillo para empotrar un armario? Ahí que iba a pedirle al vecino.

Con lo joven que era Jun, no supo hasta qué punto estaba entendiendo lo que quería decirle.

—Finalmente descubrimos el verdadero motivo y… Bueno, misión completada con éxito. Aunque diría que es uno de esos raros casos en los que el cliente no queda contento tras el cumplimento del encargo.

Ladeó la cabeza hacia un costado. Sentía que había hecho un poco largo el relato para lo que era.

—¿Te contrató para saber si le metían los cuernos? — dijo directa, sin rodeos. —¿Incluso a ti te dan ese tipo de misiones? Que basura.

No sabía si sentirse extrañada o indignada por saber que, incluso a un ninja como Datsue, le sigan dando misiones tan comunes.

—¿Cuándo llega realmente lo divertido? Bueno, no es que no me divierta ver peleas de parejas y esas cosas. Pero me aburriría si tuviera que atender muchos casos así.

Ella no era la típica que se había hecho kunoichi para vivir aventuras ni mierdas, pero la decepcionaba un poco que las misiones sigan siendo aburridas, incluso después de estar tantos años de servicio.

Shukaku soltó una carcajada.

—Pues a mí me pareció de lo más divertido.

Datsue hacía mucha broma de ello, pero no la había disfrutado. Las infidelidades le dejaban mal cuerpo, incluso cuando se producía entre parejas a las que no conocía de nada. De todas formas, prefería una misión de aquel tipo a algo con más acción como pedía Jun.

—Llegarán para ti, tiempo al tiempo. Yo este tipo de misiones las hago de tanto en tanto, y créeme, las prefiero mil veces a las que tú ansías. Las ganas de aventura, de grandes epopeyas, son muy divertidas de soñar y de escuchar. Pero cuando estás dentro de ellas… Cuando cada mala decisión que tomes implique la muerte de un cliente, un civil, un inocente… Cuando tengas entre tus brazos a un amigo al que se le escapa la vida… No, a no ser que estés puta loca, que los hay y mucho en esta profesión, no te parecerá tan idílicas como te piensas.

Ten cuidado con lo que deseas, porque podría cumplirse.