Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Después de todo el revuelo que se había montado con Uzumaki Zoku, Akimichi Yakisoba y por último Uzumaki Gouna —la cual hizo acto de presencia en el último momento—, la aldea se había sumido en un ordenado caos hasta que Gouna fue proclamada Yondaime Uzukage del Remolino. Y por fin, después de todos esos días; ella podía pasear tranquilamente por su villa sin preocuparse de nada. Volvía a estar sola en casa y las noches solían ser aburridas, incluso leer el libro que llevaba meses intentando terminar le costaba.
Así que allí estaba.
— Un... Dos... Tres... ¡AL AGUA!
Tomó carrerilla con sus pies descalzos y su nueva vestimenta recién estrenada aquella noche, con sus cabellos recogidos en una pequeña coleta alta, su hitai-ate bien atado sobre su cabeza, y el viento azotándola en la cara. Despegó del techo de aquel edificio y se puso la mano en la nariz para evitar que el agua se colase por sus fosas nasales, hasta que impactó contra el agua templada de las Costas del Remolino.
Se hundía tranquilamente, con la única luz de la luna acompañándola y después de mucho tiempo, por fin se sintió en paz. Le importaba un pimiento si su hermano aquella vez se había marchado directamente sin avisar, y también que se había gastado el dinero de la misión que Shiona —que en paz descanse— les había encomendado.
—Ahh... Lhra Mied--a... — Balbuceaba dentro del agua, donde el sonido se ahogaba. ¡Ryu ya volvería pidiendo agua en el desierto, y ella le daría pipas!
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
El tiempo era imparable. Siempre hacia delante, siempre directo hasta donde el destino nos quisiera llevar. Llevaban unas semanas que habían sido una maldita locura, pero el tiempo seguía corriendo, no les daba un margen ni un descanso. El espectaculo debía continuar aunque la directora hubiera sido apuñalada en el corazón y el subdirector un traidor demostrado y ejecutado.
A lo mejor en su momento me había dejado llevar por el odio de una forma desmedida. Pero es que no era nada justo, ahora acababa de perder tambien a quien supuse que sería mi nuevo kage, más fuerte que Shiona. El destino me demostraba de nuevo que solo la sangre de Uzumaki Shiona podía cobijar mi confianza, con Uzumaki Gouna como su sucesora.
Gouna hablaba de confiar en la paz y no abrir conflictos innecesarios con las otras villas, y eso no me convencía del todo. Todos parecían confiar en eso sin más, ¿acaso era yo el único que no podía fiarse de las otras villas?
Una rafaga de viento me sacó de mi ensimismamiento.
— Un... Dos... Tres... ¡AL AGUA!
Mi cuerpo reaccionó solo, no fue una cuestión de percepción ni de agilidad, sino que cada celula de mi cuerpo quería verla, y así en un milisegundo me encontraba de pie, observando como la silueta más hermosa de la villa se dirigía hacia el mar.
Saltó desde un edificio cercano hasta aterrizar en el agua, por primera vez, el tiempo pareció ralentizarse cuando la luz de la luna se reflejó sobre la figura de Furukawa Eri. Tan hermosa, tan radiante, tan inocente, tan feliz. Todas mis dudas sobre mis decisiones politicas y etica extranjera desaparecieron igual que un Bunshin, con una nube muda.
Ahora, mi cuerpo se deleitaba de haber visto lo que había visto y mi mente se pausaba en mi eterno dilema. ¿Qué le digo a Eri?
Una lagrima cayó por mi mejilla mientras mis ojos seguían clavados en el punto exacto donde la luna y la perfección se habían cruzado. La escuchaba chapotear, el tiempo había seguido adelante y yo era el que se había parado, de nuevo.
Apreté los puños a la par que los dientes, quería ir, quería decirle todo lo que pienso, todo lo que llevo pensando desde hace tanto. Que la quiero, que quiero tener el honor de ver su sonrisa durante el resto de su vida, que quiero ser el guardían de su felicidad, que quiero saberlo todo sobre ella, qué piensa, qué siente, qué le gusta y qué no y por qué. Que sin ella no sé si vale la pena Uzushiogakure ya. Que quiero decirle un montón de cosas que significan exactamente lo mismo pero de una forma más bonita y más perfecta cada día para intentar reflejar la imagen que mis ojos me transmiten de ella.
Hasta que algún día, consiga que de mi boca salgan las palabras exactas, en una combinación tan bella que haga llorar a los sordos por no poder oirlas, y en ese momento, con ella como musa y como madre de dichas palabras, pueda entender cómo puede una chica tan bondadosa ser tan hermosa, cómo he podido deleitarme con su visión divina siendo yo tan humano y miserable, qué clase de dios bondadoso me dio tal regalo.
Y qué clase de demonio encadenó mi mente a un cuerpo que se paraliza cuando pienso en decirle estas palabras a ella.
Ahí me quedé, con los pies descalzos clavados en la arena y los ojos clavados a esos pies, chillandoles en silencio que se movieran. Con la capucha de la sudadera negra puesta y una camiseta carmesí de manga corta debajo, unos pantalones igual de negros que la sudadera e igual de cortos que la camiseta y nada más. Sin bandana, sin portaobjetos y sin Kodachi.
Emergió del agua tan pronto como sus pulmones comenzaron a demandar oxígeno. Tomó varias bocanadas mientras se retiraba los mechones de su flequillo que se adherían a su frente sin permiso y luego observó a su alrededor: por la noche todo parecía más tranquilo y pacífico. Moldeó chakra en sus manos y sus pies para comenzar a andar por el agua del mar que se encontraba igual de tranquila que la noche en la que ambos se encontraban.
Dio una pequeña vuelta sobre su pie izquierdo, como danzando sobre el agua, con los ojos cerrados mientras disfrutaba del refrescante chapuzón que acababa de darse mientras las gotas de agua caían de sus cabellos y su ropa, pegada prácticamente a su figura, ondeaba con cada movimiento.
No fue hasta que dio otra pequeña vuelta que vio a alguien en la playa, una persona que ocultaba parcialmente su rostro por culpa de la capucha que llevaba puesta y la luz de la luna que solo iluminaba ésta parte de las sudaderas. Sus mejillas se encendieron aunque no se podía apreciar su color, pero ella lo sabía pues le quemaban prácticamente.
Caminó prácticamente a zancadas hasta la orilla y se sacudió el pelo con su mano dominante mientras miraba de reojo al repentino espectador que había tenido la desgracia de ver a una bailarina aprendiz hacer el ridículo sobre aquel escenario acuático.
Lo peor era cuando no sabía si decir algo, un buenas noches, o simplemente salir corriendo como si nadie hubiese visto nada, así que se quedó allí, intentando reconocer a la persona que tenía delante mientras se deshacía de todo el agua que cubría su cuerpo.
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Antes de que pudiera pensar, Eri había salido del agua y se acercaba a mi, aún sin saber que era yo. Tenía poco tiempo, mucho menos del que me hubiera gustado, pero ya era hora de hacer algo. La parsimonia es para perezosos y marsupiales, Amenios y Kuseños, gente debil y con problemas rectales. Y sabe Dios que mi recto funciona perfectamente.
La cuestión era que mis palabras no funcionaban, nunca, con nadie. Así que ¿con qué clase de confianza le suelto un sermón sobre belleza y sentimientos profundos a la chica más perfecta de la villa? ¿Qué combinación de palabras bellas puede impresionar a alguien que es la belleza personificada? Era consciente que si alguien era capaz de hacer tal cosa, ese no era yo.
Yo era uno más. Un gennin que mira perplejo como los candidatos a kage son asesinados por las hijas de la antigua kage, sabiendo que no tiene poder ni voto sobre lo que ocurre. Por mucha voluntad de que nadie salga herido que tenga, no va a cambiar nada. Una persona más pegada al suelo por una ley que no puede controlar. Y ver a Eri-chan, me hacía desear desafiar todas las leyes, a todos los kages y toda la logica.
Ya no se trataba de su apariencia, divina y angelical, o de su personalidad, pura y angelical, ni siquiera de que fuera perfecta en todos los sentidos habidos y por haber. Era el brillo en sus ojos al sonreir, era su forma de sujetar el kunai, era su postura al lanzar un shuriken. Como si en cada gesto, tuviera una forma de ser impresionante.
Me acerqué a ella quitandome la capucha y clavando mis ojos en los suyos. Quería ser capaz de estar a su lado, y para ello, tendría que vencerme a mi mismo primero.
— Eri-chan, soy yo. Quiero decirte algo.
Le cogí una mano con mi mano, estaba tan fresquita que me dio un escalofrio, pero no me detuve.
— Llevo tiempo queriendo decirte que eres impresionante, que eres preciosa y que tu forma de hacer las cosas es inimitable. Y pase lo que pase a partir de ahora no quiero arrepentirme cada día de no haber hecho esto, solo de no haberlo hecho antes. Yo te amo, Furukawa Eri.
No dudé, ya había dudado mucho durante mi breve estancia en este mundo. Nuestra kage había muerto y ahora habían matado a un traidor candidato a kage. El mundo se estaba volviendo loco, y antes de que su locura me alcanzase... Tiré de su mano con fuerza y con la otra mano acerqué su cara a la mia con suavidad,
La silueta pareció reaccionar antes que ella, que permanecía inmóvil, machacando a sus ropas una y otra vez para que dejasen de gotear. Se acercaba tranquilamente mientras se deshacía de la capucha que impedía saber su identidad, revelando unos ojos que ya conocía y que, sin embargo; aquella noche se les antojaban tristes, conmovidos, alejados de aquel brillo que caracterizaba a aquel rubio que se encontraba caminando hacia ella.
— Eri-chan, soy yo. Quiero decirte algo.
— ¿Nabi-kun?
No sabía por qué pero sus palabras habían hecho que su corazón comenzase a latir a más velocidad, quizá por la vergüenza al ser descubierta en plena noche danzando sobre el agua del mar, o porque venía especialmente a hablar con ella de algo, decirle algo a ella... Tragó saliva y asintió con el corazón latiéndole aun más rápido en su pecho, encerrado en aquel pequeño lugar ansiando saber qué quería decirle aquel chico.
Cuando tomó su mano notó un cosquilleo en la yema de sus dedos, algo casi imperceptible y a la vez tan placentero que no se opuso ante el contacto, sin perder el contacto visual entre ambos.
«¿Por qué estoy tan nerviosa?»
— Llevo tiempo queriendo decirte que eres impresionante, que eres preciosa y que tu forma de hacer las cosas es inimitable...
«¿Por qué me está diciendo eso?»
— Y pase lo que pase a partir de ahora no quiero arrepentirme cada día de no haber hecho esto, solo de no haberlo hecho antes...
«¿Arrepentirse de qué? ¿Se va a morir? ¿Se va a trasladar a Ame y viene a decírmelo? Pero... Pero no quiero que se vaya...»
— ... Yo te amo, Furukawa Eri.
—Oh. — Fue como un suspiro entre sorpresa e incertidumbre, pero no pudo decir nada más ya que Nabi había tirado de ella lo suficiente para que sus rostros quedasen a nada de distancia, con su mano libre tomó su cara y la fue acercando lentamente, y mientras tanto Eri...
Eri era un cúmulo de emociones por explotar, algo en su interior revoloteaba, como si de un pájaro enjaulado se tratase mientras acariciaba con sus plumas su estómago y su corazón... Su corazón quería abandonarla en aquel momento, saltar de su pecho y huir de lo rápido que iba. Aun tenía los ojos abiertos y clavados en los de color caramelo de Nabi que cada vez se acercaban más a ella...
... Hasta que el tiempo se detuvo para ella cuando sus labios se encontraron.
Y fue como si el pájaro enjaulado explotase en miles de mariposas revoloteando en su interior, como si su corazón, nervioso; se fuese relajando por el tacto de la piel de Nabi contra su rostro, o como si simplemente algo dentro del mismo se activase tras la confesión del Senju, algo que dormía profundamente y que no había despertado hasta ahora.
Y por ese algo, la joven posó sus manos sobre el pecho del chico y se dejó llevar.
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Años me pasé pensando en como plasmar su belleza con palabras, pensando en cómo debería decirle lo que sentía, lo que pensaba. Años no tomando ningún riesgo, pasando desapercibido agradeciendo poder pasar cada día en la misma aula que ella. Entonces la academia se acabó, y con ella los días a su lado.
Desde que me convertí en genin, pensaba más en ella de lo que admitiré jamás. Al perdera Shiona-sama, me sentía como si no tuviera nada que perder por arriesgarme, pero no era más que una excusa. Ya no aguantaba ver a Eri solo de vez en cuando, cuando casualmente coincidiamos por las calles de la aldea. Quería ser el shinobi que se refleja en sus ojos cuando me mira, cualquier otra versión mía es inferior como un Kuseño en un examen intervillal.
Tenía mucho que perder, su confianza, su amistad... Lo sabía pero lo ignoré por la posibilidad de ganarme el derecho a compartir sus labios durante unos segundos, a compartir todas las horas de mi vida con la única persona a la que quería darle toda mi atención. A poder estrujarme el cerebro durante el resto de mi vida para buscar una forma de hacerle entender que nadie la vera jamás tan hermosa como yo la veo.
Mis labios encontraron los suyos, ella dudó, yo me mantuve firme. Sus labios eran tan suaves y blanditos como me había imaginado, besarla era mucho más dulce de lo que pude haber soñado alguna vez. Y cuando correpondió mi beso y cerró los ojos posando sus manos en mi pecho supe que todo era una mentira.
No iba a encontrar una forma de describir cómo la veía, solo era una excusa para pasar el resto de mi vida a su lado y pasarme ésta admirando su rostro angelical.
Tras unos segundos besandonos bajo el cielo estrellado, separé mis labios de los suyos, no porque quisiera, sino porque la incertidumbre me estaba matando.
— Eri-hime, ¿quieres ser mi novia? A lo mejor esto debería haberlo dicho antes de besarte, lo siento.
Le susurré sin separar nuestros labios más de lo necesario para poder hablar, mientras mis ojos buscaban los suyos y sonriendo como un idiota. El sentimiento que había plantado en mi aquel beso me obligaba a sonreir indiferentemente de que estuviera en la situación más tensa que había vivido jamás. Un sentimiento llamado felicidad.
26/05/2017, 19:00 (Última modificación: 26/05/2017, 19:11 por Uzumaki Eri.)
Después de corresponder sin saber muy bien ni cómo ni por qué, solo guiándose por ese algo que incitaba a que no se separase de aquel chico. Sin embargo, todo lo que empieza termina en algún momento, por lo que Nabi, de una forma tan dulce que comenzaba a picarle los labios de aquel extraño dulzor; separó sus labios de los suyos lo suficiente para hablar de nuevo.
— Eri-hime, ¿quieres ser mi novia? A lo mejor esto debería haberlo dicho antes de besarte, lo siento.
Y Eri abrió los ojos para encontrarse con la sonrisa de su acompañante, y por fin reparó en él: sus cabellos, tan rubios y desordenados como siempre, habían crecido desde la graduación y ya demandaban un buen corte de pelo, sus ojos, de un color marrón acaramelado, estaban ahí, abiertos y expectantes a la respuesta de la joven kunoichi que se encontraba inspeccionando la cara del Senju.
Luego reparó en su sonrisa, era una sonrisa normal, curvada, feliz...
Y se dio cuenta de que Nabi no era lo que siempre había soñado, ella soñaba con alguien caballeroso, amable, gentil, guapo y fuerte, cualquier cliché de los que encontramos siempre en los cuentos para niños o en las series de televisión, quizá alguien como Senju Riko. Sin embargo... Ella no necesitaba a Senju Riko ni esos tópicos para sentirse como se sentía ahora: querida, reconocida por ser alguien y sobre todas las cosas... Feliz.
Ella se podía quedar con Senju Nabi, no era un caballero, ni un shinobi legendario, pero era Senju Nabi, y no parecía necesitar nada más.
— Esto... Yo... Uhm... Erh... Me... — Lo peor, sin duda, era explicar con palabras lo que acababa de descubrir, seguramente porque su corazón latía demasiado rápido o porque sentía que acababa de olvidarse como hablar... «¡Di algo!» — ¡Qu-Quiero dangos!
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Eri-hime solo se quedó mirandome, sus ojos se pasearon por mi rostro como Pedromaru por su casa, y eso me preocupaba. Aún así no podía dejar de sonreir, como un niño que ha pisado una mierda pero tiene una piruleta, el pie le olía a mierda pero estaba feliz porque se estaba comiendo una piruleta. Solo que en vez de una piruleta era el fuego interno que ardía apasionado por haber besado a Eri-hime, de mi lista de cosas por hacer antes de morirme ya solo quedaba matar a la Amekage y el Kusakage.
Sin embargo, era consciente de que si miraba mi rostro se diera cuenta que solo era un chaval del montón, músculos ¿eso qué era?, ¿delicadeza? No en mi cara. Siempre había asumido que mi pelo tiene más protagonismo que mi apariencia y mis palabras.
— Vaaaaale... No sé donde vamos a encontrar dangos a estas horas pero ¡se intentará!
En ese mismo instante una voz resonó desde la calle que conectaba las casas a primera linea de playa.
— ¡Dangos para paseos nocturnos! Ricos dangos antes de irse a dormir.
Era bastante increible que hubiera un vendedor de dangos cerca, seguramente Eri había olido los dangos y por eso me los había pedido, sino todo esto sería un poco demasiado casualidad. Qué olfato tiene Eri-hime, se nota que es de una raza superior a los humanos normales y corrientes.
— Espera aquí, yo voy a por los dangos.
Dicho eso iría tras el hombre dangero, apareciendo unos segundos más tarde con una cajita con dos palos de tres dangos cada uno cubiertos con una capa de salsa dulce que no voy a destripar sus ingredientes porque no soy chef y no tengo ni idea sobre cómo se hacen los dangos.
— Ten, coge los que quieras.
Una vez le hubiera ofrecido los dangos y ella hubiera cogido uno de los palos o ambos, me sentaría en la arena esperando que ella me imitase.
— ¿Qué hacías bañandote a estas horas, Eri-chan? Vas a coger un resfriado.
— Vaaaaale... No sé donde vamos a encontrar dangos a estas horas pero ¡se intentará!
«¡Tenías que contestarle a su pregunta, ahora pensará que eres tonta o algo! ¡O quizá que lo has rechazado! ¡Tonta, tonta, tonta, tonta, tonta»
— Ten, coge los que quieras.
La joven parpadeó varias veces, incrédula pues al final, el chico había hecho magia o algo y había invocado pequeñas bolitas en palos que seguramente eran dangos solamente porque ella los había demandado. Se sonrojó al instante porque no había prestado atención a cómo el Senju había conseguido su comida favorita, pero no podía decir que no, así que tomó uno de los palillos y dejó el otro para que él compartiese aquella comida con la de cabellos púrpura.
Al pegar el primer mordisco fue como si comenzase a tranquilizarse y a formar frases coherentes en su cabeza para poder reproducirlas correctamente a la hora de hablar, parecía fácil, decir gracias o algo.
— ¿Qué hacías bañandote a estas horas, Eri-chan? Vas a coger un resfriado.
—Sí. — «¡PERO QUÉ COJONES ESTOY DICIENDO!» Acababa de contestar a la primera pregunta, bien, vale, ahora Nabi si no pensaba que era retrasada o algo simplemente se había ganado el cielo.
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La única reacción que conseguí de Eri-hime fue un sonrojo y que cogiera un palo de dangos y le diera un mordisco, ni siquiera se había sentado y cuando le dije lo del resfriado me dijo que sí. Asín que me levanté, me quité la sudadera, quedandome con mi camiseta carmesí de manga corta con el simbolo de Uzushiogakure a la espalda y se la puse por encima a ella.
— Ya está, así no cogeras frio. Aunque el frio es lo tuyo así que no sé si eso es bueno o no.
Me quedé parado enfrente de ella, no estaba muy seguro de qué más hacer o decir y ella no es que no le diera muchas pistas, es que no le daba ninguna. ¿Estaba pensando en como mandarme a la mierda educadamente? ¿Estaba en estado de shock? Si así era, ¿eso era algo bueno o algo malo? ¿Y si le había cortocircuitado el cerebro para siempre?
— Eri-chan... respecto a lo de antes... Quiero que sepas que no pasa nada si dices que no. Supongo que me he dejado llevar, si quieres podemos hacer como que nada de esto ha pasado y ya. Solo tenía pensado decirte que siempre he admirado tu forma de ser y he querido estar a tu lado y te amo, pero una cosa ha llevado a la otra y bueno... Que si estás incomoda me voy y ya está.
El otro palo de dangos aún estaba en la caja, mi estomago estaba totalmente cerrado, de hecho estaba más que cerrado, sellado por arriba, presionando por abajo. Dejé pasar los segundos, esperando alguna reacción de ella mientras miraba sus brillantes ojos gracias a la luz de la luna. Dijera lo que dijera y pasara lo que pasara, yo ya había dicho lo mio. Atosigar no era bueno ni sano.
Pero cada segundo que pasaba se me ocurría una forma mucho mejor de expresarme que la maraña de cosas inconexas que había soltado.
«Creo que he metido la pata...» Alegó mientras miraba el palo de sus dangos. Sí, había sido todo demasiado repentino y tan surrealista que le estaba costando asimilarlo, pero... ¿Qué debería hacer? Sin embargo, pese a estar sumergida en sus pensamientos algo caliente rodeó sus hombros y pronto se vio envuelta en un trozo de tela oscura, levantó los ojos y vio como Nabi quedaba en manga corta.
Mordió su labio inferior y volvió a mirar el palillo, de repente no tenía más ganas de comer aquello. ¿Qué estaba haciendo? Apretó su mano, intentando decidir qué hacer, pero todo lo que sentía era como su mente nublada no quería reaccionar ante aquello.
— Eri-chan... respecto a lo de antes... Quiero que sepas que no pasa nada si dices que no.
«No...»
Él había comenzado a hablar de nuevo, sí, seguramente estaría dolido porque ella no había respondido nada y sin embargo allí estaba, sin decir nada; y el pobre Senju pensando que estaba incómoda y siempre pensando en su bienestar... Como siempre, siempre acudiendo a su ayuda, y ella no pareció verlo.
—Que si estás incomoda me voy y ya está.
— No te vayas... — Pidió mientras levantaba su mano libre y sujetaba la camiseta de Nabi con fuerza, arrugándola. — Es que... No sé qué decirte... Yo... Yo no sabía nada, Nabi-kun. — Consiguió decir mientras no perdía de vista los dos dangos que tenía, como si fuesen lo más interesante del mundo. — Nunca había pensado en esto... Y sin embargo, ahora no sé por qué mi corazón va tan deprisa... Y me siento muy feliz... Es como algo nuevo que nunca había sentido...
Levantó los ojos, un poco acuosos, las lágrimas se acumulaban en ellos sin su permiso, por el nerviosismo y la mezcla de emociones que acababa de descubrir tenía dentro de su corazón.
— Pero... Yo... Yo quiero estar contigo, quiero... Quiero seguir sintiéndome así, y eres tú quien ha hecho que sienta esto... Por eso...—suspiró—Dame una oportunidad, Nabi-kun.
Volvió a apretar, esta vez con más fuerza; la camiseta de Nabi, y sin pensárselo tiró de ella hasta que pudo refugiarse en el pecho del Senju, rodeándole con el brazo en el que tenía sujeto con la mano el palo con la comida, sin embargo no deshizo el agarre que mantenía con la otra, sujetándolo fuerte para que no se fuese mientras que ocultaba su rostro sonrojado en su camiseta, queriendo quedarse así hasta que los latidos dejasen de resonar en su cabeza o que su rostro dejase de quemar.
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Su hermosa y delicada mano agarró mi común y plebeya camiseta, pidiendome que me quedara con ella. Obviamente en ese instante mi cuerpo entero se congelo, sin ninguna intención de moverse ni un solo milimetro lejos de ella. La miré, confuso, pero ella siguió mirando los dangos y hablando.
Es que... No sé qué decirte... Yo... Yo no sabía nada, Nabi-kun.Nunca había pensado en esto... Y sin embargo, ahora no sé por qué mi corazón va tan deprisa... Y me siento muy feliz... Es como algo nuevo que nunca había sentido...
Las palabras de Eri representaron una sinestesia perfecta, porque las pude oir con una dulzura que me hizo la boca agua. Como si tuviera bocas en las orejas y me metiera un bote de miel por ellas, pero esa miel no estaba hecha por abejas, sino por angeles que se dedican a cultivar el nectar más dulce incluso que la ambrosía.
La seguía mirando, atonito, mi rostro aún estaba pensando en qué cara poner cuando Eri me encaró, al borde del llanto y más roja que mi camiseta. En ese momento todos mis sistemas se resetearon para dar paso a la necesidad imperante de consolarla, pero ella no parecía querer dejarme.
— Pero... Yo... Yo quiero estar contigo, quiero... Quiero seguir sintiéndome así, y eres tú quien ha hecho que sienta esto... Por eso...Dame una oportunidad, Nabi-kun.
Otro ataque directo al corazón, otro de esos e igual acababa babeando en el suelo inconsciente de tanto placer. Por suerte, conseguí volver en mi cuando mi princesa se lanzó a mis brazos entre llantos, sentir la humedad pasar de sus ojos a mi camiseta me hizo comprender que había cosas más urgentes que celebrarlo.
Todo había sido tan rápido que ni siquiera sabía donde había dejado la caja con el palo de dangos, aunque sospechaba que la había tirado a tomar por culo cuando ví a Eri venir a abrazarme. Ahora mi brazo izquierdo la estrechaba con fuerza mientras con el diestro le acariciaba su preciosa cabecita.
— No seas tonta, soy yo el que te está pidiendo una oportunidad. Te prometo que puedo conseguir osos de peluche más grandes y poderosos... si tú quieres tener osos de peluche más grandes y poderosos, claro. Venga, calmate y acabate los dangos, que se van a recalentar, no me voy a ningún lado.
Seguía acariciando su pelo con delicadeza, tan suave, tan moradito.
— No seas tonta, soy yo el que te está pidiendo una oportunidad. Te prometo que puedo conseguir osos de peluche más grandes y poderosos... si tú quieres tener osos de peluche más grandes y poderosos, claro.
Evitó reír por la situación, pero no podía hacerlo porque simplemente no pudo evadir la imagen de aquel oso gigantesco ocupando la mitad de su cuarto. Era bastante cómico pues cada vez que entraba en ella Nabi acudía a su mente en forma de oso saludándola con voz mezclada con caramelo, o miel. Luego negó con la cabeza lentamente.
— No necesito más osos, Nabi-kun. — Murmuró en voz baja mientras seguía pegada a su camiseta ya empapada por las pequeñas lágrimas de la joven.
— Venga, calmate y acabate los dangos, que se van a recalentar, no me voy a ningún lado.
— ¡Síii! — Asintió mientras se separaba lentamente de su pecho, dejando ver una tímida sonrisa adornarse en sus labios, el agarre que mantenía en la camiseta de Nabi pareció aflojarse y la mano que lo rodaba volvió a ella junto con los dos dangos que quedaban. — Pero, Nabi-kun, ¿y tus dangos? — Preguntó señalando sus manos vacías. — ¿Quieres uno de los míos? No es justo que tu no comas... ¡Los has comprado tú!
Y estiró su corto brazo para que el rubio pudiese tomar la pequeña bolita del medio.
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Le acaricie ese maravilloso pelo aún algo humedo con cariño.
— Ya buscaré otro animal de peluche entonces. Hasta que encuentre alguno tan adorable como tú.
Era como un sueño hecho realidad pero sin el como. Poder estar abrazado a ella asín era todo lo que había podido desear cada noche desde que la conocí, ¿qué importaba que me empapara la camiseta? Como si quería moquearme de arriba a abajo por cada abrazo, solo podía ver en lo comodo que era abrazarla y las vibrantes olas de felicidad que se extendían por mis brazos al rodearla.
—Pero, Nabi-kun, ¿y tus dangos?¿Quieres uno de los míos? No es justo que tu no comas... ¡Los has comprado tú!
— No te preocupes, Eri-chan. Si yo solo quería comprarle un palo de dangos pero el anciano insistió en que me llevara dos. No tengo mucha hambre ahora mismo.
Despues de besar los labios de Eri-hime no podía permitir de ninguna de las maneras perder el sabor de ese beso, no volvería a comer ni a beber ni a respirar por la boca. Agarré delicadamente la muñeca del brazo con el que me ofrecía el dango y le puse el palo de dangos justo enfrente.
Recibir tantas atenciones y halagos en un mismo día hacía que se sintiese una persona diferente, extraña, como si todo lo que ocurría no fuese con ella o como si quizá Nabi al final dijese es una broma, te lo has tragado, jódete. Pero algo dentro de ella sabía que eso no podía ser así, porque aunque Nabi no destacase mucho más que por su cabello desordenado, era un buen chico y siempre estaba allí para protegerla.
Ojalá pudiese decir lo mismo de ella.
— No te preocupes, Eri-chan. Si yo solo quería comprarle un palo de dangos pero el anciano insistió en que me llevara dos. No tengo mucha hambre ahora mismo.
— Bueno... Vale, gracias Nabi-kun.
Así que declinó su ofrecimiento y volvió a girar su mano para que los dangos quedasen a escasos centímetros de su boca. Suspiró y tomó la bolita del medio, dispuesta a reprocharle sobre aquello cuando de repente algo comenzó a sentirse mal en su interior, era como si su cabeza diese vueltas, como si su visión se volviese borrosa y viese al Senju que tenía delante como una mancha amarilla, se llevó una mano temblorosa a su cabeza.
Y cayó redonda al suelo.
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