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Ambos se hallaban frente a la decrepita puerta, que Kazuma no dudo por un instante en abrir. Con un suave gesto, esta se corrió hacia un lateral, no sin antes quejarse esta con un estridente sonido. La pintoresca imagen que se podía observar en el interior, era tan inquietante como la del exterior.
Bajo una tenue luz anaranjada por las lamparas de aceite, se podían observar diversas figuras en el interior del negocio. Tanto hombres como mujeres en aquel lugar distinguían un largo espectro; algunos hombres eran grandes y voluminosos, llenos de cicatrices y tatuajes, otros sin embargo eran algo mas delgados y consumidos, y sin embargo, daban la misma sensación de hostilidad que los otros. Todas sus miradas se centraron en ella y su compañero debido al resplandor de luz al abrir la puerta.
—Interesante —dijo tras observar el interior—. Pasemos.
«¿I-Interesante? ¿En serio? ¿Me estas vacilando?»
— C-Con permiso — susurró de forma casi imperceptible, cerrando tras de ella la puerta y aligerando suavemente el paso, dirigiéndose hasta su compañero.
«Espero no tener que volver a verme involucrada en otra pelea de bar...» repetía en sus pensamientos una y otra vez mientras avanzaba por el local hasta Kazuma. Este se había acercado hasta la barra, Ryuko pensó que lo hizo en búsqueda de información, aguardando no quedarse en aquel lugar mucho rato, le siguió.
—¿Van a ordenar algo, forasteros? — pregunto, con una voz ruda tras la barra el camarero, mientras limpiaba entre sus manos un vaso.
—¿U-Un zumo de melocotón seria posible?— añadió intimidada levantando el dedo indice tembloroso.
No le apetecía ninguna bebida o comida en aquel instante, bastante tenia con no hacerse sus necesidades encima, pero decidió aceptar la invitación, con la esperanza de que el remedio no fuera peor que la enfermedad.
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—¿U-Un zumo de melocotón seria posible?— añadió intimidada levantando el dedo indice tembloroso.
El sujeto tras la barra le miro con extrañeza y levanto los hombros en señal de indiferencia, pues pedir aquellas cosas extrañas era algo típico en los forasteros. Luego observo al peliblanco, esperando que pidiese algo igual de extravagante.
—Yo quiero unas gachas de avena, para sacarme el frio de encima.
—Eh... Si, no tardara —Miro de reojo a Kazuma, sintiendo familiar aquella forma de pedir las cosas.
El hombre se retiró hasta desaparecer en las sombras de lo que debia de ser la cocina, refunfuñando un tanto por tener que hacer gachas y picar melocotones. Prefería simplemente servir un trago de alcohol y ahorrarse trabajo. Aunque aquello era mejor que darles una mala dosis de licor y que resultasen ser de aquellos extranjeros revoltosos y problematicos. Puso a hervir una olla de leche y comenzó a deshuesar la fruta, mientras sentía crecer su curiosidad sobre aquel par de recien llegados.
—Te vez un poco fuera de lugar —bromeo Kazuma, mientras se sentaba a la barra y giraba una silla para su acompañante, invitandole a acomodarse bajo la macilenta luz—. Vamos siéntate y descansa un poco, llamaras la atención si te mantienes tan alerta.
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Por la reacción del camarero, Ryuko determinó que desde luego había metido la patada, pero a este no pareció importarle demasiado. «El dinero es dinero, supongo.»
—Yo quiero unas gachas de avena, para sacarme el frio de encima — añadió su acompañante poco después.
—Eh... Si, no tardara —Miro de reojo a Kazuma, sintiendo familiar aquella forma de pedir las cosas.
Y acto seguido, este se retiro, fundiéndose en las sombras de la penumbra, dirección a la cocina. Blasfemando y maldiciendo por ambos platos que tenia que preparar desde cero, mientras seguramente se preguntaba una y otra vez, en que momento le pareció buena idea atender a dos extranjeros; y mas aún de temprana edad cuando seguro no tenían edad todavía para empinar el codo.
—Te vez un poco fuera de lugar —bromeo Kazuma, mientras se sentaba a la barra y giraba una silla para su acompañante, invitándole a acomodarse bajo la macilenta luz—. Vamos siéntate y descansa un poco, llamaras la atención si te mantienes tan alerta.
— Uuuh... Tal vez tengas razón — aceptó la invitación, y se sentó a su lado, todavía algo nerviosa.
Poco despues, Ryuko comenzó a mirar sus alrededores, intentando disimular observando las paredes, el techo y alguna lampara de vez en cuando, hasta que no pudo aguantarlo mas y se dirigió nuevamente hacia Kazuma.
— Geeeez... ¿Como puedes aguantar este lugar? Todos nos miran como bichos raros, pero a ti se te ve muy suelto y comodo. — susurró colocando una mano en su propia mejilla, con la esperanza de que nadie la viera cuchichear y arqueó una ceja en señal de duda, esperando una respuesta tranquilizadora.
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— Geeeez... ¿Cómo puedes aguantar este lugar? Todos nos miran como bichos raros, pero a ti se te ve muy suelto y cómodo. — susurró colocando una mano en su propia mejilla, con la esperanza de que nadie la viera cuchichear y arqueó una ceja en señal de duda, esperando una respuesta tranquilizadora.
—En realidad, siendo que vienen de un lugar que desconocen totalmente, en realidad es normal que los foráneos les parezcan bichos raros —señaló, arrojando una mirada distraída a las sombras del local—. Esta gente tiene vidas monótonas y tranquilas, y no les gusta que nadie altere ese orden; por eso están siempre atentos a los posibles problemas que puedan causar los visitantes.
Dudo por un instante y tamborileo la madera de la barra con sus dedos, como pensando en las palabras de la muchacha. Lo cierto es que había pensado que un ambiente de recelo general era algo habitual, pero allí parecía haber algo más que eso, algo sutil y difícil de definir.
—Aunque si están un poco más alertas de lo que corresponde —reconoció—; pero mientras mantengamos las interacciones al mínimo no habrá problemas.
De entre las sombras surgió el tendero, llevando en una bandeja de madera desgastada el pedido de ambos muchachos: uno era un zumo de melocotón espeso y espumoso, de preparación sencilla; el otro era un tazón con unas gachas humeantes y viscosas. Ambas preparaciones estaban acompañadas por el típico pan de pueblo, pequeñas esferas medio dulces y ligeras.
El hombre detrás de la barra esperaría a que comenzasen a comer para dirigirles la palabra:
—Y entonces…, ¿Qué trae a un par de chicos a un pueblo como este? —pregunto, con naturalidad y un interés no tan casual.
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—En realidad, siendo que vienen de un lugar que desconocen totalmente, en realidad es normal que los foráneos les parezcan bichos raros —señaló, arrojando una mirada distraída a las sombras del local—. Esta gente tiene vidas monótonas y tranquilas, y no les gusta que nadie altere ese orden; por eso están siempre atentos a los posibles problemas que puedan causar los visitantes.
«Si tu lo dices... » Pensó rezando porque mereciera la pena aquel incomodo lugar.
—Aunque si están un poco más alertas de lo que corresponde —reconoció—; pero mientras mantengamos las interacciones al mínimo no habrá problemas.
Poco después, del mismo sitio por el que se había esfumado, apareció el camarero. Con una mano sostenía un plato humeante con gachas, y en el otro una gran jarra utilizada siempre para servir cerveza, pero el contenido de esta divergía bastante pese a parecer bastante espumoso.
Con el mismo silencio con el que se marcho, volvió hasta dejar los platos correspondientes a sus comensales. Ryuko observo la jarra de zumo dubitativa, tenia una gran cantidad de espuma y el color anaranjado era intenso, tenia muy buen aspecto, pero si eso sabía igual de mal que la gran masa de músculos que tenia al lado opuesto de Kazuma, no sabría que hacer para salir de aquel embrollo sin quedar mal delante del camarero.
—Y entonces… ¿Qué trae a un par de chicos a un pueblo como este? —pregunto, con naturalidad y un interés no tan casual.
—Yo... Me perdí —añadió con pesimismo; Oda estaba harto de regañarle por ello, ya no solo se perdía en ocasiones en la propia ciudad, si no que también le ocurría en el mismo barrio. —Un amable hombre que tiraba de un carro con su mula nos recogió; nos advirtió de que deberíamos esperar por aquí hasta que la niebla se disipara.
Ryuko comenzó a trazar círculos alrededor del vaso mientras hablaba, de la misma forma que lo hace un músico en búsqueda de una nota.
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—Yo... Me perdí —añadió con pesimismo; Oda estaba harto de regañarle por ello, ya no solo se perdía en ocasiones en la propia ciudad, sino que también le ocurría en el mismo barrio. —Un amable hombre que tiraba de un carro con su mula nos recogió; nos advirtió de que deberíamos esperar por aquí hasta que la niebla se disipara.
Y con la primera respuesta iniciaba la antiquísima ceremonia del intercambio de información. Parecía que todos los tenderos de todos los bares se dedicaban a recolectar y compartir información, puesto que jamás revelaban nada a menos que se les diese algo a cambio, generalmente, algún conocimiento al cual sacar provecho.
—Sí, la niebla es peligrosa —reconoció, rememorando tiempos pasados mientras limpiaba un vaso—, esta temporada suele cobrarse la vida de unos cuantos foráneos todos los años.
Continúo puliendo el vaso de vidrio, pese a que ya estaba completamente limpio. Puede que fuese el hecho de que le ayudaba a verse despreocupado y distraído, como alguien que no tendría problemas en escuchar lo que hubiera que decírsele.
—Yo estaba tratando de llegar a Hanamura, pero lo mismo: el clima me hizo desviarme.
—Ey, Ey, ¿Qué me cuentas? Casi nadie conoce ese tétrico pueblo, y quienes lo hacen evitan pasar por allí a como dé lugar.
—Tengo asuntos pendientes allí —dijo, encontrándose con la mirada extrañada de aquel hombre, que había cesado en su labor—. Además, las supersticiones locales no son algo por lo que un ninja deba de preocuparse.
Kazuma levanto su cabello, revelando la bandana que lo acreditaba como shinobi. El tendero le hizo un gesto con la mano para que guardara silencio, y arrojo una mirada recelosa alrededor de la taberna, buscando alguna reacción.
—Miren, señor ninja y compañía, en este pueblo no nos gustan los problemas, que ya tenemos bastantes. —Lucia preocupado, como si algo le fuese a fastidiar el día—. Siendo ustedes, me evitaría malos ratos y me marcharía tan pronto como fuese posible.
»Se los pido, evítennos más problemas de lo necesario, retírense y hare como que no les he visto.
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—Sí, la niebla es peligrosa. Esta temporada suele cobrarse la vida de unos cuantos foráneos todos los años — comentó mientras seguía girando su muñeca, puliendo el vaso a fondo pese a que este estaba ya limpio desde hace varias horas. Tal vez aquel gesto suponía una forma de liberar estrés ocasionado por problemas mayores, y de despejar la mente, como si se tratase de un tipo de tic nervioso.
Ryuko por su parte se debatía con el zumo. "¿Estara realmente bueno? La verdad es que tiene buena pinta" repetía una y otra vez en su mente; se armo de valor, y esperó tener estomago suficiente para si tenia que devolverlo, no tuviera que ser en aquel mismo sitio.
—Yo estaba tratando de llegar a Hanamura, pero lo mismo: el clima me hizo desviarme.
—Ey, Ey, ¿Qué me cuentas? Casi nadie conoce ese tétrico pueblo, y quienes lo hacen evitan pasar por allí a como dé lugar.
—Tengo asuntos pendientes allí —dijo, encontrándose con la mirada extrañada de aquel hombre, que había cesado en su labor—. Además, las supersticiones locales no son algo por lo que un ninja deba de preocuparse.
«¡Esta de vicio! ¡Quien se iba a imaginar que pudieran servir algo tan bue-.» Kazuma entonces levanto con suavidad los cabellos de su frente, dejando mostrar la bandana representativa de su aldea; a lo que el tendero respondió con nerviosismo, pidiéndole silencio y observando a su alrededor. Se trataba de la placa representativa de Kusagakure, tan inesperada sorpresa, hizo que Ryuko acompañara los nervios del tendero, comenzando a toser porque el zumo entro en la vía equivocada.
—Miren, señor ninja y compañía, en este pueblo no nos gustan los problemas, que ya tenemos bastantes. —Lucia preocupado, como si algo le fuese a fastidiar el día mientras Ryuko se golpeaba así misma el pecho con suavidad, hasta recuperar la normalidad. —. Siendo ustedes, me evitaría malos ratos y me marcharía tan pronto como fuese posible. Se los pido, evítennos más problemas de lo necesario, retírense y hare como que no les he visto.
«¡¿De Kusagakure?! ¿Y ahora que hago? Si le muestro mi bandana seguramente desconfié de mi, y lo ultimo que quiero es estar sola en un lugar lleno de camorristas. Y hasta que la niebla no se largue, tampoco puedo ir a ningún lado. » Con no mucho disimulo, la joven se llevo una mano al pecho escondiendo la bandana que llevaba anudada a su cuello. Si el se había dado cuenta tiempo atras no suponía ningún problema, pero tampoco suele ser muy visible con la ropa que vestía en aquella época del año.
— ¿Y eso porqué? ¿Ha ocurrido algo por aquí hace poco? — Acercó la cabeza prestando atención a la conversación con algo de disimulo, mientras se limpiaba con una mano parte del zumo que quedaba por las comisuras de su boca.
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—¿Y eso por qué? ¿Ha ocurrido algo por aquí hace poco? — Acercó la cabeza prestando atención a la conversación con algo de disimulo, mientras se limpiaba con una mano parte del zumo que quedaba por las comisuras de su boca.
—Nada, absolutamente nada que pueda interesar a quienes estén de paso —aseguro, con una mueca que mesclaba ira y desanimo.
Kazuma le observo detenidamente mientras se bebía con ánimo sus gachas, espesas, calientes y viscosas. Aquel alimento le había espantado el frio y el hambre que le retorcían las tripas, por lo que se podía dar por satisfecho en sus necesidades…, al menos por el momento.
—Entiendo, no daremos problemas y no nos inmiscuiremos en sus asuntos —aseguro, aunque aquel tipo de cosas siempre resultaban difíciles de conseguir.
—Bien, espero que así sea, jóvenes.
—Genial. Ahora solo necesito dos cosas —confeso, mientras colocaba unos cuantos billetes sobre la barra—: un lugar en donde podamos pasar la noche y una pequeña botella de buen sake, para regalar.
—Ya no tenemos alcohol por aquí, no para los forasteros —respondió, malhumorado y tomando solo la parte del dinero que correspondía a la comida y a la información del hospedaje—. Tengo una hermana que tiene un sitio pequeño donde podrán dormir. No es lujoso, pero al menos no amanecerán muertos por el frio húmedo.
Kazuma le observo con una curiosidad tan intensa como serena, y el tendero tomo un pequeño trozo de papel en donde estaba anotada la dirección y se lo entrego a Ryuko. El mismo contenía el nombre de una calle, el numero de una casa y el nombre de la dueña.
—Y recuerden, sean discretos —les advirtió, mientras recogía sus platos y les despedía.
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