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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Por cierto, si dañan alguno de los equipos... los mataré.

«Ya, claro… Me gustaría verte intentándolo».

Uchiha Datsue suspiró. Al final, había resultado toda una suerte que Shukaku hubiese montado aquel numerito. Se había acostado más temprano por ello, y no se resintió tanto cuando la prueba se adelantó sin previo aviso. Desayunado y con la mente clara, avanzó hasta su mesa de trabajo y evaluó las herramientas que disponía. Tenía un martillo pilón, tenía la fragua, tenía el acero…

No debería ser tan difícil —masculló para sí.

En el pasado, en la fragua de Nahana, había fraguada espadas de todo tipo, tamaño y formas. Las había afilado. Las había pulido. ¿Acaso eso no era más complicado que una jodida palanquilla? Lo malo era, claro, que en su vida había hecho una. Y, además, el juez ni siquiera les había dado las medidas de dicha palanquilla. Quizá le sirviesen cualquiera.

Como en la anterior prueba, optó por no precipitarse, y oteó los alrededores. Quería averiguar cómo empezaba el resto de los herreros antes de ponerse con lo suyo.
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Juro se sentía muy cansado. Regresaron sin mediar más que unas pocas palabras — sobre cosas banales como los puestos, la calle o el tiempo— y pasaron por un puesto, dónde Kazuma arrasó con los bollos. Juro solamente cogió 2. En circustancias normales, se habría quedado con hambre. Pero todo lo que había pasado le había revuelto el estómago.

Cuando llegaron, y antes de tirarse a la cama, Kazuma le dijo algo.

Buenas noches, sensei Y gracias por lo de hoy..., por contarme aquello.

— Lo he hecho porque confío en ti. Confío también en que no divulgaras una información tan importante — dijo Juro. Acto seguido, se relajó un poco —. Buenas noches, Kazuma-kun.

Juro se tumbó en la cama, y un pensamiento asaltó su mente antes de dormir.

« ¿Debería preguntarle a Datsue cómo está? » — pensó para sí, pero descartó la idea. Estaba muy cansado y él tampoco había intentado comunicarse con él. Probablemente estaría a su bola. No le pasaba desapercibido que el chico era, más bien, un lobo algo solitario y que parecía querer pasar tiempo a solas. No le iba a atosigar.

A la mañana siguiente, la noticia les llegó a través de la ciudad: la siguiente prueba se adelantaba, sin cumplir las 24 horas que supuestamente iban a hacerse. Kazuma y Juro tuvieron que prepararse a toda prisa, y el chico ni si quiera pensó en el desayuno. Afortunadamente, lograron dos puestos en la tribuna para poder ver el espectáculo bien. Para su desgracia, el estómago le rugía: consecuencias de tampoco haber cenado bien anoche.

¿No son demasiados puestos?

Lo cierto es que Juro también se lo preguntaba, así que simplemente, se encogió de hombros. Hoy en la arena había multitud de equipos, herramientas, correas, engranajes... también pudo notar la falta de participantes respecto a la anterior prueba. Juro suspiró, pensando en qué consistiría la de hoy. El representante en este caso parecía ser el encargado de material: un académico con pintas de científico, con mucha altaneria, que amenazó a los participantes en cuanto tuvo la ocasión. La prueba, en general, parecía ser sencilla: con el material que les habían dado, debían de construir una palaquilla.

Juro activó, disimuladamente, el sello, para que también pudiera escucharle Datsue.

— La prueba parece muy sencilla. Debe de haber alguna trampa — murmuró Juro —. Espero que Datsue sea consciente y tenga cuidado. La palanquilla será lo de menos.
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Allí estaba el ninja de Uzushio, con todo a su disposición, pero sin la certeza de como iniciar. Por suerte, la mayoría de los otros participantes ya habían comenzado a moverse: algunos examinaban aquellas maquinas que les resultaban incompresibles, mientras que otros ya habían comenzado a trabajar en ellas.

La prueba consistía en utilizar un trozo de metal crudo para formar un lingote de acero con el cual poder forjar posteriormente. Sin embargo, había otro aspecto que tendrían que enfrentar los competidores: el ajustar las máquinas y hacerlas trabajar de manera adecuada, pues necesitarían cumplir con el famoso triangulo de la palanquilla. Dicho triangulo consistía en el equilibrio perfecto entre la temperatura de la fragua, el ritmo de trabajo del martillo y el tiempo que debía pasar entre ambos sitios. Los primeros dos aspectos eran dos partes del triángulo que cualquier herrero debía conocer para hallar la más grande e importante, que era la tercera.

¿Qué tan importante era esta relación? Una pregunta que varios herreros presurosos contestaron a un alto precio. Hubo algunos que dejaron el metal demasiado tiempo en la forja, provocando que este se derritiese; mientras que otros lo dejaron muy poco, provocando que siguiese frio y duro en el centro. Los que se atrevieron a llevar su palanquilla así al martillo pilón, se encontraban con otros dos posibles desastres: su metal estaba tan blando que se deshacía en una lámina, o estaba tan duro que se resquebrajaba.

Datsue tenía dos ventajas: la primera era que contaba con un material de primera calidad, con el cual no tendría que jugársela al momento de forjar. La segunda era que entre las herramientas había una pequeña tarjeta de cobre con algunas especificaciones sobre la forja del ferro-carbono que algunos habían ganado en la primera ronda. Aquella tarjeta grabada indicaba que la temperatura debía estar entre los 800 y 1000 grados y que con este rango de temperaturas el ciclo de trabajo de la prensa debía ser 60% y 40%.


Bueno, en esta ocasión la idea es encontrar un valor de tiempo utilizando dos datos. Dichos datos deben estar contenidos entre ambos intervalos. Es decir, dato A debe estar entre 800 y 1000; y dato B debe estar entre 60 y 40. Esto resultará en un valor, que se interpretará como segundos y que será el tiempo que el metal debe pasar en cada máquina.
Suerte :-)
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Y ahí estaba, la voz de Juro, hablándole como si el día anterior no hubiese pasado nada. Suspiró de alivio, y optó por recorrer el mismo camino: el de hacer como si nada hubiese pasado.

Pues espero que no haya trampas, o estaré jodido —replicó, para sí y para él.

Tras ver cómo empezaba el resto de concursantes, volvió a su mesa de trabajo y leyó con mucho detenimiento la tarjetita con las instrucciones necesarias para hacer correctamente aquel ejercicio. Era muy sencillo, ¿quizá demasiado, como Juro decía? Recordó su época en la academia. A veces, en algún que otro examen, había creído que la respuesta a una pregunta de examen era demasiado sencilla como para que le pusiesen a prueba sobre eso. Luego cometía el error de liarse, de complicarse él solo, para después descubrir que, en efecto, la respuesta sencilla era la correcta.

Esta vez no se iba a complicar la vida, y si aquello era una trampa y estaba equivocado, que así fuese.

Hizo unos rápidos cálculos mentales y optó por elegir la proporción entre trabajo y temperatura que le daba una medida de tiempo más exacta. Acto seguido, se puso a trabajar, siguiendo estrictamente el cálculo mental hecho: novecientos sesenta grados de temperatura, cuarenta y cuatro por ciento de ciclo de trabajo en prensa, durante novecientos sesenta y un segundos. Había ahí alguna milésima de segundo perdida, pero no era importante. Después de todo, ni con un cronómetro sería capaz de llevar el tiempo de manera tan precisa.
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Juro, desde las gradas, pudo observar la tragedia que muchos de los aspirantes parecían estar viviendo: el no saber la temperatura exacta y no ser capaces de observar al resto habían provocado que no fueran capaces de hacer su labor: su metal, o bien por ser demasiado blando, o por resquebrajarse, no pasaba la prueba.

Sin embargo, Datsue demostró ser más inteligente. Escuchando el consejo de Juro y contestándole con una pequeña frase (a la que Juro trató de no contestar, puesto que le hizo tanta gracia que estuvo a punto de reír), se puso manos a la obra.

Parecía contar con alguna ayuda, puesto que Juro le vio consultando una tarjeta. Luego, pareció pensativo, y tras unos minutos, empezó.

« Parece que lo tiene todo controlado está vez » — reflexionó, para sí. Está vez, no necesitaría ayuda.

— Creo que Datsue-san lo va a conseguir. Veo en él bastante decisión. Va bien encaminado — comentó Juro, a su alumno. Probablemente el Uchiha le escucharía también, pero no le importó: unas palabras de ánimo siempre van bien.
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Como había señalado el marionetista, Datsue había sido lo suficientemente perspicaz como para desentramar el misterio de la prueba. Sin embargo, en este shinobi se presentaba una dualidad curiosa: se podría decir que poseía un amorío con la diosa de la fortuna, y que los cielos equilibraban aquello haciendo que el resto de los mortales tuviese facilidad para odiarle… o para joderle la paciencia.

En las otras forjas los competidores trabajaban afanados, y puede que haberse quitado un peso de encima con lo de la prueba le ayudase a mirar a su alrededor y notar que varios de los otros puestos estaban ocupados por más de una persona. Eso era porque no todos los participantes eran lobos solitarios, sino que muchos de ellos representaban a herrerías o grupos relacionados con la metalurgia, por lo que el trabajo en equipo siempre era una opción.

Datsue, por su parte, había hallado la pieza faltante del triángulo, aquella que le indicaba que el tiempo clave eran 961 segundos, o 16 minutos; que eran los ciclos de tiempo que debía permanecer en cada máquina hasta que creyese que había logrado la consistencia perfecta.

Sin duda, Datsue no perdería tiempo y comenzaría a trabajar; al igual que no cabía duda de que descifraría como hacer funcionar las maquinas, eso era parte de su entrenamiento. Sin embargo, luego de un rato podría notar algo raro cuando cambiaba de estación: la fragua se apagaba o aumentaba de temperatura… Puede que el indicador se estuviese volviendo loco o podía tratarse de algún descuido… Lo cierto es que necesitaba corregir eso pronto o el ciclo térmico de la palanquilla sería un desastre.

***
Desde las gradas se apreciaba una perspectiva diferente. Quizá fuese porque Juro era un experimentado usuario del elemento viento o porque su estado y posición le permitían estar más alerta que el resto. Lo cierto es que, luego de un tercer y frustrante apagón, podría notar que había sido obra de un jutsu de dicho elemento, ejecutado cuando su amigo cambiaba de estación. Otra cosa que le quedaría claro, es que el saboteador debía de estar cerca para producir una técnica con tanta precisión y sigilo.
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Juro observó las estratagemas que utilizaba el resto de participantes: ponerse en grupo, probar con el fuego... todo para lograr lo que Datsue parecía estar consiguiendo de una forma bastante fácil. No dudó en que su compañero de profesión además de shinobi, tenía conocimientos de herrería bastante avanzados y supuso que estaría bien.

Y casi, por ese pensamiento, se le escapó lo más fundamental.

No se dio cuenta al principio cuando, en el primer cambio de estación, a Datsue se le fue la mano (un error, probablemente). La segunda vez ya fue extraño y Juro volvió a retomar la atención en su amigo.

A la tercera, lo notó.

Fue muy discreto. Practicamente, lejano al ojo. Pero el shinobi pudo darse cuenta. ¿Cómo no reconocer el elemento con el que había nacido y se había abierto paso en el mundo ninja? Ahí alguien estaba utilizando viento contra Datsue. Parecía una técnica precisa y desde luego, muy sigilosa. Pero para poder controlar el viento como lo estaba haciendo ahí, o se es increiblemente bueno, o se tiene que estar cerca. Juro se decantó por la segunda opción.

Se inclinó hacia el suelo, fingiendo ajustarse los zapatos. Y entonces, aprovechando al máximo el sigilo que el sello le daba estando en su oreja, susurró, de manera que ni si quiera Kazuma le escuchase.

— Alguien te está saboteando. No sé dónde está ni cómo lo hace, pero debe de estar cerca tuyo. Ese viento no es normal.

Se alzó otra vez, sonriendo a su alumno, como si nada pasara. Aún no veía la necesidad de movilizarse: si se alzaban ahora, sería muy sospechoso y quizá incluso pensaran que estaban haciendo alguna estrategia para que Datsue ganara si los habían visto con él.

Por el momento, Juro se limitó a observar a la gente entre el público y a los participantes, buscando al posible causante.
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«Maldito hijo de puta», pensó para sus adentros, cuando Juro le reveló al fin el motivo de tanto apagón. Alguien le estaba saboteando, jodiendo su hasta ahora impecable participación en el torneo. No se lo pensó ni dos veces. Formó el sello del Kage Bunshin y creó dos clones.

Uno para cada estación, trabajando en equipo como lo estaban haciendo varios de los participantes. Y, él, con el Sharingan activado y vigilando en todo momento el lugar de trabajo y alrededores. Si había un ninja cerca, quizá fuese capaz de adivinar quién era gracias al poder que desprendiese, en la mayoría de casos mucho mayor al de meros civiles. Y, si no era así, al menos esperaba pillarle cuando volviese a hacer una de sus jugarretas.

«Tú no sabes con quién te estás metiendo, cabronazo».


Kage Bunshin y San Tomoe no Sharingan
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Apena aparecieron los clones, Kadomura se levantó de su puesto de juez hecho una furia. Alguien se acercó a él para pacificarle; parecía ser uno de los organizadores. El de los gruesos lentes parecía argumentar algo señalando algún párrafo de un documento que tenía en la mano, pero el otro parecía insistirle en mantener la calma. Kadomura no tuvo más remedio que sentarse y reacomodar el peinado que su agitación había sacado fuera de su forma semiesférica.

La prueba continuaba, ahora con Datsue alerta ante el posible saboteador. Sus ojos carmesíes, paseándose por el lugar de la prueba, pudieron detectar varias fuentes de chakra considerables entre varios de los participantes. Por supuesto, aquellos no le daba muchas pistas: eran numerosos aquello que no perteneciendo a ninguna aldea ninja lograban desarrollar habilidades basadas en el chakra bastante notables. Sería cuestión de enfocarse un poco y ver con detalle, pues, aunque el viento de una técnica pudiese pasar desapercibido para el ojo común, el chakra que tendría cargado no lo haría con el sharingan.

Luego de observar bien, podría ver una corriente de chakra que deslizaba en una suave brisa a nivel del suelo. Al seguir dicho rastro y girar su cabeza, podría encontrar en que la fuente estaba entre los espectadores. Más específicamente, en una chica que yacía en primera fila (justo detras de él) y que por momentos (intervalos demasiado precisos) hacia como que estornudaba, silbaba y animaba.
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Datsue se contuvo de saltar de cabeza al público y soltarle un señor puñetazo a aquella hija de perra. No podía hacerlo, tenía que ser inteligente. Lo único que conseguiría es que le expulsasen por violento.

Le dio la espalda a la chica y, tras llevarse la mano a la boca, susurró:

Juro, necesito un favor. Necesito que te encargues de la hija de puta que me está saboteando el concurso. Está en la primera fila —dijo, describiendo a continuación las pintas de la chica—. Distráela, encárala. Lo que sea. Pero que deje de darme por culo.
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Juro esperó que alguno de los participantes fuera el responsable: al fin y al cabo, sería juzgado y expulsado. Datsue ganaría crédito y quedaría como una víctima, que probablemente pasaría a la siguiente etapa. Pero no, las cosas no solían ser más fáciles en su mundo. La saboteadora era una mujer que se encontraba en las gradas.

« Tiene sentido. Podría ser una shinobi aliada con uno de los participantes » — Rapidamente, se dio cuenta de lo que significaba: si no ayudaba a Datsue, se acabó.

— Está bien. Dejamelo a mí — Juro pensó: enfrentarse a ella no era una buena idea. Había visto la reacción del juez ante el ninjutsu, y en ningún caso quería que acusaran a Datsue de trampas por vincularlo con él. Tenía que ser mucho más discreto. Desgraciadamente, él no poseía una habilidad capaz de desestabilizarla de esa manera (y aun así, de poco serviría, llegados al caso).

No. Tenía que evitar un confrontamiento. Pero tenía que mantenerle el ojo puesto.

—Si me disculpas, Kazuma-kun, necesito excusarme por unos segundos — susurró a su alumno, con una sonrisa. No tenía tiempo para explicárselo a su alumno. y si se lo llevaba, sería aún más sospecho. Luego tendría que contarle todo, claro está.

Mientras caminaba, se despojó de su bandana y la guardó en su portaobjetos, escondido tras el pantalón. El chaleco no lo llevaba: de esta forma, parecía un civil normal y corriente. Si la mujer creía que un shinobi le estaba atacando, la cosa podría ponerse fea y empeoraría aún más la situación.

En su diesta, llevaba una botella de agua fría que había cogido antes de entrar. En fin. Tendría que bastar.

Recordado la descripción de la mujer, Juro la ubicó en la primera fila, detrás de Datsue. El marionetista comenzó a caminar, fingiendo una ligera cojera en su pierna derecha. Lo que comenzó siendo cojera, al final, acabó en un tropiezo accidental entre la valla y la pierna de la persona que estaba sentada al lado de la chica. La botella, por supuesto, estaba accidentalmente destapada.

Todo el agua fría se desparramó sobre la cabeza, la cara, la vestimenta y el cuerpo de la chica. La cara de Juro fue un poema: después de todo, ya sabía fingir muy bien cuando llegaba la situación.

— ¡Lo siento! ¡Lo siento muchísimo señorita! — exclamó el chico —. ¡No sabe cuánto lo siento! Me siento fatal. Necesita cambiarse cuanto antes o cogerá una pulmonía. ¿Tiene ropa de cambio? Yo mismo le compraré algo si hace falta. Es lo menos que puedo hacer.

Juro se puso a su lado, dejando claro que no iba a marcharse sino podía reparar su agravio. Y eso tenía pensado él. Desde luego, bajo su mirada atenta, la chica no iba a hacer nada.
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La muchacha estaba concentrada en sus asuntos, aparentemente tranquila y divertida, como cualquier otra espectadora. Al menos fue así hasta que alguien tropezó con ello, vertiéndole encima una botella cuyo contenido estaba muy frio. La chica gruño mientras su rostro se congestionaba, invocando a todos los ancestros maternos de Juro con algunos de aquellos adjetivos que se supone no deben estar en la boca de señoritas tan jóvenes. El ofrecimiento de Juro fue correspondido con una oferta de unos cuantos dientes caídos para pagar la empapada. Y fue justo cuando parecía que el alboroto iba a pasar a mayores, que un hombre que hasta entonces había estado estático intervino: puso una mano sobre el hombro de la chica, y se acercó para susurrarle algunas cosas. Como si domase a la bestia, la muchacha se calmó y comenzó a retirarse con su acompañante de la arena, de suerte que incluso uno de los guardias, atraído por la gritería unilateral, les hiso el favor de acompañarles hasta salir de la plaza.

Así, Datsue podría continuar trabajando sin interferencias; aunque con la pequeña espina de que en cualquier momento alguien más podría tratar de sabotearle.

Parece que ya ha terminado el tiempo —dijo Kazuma en cuanto una pequeña campana de hierro tiñendo dio fin a la prueba.

En esta ocasión, como si de un proyecto de clases se tratara (disposición no casual, dado el juez), cada herrero, o grupo de herreros, debía de llevar su palanquilla hasta el juez y mostrarla. Kadomura se veía insatisfecho, diríase que infeliz: como un profesor decepcionado al ver que muchos de sus estudiantes sí pudieron completar una tarea que consideraba difícil.

Uno a uno fueron pasando, mientras el sol recién terminaba de pasar por el punto más alto de su trayectoria. El juez, a todos les dedicaba unos cuantos comentarios, algun lacónico aprobatorio o una acida negativa. Para cuando llego el turno de Datsue, su rostro era pétreo y sus pensamientos impenetrables.

Ya veo… si… humm. Bueno, joven, hay buenas y malas noticias —dijo ajustándose los lentes, con un tono soberbio de autoridad sobreestimada—: su trabajo es casi perfecto, pero esto es una competencia en donde otros (quizá inmerecidamente) lo han hecho mejor, solo un poco mejor… Su material está bien, podría fabricar una herramienta perfecta con ella —Saco una lima y rallo en varios puntos de la superficie con ella—, pero parece que ha fallado controlando la constancia de la temperatura, pues hay algunas partes que se “cocieron más que otras”… Detalle insignificante para otros, pero no para mi.

El hombre esperaría la reacción de Datsue, aunque por mera formalidad; porque ya tenía escogida las palabras que haría que escuchara.

Si tiene algún desacuerdo con mi juicio, puede ver las palanquillas de sus compañeros —propuso, sabiendo que algunas de las otras tenían un tratamiento perfecto—. También, es posible apelar al consejo de la competición, y con mucho gusto atenderé sus cuestionamientos en persona.

»Y tenga cuidado con los trucos ninja, joven —agrego como final.

¿Hubo otros que obtuvieron mejores resultados? Probablemente; puede que la atención que utilizo para atender el asunto de la chica hubiese hecho la diferencia, quizá por eso se terminó por retirar de buenas, porque su trabajo ya estaba hecho. ¿Sus comentarios eran innecesarios y estaban llenos de prepotencia? Absolutamente, como absoluta era la confianza que tenía en qué su posición de juez le protegía.

Media hora después, con todas las palanquillas revisadas, fueron repartidos los tres primeros lugares. Esta vez no hubo premio para Datsue, solo una palanquilla que necesitaría guardar para la próxima prueba. Lo único que quedaba era que la gente se dispersara y que los participantes tomasen camino.
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Buen trabajo, Juro —agradeció al kusajin, cuando vio de refilón el pequeño espectáculo que había montado para ayudarle en la prueba.

Buen trabajo que, desgraciadamente, el juez de la competición no podía decir sobre Datsue. El Uchiha aguantó las críticas estoico, aún sabiendo que todo aquello era por culpa de un maldito tramposo que obtenía ayuda del exterior. Aguantó y aguantó hasta que…

Y tenga cuidado con los trucos ninja, joven.

Datsue le tomó del antebrazo, no con fuerza, pero sí firme.

No soy yo quien tiene que tener cuidado —le advirtió, con tono sombrío—. Lo sé todo, y pronto sabrán ustedes quién soy yo también.

Tras marcarse un farol de aúpa el Uchiha le soltó, dando media vuelta y abandonando su puesto de trabajo. No sabía si el juez estaba implicado, o a quien quería ayudar aquella misteriosa chica. Pero más les valía ser mejores en las trampas que aquel día, porque, de lo contrario, Uchiha Datsue acabaría con todos ellos.
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La situación, desde luego, no salió en favor de nadie.

Kazuma vería regresar a Juro, rato después de que se hubiera marchado. Tenía un buen moratón (afortunadamente, ningún diente caído de verdad, aunque no por pocas ganas de aquella mujer) y una cara de frustración que trataba de disimular con una sonrisa tensa. Por primera vez, podría ver algo bajo el intento de máscara de su sensei.

No dijo absolutamente nada, ni si quiera una disculpa por haberse pasado de tiempo.

Sí, la mujer había decidido golpearle. Juro había sentido ganas de estrangularla con sus hilos, pero se había dado cuenta de que no podía iniciar una batalla ahí. Un hombre lo había detenido todo, susurrándole unas palabras a la mujer, y se habían marchado. No, Juro no sabía de que iba la cosa, pero podía imaginarlo: era una conspiración y ya no era necesaria su participación ahí. Efectivamente, sus pensamientos se materializaron luego, cuando vio como Datsue no alcanzaba el primer puesto.

Muchos podrían pensar que, simplemente, su compañero no tenía la habilidad suficiente. Pero Juro conocía a Datsue: sabía que habría ganado, de no ser por aquella intervención.

« ¿Quién está detrás de esto? ¿Por qué sabotearle? »

Suspiró. Esta vez, había fallado. Pero no todo estaba perdido: no había sido descalificado y había podido hacer la palanquilla, la cual utilizaría para la prueba siguiente, probablemente.

Es una lástima que Datsue-san no lo haya conseguido — le dijo a su alumno, luego, se giró hacia el lado de las gradas —. Vamos. Quizá Datsue aún no se haya marchado y siga por la zona del otro día. Así podremos hablar con él y ver cómo está.

El canal de comunicación entre los dos seguía abierto, así que Juro supuso que el Uchiha le oiría. Si quería encontrarse con ellos, ya sabía donde acudir.
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Es una lástima que Datsue-san no lo haya conseguido —le dijo a su alumno, luego, se giró hacia el lado de las gradas—. Vamos. Quizá Datsue aún no se haya marchado y siga por la zona del otro día. Así podremos hablar con él y ver cómo está.

Sí, vamos —acepto el peliblanco mientras se dirigían a interceptar al mentado.

La plaza se vaciaba con rapidez, por lo que en el camino que llevaba a ella sería fácil dar con el Uchiha. Kazuma sería el primero en acercarse, y, por tanto, en notar que su sensei y el competidor tenían algo en común…: su humor no parecía ser el mejor. Normalmente les diría que no pasaba nada, que esas cosas pasan; pero dada la situación, pensó que incluso seria irrespetuoso. Sin embargo, sentía la necesidad de hacer algo para mejorar el ambiente, al menos para que quisiesen conversar. Entonces vio una tienda e inmediatamente recordó un anuncio, que no sabía dónde o cuando lo había visto pero que yacía en su memoria.

«Nada para alegrar el día como una buena hamburguesa», se repitió mentalmente al ver aquel negocio a un lado de la calle.

El local se veía sencillo, con varias mesas de madera rustica y el típico olor de carne a la parrilla. Las mesas estaban afuera, con capacidad para cuatro personas y protegidas por unas enormes sombrillas. Y puede que fuese el hambre, pero pese a cuidar su alimentación, en aquel momento deseaba una enorme y grasosa hamburguesa y una de esas bebidas carbonatadas tan frías que provocan cierto ardor agradable en la garganta.

Esto… Hace hambre y ya es pasada la hora de almuerzo —arrojo, como a quien no le importa la cosa—. ¿Qué tal si comemos algo allí y descansamos un rato? Yo invito.

Propuso mientras señalaba el local frente al cual habrían de estar pasando.
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