Uchiha Datsue, con brazos cruzados sobre el pecho y ceño fruncido, esperó paciente a los dos kusajines. Normalmente estaría buscando alguna excusa para justificar lo de anoche, pero en aquellos momentos se encontraba tan furioso que las apariencias y el quedar bien le daba absolutamente igual.

Hizo un gesto con la cabeza al ver a Juro, seguido de su alumno, que sugirió ir a comer unas hamburguesas.

—No entra dentro de mi dieta, pero… Bueno, qué coño. Vamos. —Tenía un humor de perros y no estaba para cuidar la línea. Además, siempre tenía un día trampa de tanto en tanto—. ¿Qué pasó ahí abajo, Juro? —soltó antes siquiera de sentarse en una mesa, sin poder aguantarse.

Juro no pudo evitar darle una sonrisa sincera a su alumno cuando asintió para ir con él a buscar a Datsue. A pesar de llevar un mal día, se dio cuenta de que no podía pagarlo con él: era inocente. Y tenía mucho que contarle.

Le dio una palmada amistosa en el hombro y ambos continuaron.

Al bajar, se encontraron con Datsue. Él tampoco tenía una pinta feliz. Avanzaron prácticamente en silencio, aunque Juro sabía que tendrían que hablar del tema. Por eso, cuando Kazuma les señaló un lugar para comer, Juro solo pudo asentir junto a Datsue, y los tres se internaron en aquel lugar rústico con olor a parrilla.

Ahí fue cuando Datsue le lanzó la pregunta.

— La chica no estaba sola — dijo. Él también fue directo —. Cuando la paré, parecía dispuesta a dar guerra. Pero entonces, un hombre la detuvo, le dijo algo al oído y desaparecieron. Lo siento, quizá debería haberles detenido, pero no tenía pruebas y no quería armar un escándalo, sobretodo después de ver la reacción de aquel juez ante los shinobis.

Juro paso a detallarle la descripción del hombre, para que Datsue lo tuviera presente. Después, suspiró.

— No sé que está pasando, pero tengo un mal presentimiento. Creo que alguien te tiene envidia por tus resultados en la primera prueba, y ha decidido usar todos los medios posibles para asegurarse de que pierdas — se encogió de hombros. Después, se dirigió a su alumno, en un gesto conciliador —. Siento no haberte dicho nada, Kazuma-kun, pero si hubieramos ido los dos, habría sido demasiado sospechoso. No quería levantar miradas indiscretas.

—¿Cómo? —pregunto Kazuma, intrigado por lo que Juro contaba—. Yo pensaba que en una competencia como esta no podrían hacer trampa… A todo esto, ¿Cómo fue que estaba haciendo trampa?

Luego de unos momentos, llego un hombre para atenderles. Portaba una pequeña libreta en la cual anotar las ordenes de un menú que era prácticamente de hamburguesas nada más y que lucía en una pizarra colgado de la entrada. También llevaba una especie de cartilla rustica, en donde salían todos los ingredientes disponibles, para quienes sintieran la necesidad de armar su propia y quimera comida.

—Veamos —dijo Kazuma mientras el hombre esperaba con pereza que armara su orden—. Quiero una que tenga carne de cerdo, de res y pollo. Con ensalada de lechuga, plátano, huevo y aguacate. También quiero que tenga queso blanco y amarillo, con ración extra de ajos salteado, salami picante, champiñones y pepinillos. Y… una gaseosa de limón de medio litro.

Aquella suerte de camarero anoto aquella orden y las demás sin mayor dificultad, para luego retirarse y colgar los papeles justo frente a la parrillera para que el cocinero las viera.

—¿Qué planea hacer ahora, Datsue-san? —inquirió, pues no era nada fácil de llevar aquella perspectiva.

El dilema en aquella ocasión no era ganar o perder, porque si perdía a nadie le interesaba, pero si ganaba parecía que no iba a faltar quien le tratara de hacer caer. Era como decían: “El que va de primero siempre tiene que estar vigilando su espalda”.

«Así que no estaba sola, ¿hmm?» Aquello solo complicaba las cosas. La tramposa tenía aliados, y todavía no habían averiguado a quién querían ayudar perjudicándole en el torneo. No tenían nada, salvo una descripción vaga de ambos. Ningún hilo del que tirar. Ninguna pista.

—La hija de puta usaba algún tipo de Fūton para manipular mi estación de trabajo. —De eso, estaba seguro. El Sharingan le permitía distinguir la composición elemental del chakra, y lo había visto tan brillante y claro como la luna llena en una noche despejada.

Los tres se sentaron a una mesa y Datsue contempló —no sin cierto horror— cómo Kazuma pedía todo tipo de ingredientes para su hamburguesa. Distintos tipos de carne para una misma hamburguesa y todo tipo de condimentos. En opinión del Uchiha, una barbaridad. Los sabores de unos matarían los otros y al final tan solo quedaría un batiburrillo de sabores difíciles de degustar.

—Carne vacuna para mí —Era muy fan de la carne de pollo o de pavo, pero para una hamburguesa no le gustaba. Prefería mil veces la de cerdo o ternera—. Con lechuga, cebolla y tomate. Y con la salsa especial de la casa, a ver qué tal. —Y para acompañar un refresco, añadió.

Cuando el camarero se fue, Kazuma preguntó qué haría ahora, y el Uchiha lo tuvo claro.

—No puedo hacer nada por el momento. Tan solo queda esperar. Esperar y estar preparado. —La próxima vez pensaba complicarle las cosas a aquellos hijos de puta. Oh, vaya que sí.

Ahí, los tres chicos discutieron sobre lo que habían vivido, experimentado y lo que había sucedido. Kazuma empezaba a unir las piezas de un puzzle que Juro y Datsue habían empezado a montar, pero, lamentablemente, aún les quedaban demasiados espacios en blancos como para sacar algo en claro.

— Si, tal y como dice Datsue. Disimulaba que estaba riendo, silbando o haciendo gestos, pero estaba realizando una técnica que no he logrado reconocer de la naturaleza del Fūton — asintió Juro —. No creo que sea una experta, pero domina en cierto modo el ninjutsu. ¿Qué significa esto? ¿De dónde ha salido? Me cuesta creer que sea una shinobi de alguna de las grandes aldeas.

Mínimo, eran dos. Pero era peligroso asumir que solamente estaban ellos. ¿Y si eran alguna clase de mercenarios o saboteadores expertos que alguien había contratado? Podía establecer mil hipótesis, pero lo cierto es que todas desembocaban en lo mismo: peligro. Tenían que cuidarse de lo que pudiera pasar.

Casi ni se dio cuenta de que sus compañeros estaban pidiendo. Kazuma eligió un pedido bastante pretencioso y Datsue uno más simple, pero bastante bueno. Juro optó por lo segundo.

— Pollo, por favor. Con bacon, lechuga, cebolla y queso... — Juro echó un vistazo a las salsas, hasta que uno le llamó la atención. No era especialmente fan, pero quedaría bien —. .... y con la salsa de mostaza y miel.

Mientras se alejaban para hacer los pedidos, Juro solo pudo suspirar. Pues si, Datsue tenía toda la razón.

— Haremos lo que podamos en echarte un cable, Datsue. Dadas las circunstancias, yo no pienso quedarme de brazos cruzados mientras esto pasa — aclaró Juro —. Esta vez nos ha pillado de sorpresa, pero la próxima vez, podemos intentar vigilar el estadio. Hay mucha gente y será difícil de abarcar, pero si lo detectamos a tiempo, no tendrán tanto margen para actuar.

El aroma llego primero, evadido desde los fuegos de la parrilla; luego se acercó el mesonero, llevando consigo las ordenes y asegurándose de atender a quien quisiera beber algo; para luego dejar sobre la mesa una caja que parecía ser la de un boticario, repleta de pequeñas botellitas con diversas salsas cuyos nombres iban desde lo gracioso hasta lo impronunciable.

«Es un poco más grande de lo que esperaba…», pensó al ver como su hamburguesa casi triplicaba en tamaño a las demás.

La curiosidad le había empujado a pedir una quimera de alimento, y su ingenuidad le había hecho esperar un pequeño emparedado. Aun así, determinado ante aquel oponente que no sabía por dónde comenzar a atacar, comenzó comiéndola de apoco, desde los bordes al centro.

Así se pasaría el rato, comiendo y comentando sobre la competencia y sus hechos.


—¿Estas segura de que es él? —pregunto, con la voz ronca por el aguardiente.

—¡Joder, si! Ese es el pendejo que me interrumpió cuando hacia lo mío —gruño, tratando de no gritar para que no le escuchasen mientras observaba al trio desde un callejón cercano.

—¿Así que estaban trabajando juntos? Pero, ¿contra quién? —indago, rascándose una barba espesa—. ¿Sabes a que grupo pertenecen? A quien representan.

—¿Te parezco una jodida detective? —gruño, dándole un codazo—. Esas estupideces de investigar son tu trabajo, lo mío es la acción.

—¿Y ese que se acerca también está con ellos? —pregunto, un tanto confuso.

—¿Quien? —pregunto mientras divisaba la figura que se acercaba a la mesa—. ¡Joder, ese es Takuto! ¿Qué coño hace aquí?

—Eso es inesperado… —dijo con tono medio divertido—. Retirémonos por ahora e informemos de esto.

Y así se escabulleron entre los callejones, con la seguridad de no haber sido visto. Por supuesto, era probable que los ninjas se hubiesen dado cuenta de que alguien les observaba, pero poco más.


Kazuma había terminado su hamburguesa, y ahora le azotaba aquel sueño, aquella modorra, que da cuando el día es caluroso y se ha quedado repleto. La comida había estado deliciosa, y aunque quizá perdiese un par de años de vida con aquella cantidad de grasas, se sentía obligado a agradecer al parrillero… Aunque tendría que ser luego de reposar, pues en ese momento se sentía como aquellas bestias que buscan la sombra luego de comer.

«Parece que tenemos compañía», se dijo al ver un hombre finamente vestido acercarse a ellos.

—Buenas tardes, jóvenes —dijo aquel hombre pequeño y fornido, quitándose el sombrero y llevándoselo al pecho—. Lamento interrumpir su descanso, pero les he visto en la competencia y no he podido evitar el acercarme a ustedes.

»¿Les importaría si les acompaño durante unos minutos y les hablo de algo? —pregunto, mostrando una amplia sonrisa donde todos sus dientes eran de una acero negro y pulido—. Prometo ser breve.

Sí, a él también le costaba creer que la tramposa fuese una ninja de una de las tres villas. No era propio de ellos enviar a shinobis a realizar aquel tipo de triquiñuelas. No, tenía que ser otra cosa. Una exiliada, ¿quizá? O simplemente una mujer que había aprendido el oficio en la calle o por algún mentor.

Fuese como fuese, con los ojos bien abiertos y la ayuda de Juro, confiaba en sus posibilidades de contrarrestar dicha amenaza.

No fue hasta después de comer que un hombre apareció ante ellos. Pequeño pero fornido, con una dentadura de lo más peculiar y con ganas de hablar.

—Espero que cumplas tu promesa, Señor Desconocido, porque mi tiempo es valioso —contestó, algo seco. Intuía que, fuese lo que fuese, a Datsue no le gustaría lo que iba a escuchar.

La comida estuvo bien y la conversación fue intensa y e insistente, aunque giró alrededor del mismo tema todo el tiempo. Para Juro, eso era suficiente para disfrutar de una velada agradable. Sin embargo, el destino parecía tener otros planes para ellos: un desconocido que no había sido invitado irrumpió en su charla amistosa.

Juro lo escrutó, quedándose con cada detalle. Vestía de manera bastante elegante, era pequeño y fornido, y su sonrisa le ponía nervioso. No podía adivinar sus intenciones. Esos dientes... eran inquietantes.

Les invitó a sentarse con ellos para comentarles un asunto que, según él, iba a ser breve. Juro se planteó la posibilidad de que solo fuera un fan de la herrería que quería un autógrafo de Datsue. No. Lo descartó en seguida. Había tenido suficientes aventuras como para que su instinto le dijera que aquí pasaba algo más.

« Podría ser una amenaza. Podría formar parte del grupo, junto a la chica y al otro hombre » — Ese pensamiento le puso en guardia. Claro que no podía descartarlo.

Miro al hombre con una expresión neutra, mientras Datsue se hacía el interesante.

— Estoy de acuerdo con mi acompañate. Adelante — dijo, imitando la indiferencia del Uchiha. No le quitó el ojo de encima, desde luego, pero no dejó entrever su interés en el nuevo individuo que ahora se sentaba con ellos.

—Con su permiso, entonces —dijo mientras tomaba una silla y se sentaba en el extremo más lejano de la mesa, para luego llamar al camarero—. Quisiera un té de cayena, el más dulce que tenga.

El hombre coloco su sombrero a un lado, para luego tomar un pequeño pañuelo y limpiar el sudor que le molestaba. Todo esto con una lentitud y una paciencia casi irritantes, casi adredes.

—Me pueden llamar, Takuto, solo Takuto —declaro fijando sus iris de un naranja oscuro en el grupo—. Represento a la fundidora Makuhara y me gustaría proponerles que trabajaran bajo nuestro patrocinio.

Allí estaba, directo al punto, pero sin revelar más información de la necesaria antes de recibir una respuesta.

Tentador. Antaño, cuando era más joven, más despreocupado, y más ambicioso, hubiese tanteado la oferta. Preguntado por el precio, interesado por las consecuencias. Pero tras la desaparición de Soroku, y la caída en desgracia de Nahana, acceder a cualquier tipo de trato con otro competidor del hierro no era algo que entrase en sus planes. No se sentiría bien. Le parecía una falta de lealtad.

¿Qué pensaría Nahana, de enterarse? Por todos los santos, ¿qué pensaría su propia novia, hija de Nahana?

—Estoy bien por mi cuenta, gracias —dijo, rechazando la oferta incluso antes de escucharla. No podía. No podía aceptarla.

Juro alzó las cejas, claramente dudoso. El hombre se sentó ahí, pidiendo alguna clase de té refinado (él no era muy amante del té, así que no se molestó en darle mucha importancia), y, a pesar de su promesa de que sería rápido, se tomó todo el maldito tiempo del mundo para acomodarse. Desde luego, lo hacía para ponerles nerviosos, o al menos, para llamar su atención.

Juro se relajó un poco. Si necesitaba recurrir a esos trucos, eso quería decir que en parte, necesitaba hacerse el importante.

Finalmente, habló: aquel hombre — Takuto — representaba una fundidora y sus intenciones eran que ellos (principalmente, Datsue) trabajaran para ella. Juro observó, con curiosidad, como su compañero se negaba al instante. Desde luego, las reacciones que estaba teniendo en esos días estaban yendo contra la imagen que tenía de él. Pensaba que cuanto mínimo, estaría interesado en ver que clase de recompensa esperaría.

De cualquiera manera, ni Kazuma ni el marionetista parecían ser importantes para ese hombre. (¿Qué pretendía que hiciesen? ¿Sabotear a los competidores al igual que aquella chica?). Por eso mismo, Juro decidió no decir nada de momento y esperar cómo reaccionaba el hombre ante tal directa negativa.

Lo observó, ocultando la sonrisa que quería salir de su boca por la situación.

—Estoy bien por mi cuenta, gracias —dijo, rechazando la oferta incluso antes de escucharla. No podía. No podía aceptarla.

El hombre encajo la negativa con la sonrisa de quien aún no ha mostrado todas sus cartas, esperando algún otro comentario mientras le llevaban su té.

—Estoy seguro de que lo está; pero, ¿por cuánto tiempo? —pregunto mientras levantaba la tasa y olfateaba con disfrute su bebida, para luego dar un sorbo ruidoso—. Creo que el incidente de hoy ha dejado en claro una faceta de la competencia que, aunque me avergüence decirlo, no habíamos tomado en cuenta… Y de aquí en adelante seguro resultara más difícil para usted; porque, según corrobore, Kadomura Kichio ha ido corriendo con la organización del certamen para que prohíban los clones de sombra y cualquier otra técnica ninja…, al menos las que son evidentes.

—¿Busca hacerle o un favor o quien necesita el favor es usted? —se atrevió a preguntar Kazuma, quien ya no podía contener su curiosidad ante lo intrigante de aquel sujeto.

—Un poco de esto, un poco de aquello —canturreo el hombre—. Lo cierto es que, como todo buen negocio, la idea es que ambos salgamos beneficiados para que nos sintamos motivados a trabajar de buena manera: nuestro grupo es una fundidora especializada en construcción y, ocasionalmente, artesanía. Pueden hacer maravillas como esta —aseguro, señalando su metálica dentadura y dándoles golpecitos con la varilla para agitar el té—; pero tienen poca experiencia en “herrería de alto impacto” . Como velamos por la seguridad de los nuestros, quisiéramos a alguien que cuide sus espaldas, por lo que nada más perfecto que un ninja entendido en la materia que este de participante y que pueda dirigir al equipo; además de que este tenga un par de camaradas, también ninjas, que puedan cubrir sus espaldas.

»Por eso, y pudiendo garantizarle que será un acuerdo espléndidamente redituable, le vuelvo a hacer el ofrecimiento: Trabaje con nosotros.

........Prometo ser breve.
.....Prometo ser breve.
...................................................................... Prometo ser breve.
.................... Prometo ser breve.
........ Prometo ser breve.
............................................. Prometo ser breve.
.......................................................................................................... Prometo ser breve.
.................................... Prometo ser breve.



.....¡¡¡PROMETISTE SER BREVE, HIJO DE PUTA!!!



—Por eso, y pudiendo garantizarle que será un acuerdo espléndidamente redituable, le vuelvo a hacer el…


Sonó al chasquido producido por un gigantesco látigo lamiendo piel, carne y hueso. El bofetón que le pegó Datsue —¿o era Shukaku?— cruzó la cara de aquel pobre hombre antes de que pudiese acabar su interminable discurso.

Datsue, con un ojo dorado, el otro negro, y media melena del color de la arena, tomó al hombre por el cuello de la camisa y lo levantó como si no fuese más que un trapo sucio.

—¿Ves esto de aquí? —Datsue se quitó la chaqueta y remangó la camisa para que viese en su hombro derecho un estandarte en forma de hacha sobre un escudo. No era un tatuaje, no. Se lo habían hecho con un hierro al rojo vivo. Al puto rojo vivo—. ¿Sabes qué es esto? ¿Hmm? La Marca del Hierro.

»A mí me enseñaron los Señores del Hierro, ¿me entiendes? ¿Y crees que ahora voy a ser la putita de este u otro bando? ¡¿Crees que insultaría así a mis maestros, ¿eh?! ¡A mí no me interesan vuestras putas disputas de mierda ni el politiqueo que os traéis! Así que lárgate, antes de que pierda la puta compostura.

La bofetada le alcanzo sin darle oportunidad a reaccionar, dejándole lo suficientemente aturdido como para apenas enterarse de que estaba pasando cuando Datsue le levanto del suelo.

—Lamentable —musito entre su dentadura metálica.

—Sensei —susurro Kazuma a Juro, tirándole de la manga—. Quizá deberíamos hacer algo.

En cuanto Takuto se encontró libre, lo primero que hizo fue recoger su sombrero, sacudirle la tierra y recomponer un poco su imagen. En ocasiones, al mensajero le tocaba la peor parte; pero así era su trabajo, y tenía asumida la probabilidad de un doloroso fracaso. Con la mejilla encendida, pero con aire de total indiferencia, acomodo la silla en su sitio y coloco al lado de su té un billete que bastaría para cubrir su costo. Junto al pago estaba una pequeña tarjeta plástica.

—Si en otro momento les es favorable, búsquenme —ofreció mientras hacia una educada y leve inclinación.

Durante unos instantes observo el aspecto del ninja de Uzu, pero sin dejar escapar ningún gesto. Aquella gente y sus trucos le parecían repugnantes y fascinantes a partes iguales. Se giró y comenzó a caminar, pensando menos en la ofensa y más en el provecho que podía sacar de aquel encuentro.

Juro palideció cuando, de la nada, vio a Datsue erupcionar como un volcán. El marionetista ya se había dado cuenta de que algo no andaba bien con el Uchiha y hasta cierto punto, podía entender que la presencia de ese hombre le molestara. Pero su furia contenida acabó despertando, nuevamente al bijuu que guarda su interior.

El marionetista permaneció impasivo, sin decir ni hacer nada (también ante la petición de su alumno de que quizá deberían intervenir) pero observó fijamente al Uchiha. Vio con cierta fascinación como el bijuu se hacía presencia en el cuerpo de Datsue, en su ojo y su pelo.

Solo una vez que el civil se hubiera marchado, entonces hablaría.

— Datsue, ¿sigues ahí? — preguntó, sin dejar de mirar a Datsue-Shukaku —. Dime, ¿De verdad crees que hacía falta golpear a ese hombre? ¿Por qué has atacado a un civil?

Juro no estaba enfadado, pero tampoco estaba precisamente contento. No estaba de acuerdo con los métodos del Uchiha, ni por cómo había llevado la situación. Tampoco buscaba un confrontamiento (que tampoco esperaba ganar, todo fuese dicho), pero al menos, le gustaría saber la razón por la que había pasado aquello.

Fugazmente pensó, para sí, en toda la charla que Datsue le había dado el día anterior sobre los bijuu. Viéndolo desde la perspectiva en la que lo estaba viendo ahora, no estaba ni lo más remotamente interesado en conocer al suyo.