Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
La voz masculina penetró su oído como una cuchilla helada. En un primer momento, una corriente fría e incómoda recorrió sus venas. Era una sensación de rechazo, como si su cuerpo le estuviese hablando. No otra vez, le decía. Entonces la adrenalina se inyectaba en su sangre, en el iris de su ojo, ahora rojo, y derretía la escarcha como un fuego purificador. Una vez más, ordenaba su mente.
Y el cuerpo obedecía. Siempre lo hacía.
El Sharingan se posó fugazmente en los dos individuos, tratando de poner en una balanza el poder de ambos. No obstante, Zaide no había sobrevivido todo aquel tiempo ni se había ganado el sobrenombre del que no se muere siendo un kamikaze. No, Zaide solo libraba las batallas que él quería librar.
Las que sabía que podía ganar.
Así había sido con Yota. Conocía sus límites, conocía de su especialidad en el Raiton. Cuando Daigo entró en escena por sorpresa, la única razón por la que Zaide se mantuvo en posición fue porque también conocía de las habilidades del taijutsero. Es lo que tiene luchar en un torneo frente a miles de ojos.
Sin embargo, no conocía a aquellos dos. Eso no le gustaba un pelo. Por eso hizo lo que hizo.
¡¡BOOOMMM!!
Una bomba estalló a unos siete metros de su posición. Sus ojos, cerrados por un momento —incluso su ojo ciego, por costumbre—, evitaron quedar cegados por el torrente de luz que derramó sobre él y los ninjas de Amegakure. Tomó a Yota por la nuca, y este no notó piel, sino algo pegándosele en el cuello.
—Corre conmigo —le susurró—, o el sello explosivo que te acabo de pegar estallará en diez minutos.
Tiró de él para guiarle en sus primeros pasos ciegos, y luego dejó que corriese a su par. La mayor victoria era evitar la lucha. Si conseguían huir antes de que descubriesen sus identidades, mejor todavía.
2 AOs Sharingan activado Nota:Sello explosivo de clase B pegado en la nuca de Yota.
Estaba realmente acojonado. Estaba en medio de un bosque conocido por ser letal, uno de esos sitios en los que uno no desea estar y encima acompañado por el hijo de la gran puta más buscado de Ōnindo. No estábamos solos en ese bosque y eso lo teníamos muy claro todos.
—¡Eh! ¿Quién anda ahí? ¡Está prohibido el acceso! ¡Identificaos!
Pegué un bote del susto y entonces mi cabeza se giró en dirección al aviso de alerta. Quise levantar los brazos pero los grilletes me recordaron que no me estaba permitido hacer según qué.
— Sasagani Yota... ¡AH!
Un fuerte estruendo seguido de un señor destello evitó que fuésemos a evadir aquel peligro por la vía diplomática. Sentí una golpe en mi nuca. No, no fue un golpe, fue... distinto.
—Corre conmigo —le susurró—, o el sello explosivo que te acabo de pegar estallará en diez minutos.
«¡Serás hijo de la gran puta!»
No tenía de otra opción así que corrí junto a mi captor, o eso creía, todavía tenía los ojos jodidos. Cosas de haber pasado de un lugar tenue y oscuro o uno repleto de luz en apenas unos pocos segundos. Una vez que habíamos dejado al tipo de Amegakure traté de recuperar el aliento.
— ¿Sabes? sueño con el día en el que dejes de joderme, ¿podrás hacerlo algún día?
Todo sucedió en cuestión de segundos. Los dos guardias se detuvieron en seco, cautelosos, cuando un orbe rojo como la sangre se iluminó en medio de la penumbra y se clavó en ellos como un filo al fuego. Ambos tensaron los músculos, ambos echaron mano de las katanas que pendían de sus cinturas, ambos se prepararon para cualquier cosa que pudiera ocurrir... Menos aquello.
Un fogonazo de luz blanca invadió la oscuridad del Bosque de Azur, acuchillando los ojos de los soldados y de el de Kusagakure, que se habían visto sorprendidos por el movimiento del fugitivo. Cegados, gimoteando y clamando exclamaciones de advertencia, para cuando los dos soldados de Amegakure pudieron volver a ver, aún con motitas de luz y sombra bailando ante sus ojos, los dos desconocidos habían desaparecido sin dejar rastro. Tan solo una frase quedó colgando en el aire.
Pero... ¿Quién era Sasagani Yota? ¿Se acordarían siquiera de aquel nombre al reportar aquel extraño suceso?
Uchiha Zaide corría junto al shinobi de Kusagakure, empujándole a seguir el ritmo. Sus manos, aún esposadas; sus ojos aún medio cegados por la potente detonación de luz que acababa de sufrir y aquel sello explosivo que llevaba pegado en la nuca no le dejaban en las mejores de las condiciones. Y no era fácil correr de esa manera en mitad de un bosque.
El pie de Yota tropezó con algo. Quizás fue una raíz emergente, un arbusto o simplemente una piedra. El caso es que su cuerpo cayó hacia delante y arrastró a Uchiha Zaide con él. Ambos dejaron de sentir el suelo bajo sus cuerpos de repente, y, entonces, llegó el tirón de la gravedad, inevitable y letal.
El Bosque de Azur era un lugar peligroso. Ya no sólo por las leyendas que circulaban sobre él: Como si se tratase de profundas cicatrices, el bosque estaba repleto de profundos acantilados. No en vano el Señor Feudal del País de la Tormenta, tiempo atrás había hecho construir los puentes que ahora guardaban esos mismos soldados.
Ahora uno de esos acantilados se había cerrado sobre ambos shinobi, como las fauces de una bestia hambrienta. ¿Dejarían que el bosque les devorara?
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Zaide estaba a punto de permitirse un respiro —parecía que habían dado esquinazo a los amejines—, cuando sintió que algo se le caía encima. Tropezó y cayó, y lo peor vino cuando no sintió el golpe del suelo en los morros. No de manera inmediata, al menos.
«Oh, demonios».
Empujado por el instinto de supervivencia, formó una rápida y concisa cadena de sellos que terminó en un rastro de sangre. Sonó un estallido de humo blanco en el aire, y de pronto, ambos aterrizaron en un colchón de plumas grises y blancas.
En la espalda de un águila harpía, más bien.
—¡Arriba, compañero, arriba! —Viento Blanco1 debía estar hasta el pico de él. Al contrario que con su sobrino, que únicamente acudía a Zaide para viajar y llevarle de paseo, con él era siempre en momentos de tensión. Al menos estaba acostumbrado a tener que reaccionar rápido—. ¿Sabes? —añadió, mirando a Yota—. Sueño con el día en el que dejes de necesitarme para salvarte el culo. ¿Podrás hacerlo algún día?
Sasagani Yota. No había tardado ni un segundo en intentar revelar su identidad. Y luego le pedía librar sus manos de las esposas. ¡Ja! Tenía suerte que no le cortase la lengua por lo que acababa de hacer. Aunque, pensándolo bien…
Corrimos. Los dos a la vez, especialmente después de sentir como tiraba de mí. Quería evitar lo inevitable. Aquello que terminó por suceder. No se si fue una iedra, un tronco, una raíz caprichosa o cualquier otra cosa. De forma inevitable fui a besar el suelo solo que... habían pasado unos segundos y...
«Espera, espera, porque no me he dado un puto morrazo»
Los ojos volvieron a su estado original con el tiempo y empecé a ver de nuevo lo que tenía delante mío. Más concretamente el vacío por el que nos estábamos precipitando.
— ¡Hostias, haz algo, no quiero morir!
Aquello fue lo primero en lo que reaccioné. Me importaba una mierda todo, solo sobrevivir y estaba claro que por mis propios medios no iba a ser posible, cosas de estar maniatado desde ya ni recordaba cuando. No hizo falta mediar más palabras. Un hilito de sangre y unoss ellos de mano del Uchiha fueron suficiente para que un ave se posará bajo nuestros pies y no salvase de una muerte asegurada.
— Maldita sea, gracias
Mientras sobrevolábamos aquel precipicio, Zaide aprovechó para retomar la conversación inicial en la que como acto reflejo revelé mi nombre al amejin que vigilaba aquel bosque endemoniado.
— La verdad es que si pudiese usar mis manos yo me habría bastado por mi propios medios para salvarme el culo. De hecho, estamos aquí por tu capricho y deseo, no he sido quien nos ha traído hasta este bosque endemoniado y encabronado. De hecho, si nos ponemos tiquismiquis, todo esto es culpa tuya. Piensalo
La gravedad tiraba de ellos en contra de su voluntad, el aire zumbaba en sus oídos y empujaba sus cuerpos, como si quisiera mantenerlos a flote lejos de la oscuridad del abismo. Pero era inútil. O actuaban pronto, o pronto se convertirían en dos víctimas más de aquel bosque sediento de sangre. El instinto de supervivencia los movió a actuar con presteza. Yota no podía hacer nada en sus condiciones, pero Zaide se mordió un dedo y un pequeño rastro de sangre siguió al movimiento de sus manos entrelazándose en una secuencia de sellos. Un estallido de humo blanco los envolvió de repente, y pronto ambos se vieron sobre el lomo de una colosal águila harpía que sacudió las alas para vencer a la fuerza de la gravedad y estabilizarse.
En cuestión de segundos, se vieron flotando en calma sobre el vacío del precipicio. A lomos del águila no les costaría alcanzar la otra orilla, a apenas diez metros de distancia. Sobre ellos, el dosel arbóreo era demasiado denso como para que las alas de Viento Blanco pudiera atravesarlo. Por debajo, la absorbente oscuridad del abismo en el que, con toda probabilidad, sólo les aguardaba la muerte. A ambos lados la pared rocosa del acantilado, rota de cuando en cuando por alguna raíz sobresaliente. Quizás fuera la tensión del momento, pero por el rabillo del ojo les parecería ver que alguna de las rocas se parecía demasiado a una cara horrorizada y que las raíces parecían brazos con dedos largos que intentaran atraparlos. Pero, por supuesto, las rocas y las raíces se mantenían inmóviles. ¿Por qué habrían de moverse?
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13/11/2021, 19:57 (Última modificación: 13/11/2021, 19:59 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
La respuesta de Yota le dejó con tan solo una pregunta. Una sola.
—¿Todos los kusajines son igual de quejicas que tú? —¿O eran más bien como Daigo? El genin había sido un dolor de muelas, y en ciertos aspectos, más que Yota. Pero al menos no había lloriqueado ni una sola vez en todo el trayecto a la prisión del Yermo. Y eso que a él no solo le había esposado, sino que también le había dejado inválido—. Algún día… Calla. ¿Qué fue…?
El propio Zaide se quedó callado por un instante. Habría jurado que, con el rabillo del ojo, había visto… No, no podía ser. No tenía sentido. Pero nunca estaba de más asegurarse. Formó el sello de clonación y un Kage Bunshin se lanzó al vacío. Moriría allá abajo en una nube de humo, pero contaba con que al menos pudiese echar un vistazo antes, más de cerca. Y ese vistazo llegaría a él como una especie de déjà vu.
—Viento Blanco, haz el favor de llevarnos hasta la orilla —pidió a su águila. Nunca le ordenaba, siempre le pedía. Las águilas que él invocaba eran orgullosas, y por muy bien que se llevasen, siempre se cuidaba de cuidar el lenguaje que empleaba con ellas para no ofenderlas.
Aquel manto de plumas que era el ave que había invocado mi captor era la cosa que más amaba del mundo en aquel momento. Lejos de la voz del Uchiha que seguía sacando sus mierdas en cara. Resoplé con pesadez.
—. Algún día… Calla. ¿Qué fue…?
Algo pasó a nuestro alrededor, no sabría decir el qué, pero aquello hizo reaccionar a Zaide. Hizo uns ello fácilmente reconocible para todo ninja y un clon apareció a nuestro lado.
«Eramos pocos y parió la abuela»
Sin previo aviso aquel clon se lanzó al vacío para comprobar lo inevitable, que había una caída de tres pares de cojones.
— Mierda, qué haces, te vas a matar —dije en un acto de teatralidad— Ah, vale, vale, que el que has tirado es el clon. Tipo listo
La cuestión era... ¿qué hacer ahora? Uno tenía la sensación de que estábamos navegando por una mapa que nadie había dibujado, sin rumbo ni pajolera idea de donde había que ir para salir de aquel infierno azul.
—Viento Blanco, haz el favor de llevarnos hasta la orilla
— ¿Viento Blanco? Te lo reconozco, ese nombre es molón. Imponente, ¿sabes? ¿se lo pusiste tu?
Visiblemente alarmado, Uchiha Zaide formó un clon junto a él que no tardó en abalanzarse al vacío ante los ojos de Sasagani Yota.
La gravedad no tardó en recoger su ansiado premio, y tiró del cuerpo del clon de sombras hacia abajo. Las sombras del abismo no tardaron en engullirlo mientras el aire seguía golpeando su cuerpo y silbando en sus oídos. Era profundo, muy profundo. No había manera de que alguien que hubiese caído allá abajo hubiese podido sobrevivir. Y así lo atestiguó cuando, casi un minuto de caída después, su cuerpo se desintegró en una boluta de humo. Sin embargo, justo antes del fatal desenlace, su único ojo sano pudo ver lo que había allá abajo: el fondo estaba completamente alfombrado de esqueletos, humanos y animales, la mayoría de ellos en posiciones absolutamente antinaturales. La mayoría de ellos, caídos desde el mundo de la superficie, condenados a una muerte segura. Y aunque alguna de aquellas desgraciadas víctimas hubiese tenido la suerte o la desdicha de haber sobrevivido, era, con toda probabilidad, imposible que hubiese conseguido trepar de vuelta.
Mientras tanto, en las alturas, Viento Blanco condujo a los dos shinobi a la otra orilla. El mundo allí seguía tal y como lo recordaban. Era probable que la penumbra se hubiese hecho más notoria, pero la hierba luminiscente les permitiría moverse con mayor seguridad. Si recorrían con sus ojos la dirección del precipicio, verían a los lejos otro de aquellos puentes que los salvaguardaban. Pero era muy probable que estuviese protegido por más shinobi de Amegakure.
Tendrían que adentrarse más en el bosque, o volver tras sus pasos para intentar salir mientras se enfrentaban a todos los soldados con los que se cruzaran.
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Mientras esperaba algún tipo de reacción de mi captor, observaba el alrededor al mismo tiempo que me preguntaba cuánto habría tardado el clon en explotar en una nube de humo, también tenía curiosidad por saber qué habría visto allá abajo, si es que había algo puesto que la vista no me alcanzaba a ver absolutamente nada y yo ya sería capaz de esperarme cualquier cosa.
En vistas de que Zaide no tenía nada por aportar me mantuve callado hasta que la vista me ofreció como regalo el divisar la orilla del otro lado en la que un puente se divisaba como un auténtico subidón.
Viento Blanco se desternilló con la pregunta de Yota a Zaide. El Uchiha, demasiado preocupado por lo que acababa de ver a través de su clon, ni siquiera lo escuchó. El águila respondió por él.
—¡Uuiii! ¿Por qué iba a recibir mi nombre de un humano? —Aunque Yota no se había equivocado del todo. Desde luego, imponente, lo era. Sus garras podían despedazar como katanas, y sus alas, fuertes y robustas, podían provocar vientos huracanados que empujasen a aquellos dos humanos al precipicio del que les acababa de salvar—. No, fue mi madre, Lluvia Negra, quien me lo puso a mí y a mi hermana Tormenta Pálida. Vosotros los humanos ponéis los nombres al nacer, ¿no? ¡He oído historias de madres que lo deciden antes incluso de parir! Habladurías, imagino —dijo, como si fuese algo inconcebible—. ¿Cómo ibais a nombrar a alguien sin conocerlo? Nosotros, verás, esperamos al primer vuelo de nuestros aguiluchos para bautizarlos. Porque hasta entonces no sabemos de qué pluma están hechos. No realmente.
Zaide se rascó el cráneo, agitado. Abajo les esperaba la muerte. Al frente, un puente seguramente custodiado por shinobis de Amegakure. A la espalda…
—Es demasiado peligroso volver. Si me han reconocido, o han atado cabos al escuchar tu nombre… —negó con la cabeza—. Estarán demasiado alerta. No, tenemos que adentrarnos en el bosque y salir por el otro lado.
Pero esta vez caminando, a paso lento y con calma. No quería acabar como los pobres desgraciados de abajo.
La decisión había sido tomada: seguir hacia delante y adentrarse en las profundidades del Bosque de Azur.
Uchiha Zaide y Sasagani Yota dejaron atrás el precipicio que había estado a punto de cobrarse sus vidas. Dejaron atrás el puente que les podría servir de salvoconducto para poder atravesar las diferentes placas que conformaban el bosque, rotas por las cicatrices que formaban los precipicios. Y, sobre todo, dejaron atrás a los guardias que podían dar con ellos, identificarlos y, en el peor de los casos, apresarlos.
Bajo las densas copas de los árboles, los dos shinobi siguieron su travesía a pie. La hierba luminiscente iluminaba su camino con una etérea luz azulada y verdosa. En algún punto se toparon con una roca de gran tamaño, algo más alta que ellos dos, y con un extraño símbolo grabado en ella: una especie de ojo con una espiral en lo que debía ser su iris. Una misteriosa niebla comenzó a cubrir el suelo, con jirones que parecían intentar trepar por encima de sus rodillas.
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— Si algo me ha enseñado esto de la vida es que los humanos somos bastante estúpidos como especie. Yo que tu no me sorprendería si nos ves haciendo cosas estúpidas o a las que les ves el sentido
La experiencia que estábamos viviendo en aquel bosque azulado era un buen ejemplo pues, pese a todo, Zaide prefería ser traicionado por aquel bosque que por mí. Sabedor incluso de que si me quitaba los grilletes no había peligro en aquel lugar endemoniado al que no pudiésemos hacer frente.
—Es demasiado peligroso volver. Si me han reconocido, o han atado cabos al escuchar tu nombre…
Me encogí de hombros en vistas de que tenía mi parte de culpa en aquella ocasión y que mi poder de decisión estaba bajo cero.
. Estarán demasiado alerta. No, tenemos que adentrarnos en el bosque y salir por el otro lado.
— Hagámoslo rápido entonces.
Lo único que deseaba era salir de aquel lugar a la mayor brevedad posible. Sus peligros, acechantes, me causaban un gran temor, lo cual se acentuaba ante la eventualidad de que no podía defenderme por mis propios medios y que si en algún momento el que debía defender tenía que escoger no dudaría en venderme a la peor de mis suertes. Empezamos a caminar por encima de aquel mano de hierba ¿fosforito? desde luego que aquello distaba de ser natural. No intercambiamos palabras. El Uchiha parecía estar totalmente concentrado en salir de aquel infierno azulado, pendiente de lo que pudiera pasar y entonces... pasó.
«Qué mierdas...»
Ante nosotros una roca con un extraño dibujo tallado en ella, parecía un ojo en medio del remolino. en aquel preciso instante vi como nuestros pies ya no pisaban aquella hierba rara, sino que estaban siendo atrapados por una especie de neblina. di un salto para ponerme encima de la roca.
— ¿Qué diantres es esa mierda? sal de ahí y sube, no me fio de lo que sea que hace esa neblina
Yota arrancó una carcajada aguda y chirriante a Viento Blanco. Seguramente en aquella opinión coincidían bastante. Zaide se despidió de él —su amigo volador poca ayuda podía proporcionarles en las profundidades del bosque—, y pronto ambos shinobis se sumergieron entre la maleza y la hierba de tinta azulado.
No pasó mucho tiempo, apenas unos minutos, cuando se toparon con una gran roca con un símbolo dibujado. Zaide frunció el ceño, con el Sharingan todavía brillando en uno de sus ojos. Algo no encajaba. Se quedó mirando la especie de ojo con una espiral en su interior. Extraño y curioso, sí, pero algo en el interior de su cráneo le decía que la pieza que faltaba se encontraba en otro lado. Su ojo sanó descendió. Jirones de niebla le bañaban los pies como la ola de una playa muriendo ante él. Exótico, sin duda. Pero no, aquello tampoco era.
Yota saltó a la roca y le chilló. Estaba asustado. Hacía bien en estarlo.
—¡YOTA! ¡INSENSATO! —rugió, también asustado. ¿¡Cuánto tiempo había pasado!?—. ¡El sello! ¡¡EL PUTO SELLO!!
Saltó tras él. Claro que saltó. Con el corazón en un puño y las manos tan cautelosas de acercársele a la nuca como lo estarían de tocar lava volcánica. La diestra formó el sello del carnero, la izquierda se posó en el sello explosivo de Yota. Puestos a perder una mano, mejor la mano mala.
¤ Fuda: Kai ¤ Sello Adhesivo: Liberación - Tipo: Apoyo - Rango: C - Requisitos:Bukijutsu 60 - Gastos: 0'4*Daño del sello explosivo ó 14 CK para sellos adhesivos cualquiera - Daños: - - Efectos adicionales: Cancela el poder de liberación de un sello o una bomba (ver descripción) - Sellos: Carnero (una mano) - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo
Gracias a su conocimiento sobre armamento ninja, el usuario es capaz de desactivar sellos adhesivos cuando están a punto de liberar su contenido por medio de la técnica de activación de sellos, o de anular su poder de forma discreta, de modo que el oponente crea que sus sellos aún son capaces de activarse. El usuario realiza un sello del carnero de una mano, y posa la palma de la otra, rodeada por un aura de chakra azul, por la superficie de la etiqueta. Debido a la estructura de sellado simple de estas armas, una pequeña cantidad de chakra emitida desde la palma de la mano del usuario es suficiente para desenlazar el mecanismo que las hace liberarse. Al destruir este enlace, el sello no tiene forma de reaccionar ante el chakra del oponente, ni al despegue. La pólvora de los sellos explosivos no podrá salir de la etiqueta, así que no detonará ni siquiera al entrar en contacto con fuego o una chispa. Para las etiquetas con sellos personalizados, lo único que consigue esta técnica es nulificar la liberación por despegue. El usuario podrá volverla a activar sin necesidad de conocer esta técnica infundiéndole su propio chakra, sólo en el caso de estas armas.
Confío en que llevaréis la cuenta del CKque vais gastando, porque yo no conozco el total que tiene Zaide xDD
Tic. Tac.
La cuenta atrás de un sello explosivo colocado sin ningún tipo de cuidado en la nuca de Sasagani Yota seguía su curso de forma inexorable, y parecía que los dos shinobi se habían olvidado de él por completo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que se lo había puesto al momento de escapar de los guardias de Amegakure? No era posible saberlo con exactitud, pero cuando Zaide fue consciente de ello, un fino hilo de humo oscuro surgía del cuello del muchacho de Kusagakure. Veloz como un relámpago, el Uchiha saltó sobre la roca en la que se encontraba Yota y extendió la mano hacia él en el momento en el que el papel comenzaba a prenderse...
Varios segundos pasaron, tan cargados de tensión como de pólvora estaba el sello explosivo. Afortunadamente, parecía que había sido neutralizado con éxito.
Ahora que podían permitirse el lujo de relajarse, el único ojo sano de Zaide percibió algo. El ambiente estaba cargado de chakra. Pero esa energía no provenía de la niebla, como habría podido deducir Yota; ni siquiera de la hierba, de los troncos de los árboles. Estaba en el mismo aire, y se extendía hacia delante y hacia los lados hasta donde les alcanzaba la vista, desde la misma roca en la que se habían colocado y que parecía servir como baliza.
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